tag:blogger.com,1999:blog-76465093844759850882024-03-08T15:01:03.239+01:00El Mesías¿Se ha preguntado alguna vez qué haría Dios con la humanidad de bajar a la Tierra?
¿O por quién preferiría ser liderado, por un dictador absoluto, pero justo y preocupado por el bienestar de sus subditos, o por un gobierno democrático, pero corrupto y dominado por el capitalismo?Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.comBlogger23125tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-42454163529315845702008-07-14T14:58:00.001+02:002008-07-14T15:00:05.394+02:00Último Capítulo<div align="justify">Y así es como termina esta historia. El resto ya lo conocen; vivimos un período de paz y prosperidad a nivel mundial, como nunca antes se había conocido a lo largo de la historia del hombre. ¿Cuánto durará? Pues ya saben la respuesta: sólo depende de nosotros.<br />A Santiago no he vuelto a verlo desde aquel día. Siguió apareciendo por los medios de comunicación durante algunos años más; siempre resolviendo conflictos o reuniéndose con algunos jefes de Estado. Poco a poco se fue dejando de ver, hasta que, un buen día, no volvió a hacerlo. Su presencia ya no era necesaria, aunque todo el mundo sabía que estaba ahí, cuidándonos, vigilándonos; con eso era suficiente.<br />¿Volverá en un futuro cuando la humanidad lo necesite de nuevo? Eso nadie lo sabe. Y mucho me temo que , tarde o temprano, volveremos a necesitarlo; el ser humano no tiene remedio. No existe otra criatura en el mundo capaz de ser tan buena y tan mala al mismo tiempo. Capaz de sentir compasión y ser solidario con un desconocido, como de matar a su propio hermano. Así somos, nos guste o no.<br />Con respecto a mí, no crean que me he metido a monje ni nada por el estilo. He descubierto algo maravilloso: a pesar de saber a ciencia cierta que existe un Ser superior, que nos creó y que vela por todos nosotros, mi vida sigue siendo prácticamente igual que antes; sigo escribiendo el mismo tipo de libros, teniendo los mismos amigos, viviendo en la misma casa, comiendo en los mismos restaurantes y, sobretodo, desayunando los domingos en la misma cafetería; quién sabe, igual algún día se acerque por allí algún viejo amigo al que hace tiempo que no veo pero que no hay un solo día que no lo recuerde.<br />Como les decía, lo más maravilloso que le puede pasar a una persona, es seguir siendo la misma después de haber pasado por todo lo que les acabo de relatar. Recuérdelo, si cuando esté leyendo esto en la tranquilidad de su hogar, nota que en el exterior las cosas ya no funcionan como a usted le gustaría, percibe un ligero olor a podredumbre colándose por la ventana entreabierta o el ruido proveniente de la calle comienza a ser algo más molesto de lo habitual, aléjese de las multitudes, refúgiese en su casa si es necesario, no siga la corriente, no tema porque le llamen «bicho raro», busque la compañía de los que son como usted y, si no los encuentra, recuerde que más vale sólo que mal acompañado. Si termina acabando en el lado podrido de la manzana, dejará de tener voluntad propia, dejará de ser usted para convertirse en un engranaje más de una gran maquinaria que arrasa con todo a su paso y a la que nadie controla. Sólo existe una forma de parar a esa máquina: destruyéndola, y con ella, a todo el que forme parte de la misma. Cuando llegue ese momento (que llegará), procure estar fuera.<br /><br />Por cierto, seguro que a estas alturas, muchos de ustedes se estarán preguntando qué fue de Irene. Sé que no les incumbe, y que nada tiene que ver con nuestra historia, pero también soy consciente de que eso es lo único que les interesa a muchos, así que seré complaciente y les diré lo que ocurrió.<br />Tuvimos una bonita relación durante unos años, de esas de las que a mí me gustan; es decir «te quiero mucho, te amaré toda la vida, ha sido maravilloso cariño, pero ahora vete y déjame escribir». Como comprenderán, con semejante filosofía no hay mujer que me aguante durante mucho tiempo, y, como decía Santiago, nada es eterno. Pero no crean que sigo así; con el paso de los años he madurado y he aprendido a ser más dichoso. Tengo muy presentes las palabras del escocés Thomas Chalmers: “<em>La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar</em>”.<br /> </div><div align="center"><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:180%;"><strong>Fin</strong></span></div><div align="justify"> </div><div align="justify"><br />“<em>El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios</em>.”<br />Ortega y Gasset.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com31tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-50312820590777974162008-07-09T10:52:00.001+02:002008-07-09T10:53:18.789+02:00Capítulo Veintiuno<div align="justify">Si esta historia terminase aquí, sería algo decepcionante, ¿no creen? Qué pensarían todos esos miles, o millones, de personas creyentes cuando leyesen que ese ser supremo y omnipotente al que adoran como su único Dios resulta que es un simple mortal (lo de «simple» lo dirán ellos, claro).<br />Al principio les conté que hacía unos veinte años que no tenía noticias de Santiago. La última visita que me hizo fue precisamente cinco años después, aproximadamente, del comienzo de todo esto. En ese momento, el mundo ya había dado el vuelco de ciento ochenta grados que pretendía él con su plan. Por aquel entonces, su presencia en los distintos noticiarios se había reducido considerablemente; apenas hacía un par o tres de apariciones al mes, y casi siempre resolviendo conflictos con grupos armados que todavía existían en algunos lugares remotos del mundo.<br />Así fue hasta cierto día, cuando desapareció sin dejar rastro alguno. Según me comentó Irene, ninguno de sus colaboradores habituales fueron capaces de localizarlo por los medios que solían hacerlo. Todos estábamos muy preocupados ya que su presencia aún resultaba imprescindible para el mantenimiento de esta nueva organización mundial.<br />Un buen día, sin previo aviso, llamó a mi puerta. Ya se pueden imaginar la sorpresa que me llevé. Venía sólo, y en un principio, apenas le reconocí; después de tanto tiempo, la imagen que yo tenía de él era la misma que tenía todo el mundo, o sea, la que aparecía por televisión. En cuanto le vi sonreír me vino a la mente los momentos que habíamos pasado juntos hacía casi cinco años, escribiendo discursos y discutiendo sobre el devenir del ser humano en la historia del mundo. Me supuso una inmensa alegría el volver a verlo.<br />Por un momento pensé que vendría para decirme que ya podía empezar a escribir el libro que me comentó el primer día que nos conocimos. Pero no fue ese el motivo. Muy al contrario, me advirtió que lo del libro tendría que esperar unos años (aunque nunca creí que tantos).<br />El auténtico motivo de su visita fue lo más sorprendente e inesperado que nadie podía imaginar.<br />–¿Qué tal te encuentras Pablo? –me preguntó cuando nos sentamos.<br />–Pues ya lo sabes –le contesté–; muy preocupado por ti, al igual que todos. ¿Cómo se te ocurre desaparecer de esa manera en un momento tan crítico como éste, sin avisar a nadie? Muchos ya temían lo peor, que no volverías.<br />–Siento mucho haberos causado tanta alarma –dijo con mucha calma–; necesitaba un período de reflexión.<br />–Comprendo que puedas estar cansado, pero deberías habernos comentado algo. Todavía eres demasiado valioso como para que podamos prescindir de ti. Tu plan está resultando demasiado bien como para echarlo todo a perder ahora; sería una lástima.<br />–Lo sé, pero créeme, el momento no lo he elegido yo; lo han hecho por mí.<br />Inmediatamente presentí que algo nuevo había ocurrido. Cuando me pude fijar bien, comprobé que Santiago no era el mismo que yo recordaba. Algo había cambiado en él; no podía decir exactamente el qué. Su aspecto y su voz parecían a simple vista igual que siempre, pero no su mirada ni su carácter; se encontraba como más ensimismado, más serio de lo que en él era habitual.<br />No tenía ni idea de lo que podía ser, pero tengo que reconocer que en ese momento me sentí inquieto y, por qué no decirlo, también un poco temeroso de lo que ello pudiera suponer.<br />–¿De qué se trata? –acerté a preguntarle–. ¿Algo grave?<br />–Tranquilo, no es nada que deba preocuparnos –respondió intentando disimular su estado de ánimo–. Todo va a continuar tal y como lo teníamos dispuesto.<br />–Me alegro de escuchar eso; por un momento temí que hubiera ocurrido algo grave. Espero que tú estés bien.<br />–Estoy bien, pero ya te contaré; todo a su tiempo. Primero cuéntame tú a mí lo que opinas sobre lo que está ocurriendo en el mundo. Reconozco que últimamente ando un poco perdido.<br />–Pues a mi parecer, estamos viviendo un momento de cambio muy delicado, en lo que respecta al plan que trazaste. Las reformas que impusiste en los distintos gobiernos están empezando ahora a dar sus frutos, pero pienso que todavía es un poco pronto como para hacer balances concienzudos.<br />»Hay resultados que sí que saltan a la vista, como por ejemplo la seguridad, sobretodo en aquellos países que antes eran más conflictivos e inseguros. También en los países pobres se están notando considerablemente los cambios, para mejor, por supuesto. Básicamente, esas eran las primeras pretensiones de tu proyecto, así que considero que podemos darnos por satisfechos.<br />»En lo que respecta a los países más ricos, los de Europa y Norteamérica sobretodo, ya sabes que la situación está un poco más revuelta, pero creo que es cuestión de tiempo el que se normalice. De momento ya se han implantado casi por completo los distintos sistemas educativos que propusiste; supongo que habrá que esperar para ver los resultados.<br />–Y qué me dices de la gente, ¿tú crees que están por la labor? A veces me pregunto si no me habré excedido un poco en mi papel.<br />–No creo que tengas por qué preocuparte –le contesté–, la mayoría de la gente está encantada; me refiero a la gente sencilla, trabajadora, que, al fin y al cabo, son las únicas que deben preocuparnos. Además, has conseguido convencer a casi todo el mundo de que en verdad eres un auténtico enviado de Dios, por no decir Dios mismo; reconozco que eso es mucho más de lo que yo esperaba. Ya sabes que yo al principio dudaba de que fueras capaz de conseguir ni la mitad de lo que has conseguido ya; y esto es sólo el principio.<br />–Sí, lo cierto es que ni yo mismo pude imaginar que saliera todo tan bien como está saliendo. Espero que la población sea capaz de realizar el esfuerzo y el sacrificio necesario como para estabilizar y mantener la situación al menos durante unas cuantas décadas más.<br />»Estoy seguro de que estarás ansioso por conocer el motivo de mi visita, ¿verdad? –me preguntó de repente–. Ya has intuido que me ha ocurrido algo.<br />–Pues ya que lo dices, sí –respondí con toda la seriedad que me fue posible–. La verdad es que me tienes muy intrigado.<br />–Y tienes motivos para estarlo. He venido para relatarte lo que seguramente será el último capítulo del libro que te pedí que escribieras. Escucha con atención porque lo que me ocurrió hace ahora unos dos meses no es fácil de creer ni siquiera para mí.<br />–Soy todo oídos –le dije nervioso. No podía ni imaginar de qué se trataba.<br /> –Como te he dicho, fue hace un par de meses; justo antes de que desapareciese. Era de noche; me encontraba descansando en un pequeño hotel a las afueras de Grozni en Chechenia; algunas horas antes había desarticulado el que, espero que fuera el último comando insurgente chechenio que surgieron en busca de venganza por los años de represión sufridos.<br /> »No sabría decirte si estaba dormido o no; el caso es que al poco tiempo de acostarme algo me sobresaltó de repente. Fue como un estallido en el interior de mi cabeza; al mismo tiempo, la minúscula habitación se iluminó por completo con una luz cegadora que no se sabía de donde provenía. Nunca antes me había sentido tan asustado. Yo estoy acostumbrado a controlar todas las situaciones que se me presentan, pero aquello se escapaba a mi control; no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Además, estaba como paralizado, apenas podía moverme. Pensé en la cantidad de personas a las que yo les había hecho eso mismo, y comprobé lo que se sentía. Reconozco que no me gustó nada, me sentí frágil, dominado, a merced de lo que quisieran hacer conmigo; una situación bastante incomoda y humillante.<br />»Cuando todavía no había salido de mi asombro, oí su voz. Era una voz sin una procedencia determinada; sonaba en mi mente pero, al mismo tiempo, también en toda la habitación. Me rodeaba, me envolvía, igual que la luz, inundaba todo el espacio como si fuera el propio aire. Sonaba grave pero sin ser estridente ni molesta, más bien todo lo contrario, era armoniosa y reflejaba serenidad. Me dijo lo siguiente:<br />»–Santiago, ¿de qué te sorprendes? No tienes nada que temer. Ya sabes quien soy, me conoces y me esperabas.<br />»–No te conozco, ¿quién eres? –me atreví a preguntarle muy asustado.<br />»–Ya lo sabes, soy la respuesta a todas tus preguntas. Yo soy tu luz, el que guía tus pasos. Mi misión es tu misión. Tu vida es mi razón de ser. Sin ti, yo no existiría, al igual que tú sin mí. No soy el objeto de tu búsqueda, pero sí el camino. Nuestros destinos están unidos; ambos se escribieron hace muchos eones, antes de que se crease el día y la noche. No pertenecemos a este mundo, pero este mundo sí que nos pertenece a nosotros.<br />»–Y yo, ¿quién soy yo? –volví a preguntarle.<br />»–Tú eres la respuesta a todas las preguntas que siempre se ha hecho la humanidad, en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las circunstancias. Desde que el hombre tiene uso de razón hemos estado con él, acompañándolo. Ha llegado la hora de abandonar esa compañía para convertirnos en su guía; ese será nuestro cometido a partir de ahora.<br />»–¿Acaso eres Dios y yo tu profeta? –insistí, intentando que fuera algo más concreto.<br />»–Somos el Creador –fue su respuesta.<br />»–Y si esta es tu creación, ¿por qué permites que haya tanto sufrimiento? –decidí seguirle el juego. Aún no tenía muy claro lo que me estaba sucediendo.<br />»–Crear no significa destinar –me respondió–. ¿Acaso puede saber un carpintero que la silla que está construyendo será utilizada algún día por un suicida para quitarse la vida, o por un marido para golpear a su mujer?<br />»–¿Quieres decir que creaste a la humanidad pero que no puedes dirigir sus designios?<br />»–No he dicho que no pueda, pero si lo hiciera, dejaría de ser humanidad. Además, tampoco lo están haciendo tan mal ellos solos. Se han multiplicado hasta casi el límite, han progresado, gobiernan sobre todas las criaturas, su poder de creación es casi ilimitado, se han convertido en seres extraordinarios,...<br />»–Capaces de hacer mucho mal también –le interrumpí–. ¿Olvidas eso?<br />»–Si no existiera el mal, no podría existir el bien. Si esto te tranquiliza, te diré que tarde o temprano, todo el mundo paga el mal que hace, o bien es premiado por sus buenas acciones.<br />»–¿Te refieres a una vez que han muerto? –quise saber; reconozco que le estaba cogiendo el gusto a la conversación. No sabía lo que podía durar, así que quería aprovechar al máximo el momento. Si de verdad era quien decía ser, no podía dejar escapar esta ocasión.<br />»–No tiene por qué –me respondió en el mismo tono enigmático–. El sufrimiento no es un sentimiento propiedad exclusiva de las personas con buen corazón, sin embargo, la felicidad eterna sí que lo es. Y no te hablo de una vez que han terminado sus días, precisamente.<br />»–O sea, que según tú, todo el mundo paga en vida por sus actos, ¿no es así? Y los malvados nunca llegan a ser felices. Pues lo cierto es que no siempre lo parece –intenté provocarlo a ver por dónde salía.<br />»–Piénsalo un poco y me darás la razón. Tú has escrutado la mente de miles de personas durante tu vida. Dime una sola de ellas que fuera egoísta, o violenta, o irrespetuosa, o simplemente maleducada y al mismo tiempo hubiera descubierto el camino de la auténtica felicidad.<br />»Después de pensarlo durante un momento, no tuve por más que estar de acuerdo con lo que estaba diciendo. Nunca antes me había percatado de ello, pero era verdad, este Creador, o quien quiera que fuese, tenía razón. Pero aún había algo que no me convencía, así que volví a la carga.<br />»–De acuerdo, está bien –le dije–; los malos pagan con sus culpas, pero ¿por qué tienen que pagar también los inocentes por ellos?, ¿cuándo se supone que cobran su recompensa tantas víctimas inocentes que sufren sin haber hecho nada malo? No es cierto que todos tenemos lo que nos buscamos.<br />»–Yo no pongo las normas –como ya suponía, tampoco en esta ocasión me respondió claramente; más bien se salió por la tangente–. Nuestra visión del mundo debe ser global, nunca particular. Recuerda que también tú has provocado el sufrimiento de mucha gente inocente con algunas de las medidas que has adoptado.<br />»Ahí me había pillado. Al final iba a resultar que tenía razón también en esto.<br />»–Quieres decir que es necesario el sufrimiento de muchos para conseguir el bienestar de la mayoría –en esta ocasión no pregunté, afirmé.<br />»–Eso parece; como ya te he dicho, yo no dicto las reglas; éstas las ponéis vosotros, o mejor dicho, ellos. Recuerda que el error, junto con la experiencia y el conocimiento, son las herramientas necesarias para alcanzar la sabiduría.<br />»–¿Y cuánto tiempo más ha de pasar para que el hombre alcance esa sabiduría?, ¿cuánta gente debe morir sin necesidad antes de que eso ocurra? –ya estaba empezando a desesperarme tanta ambigüedad.<br />»–Tiempo dices, ¿a qué le llamas tiempo? Tres mil años quizás, o diez mil, o tal vez cincuenta mil años. Eso tan sólo supone un pestañeo en nuestra existencia. ¿Cuánta gente debe morir preguntas?, ¿y cuánta debe nacer?<br />»–Está bien, está bien –me di por vencido–. Ya veo que intentar razonar contigo es tarea inútil. Al menos aclárame una cosa; ¿por qué ahora?, ¿y por qué yo?<br />»–Una vez que el rebaño conoce bien el camino que va desde el corral hacia la dehesa, pueden ocurrir dos cosas: que el pastor descubra mejores pastos a donde conducirlo, y por tanto tenga que enseñarle un nuevo camino, o bien que éste, por algún extraño y desconocido motivo, algún día confunda su camino y tenga que intervenir de nuevo el pastor para reconducirlo por el camino correcto.<br />»–¿En cual de los dos casos nos encontramos? –pregunté.<br />»–¿Qué más da?, elige el que quieras –fue su concisa respuesta–. Preguntabas también por qué tú. ¿Y por qué no? ¿Conoces a alguien mejor?<br />»–Sí, a ti –le respondí con contundencia–. ¿Por qué no te presentas ante el mundo entero como lo estás haciendo ahora conmigo y les demuestras que eres el auténtico Dios?<br />»–¿Qué Dios? El tuyo, el de los cristianos, el Dios de los judíos, uno de los dioses romanos o griegos. ¿Cuál es el auténtico Dios?<br />»–¡Simplemente Tú! –exclamé exasperado–. ¿Tan difícil es eso?<br />»–Ya lo has hecho tú por mí, lo cual te agradezco –respondió.<br />»–Entonces, soy como soy porque tú me has hecho así. Me estás utilizando como harías en su día con Jesucristo y tantos otros, ¿no es cierto?<br />»–Yo no he tenido que crearte; como te dije al principio, tú siempre has existido. Simplemente has hecho aparición cuando ha llegado el momento.<br />»–No entiendo nada, y no parece que estés dispuesto a aclararme mucho –terminé por decirle–. Tan sólo te preguntaré una cosa más y, te pido por favor que me respondas claramente. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?<br />»–Eso es fácil de responder. Continúa con lo que estás haciendo; sigue tu instinto. Tú conoces donde están los mejores pastos, conduce hasta allí a tu rebaño. Y no olvides una cosa: nada dura eternamente, ni siquiera nosotros.<br />»Y eso es todo –concluyó Santiago–. Dicho esto, desapareció la luz, la habitación volvió a ser la misma que era, y yo me quedé con más dudas que al principio. Sé lo que estás pensado: que pudo haber sido un sueño; un sueño de esos que parecen reales o algo así. Puedes creer lo que quieras, pero yo te aseguro que aquello no fue un sueño, fue tan real como que ahora mismo estamos hablando tú y yo en tu casa.<br />Santiago tenía razón, había llegado a pensar lo del sueño. Lo cierto es que no sabía qué decirle; me había quedado en blanco. De todas las cosas que me podía haber imaginado que me contara, esta sería la última, con toda seguridad.<br />No es que dudara de él, a estas alturas yo tenía una fe ciega en Santiago, le seguiría hasta el infierno si me lo pidiese; pero esto... era tan increíble. Yo siempre he manifestado abiertamente mi falta de fe en cualquier religión o creencia divina. No me entraba en la cabeza nada que no pudiera explicar con un razonamiento lógico basado en hechos concretos y empíricos. La existencia de un Dios creador y omnipotente no concordaba, precisamente, con esta definición. ¿Qué se supone que tenía que hacer ahora? ¿Cambiar radicalmente la filosofía que tenía de la vida? Si lo pensaba bien, esto era lo que siempre había deseado, al igual que muchas otras personas, que alguien nos demostrase a ciencia cierta la existencia o no existencia de Dios. Viéndolo desde esta perspectiva, me podía considerar afortunado.<br />–Te creo, sí –terminé por decirle sin estar muy convencido del todo–. Sólo que no termino de aclararme con lo que me has contado. Explícamelo, por favor. ¿Esa voz era la de Dios?, ¿entonces tú eres un Mesías auténtico?<br />–Si me haces ese tipo de preguntas –me contestó con una sonrisa– te tendré que responder de la misma manera que lo hizo él, y no creo que eso te aclare mucho.<br />»Te lo he contado tal y como pasó; lo has grabado, así que podrás escucharlo todas las veces que quieras. Tendrás que sacar tus propias conclusiones. Siento no poder ayudarte mucho más.<br />–Está bien, al menos dime una cosa –no podía quedarme así, yo no tengo tanta imaginación como se supone–; me dijiste que has estado estos dos meses reflexionando. Supongo que sí podrás decirme a qué conclusiones has llegado tú.<br />–Sí, es cierto –me dijo pensativo–. Igual que Jesucristo necesitó retirarse cuarenta días al desierto para conocer su destino, también yo me sentí forzado a estar solo durante un tiempo para aclarar las ideas.<br />»Una cosa sí que te puedo revelar, y es que con total seguridad, no soy la misma persona de hace dos meses, antes de la visita de esa voz. Este tiempo de meditación me ha servido para darme cuenta de que algo ha cambiado en mí. Siento que mi poder es infinito, que puedo hacer lo que me de la gana, no tengo límites. Siento que tengo en mis manos el destino del mundo, el de toda la humanidad.<br />–Creía que eso ya lo tenías antes –le interrumpí.<br />–No es lo mismo. Antes no estaba del todo seguro de lo que hacía, era como si en todo momento estuviera arriesgando; sin vosotros, mis colaboradores, me sentía perdido. No me malinterpretes, no es que ya no os necesite, al contrario, vuestra ayuda ahora es más indispensable que nunca. La diferencia estriba en que ahora estoy completamente seguro de lo que tenemos que hacer.<br />–¿Y bien? –le animé a que continuara, ansioso porque me lo dijera.<br />–Comprendo tu impaciencia –respondió sonriendo de nuevo, lo cual hizo que me imaginara su respuesta–. Me temo que voy a volver a desilusionarte. Tú sabes ya lo que tienes que hacer; contar todo lo que sabes y todo lo que yo te estoy diciendo para que el mundo entero sea testigo en el futuro de lo que en estos tiempos ha ocurrido. Con respecto a los demás, también sabrán lo que tienen que hacer cada uno en su momento. Es lo único que puedo decirte, pero no pongas esa cara, no me guardo ningún secreto, es que no hay más que decir.<br />–La verdad es que no me has aclarado mucho, pero supongo que así es como debe ser –dije con resignación–. Aunque hay algo que no se me va de la cabeza: las últimas palabras que te dijo; lo de que nada era eterno, ni siquiera vosotros.<br />–También yo he pensado largo y tendido sobre esas palabras. Mi conclusión es que no hay que darle más vueltas al asunto de las necesarias. Como dijo el Creador, la historia del hombre en la Tierra supone tan sólo un pestañeo. Aún deben de pasar muchos años, siglos o milenios, quién sabe, para que éste complete su ciclo. Absolutamente nadie, ni siquiera Él, conoce lo que nos depara el futuro, lo único seguro es que éste depende directamente de lo que hagamos en el presente.<br />»Ahora sabemos algo que no sabíamos antes; algo muy importante, por cierto, y es que no estamos solos. Hay Algo o Alguien que nos acompaña en nuestro camino y que, cuando lo necesitemos, allí estará, velando para que su rebaño siempre tenga buenos pastos donde alimentarse.<br />–¿Y no crees que este conocimiento puede ser negativo para el hombre? –le pregunté–. Si sabe que hay un Dios velando por él, se confiará nuevamente y volverá a cometer los mismos errores del pasado.<br />–Aún no lo has entendido del todo. El hombre siempre cometerá los mismos errores; eso se da por hecho. El imperio mundial que construyamos ahora, por muy bueno y estable que nos parezca, terminará sucumbiendo algún día. Surgirán otros nuevos donde muchos recordarán de donde provienen y creerán, pero otros muchos, con el tiempo, la mayoría, no creerán lo que tú vas a contar, pensarán que son sólo leyendas del pasado sin sentido, y con toda seguridad, se volverán a cometer los mismos errores u otros peores. Eso sin contar con que surgirán muchas otras versiones de todo lo que está aconteciendo ahora en el mundo, además de la tuya. Que sean ciertas o no es lo de menos; cada cual creerá lo que más interés le reporte, o lo que otros más espabilados les enseñen, sin cuestionarse para nada su autenticidad. Tu relato será simplemente uno más entre tantos otros. Como sabes, la palabra escrita no es ni mucho menos la panacea del conocimiento; también puede convertirse en la más peligrosa herramienta de la manipulación y el engaño. Con el tiempo, la verdad se perderá irremediablemente, quedando enterrada junto con los cadáveres de los pocos privilegiados que la conocieron, como siempre ha venido ocurriendo.<br />»Pero la historia continuará; vendrán catástrofes, naturales o provocadas, que arrasen con todo y obliguen a empezar de nuevo; surgirán nuevas enfermedades, epidemias, cambios climáticos, se inventarán nuevos artilugios que nos complicarán aún más la vida, o nos la harán más cómoda.<br />»En definitiva, el mundo está en continuo cambio, y así es como debe seguir. Mi presencia en este periodo concreto de la historia debe interpretarse como una simple puesta a punto, necesaria para poder continuar el camino y no quedarnos en la cuneta.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-83641272199198818312008-06-30T17:57:00.002+02:002008-06-30T18:06:23.648+02:00Capítulo Veinte<div align="justify">Se necesitaron varios años, como había predicho Santiago, para estabilizar medianamente la situación en el mundo. La violencia callejera fue desapareciendo paulatinamente de las grandes ciudades conforme las clases más altas iban perdiendo sus, hasta entonces intocables, privilegios. También contribuyó bastante a este fin la reducción casi por completo del que representaba uno de los mayores problemas de nuestra sociedad: el fenómeno de la inmigración ilegal, que, en algunos países fronterizos, había llegado a alcanzar cotas increíbles. Esto se consiguió gracias a los proyectos de ayuda a los países más desfavorecidos y en vías de desarrollo y a la labor humanitaria, todo ello coordinado por la organización Hospitales sin Frontera.<br />Quizás fuese en este aspecto donde el cambio fue más radical, o al menos, más ostensible. Santiago logró demostrar como, haciendo un reparto más equitativo del dinero y de los recursos con los que contaba el mundo, se podía lograr una convivencia pacífica entre todos los países del mundo, hasta el punto incluso de que hoy en día no se habla ya de países del Tercer Mundo o pobres.<br />Por supuesto que siguen habiendo naciones donde la gente viven mejor, entendiendo por «mejor», a que disponen de mayores comodidades, un poder adquisitivo más alto, pueden acceder a lujos que en otros países ni se conocen, etcétera. Pero esta, en teoría, superior calidad de vida, sólo va referida a cosas materiales y objetos de lujo. En lo que se refiere a necesidades vitales, todos los países gozan de ellas por igual; la prueba está en que la esperanza de vida se ha igualado prácticamente en todo el mundo. Es más, en la mayoría de países que antes se consideraban pobres y con la esperanza de vida más corta de todo el planeta, en la actualidad, ésta es mayor que en el resto de ellos, debido a que la población en éstos suele llevar una vida más sana y dedicada a los asuntos realmente importantes para el ser humano. Las sociedades no están tan viciadas ni materializadas como en los países desarrollados.<br />En cuanto al terrorismo internacional, tanto al ilegal como al de Estado, también le llevó su tiempo a Santiago acabar con él. Hubo países, como Sudán, Somalia, Afganistán, Irak, Colombia, y algunos más, donde continuamente surgían nuevos grupos armados liderados por señores de la guerra que sobrevivían ocultos en lugares remotos y poco accesibles. Estos grupos conseguían de vez en cuando burlar la seguridad y cometer atentados contra el Estado, ya que, al no tener enemigos extranjeros, sólo les quedaba revelarse contra sus propios paisanos.<br />Poco a poco fueron desapareciendo todos, algunos gracias a la actuación directa de Santiago contra ellos, y otros, al paso del tiempo, a la desmotivación de sus seguidores, a la muerte de su líder o, simplemente, por la dificultad de hacerse con nuevas armas y municiones, éstas, por día, más difíciles de localizar.<br />Como decía antes, también el terrorismo de Estado dio quehacer a nuestro héroe. En concreto, el que más tiempo llevó controlar fue el de Israel contra Palestina. Hasta tres equipos de gobierno completos tuvo Santiago que deshacer por la fuerza debido a que no entraban en razón y seguían con su particular lucha y discriminación contra sus vecinos musulmanes. Después de unos cinco años aproximadamente, se pudo decir que israelitas y palestinos convivían en paz y armonía, algo que no hacían desde hacía milenios o, mejor dicho, que no habían hecho nunca.<br />El plan educativo resultó todo un éxito, de hecho, en la actualidad sigue vigente tal cual, en todos los países del mundo. La clave estuvo en que se respetaron todas las culturas y tradiciones que cada país tenía. Santiago no impuso grandes cambios ni modificó ninguno de los aspectos de las enseñanzas religiosas que cada cultura poseía. La verdad es que, a partir de los seis o siete años, la educación en los colegios seguía impartiéndose prácticamente igual que siempre en lo que respecta a los contenidos; al contar con más recursos económicos, la forma de impartir las clases mejoró considerablemente; las materias se podían desarrollar con más profundidad ya que se disponía de más tiempo; los niños pasaban en los colegios la mayor parte de su tiempo, allí aprendían, se educaban, jugaban y se relacionaban; el número de profesores también aumentó bastante y, al mismo tiempo, estaban mucho mejor preparados.<br />Lo peor de todo, lo que más tiempo llevó estabilizar, fue sin duda la gran crisis económica que se había producido en todos los países más desarrollados del mundo. Ésta fue provocada, no sólo por la desaparición de numerosas industrias hasta ahora importantes, como la armamentística, sino también por la considerable disminución en la producción de muchas de ellas debido al forzoso cumplimiento del protocolo de Kioto al que habían sido obligadas. En un principio, los precios se dispararon, llevando a muchas familias y empresas a la bancarrota y a la desesperación. Pero a la larga se comprobó su beneficio sobradamente; de nuevo Santiago demostró su habilidad consiguiendo dos importantes objetivos con una sola medida; por un lado pudo detener un poco el deterioro del medio ambiente, que falta le hacía. Y por otro, consiguió que la gente aprendieran a valorar las cosas verdaderamente importantes de la vida y se alejaran de las superfluas, aunque fuese sólo porque no tenían medios para conseguirlas.<br />Para ello, fue necesario, prácticamente, la desaparición en el poder de una generación entera y su sustitución por aquellos más jóvenes a los que siempre se les había tachado de inmaduros, maleducados e insolidarios. Cuando les llegó la hora, supieron demostrar a todo el mundo que eran capaces de estar a la altura de los tiempos, tomando el control de la situación tal y como Santiago les había mostrado.<br />Este fue el verdadero triunfo del plan de Santiago; lograr inculcar entre la juventud un sentimiento de responsabilidad y esfuerzo. Les hizo comprender que sólo en sus manos estaba el conseguir que esta situación de paz y prosperidad se alargara en el tiempo. Encontraron en Santiago lo que no habían sido capaces de darle ni sus padres ni sus gobernantes, un líder que los comprendía, que los amaba y que supo darles un sentido a sus vidas, hasta ahora, vacías, sin compromiso y con un futuro incierto.<br />Gracias al proyecto de Santiago, estas nuevas generaciones, descubrieron que tenían un futuro prometedor, una esperanza; se sentían motivados y comprometidos y, por ello, supieron responder conforme a las expectativas que se habían puesto en ellos. Fue muy gratificante ver como se esforzaban esa misma gente que, hacía sólo unos años, te las encontrabas bebiendo por las calles, drogándose, infringiendo la ley y manifestándose por todo aquello que coartase sus libertades. En definitiva, que se sentían perdidos y sin un futuro claro, y esa era su forma de expresarlo. Ahora, simplemente, tenían algo que hacer y, aunque esto les supusiese un esfuerzo, sabían que merecía la pena; ya lo dijo Goethe, “<em>Vivir a gusto es de plebeyos: el noble aspira a ordenación y a ley</em>”.<br />Una vez que estas nuevas generaciones tomaron el poder, la vida política cambió radicalmente. Se volvió a demostrar lo que también Ortega y Gasset supo vislumbrar a principios del siglo pasado y expresó con estas palabras: “<em>La actividad política, que es de toda la vida pública la más eficiente y la más visible, es, en cambio, la postrera, resultante de otras más íntimas e impalpables. Así, la indocilidad política no sería grave si no proviniese de una más honda y decisiva indocilidad intelectual y moral</em>”.<br />Efectivamente, mientras que la mayoría de los antiguos líderes veían a Santiago como una amenaza, un usurpador, que los obligaba por la fuerza a cambiar su forma de llevar el mundo, los que iban llegando nuevos con el paso de los años, encontraban en Santiago a un colaborador, un líder espiritual, un ejemplo a seguir, el reflejo en el que todos querían mirarse. Esa era la gran diferencia, gracias a la cual, se podía decir que el plan de Santiago estaba triunfando plenamente.<br />Además, el mundo entero se había unido como nunca jamás lo había hecho antes. Todo el planeta tenía el sentimiento de que estaba participando de algo común, de un proyecto en el que no se hacían distinciones de razas, religiones, tradiciones, culturas o idiomas; cada individuo era importante y tenía identidad propia, independientemente del conjunto al que perteneciese.<br />La gente ya no se sentía tan manipulada como antes. Encendías la televisión o abrías un periódico y no te bombardeaban tan indiscriminadamente con publicidad como ocurría en el pasado. Todo el mundo se había adaptado sin problemas a los contenidos pacíficos, exentos de violencia gratuita de los medios de comunicación y de la industria del entretenimiento. Incluso la iglesia católica, después de unos años de incertidumbre, consiguió sentirse cómoda y a gusto con la nueva situación. Al principio temieron que Santiago les echara por tierra toda su fe y sus doctrinas, pero una vez que comprobaron que éste iba a lo suyo, sin meterse ni con ellos ni con nadie, supieron adaptarse a los nuevos tiempos sacando provecho de la filosofía impuesta por Santiago.<br />Los musulmanes y los pertenecientes a otras religiones minoritarias en ningún momento se sintieron amenazados; muy al contrario estaban encantados con la llegada de Santiago. Ellos siempre vieron en él a su auténtico Dios y siguieron venerándolo y adorándolo como siempre lo habían hecho.<br />Otra de las cosas que no se echaba para nada de menos eran las continuas disputas televisivas que mantenían nuestros antiguos políticos. El nuevo sistema electoral basado sólo en los programas de cada partido y en la exposición de sus proyectos políticos particulares, también resultó todo un éxito. La ley contemplaba la amonestación, e incluso, suspensión de cargo, de aquellos que perdiesen el respeto en algún momento a sus rivales o intentasen desacreditarlo sin pruebas concluyentes y determinantes.<br />No es que ahora vivamos en un paraíso; siguen existiendo muchos de los problemas de siempre, como el paro o la corrupción en algunas estancias del poder. Sigue habiendo gente egoísta, maleducada, intolerante, violenta, etcétera. La diferencia está en que ahora es la misma sociedad la que rechaza a este tipo de personas, mientras que antes, al ser así la mayoría, el resto se adaptaban a ellos, se hacían homogéneos a esa irregularidad aunque en su interior se opusiesen a semejante conducta. Es decir, antes, la masa, que siempre es la que manda, era corrupta y frívola, mientras que ahora tan sólo lo son una minoría.<br />Yo no sé el tiempo que durará esta situación de bienestar global, ya que, siempre se ha dicho que el mal prevalece sobre el bien, es decir, termina dominándolo. Pero, como dijo Santiago, nada es permanente.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-37168415617889004582008-06-24T10:24:00.002+02:002008-06-24T10:27:52.804+02:00Capítulo Diecinueve<div style="text-align: justify;">Finalmente llegó el día donde Santiago se dirigió a todas las naciones del mundo desde la sede de las Naciones Unidas en Ginebra. El planeta entero se paralizó esa mañana para escuchar al que decía ser su Dios. En esta ocasión, Santiago se presentó de forma más discreta, es decir, sin nubarrones, ni truenos, ni efectos especiales de ningún tipo. Simplemente entró por la puerta como cualquier otro mandatario más, eso sí, con la misma caracterización de hombre venerable que había mostrado hasta ahora. Se palpaba en el ambiente el respeto que infundía en la mayoría de los presentes (o el miedo).</div><p></p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">La expectación no pudo ser mayor. En la gran sala, donde no faltó ni un solo dirigente del mundo, se hizo un silencio sobrecogedor cuando Santiago empezó a hablar. No se ciñó estrictamente al discurso que habíamos escrito, sino que, por el contrario, improvisó en algunas ocasiones, aunque debo decir que la disertación fue prácticamente perfecta, digna de un maestro. Pero no crean que me quiero atribuir méritos, el discurso en sí fue lo de menos; lo realmente magistral fue la escenificación que hizo Santiago, demostrando un talento para la interpretación digno de una estrella de cine.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">A decir verdad, me vino a la memoria la imagen que nos habían querido dar los productores de Hollywood, de Jesucristo dando el Sermón de la Montaña, que todos los años nos repetían por televisión cuando llegaban determinadas fiestas cristianas. No cabía duda de que estaba bien metido en su papel de Dios; si aún había alguien que no estaba del todo convencido, éste era el momento de hacerle cambiar de opinión. Santiago sabía esto, y quiso aprovechar la ocasión para aparecer ante todo el mundo como el gran Mesías esperado por casi todas las religiones desde los albores de los tiempos.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Ya había demostrado lo que era capaz de hacer, y lo cruel que podía llegar a ser si lo forzaban a ello. Ahora había llegado la hora de mostrar al mundo al auténtico Santiago, al Dios que de verdad quería él ser. Un Dios bondadoso y compasivo, el guía espiritual de la humanidad que tanta falta hacía en estos tiempos; el pastor de ovejas que anunciaba Jesucristo.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Les recordó a todo el que escuchaba la importancia de tener unos mandamientos que nos obliguen a vivir de una manera determinada. Sin estos mandamientos, llega un momento donde la vida de todo ser humano se encuentra vacía y sin sentido y, lo peor de todo, disponible para todo aquel, o aquello, que quiera usarla para sus propios fines. Éste es el verdadero peligro de un mundo sin autoridad, con un exceso de libertad que, la mayoría de las ocasiones, lleva a la persona a perder su auténtico rumbo, su destino, convirtiéndola en vaga, en un parásito de la sociedad. Para evitar esto, es imprescindible tener en todo momento a alguien superior que nos conduzca, que nos mande, que nos diga qué es lo que tenemos que hacer y cómo hacerlo. En el fondo, todos deseamos tener a una autoridad superior así, ya que es práctico y proporciona mucha tranquilidad, siempre y cuando este ser superior demuestre sus buenas cualidades y dotes de mando y, por supuesto, su inquebrantable virtud puesta al servicio de sus súbditos.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Santiago se ajustaba perfectamente a este ideal de Ser Supremo. Había sabido llegar a la gente honrada (que son la mayoría), al ciudadano medio. Estaba dispuesto a darles lo que éstos más demandaban: estabilidad y seguridad; dos conceptos que cada día se echaban más de menos hasta su llegada.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Una vez que Santiago hubo terminado de hablar ante el hemiciclo, ocurrió algo fascinante e inesperado; todos los dirigentes del mundo se pusieron en pié y empezaron a aplaudir de forma enfervorecida y sincera. Fue muy emocionante, y la prueba de que nuestro hombre había sido capaz de cautivar a todo el mundo con su elocuencia. Había logrado algo muy importante, no sólo convencer a las personas más influyentes del mundo, sino también infundirles el ánimo suficiente como para afrontar la difícil tarea que tenían todos entre manos.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Era evidente que esto sólo suponía un comienzo y que lo más complicado empezaba ahora, pero por lo menos había empezado con buen pie. Después de este día, mi confianza en el éxito del plan de Santiago había aumentado considerablemente. Me sentía feliz y satisfecho.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Los días siguientes al del discurso, transcurrieron con relativa calma. Santiago continuaba con su labor de pacificador, acudiendo allá donde fuera necesario. Aunque sus actuaciones cada día eran menos numerosas, todavía había demasiada gente en el mundo que no se habían enterado de que el orden mundial había cambiado. Ya no quedaba lugar para los mafiosos, ni para los corruptos, ni para los violentos. Había llegado la hora de hacer justicia, de dar cumplimiento en la Tierra a lo que Jesús predijo para el Reino de los Cielos: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Ahora sabía lo que habrían sentido los israelitas con la llegada del rey David, los griegos con Alejandro Magno, o los romanos con Julio César. Estos tres grandes personajes, no se limitaron a pasar por la historia desempeñando su papel, sino que «crearon» la historia. También ellos se vieron obligados a combatir duramente antes de poder hacer realidad su sueño: un pueblo unido por un solo mando y viviendo en paz. Consiguieron crear, aunque sólo durante unos cuantos años, una comunidad supranacional capaz de vivir en paz interior y de desarrollar una concordia y una solidaridad de las que, lamentablemente, carece nuestro mundo moderno. También tuvieron en común una cuidada educación basada en el respeto hacia los demás, en la justicia y en la igualdad de todos los hombres ante la ley.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">En estos tiempos tan revueltos, parecía impensable la llegada de un nuevo líder pacificador, semejante a los clásicos mencionados, capaz de unir a pueblos tan dispares y culturas tan diametralmente opuestas en un mismo proyecto. Por fuerza tenía que ser alguien como Santiago, con un poder prácticamente infinito, el que desempeñara tan descomunal tarea.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Yo no sabía como recordaría la historia a Santiago con el paso de los años, de lo que sí estaba seguro es de que no iba a pasar para nada desapercibido. Su vida supondría unas páginas muy importantes en los libros de historia de todo el mundo a partir de ahora.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Las claves para la tan codiciada unión de civilizaciones que Santiago pretendía imponer, las había dejado muy claras; el respeto por las diferentes culturas de todas y cada una de ellas; la solidaridad de los pueblos más ricos y poderosos con los más necesitados, buscando siempre el beneficio propio que esto representaba; la igualdad de todos los ciudadanos ante la justicia y el estricto cumplimiento de la ley. Todo ello sustentado por unas bases educativas muy concretas y comunes a todo el mundo que serían las encargadas de que esta situación se prolongase en el tiempo lo máximo posible.</p> <p style="text-align: justify;" class="MsoBodyTextIndent">Al menos, esa era la teoría. Ahora nos tocaba a nosotros demostrar de lo que éramos capaces llevando a la práctica esta filosofía de vida que nos había sido impuesta, o más bien diría yo, regalada.</p>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-16857495024964711202008-06-17T18:10:00.002+02:002008-06-17T18:13:25.490+02:00Capítulo Dieciocho<p align="justify">Al día siguiente, ya más tranquilo, terminé de repasar el discurso de Santiago, de manera que, cuando éste llegó veinticuatro horas más tarde, lo tenía todo dispuesto para entregárselo. Se quedó un par de horas más en mi casa, mientras le echábamos un último vistazo juntos, corrigiendo y añadiendo algunos asuntos.<br />No tuvimos mucho tiempo para charlar, ya que se tuvo que marchar enseguida, una vez que terminamos. Era comprensible; ahora mismo era la persona más ocupada de toda la Tierra, no paraba ni un segundo, y sin embargo, era increíble, no parecía cansado, se le veía tan fresco como el primer día que nos conocimos. Indudablemente, sus poderes le conferían también una vitalidad fuera de lo normal.<br />De nuevo me volví a quedar solo. Como era ya habitual, me entregué a la única tarea que últimamente me mantenía ocupado: ver las últimas noticias por televisión y escribir notas para el futuro relato de todo lo que estaba aconteciendo (o sea, este libro).<br />A pesar de todo lo que le había visto hacer a Santiago, de todo lo que sabía que era capaz de hacer, de conocer hasta donde tenía intención de llegar poniendo todo su empeño y potencial en conseguirlo; a pesar de tener conciencia de la cantidad de personas sobresalientes que estaban empeñando sus vidas en este proyecto, a pesar de todo eso, yo aún albergaba muchas dudas sobre la conclusión del plan de Santiago.<br />En primer lugar porque este plan no tiene fin; su finalidad, en teoría, es conseguir un futuro mejor, pero el futuro no es un final, sino una continuidad del presente, y éste nunca termina.<br />En segundo lugar, estaba claro que el éxito o el fracaso de todo lo que estaba consiguiendo Santiago dependía directamente de las mismas personas, prácticamente, que habían llevado al mundo a la situación en la que se encontraba entonces; lo cual no era muy alentador. Cierto que Santiago iba a hacer algunos cambios con respecto a estas personas, pero ¿habría gente suficiente con la preparación y el espíritu adecuados como para poder llevar a buen puerto todas las reformas impuestas? Y si era así, ¿dónde se habían mentido hasta ahora?<br />A estas alturas ya se habían demostrado más que de sobra las palabras de Ortega y Gasset de que la labor de los intelectuales es totalmente contraria a la de los políticos. Mientras los primeros aspiran a aclarar las cosas, los segundos hacen lo imposible por confundirlas aún más de lo que estaban. Por tanto, ¿qué esperanza había de que éstos cambiasen radicalmente de actitud y de forma de pensar y dejasen trabajar a aquellos otros mejor preparados? Para llegar a esto, lo primero que tenían que hacer era reconocer que hasta ahora estaban equivocados, y eso es algo muy difícil de hacer, sobretodo en personas con tan poco sentido del deber y la responsabilidad.<br />El mismo Ortega y Gasset, en su libro La rebelión de las masas, se preguntaba algo parecido con respecto al que él definía como hombre-masa; en él decía: <em>“¿Se puede reformar este tipo de hombre? Quiero decir: los graves defectos que hay en él, tan graves que si no se los extirpa producirán de modo inexorable la aniquilación de Occidente, ¿toleran ser corregidos? Porque, como verá el lector, se trata precisamente de un hombre hermético, que no está abierto de verdad a ninguna instancia superior. La otra pregunta decisiva, de la que, a mi juicio, depende toda posibilidad de salud, es esta: ¿pueden las masas, aunque quisieran, despertar a la vida personal?</em>”.<br />Precisamente eso era lo que quería conseguir Santiago, despertar a las masas de su largo letargo, porque, seamos realistas, de éstas dependen completamente el futuro de la humanidad ya que son las que tienen en sus manos el poder absoluto. Tan sólo hay que enseñarles a utilizarlo adecuadamente en su propio provecho, o bien, hacerles ver que necesitan forzosamente ser guiados por una instancia superior de hombre excelentes. Por eso era tan importante eliminar en lo posible cualquier forma de manipulación colectiva, porque ésta es la responsable de que la mayoría de la gente no posea voluntad propia, y esta voluntad es imprescindible para conseguir ese despertar que lleve a la persona a actuar en su propio beneficio, que concuerda perfectamente con el beneficio de todos los que le rodean, ya que no hay mayor felicidad que vivir entre personas felices.<br />En estos momentos también me vino a la mente la fenomenal perspectiva de futuro que hizo el político y filósofo británico del siglo XIX, John Stuart Mill en su libro Sobre la Libertad, para que después digan que el futuro no se puede predecir; les reproduzco aquí un fragmento para que juzguen por ustedes mismos:<br />“<em>Aparte las doctrinas particulares de pensadores individuales, existe en el mundo una fuerte y creciente inclinación a extender en forma extrema el poder de la sociedad sobre el individuo, tanto por medio de la fuerza de la opinión como por la legislativa. Ahora bien, como todos los cambios que se operan en el mundo tienen por efecto el aumento de la fuerza social y la disminución del poder individual, este desbordamiento no es un mal que tienda a desaparecer espontáneamente, sino, al contrario, tiende a hacerse cada vez más formidable. La disposición de los hombres, sea como soberanos, sea como conciudadanos, a imponer a los demás como regla de conducta su opinión y sus gustos, se halla tan enérgicamente sustentada por algunos de los mejores y algunos de los peores sentimientos inherentes a la naturaleza humana, que casi nunca se contiene más que por faltarle poder. Y como el poder no parece hallarse en vía de declinar, sino de crecer, debemos esperar, a menos que una fuerte barrera de convicción moral no se eleve contra el mal, debemos esperar, digo, que en las condiciones presentes del mundo esta disposición no hará sino aumentar</em>.”<br />No les falta nada de razón a estos grandes pensadores del pasado, ya que ellos se sustentaban en la historia que, como siempre digo, es la gran educadora de la humanidad. Otro gran pensador fue el alemán Nietzsche, que definió al hombre superior como el ser «de la más larga memoria», refiriéndose a su capacidad de recordar los errores cometidos en el pasado y aprender de ellos. No hay duda de que, en la actualidad, este hombre superior está siendo devorado irremediablemente por el hombre-masa de Ortega y Gasset.<br />Una prueba de que esto que nos está ocurriendo no es ningún fenómeno nuevo, la tenemos en el poeta y pensador romano Horacio que, habiendo nacido en el año sesenta y cinco antes de Cristo, escribió: “<em>Nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendraron a nosotros aún más depravados, y nosotros daremos una progenie todavía más incapaz</em>”. Dos siglos más tarde no había en todo el Imperio bastantes itálicos medianamente valerosos con quienes cubrir las plazas de centuriones, y hubo que alquilar para este oficio a dálmatas, y luego, a bárbaros del Danubio y el Rin. Mientras tanto, las mujeres se hicieron estériles e Italia se despobló. El final era de prever, los extranjeros terminaron aprovechándose de esta debilidad llevando a su fin al otrora poderosísimo Imperio romano.<br />Como ven, no hace falta ser un genio, simplemente basta con conocer un poco nuestra larga (o al menos, variada) historia, para comprender que con este comportamiento que predomina hoy, donde prevalece el ansia de riqueza y de poder por encima de todo lo demás, donde la voluntad de la muchedumbre anula por completo a la del individuo, que vaga a la deriva, sin rumbo fijo, buscando los que otros consideran que debe ser «el éxito» de la forma más rápida y sencilla, con el menor esfuerzo posible; como decía, bastaba con echar un simple vistazo a la historia para comprender a donde nos llevaba toda esta locura sin sentido.<br />Pero el problema de nuestros gobernantes y de la gente en general, no es que no conozcan el pasado, es algo mucho más grave, que no les importa para nada el futuro, ya que éste no es rentable, y por tanto, no piensan en él ni en las consecuencias que traerán los actos realizados en el presente. De nuevo me van a permitir que cite a Ortega y Gasset; él comprendió muy bien este hecho y lo expresó mucho mejor que yo:<br />“<em>El Poder Público se halla en manos de un representante de masas. Estas son tan poderosas, que han aniquilado toda posible oposición. Y, sin embargo, el Poder público, el Gobierno, vive al día; no se presenta como un porvenir franco, no significa un anuncio claro de futuro, no aparece como comienzo de algo cuyo desarrollo o evolución resulte imaginable. En suma, vive sin programa de vida, sin proyecto. ... De aquí que su actuación se reduzca a esquivar el conflicto de cada hora; no a resolverlo, sino a escapar de él por el pronto, empleando los medios que sean, aun a costa de acumular con su empleo mayores conflictos sobre la hora próxima. Así ha sido siempre el Poder público cuando lo ejercieron directamente las masas: omnipotente y efímero.<br />El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes.<br />El tipo medio del actual hombre europeo posee un alma más sana y más fuerte que la del pasado siglo, pero mucho más simple. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos</em>.”<br />Todo lo que este notable pensador describía hace casi un siglo, se podría multiplicar hoy en día por dos, o por cuatro; tengan en cuenta que por aquella época, Europa contaba con una población de unos cuatro ciento sesenta millones de habitantes; en la actualidad ha crecido casi el doble, siendo el continente donde el crecimiento demográfico ha sido el menor de todo el planeta, con bastante diferencia.<br />La pregunta era, ¿podría Santiago hacer brotar esa barrera de convicción moral que Stuart Mill creía necesaria en tiempos como éstos, para no caer en el hondo pozo cavado por las ansias de poder de unos pocos? El tiempo sería el único que podría decírnoslo.<br />Mientras tanto habría que seguir pendiente de lo que acontecía en el mundo y de las distintas reacciones producidas. En los días anteriores a la reunión con la Asamblea General de la ONU, Santiago se mantuvo muy ocupado en Colombia y Afganistán principalmente, desmantelando toda la extensa red dedicada al narcotráfico de cocaína y sustancias derivadas del opio. Actuó primero en los países productores, y de ahí fue llegando hasta los grandes traficantes. Con éstos no tuvo compasión ninguna, acabando incluso casi por completo con familias enteras dedicadas a esta práctica.<br />Irene seguía enviándome diariamente informes e imágenes de todas, o casi todas, las actuaciones de Santiago. Muchas de estas imágenes no eran transmitidas por televisión porque podían parecerles demasiado violentas y crueles a determinados espectadores. Santiago tenía que ser implacable pero, al mismo tiempo, también quería cuidar un poco su imagen ante algunos sectores de la sociedad. Mucha gente son así, quieren justicia, vivir seguros y tranquilos, pero prefieren no ver como se ejerce esta justicia, mientras ellos almuerzan en sus hogares con sus familias sin tener que preocuparse por nada, pensando que todo va bien y que el mundo es un lugar maravilloso donde todos viven igual de bien que ellos.<br />Los estadounidenses son un claro ejemplo de lo que estoy diciendo. Antes de que llegara Santiago, este país ostentaba el doloroso record de muertes producidas por la violencia callejera con una media de unas treinta mil personas al año muertas por disparo de arma de fuego. La gente demandaba mayor seguridad, los alcaldes de las grandes ciudades no sabían ya qué hacer para controlar esta masacre, derivando el problema al gobierno central. Y éste era incapaz de redactar la única ley que, por lógica, podía frenar un poco esta barbarie: la prohibición de las armas para uso civil.<br />Un país donde uno de cada tres ciudadanos posee un arma propia, donde cualquier individuo se puede comprar cualquier tipo de arma de fuego como el que se compra un juguete, donde a los niños se les enseña a disparar antes que a pensar. ¿Qué esperaban? No cabía otra salida que el aumento masivo de la violencia que se estaba produciendo.<br />Pues, como iba diciendo, e aquí un ejemplo de la paradoja del ser humano. No se pueden ni imaginar el follón que se había formado en dicho país tras el cierre de todas las armerías y fábricas de armas. Era increíble, la muchedumbre se había echado a la calle a protestar como nunca antes lo había hecho por el incremento de la violencia o por otros motivos más preocupantes. Hasta ahora, nadie se había percatado de lo que esta industria suponía en este país.<br />Por supuesto que seguían existiendo miles de armas de fuego por todo el país, sería imposible incluso para Santiago acabar con todas ellas en tan poco tiempo, y la violencia callejera, no sólo no había disminuido, sino que casi había aumentado. Las bandas callejeras se habían hecho dueñas de muchos barrios de las grandes ciudades aprovechando la confusa situación que reinaba en el país, ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores. Llevaría tiempo conseguir el control y la estabilidad en una nación así, pero esto era algo que Santiago ya sabía. Él contaba con que, al haber destruido todas las fábricas de municiones también, algún día se acabarían éstas, y sería más fácil para las fuerzas del orden luchar contra esta gentuza.<br />Al fin y al cabo, todo esto no era más que fruto de la tan venerada democracia a la que tanto bien le debemos..., y tanto mal. Mucha gente me pregunta a menudo por qué critico tanto lo que para la gran mayoría es algo tan maravilloso y productor de felicidad como es el régimen democrático en el que vivimos. Como siempre, dominados por un pensamiento dualista: si no estás a favor de algo, es que estás en contra.<br />Mi respuesta siempre es la misma. Yo no estoy en contra de la democracia; los principios democráticos son el mejor fruto que ha podido dar una civilización. Igualdad, libertad y fraternidad, ¿qué más se puede pedir? Como suele suceder, la teoría es muy bonita, pero somos incapaces de llevarla a la práctica.<br />No había ningún país democrático, antes de la llegada de Santiago, donde cada día la desigualdad no fuera mayor, los ricos cada vez más ricos y los pobres más pobres. En cuanto a la libertad, ésta debe estar regida estrictamente por lo que marca la ley y la justicia que es la que impone los límites, o al menos, así debía ser; en la realidad, la libertad de cada uno sólo estaba restringida por las ansias de riqueza y poder de cada individuo, dependiendo de sus posibilidades, materiales o intelectuales, pasando por encima de la ley siempre que fuera necesario. Es más, el infringir la ley era algo que, incluso, se veía hasta bien, sobretodo entre los más jóvenes, sin duda, alentados por lo que contemplaban entre sus mayores.<br />De la fraternidad, mejor ni hablamos.<br />Puestos a valorar ideologías políticas, todas están sustentadas en principios magnánimos y loables (no hay más que dar un repaso al ideal del tan criticado comunismo); ya hemos demostrado que sabemos perfectamente lo que nos conviene. Lo que hasta ahora no hemos sido capaces de demostrar es que sabemos también llevar a la práctica esos principios que tan bien sabemos escribir y expresar.<br />Después de escuchar a tantos políticos de distintas ideologías y pensamientos, he llegado a la conclusión de que estas ideologías son lo de menos, lo realmente importante del político (como de cualquier persona) son sus convicciones morales, sus virtudes y, sobretodo, su grado de conocimiento.<br />Digo sobretodo porque, de todos es sabido, o al menos así lo quiero suponer yo, que la mayoría de los líderes son personas moralmente juiciosas, que realmente desean lo mejor para sus ciudadanos, aunque sea por la pura vanidad de pasar a la historia como grandes personajes; el problema de casi todos ellos radica en su ignorancia. Por muy buenas intenciones que tenga el pastor, si no sabe cómo conducir a sus ovejas a los mejores prados, terminará perdiendo a su rebaño.<br />Al menos esta era la teoría en la que se basaba el plan de Santiago. Él se encargaría de enseñar a los distintos pastores como llevar a sus ovejas a los mejores pastos y, al mismo tiempo, también enseñaría a éstas a que lo mejor para ellas era el dejarse conducir por los primeros.<br />Yo, personalmente, tenía puesta más confianza en las futuras generaciones, siempre y cuando funcionara el nuevo sistema educativo que Santiago pretendía imponer. A mi entender, ahí estaba la clave. Si conseguíamos dar a los niños una buena educación, inculcándoles valores tan importantes como la tolerancia, el respeto, el sentido del deber y del esfuerzo, todo lo demás caería por su propio peso. Pero, aún así, seguiría siendo insuficiente si no se consigue mantener el sistema por tiempo indefinido; aunque, pensándolo bien, ya lo dijo Santiago, nada es eterno. Tarde o temprano, el hombre volverá a cometer los mismos errores de siempre y, probablemente, continuarán surgiendo y cayendo civilizaciones hasta que, un buen día, una de estas civilizaciones no deje nada para otra que venga detrás. ¿Hubiéramos sido nosotros ésta de no haber aparecido Santiago?</p>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-128894694809929732008-06-10T12:15:00.001+02:002008-06-10T12:15:50.376+02:00Capítulo Diecisiete<div align="justify">En cuanto llegamos nos pusimos a trabajar inmediatamente en el discurso, apoyándonos en la lista que Santiago nos dejó antes de marcharse. Como él dijo, se trataba de temas muy concretos y puntuales, pero no por ello, menos complicados de desarrollar e implantar.<br />En lo concerniente a la educación, lo que pretendía era que se incluyese como materia fundamental para los más pequeños, a partir de los tres años, clases de comportamiento y educación básica, impartidas por pedagogos especializados en la educación de niños menores de seis años. En estas clases se debería enseñar una serie de normas fundamentales de convivencia que, hasta ahora, se suponía debían hacer los padres. También quería que se ampliase el horario de estancia de estos niños en los centros educativos, llegando incluso a comer en ellos obligatoriamente. Por supuesto se incluirían también bastantes horas de juegos educativos, donde aprendieran a colaborar, a compartir, a ser sociables, etcétera. La idea, en definitiva, era que hasta los siete años al menos, la educación de los niños estuviera enfocada sola y exclusivamente a la adquisición de unos hábitos saludables y de comportamiento correcto. A partir de los siete años es cuando empezarían a recibir una educación más convencional, basada más en los conocimientos, como se está haciendo hasta ahora. Hasta esta edad, los colegios deberían ser para los niños, más que centros educativos, lugares de recreo, convivencia y entretenimiento, todo ello controlado por monitores especializados para tal actividad.<br />También la colaboración de los padres sería forzosa, llevándose a cabo reuniones con ellos con mucha frecuencia, obligándoles a hacerse partícipes de este aprendizaje con el fin de que continuasen con él en sus hogares; a los educadores se les daría la autoridad necesaria como para poder amonestar, o incluso denunciar, a aquellos padres que no cumpliesen unas mínimas obligaciones para con sus hijos.<br />Ésta sería la principal prioridad de todas las naciones y, a la que habría que otorgar todos los recursos que fueran necesario para su correcto funcionamiento. Esta medida llevaba también implícita una preparación más exhaustiva del personal encargado de llevarla a cabo, es decir, de los pedagogos y sicólogos infantiles, a los cuales se les daría mucha más importancia y seguimiento que a cualquier otra rama de la enseñanza.<br />Otro tema importante a tratar era el uso que se les daría a las fuerzas militares de cada país. Lo que Santiago tenía pensado que hicieran, era prácticamente lo que ya estaban haciendo, encargarse de labores humanitarias allá donde fuera necesario. A estas personas también se les subiría el salario considerablemente, de manera que su labor fuera recompensada como merecían, aprovechando el considerable ahorro que suponía la no utilización de armamento.<br />Se nombraría a la ONG Hospitales sin Frontera como organización internacional encargada de centralizar todas las tareas humanitarias a lo largo y ancho de todo el planeta. Ésta se coordinaría con el resto de organizaciones de este tipo, así como con los diferentes gobiernos, para hacer llegar la ayuda que fuese necesaria, del tipo que sea, a los países del tercer mundo y en vías de desarrollo.<br />Todos los países deberán ser democráticos. Se les dará un ultimátum a aquellos en los que todavía gobierna un régimen totalitario, y Santiago mismo en persona se encargaría de que esto se llevase a cabo escrupulosamente, respetándose la ley y la libertad de pensamiento y de elección de todos los ciudadanos, con todas sus consecuencias.<br />Las campañas electorales serían justamente como nos comentó Santiago esa mañana. Cada partido, legalmente establecido, hará llegar a través de los medios de comunicación su proyecto de gobierno, prohibiéndose explícitamente cualquier otro tipo de manipulación. Las elecciones estarán controladas directamente por el Tribunal Superior de Justicia con sede en la Haya.<br />La Declaración Universal de Derechos Humanos será de obligado cumplimiento en todas las naciones del mundo. Santiago hará especial mención en el artículo dieciocho a los países musulmanes donde se gobierna por medio de la Sharia; en ésta se declara el derecho de todo ser humano a la libertad de pensamiento, conciencia y religión. Se respetaran las leyes particulares de cada Estado siempre y cuando éstas no vulneren para nada ninguna de las anteriormente expuestas.<br />Otra de las principales prioridades será la de que cada país se encargue, con los recursos que sean necesarios, de que no haya ningún sólo niño sin padres, ya sean de dentro de sus fronteras o de fuera. Es decir, las adopciones nacionales o internacionales, no sólo serán gratuitas sino que tendrán absoluta prioridad, por encima de los programas de reproducción asistida que la mayoría de países desarrollados incluyen en su asistencia sanitaria gratuita.<br />Uno de los asuntos más difíciles de llevar a cabo sería el control de los precios de las materias primas y de los productos básicos para la vida, como pueden ser las viviendas, comestibles y carburantes, entre otros. Y sin embargo esto era algo imprescindible para evitar el aumento de las desigualdades entre ciudadanos, como pretendía Santiago. Así se lo haría saber a la Asamblea. Para ello sería necesario una remodelación casi total de la Organización Mundial del Comercio, a la que deberán adheridse el resto de países hasta ahora excluidos, adquiriendo ésta más competencias de las que tenía.<br />También cobraría mayor importancia la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, con la idea de relanzar el obsoleto Programa para el Desarrollo establecido en 1965 por la Asamblea General con la idea de promover el crecimiento económico de los países subdesarrollados. Las aportaciones económicas de cada país deberán ser obligatorias, dependiendo de la renta anual per cápita de cada uno de ellos; en aquel momento, estas aportaciones eran voluntarias.<br />Por último, Santiago avisaría con absoluta seriedad de que, una vez eliminado el riesgo del terrorismo y de las guerras internacionales, la humanidad tendrá que hacer frente al mayor de los peligros con los que se enfrentará en un futuro próximo: el exceso de población. Tendrán que hacer un esfuerzo considerable si no quieren perecer victimas de su propia incapacidad por controlar la creciente expansión demográfica. Les recordará que será este crecimiento desbordado el que, en un futuro no muy lejano, llevará al ser humano al borde de la extinción, ya que serán incapaces de sobrevivir en cuanto se agoten muchos de los recursos de los que dependen, algunos de ellos se encuentran ya muy cerca de los límites. Les dirá también que él no podrá hacer nada por evitar este desastre, que deberán ser ellos (o sea, nosotros), los que pongan los medios que sean necesarios para su control.<br />También les recordará a todos el riguroso cumplimiento que deberán hacer del protocolo de Kioto, a costa de lo que sea, ya que de él dependerá en gran parte el bienestar de las futuras generaciones y de los presentes cuando seamos algo más mayores.<br />Básicamente, en esto se fundamentará la exposición de Santiago frente a los representantes de todas las naciones del mundo. En un principio, él mismo se encargará de supervisar la correcta implantación de todas estas normas en los distintos países. Pondrá al frente de cada organismo a las personas adecuadas, de esta forma se asegurará de que todo vaya conforme a lo dispuesto. De igual manera, tenía pensado destituir de sus puestos a muchos altos cargos y funcionarios de las Naciones Unidas con los que sabía que no podía contar para llevar a cabo su proyecto. En definitiva, haría una limpieza y remodelación de toda la Organización, eliminando a aquellos sujetos que él compruebe que están predispuestos a la corrupción o, simplemente, al pasotismo, y colocando en su lugar a otros más preparados y con mejor disposición moral y ética, conforme a la importante labor que iban a desarrollar.<br />Terminamos bastante tarde de redactar el discurso; y muy cansados por cierto, con lo que mis pretensiones con Irene al comienzo de la tarde se habían esfumado casi por completo. Tengo que reconocer que se me pasó por la mente el llevar algo más lejos nuestra inestimable amistad esa misma noche (¿qué les puedo decir? Soy humano), pero, llegado el momento, no quise arriesgarme a parecer vulgar y superficial, así que tuve que reprimir mis instintos más primitivos (la tónica de mi vida). Cortésmente la invité a pasar la noche allí, por supuesto yo dormiría en el sofá, pero, también por supuesto, ella rehusó la invitación alegando que estaba cansada y que sería una pena desperdiciar la habitación del hotel que ya tenía pagada.<br />Y para colmo, a la mañana siguiente, Irene tenía que salir temprano hacia la capital, así que, muy a mi pesar, tuvimos que despedirnos sin saber hasta cuando. Mi única alegría fue que también noté en ella cierta consternación por no poderse quedar; eso me consoló (aunque no mucho).</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-92193410363783709892008-06-02T14:27:00.001+02:002008-06-02T14:28:28.605+02:00Capítulo Dieciseis<div align="justify">Ese día tuve que madrugar; no me costó mucho ya que los nervios no me habían dejado dormir demasiado. Desde que hace dos días me mandara un mensaje Irene quedando para hoy en mi casa con ella y Santiago, estaba que no vivía. ¡Santiago en mi propia casa!<br />Podía parecer una tontería, pero después de lo que le había visto hacer en estos últimos meses, mi visión con respecto a este hombre había cambiado diametralmente. Para mí, Santiago, ya no era aquel tipo extraño e idealista al que conocí en la cafetería de mi barrio; ahora se había convertido en todo un héroe, lo veneraba prácticamente como al Dios por el que se había hecho pasar ante todo el mundo. No tenía ni idea de lo que le diría al verlo; ni siquiera me imaginaba tratándolo de tú como lo habíamos hecho hasta ahora. Me resultaría muy difícil disimular la emoción que seguramente sentiría cuando me encontrase frente a él.<br />En el correo, Irene me comentó que llegarían temprano, así que ya me encargué el día anterior de adecentar la casa lo mejor posible. Seguramente él ni se fijaría, tenía cosas más importantes en las que pensar, pero quería que estuviera todo en orden, supongo que para dar una buena impresión; además también estaba Irene, y ella seguro que prestaría más atención a los detalles. Después de haber estado escribiéndonos casi a diario durante más de tres meses, habíamos llegado a congeniar bastante bien. Lo cierto es que no sabía muy bien a quién tenía más ganas de ver de los dos.<br />Mi relación con Amanda se había distanciado más de lo normal últimamente. Con todo lo que estaba pasando en el mundo, ella estaba muy ocupada con su trabajo andando de aquí para allá por todo el planeta, y la verdad es que yo tampoco había hecho mucho para evitarlo. Ahora mismo tenía otras prioridades que consideraba más importantes, no podía permitirme el lujo de andar preocupándome por una relación a distancia como la que tenía con Amanda que, por otro lado, yo la consideraba más como un pasatiempo que como algo serio.<br />Esta hipotética ruptura me sirvió también para relajarme un poco y poder dedicarle todo mi tiempo a la importante tarea que tenía entre manos, como era la documentación y recopilación de todos los datos sobre la labor que estaba realizando Santiago en el mundo, para poder escribirlos posteriormente lo más fielmente posible.<br />Efectivamente no tardaron en llegar. Nada más verlos, me tranquilicé bastante; la apariencia de Santiago no tenía nada que ver con la de ese gran Dios majestuoso que aparecía por televisión volando por los aires tras inmensas nubes, rugiendo a los cuatro vientos, derribando edificios enteros con un solo gesto o sembrando el pánico ante grandes ejércitos fuertemente armados. Nada de eso; ahora volvía a ser ese tipo sencillo que logró cautivarme no hace mucho con sus palabras, más que con sus poderes.<br />Otra cosa que también me tranquilizó mucho fue la alegría que reflejaba en su rostro; señal de que todo estaba saliendo como él lo había planeado. Irene estaba tal y como yo la recordaba, guapísima y resplandeciente, aunque en su cara se le notaba algo de cansancio. También a ella la veía con otros ojos después de este tiempo; me pareció más cercana, como si no nos hubiéramos separado desde que nos conocimos en el museo. No me la podía imaginar corriendo con una cámara al cuello por lugares inhóspitos rodeada de tipos armados y peligrosos.<br />Después de saludarnos muy calurosamente, les ofrecí un café que ya tenía preparado y nos sentamos en el salón.<br />–No me puedo creer que estéis aquí –comencé diciendo para romper un poco el hielo–. Anoche mismo te estuve viendo por televisión destruyendo un arsenal, ¿dónde era?, en Kosovo creo.<br />–Sí, en Prístina exactamente –me respondió–. Se trataba de un arsenal muy bien equipado que utilizaban las guerrillas albano-kosovares. La verdad es que no he podido descansar mucho, que digamos, pero ya habrá tiempo para eso. Tenemos mucho trabajo que hacer todavía. Supongo que te imaginarás por qué hemos venido.<br />–Pues no sé qué decirte. El plan que trazaste parece que va mucho más deprisa de lo que pensamos. Imagino que querrás seguir adelante con él.<br />–Por supuesto, pero primero dime una cosa, ¿qué ambiente se respira en la calle? ¿Cómo ves tú la situación con todo lo que ha pasado? –me preguntó.<br />–Podía ser peor. De momento, la mayoría de la gente parece que está encantada con todo esto. Supongo que también será por la novedad; has roto con la monotonía y el aburrimiento que existía hasta ahora. Todo del mundo tiene algo de qué hablar, ven las noticias con interés, disfrutan también al ver como los más poderosos pasan apuros.... En fin, la gente vive el día a día, pocos se paran a pensar en las consecuencias que les puede acarrear lo que está pasando.<br />»En los sectores más altos de la sociedad hay bastante caos. Aunque supongo que eso nos debe de importar poco, más o menos es lo que ya esperábamos, y esta gente tienen recursos de sobra para salir adelante.<br />–El primer objetivo que te propusiste no podía haber salido mejor –continuó diciendo Irene–. La violencia se ha reducido drásticamente en todo el mundo. En algunos países, como Irak o Somalia, todavía siguen produciéndose algunos atentados de vez en cuando, pero supongo que te encargarás de ellos en cuanto puedas. Nosotros tenemos algunos hombres trabajando en esas zonas, por si pueden averiguar algo.<br />»En cuanto a los países más desfavorecidos del tercer mundo, la organización de Yolanda está haciendo un trabajo increíble. Han aumentado por lo menos un doscientos por cien su capacidad de respuesta ante cualquier emergencia que se produzca. Mis compañeros que trabajan con ellos me informaron ayer que tienen ya controladas las epidemias de cólera que surgieron en Sudán, Angola y Zambia y la de meningitis de Etiopía.<br />»Tu presión sobre las compañías farmacéuticas también está dando resultado. Los antirretrovirales para el tratamiento del SIDA y el resto de vacunas están llegando sin problemas a todo el continente africano.<br />–Eso es bueno –dijo Santiago–. No hay nada como una buena amenaza para ablandar el corazón de la gente. Entonces, ¿vosotros pensáis que la mayoría de la población creen en mí como en el auténtico Dios?<br />–Yo creo –le respondí– que la inmensa mayoría de la gente quiere creer, pero me parece que aún es un poco pronto. Es normal que alberguen dudas todavía. De momento se limitan a contemplarte como algo grandioso e incomprensible que está ocurriendo, pero no se atreven mucho a posicionarse sobre si de verdad eres o no el Dios en el que antes casi todos creían sin cuestionárselo.<br />–Sí, es curioso –intervino Irene–; antes de tu aparición, millones de seres humanos creían en un hipotético Dios que algún día haría justicia con todos ellos, o al menos eso decían muchos, y sin embargo, llegas tú, les muestras tu poder infinito y les demuestras tus buenas intenciones y muchos todavía se resisten a creer. No entiendo qué más quieren.<br />–Ten en cuenta que en temas religiosos, como en casi todo, existe mucha hipocresía –le contesté yo–. Es muy fácil creer en un Dios que algún lejano día se encargue de hacer justicia, pero si viene este Dios ahora y nos pide que nos sacrifiquemos un poco en beneficio de los demás, la cosa cambia; de boca todos somos muy buenos.<br />–Es verdad –continuó Irene–. De todas formas, sí que hay mucha gente que creen en Santiago como su auténtico Dios. Sobretodo me han sorprendido los musulmanes. Ellos no han tenido ningún inconveniente en reconocer a Santiago como el Mesías de que hablan sus escrituras que llegaría algún día. Los cristianos y judíos están siendo mucho más reticentes, y eso que nuestra idea era emular más al Dios de la Biblia en el que éstos se supone que creen.<br />–Esta incredulidad no se debe a las creencias religiosas, Irene –dijo Santiago–; como ha dicho Pablo, el mundo está lleno de hipócritas, sobretodo entre los judíos y católicos, ya que sus creencias son muy superficiales, y ahora se está demostrando. Para los seguidores del Islam es más fácil creer porque ellos tienen menos que perder; la mayoría son gente humilde y muy devota y me ven como una posible respuesta a los cientos de plegarias que hacen todos los días. Lo mismo sucede en los países pobres; no sólo tienen poco que perder sino que además tienen mucho que ganar; también es fácil creer para ellos.<br />»En los países más desarrollados como el nuestro, es muy distinto, aquí sí que tienen mucho que perder, sobretodo algunos. Lo que demuestra que no estamos hablando de creencias religiosas sino de poder y riquezas. En eso consiste nuestro mayor reto, en hacerles ver a esta gente que la auténtica felicidad no se encuentra en el dinero ni en el poder sino en la vida sencilla, en el trato cordial con nuestros vecinos; como dice Pablo, en poder dormir todas las noches tranquilos, sin tener que preocuparnos constantemente por nuestra seguridad ni la de nuestra familia, sin que nos incordien las facturas ni las letras, sin que tengamos que temer por el futuro de nuestros hijos, que podamos salir a la calle sin miedo de que nos atropellen, nos insulten o nos asalten.<br />»Eso es lo único que yo pretendo y lo que les ofrezco a todo el mundo. Tan fácil y tan difícil al mismo tiempo.<br />–Estoy seguro de que tú lo conseguirás –le animé–. A las personas nos pasa lo mismo que a los niños, necesitamos que alguien con más autoridad nos ponga normas que nos guíe por el buen camino. El problema viene cuando esa autoridad no existe y nos dan una excesiva libertad, entonces, al igual que los niños, nos desmadramos y, aunque nos creamos inteligentes, no somos conscientes de lo que de verdad nos conviene. Pero en el fondo, todos estamos deseando que alguien con buen criterio nos diga, o más bien nos obligue, a hacer lo que es mejor para todos. Si os fijáis, las masas, que en la actualidad son las que lo dominan todo, no tienen criterio propio, éste les viene impuesto por organismos o instancias superiores muchas veces desconocidas, y siempre movidas por las ansias de poder; ¿por qué no podías convertirte tú ahora en esa autoridad superior? Sólo tienes que darles lo que demandan, o sea, seguridad y estabilidad en sus vidas. Por eso estoy seguro de que tu plan triunfará tarde o temprano.<br />–Sí, yo también lo creo, lo que me preocupa es el precio humano que haya que pagar para conseguirlo, ya que la situación es mucho más grave de lo que parece.<br />»Yo lo veo de la siguiente manera. Ahora mismo, la sociedad en la que vivimos es como una manzana medio podrida. En la manzana, la parte buena nunca podrá sanar a la podrida; más bien al contrario, es la parte podrida la que termina destruyendo también a la sana. La única forma de salvar esta parte buena es separándola de la mala, evitar el contacto de la una con la otra.<br />»En la sociedad ocurre lo mismo; lo malo siempre prevalece sobre lo bueno, por eso es tan difícil terminar con esta situación de corrupción y violencia en la que estamos metidos. Evidentemente yo no puedo ir por ahí matando gente por el simple hecho de que sean unos maleducados o porque no respeten a nadie o porque sean incapaces de educar a sus hijos como es debido. Y sin embargo son estas simplezas las que, con el tiempo, terminan degenerando a una sociedad entera llevándola al caos como nos está sucediendo ahora mismo.<br />–Y entonces, ¿qué tienes pensado hacer? –preguntó Irene–. No te puedes llevar toda la vida persiguiendo criminales como si fueras un superhéroe de cómic.<br />–No es mi intención desde luego; también a mí me gustaría descansar algún día. Lo que pretendo hacer es muy sencillo: poner normas. Esas normas que ningún gobierno se atreve a establecer porque no sería políticamente correcto o porque les harían perder muchos votos. Yo no tengo nada que perder y me da igual lo que la gente piense de mí; me trae sin cuidado si perjudico con ello a un amplio sector de la población. Lo único que nos tiene que preocupar es el bien común, que, a la larga, también será el bien propio de cada uno.<br />»Deben ser normas sencillas, de fácil ejecución, pero eso sí, su cumplimiento debe ser estricto y, por supuesto, igual para todo el mundo.<br />–¿Estás hablando de crear una especie de constitución universal o algo así? –interpuse yo.<br />–No exactamente. Eso ya existe, tenemos por ejemplo la carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas que podría servir perfectamente como constitución universal. A lo que yo me refiero es a algo más concreto, más puntual. Algunas leyes básicas enfocadas sobretodo en la educación de los más jóvenes. Como ocurre con la manzana, hay que intentar por todos los medios separar a los más pequeños de las malas influencias que en la actualidad dirigen lo que será su futuro comportamiento.<br />–Ya entiendo –intervino esta vez Irene–. Lo que pretendes es implantar un sistema educativo igual para todos donde prevalezcan los valores y virtudes que se están perdiendo actualmente.<br />–Algo así, sí –continuó Santiago–. Pero hay que ir más allá. Eso no sería suficiente si seguimos rodeados de violencia por todas partes, aunque ésta sea virtual o ficticia; recordad que los niños aprenden imitando lo que ven. De nada sirve que le enseñemos que la violencia no conduce a nada bueno, si después llega a su casa y se pone a jugar con un videojuego en el que el protagonista utiliza esta violencia indiscriminadamente, sin perjuicio ninguno para su persona, o lo ve en alguna película por televisión o en el cine.<br />–Ahora comprendo cuando decías lo difícil que iba a resultar –dije yo–. Para evitar eso, habría que educar primero a todos los padres, y ya hemos podido comprobar de sobra que la concienciación a través de los medios de comunicación no sirve de mucho. Por otro lado, si prohíbes esos tipos de juegos y películas, se creará una mercado ilegal que podría ser más peligroso, eso sin contar con Internet, que es algo que está al alcance de cualquiera.<br />–Gracias por recordármelo, pero ya sé todas las dificultades con las que me voy a encontrar. Como os dije un día, ante problemas graves, soluciones drásticas; por desgracia no hay otro modo.<br />»Lo primero que habría que hacer, aunque no nos guste, sería prohibir la creación de nuevos juegos y películas donde se utilice la violencia de forma gratuita y sin consecuencias. Ya sé que me vendrán diciendo que suelen estar bien etiquetadas para mayores de dieciocho años, pero como ya hemos visto que eso no funciona, hay que atajar el problema de raíz. Las multas por el incumplimiento de ésta o cualquier otra norma deben ser muy severas, es la única manera de que las compañías las tomen en serio.<br />»Otro de los grandes problemas con el que me gustaría acabar sería el de la manipulación tan salvaje a la que estamos todos sometidos diariamente, y en particular, también la que va dirigida a los niños.<br />–¿Te refieres a la publicidad? –interrogó Irene incrédula.<br />–Pues sí; no crees que sea capaz de llegar tan lejos, ¿verdad? Esa es mi intención y estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para conseguirlo.<br />–Pero, ¿tú eres consciente de la cantidad de dinero que mueven las empresas de publicidad todos los días? –volvió a inquirir Irene–. Además, no sólo eso, estas empresas también se encargan de financiar a otras muchas, como a revistas, periódicos, cadenas de televisión, clubes deportivos... Esta medida produciría una reacción en cadena que nadie sabe a donde podría conducir.<br />–Bueno tampoco sería necesario ser tan estrictos; podríamos simplemente limitarla a determinados ámbitos. A mí sólo me interesaría eliminarla de las televisiones y las calles que es desde donde actúan con mayor impunidad. Soy consciente de lo que esto supondría para muchos medios de comunicación, pero estoy seguro de que saldrán adelante sin problemas, tan sólo tendrán que fijar las prioridades y hacer las regulaciones que sean necesarias, no creo que se acabe el mundo por ello.<br />–En cuanto a la propaganda, eso está muy bien –interrumpí yo–, pero sabes de sobra que ésa no es la única manipulación con la que nos avasallan continuamente. ¿Qué me dices de los partidos políticos?<br />–También había pensado en ellos. Tengo algo en mente que no creo que les entusiasme mucho. A ver qué os parece. Cuando se acerquen unas elecciones, cada partido deberá hacer público su programa por escrito, con las reformas que tengan pensado llevar a cabo o con cualquier idea que se les ocurra, de manera que esté al alcance de todo el que esté interesado en consultarlo. Y esa será toda la campaña electoral. Nada de mítines ni de apariciones televisivas en donde todos dicen lo que saben que la gente quiere escuchar, ya que son verdaderos especialistas en eso, de hecho, tal y como está hoy en día la política, es lo único que tienen que saber hacer, convencer a la gente, y lo hacen muy bien.<br />»Si os fijáis, en la actualidad, la única virtud de la que tiene que hacer gala un buen político para llegar a lo más alto, es la dialéctica, entendiendo como tal al arte de dialogar, discutir y argumentar, que nada tiene que ver con la que nos describía Platón; para éste, la dialéctica era más un proceso intelectual, el cual, a través del significado de las palabras, permitía llegar a las realidades transcendentales del mundo inteligible. Pero nuestros políticos de hoy, poco entiende de esto, y con el sólo conocimiento del uso de la palabra no se puede gobernar un país; éste necesita algo más.<br />–Los políticos de hoy no practican la dialéctica sino la demagogia –puntualicé yo–. Ya lo dijo Ortega y Gasset, los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones.<br />–Literalmente dijo –me interrumpió Santiago haciendo gala de su excelente memoria–: “<em>La primera condición para un mejoramiento de la situación presente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Sólo esto nos llevará a atacar el mal en los estratos hondos donde verdaderamente se origina. Es, en efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante, que hacía exclamar a Macaulay: `En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos`. Pero no es un hombre demagogo simplemente porque se ponga a gritar ante la multitud. La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de los verdaderos creadores. La demagogia es una forma de degeneración intelectual</em>.”<br />»Como veis, Ortega y Gasset apoyaría esta medida que pretendo llevar a cabo.<br />–Supongo que esa medida también incluirá la cantidad de panfletos y carteles propagandísticos con que inundan las calles los días previos a las votaciones –comentó Irene–. No entiendo como, en los tiempos que vivimos, puede haber gente todavía que piense que un cartel mostrando una cara sonriente y una frase diciendo “Somos los mejores”, puede convencer a alguien.<br />–Todo eso se tiene que terminar. Estoy seguro de que a la segunda o tercera legislatura como mucho, todos los programas electorales serán prácticamente iguales. Además también pretendo que exista un organismo, que podría incluirse en el judicial, al que se pueda acudir en caso de incumplimiento de alguna de las propuestas electorales que el partido ganador incluyese en su proyecto.<br />»No sé el resultado que dará todo esto, supongo que habrá que ir depurándolo sobre la marcha, pero estoy seguro de que a la mayoría de la gente le gustará la idea.<br />–Sí, todo el mundo empiezan a estar ya hartos de que les engañen. Esa medida será acogida de muy buen grado por parte de los ciudadanos. Ojalá sirva también para conseguir un poco de consenso entre los distintos partidos y dejemos de verlos riñendo vergonzosamente como si fueran niños en el patio del colegio –argumenté yo–. Quién sabe, igual conseguimos que desaparezcan con el tiempo las posturas más radicales y extremistas que tanto daño hacen a la sociedad.<br />–Bueno, bueno, no corramos tanto; quizás nos estemos haciendo demasiadas ilusiones –dijo Santiago–. Si queremos conseguir algo será mejor que nos pongamos a trabajar cuanto antes y no nos durmamos en los laureles.<br />»No te lo he dicho todavía, Pablo, pero el motivo de nuestra visita es que he convocado para la próxima semana una reunión en Ginebra, en la sede europea de las Naciones Unidas, con la Asamblea General, es decir, con todos los países del mundo, prácticamente. El objetivo como te puedes imaginar, será el exponerles todas estas medidas de que estamos hablando y otras más que me han apuntado algunos de mis colaboradores. Como hicimos la otra vez con mi mensaje de presentación, ahora tenemos que redactar el discurso que pronunciaré ante los representantes de todas las naciones del mundo.<br />–Ya me supuse que algún día llegaría este momento –le expuse–. Me imagino que tendrás en mente algún programa que seguir.<br />–A parte de lo que ya hemos comentado aquí, sólo habría que incluir algunas cosas más, como por ejemplo, el uso colectivo de las fuerzas armadas, aunque ya no se les puede llamar así; o el aumento de competencias del Tribunal Internacional de Justicia. Hay que tener en cuenta también que será televisado en directo.<br />»Haremos una cosa, como ya es tarde y no me puedo quedar mucho más tiempo, te haré una lista con todos los puntos a tratar y tú te encargarás de redactarlo. Dentro de un par de días volveremos a vernos y lo ultimamos entre los dos, ¿qué te parece?<br />–Como tu digas –le contesté–. En un par de días lo tendrás listo sin problemas.<br /><br />Una hora más tarde, nos despedimos de Santiago, que se marchó a toda prisa. Irene quiso quedarse conmigo, lo cual me produjo una gran satisfacción. Se ofreció a ayudarme con el discurso, después de que saliéramos a comer algo en un restaurante cercano.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-80311540184309369872008-05-26T10:40:00.001+02:002008-05-26T10:40:46.377+02:00Capítulo Quince<div align="justify">Habían transcurrido ya algo más de dos meses desde el primer mensaje en Tel Aviv. En general, la situación mundial no era tan mala como cabía esperar después de los acontecimientos sufridos en este tiempo.<br />Se podían distinguir claramente dos situaciones totalmente contrapuestas. Una de ellas correspondía a los países del tercer mundo menos desarrollados y a aquellos que anteriormente estaban sumidos en guerras y demás conflictos violentos producidos por divisiones internas o invasiones externas. En estos países, donde la mayoría de la población era gente pobre y humilde, la situación había mejorado enormemente. Gran parte de este logro correspondía a la organización Hospitales sin Frontera que, una vez que Santiago les había despejado el camino de corrupción y violencia, pudieron llegar sin problemas a muchos lugares a los que antes les resultaba muy difícil, haciéndoles llegar muchos recursos vitales a los que no habían tenido acceso hasta ahora, como son el agua potable, medicamentos, alimentos y todo tipo de ayuda sanitaria y de infraestructura.<br />También había que agradecer la “colaboración” prestada por la mayoría de países desarrollados, después de que Santiago les hiciera una visita, aportando a esta organización grandes sumas de dinero además de su personal militar para ayudar en todo tipo de labores.<br />En estos lugares, donde hasta ahora imperaba la injusticia, la violencia y la miseria, la calidad de vida había aumentado considerablemente, con lo que la población se mostraba muy agradecida con la aparición de Santiago. Todavía existían pequeños grupos armados en algunos lugares que habían conseguido mantenerse ocultos, pero poco a poco, y con la ayuda de sus colaboradores que continuamente estaban informándole de los pequeños problemas que iban surgiendo, Santiago fue acabando con todos ellos.<br />La otra situación a la que hacía referencia antes, era la que se encontraba en los países más ricos y desarrollados. En éstos, la población estaba mucho más dividida, aunque aún era pronto para conocer todas las repercusiones que traerían consigo los cambios que Santiago pretendía hacer. De momento, los únicos que estaban sufriendo las consecuencias eran aquellos que debían sus fortunas a la poderosa industria armamentística, que no eran pocos, y a los comercios ilegales y abusivos. Por supuesto, también todos aquellos que realizaban actividades delictivas como son el narcotráfico, la pornografía o el comercio de seres humanos. La extensa red de colaboradores que Santiago poseía por todo el mundo hacía que éste se mantuviera constantemente ocupado desmantelando por cualquier parte del planeta pequeños o grandes grupos de mafiosos que se dedicaban a estas operaciones ilegales.<br />También en estos países estaban proliferando las pequeñas bandas de delincuentes y las bandas callejeras que hacían de la violencia su vida. Estos grupos, la mayoría bien armados, estaban aprovechando la situación tan caótica y de crisis por la que pasaban los distintos gobiernos, para intentar hacerse con el poder en las calles, imponiendo sus propias leyes ya que, por otro lado, no conocían otro medio de vida. Era imposible para Santiago controlarlos a todos, a pesar de que hacía todo lo que podía; lo que hizo fue dar carta blanca a las distintas autoridades para que utilizaran mano dura con esta gente, siendo los únicos que, de momento, podían utilizar armas de fuego mientras la situación no estuviese más estabilizada.<br />Gracias a esta medida, la gente empezó a sentirse pronto más segura y esto les llevaba también a comportarse con mayor rigor ante la ley haciendo que las ciudades se convirtieran poco a poco en lugares donde se podía vivir mucho más tranquilo que antes.<br />Uno de los mayores problemas que había surgido para el ciudadano medio era la subida de precios que habían experimentado casi todos los sectores, debido a la caída de las bolsas y a las ansias de amasar dinero que estaba sufriendo gran parte de la población, movidos seguramente por la incertidumbre de las consecuencias de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo. De momento, eso era algo que no le preocupaba mucho a Santiago; el tiempo se encargaría de estabilizar el comercio.<br />Con respecto a los distintos gobiernos de estos países, independientemente de que creyesen o no que Santiago fuese el auténtico Dios que decía ser, se mostraban bastante sumisos y cautelosos. Después de las muestras de poder que éste había dado en Israel, China y Estados Unidos, ninguno se atrevía a llevarle la contraria, llevados más por el miedo que por la fe; muchos de ellos incluso parecía que habían recobrado el sentido común y colaboraban sin ningún tipo de coacción en todo lo que impuso Santiago en el mensaje de Tel Aviv.<br />Había llegado la hora de continuar con el plan de nuestro Dios. Ahora es cuando venía lo más difícil, lo que marcaría el éxito o el fracaso de nuestro proyecto, la implantación de unas pautas de comportamiento a seguir por todas las naciones del mundo. Este era el verdadero reto de Santiago y lo que le demostraría la auténtica fe y confianza de la gente hacia él.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-50842031004164867712008-05-19T10:36:00.000+02:002008-05-19T10:37:34.457+02:00Capítulo Catorce<div align="justify">Durante este mes, Santiago se pasó por todos los continentes del globo. Acabó con decenas de contiendas que llevaban muchos años sin solución. Hizo desaparecer por los aires toneladas de armamento de todo tipo. Mató a cientos o miles de personas que no quisieron enterarse que con la violencia ya no podrían conseguir nada. También les dio una segunda oportunidad a otros muchos que estaba seguro sabrían aprovechar. En general, había mucha gente asustada y, otras muchas, esperanzadas.<br />La mayoría de países se encontraban sumidos en una crisis económica sin precedentes. Todas las bolsas del mundo habían caído en picado. En estos momentos de incertidumbre, nadie se atrevía a invertir en nada, temiendo lo peor; muy al contrario, todo el mundo se preocupaba nada más que de acumular lo máximo posible en espera de tiempos duros.<br />En parte, tenían razón, ya que lo peor estaba aún por llegar. Había concluido el plazo de tiempo que Santiago dio a todas las naciones del mundo para deshacerse de toda la industria armamentística y destinar recursos, tanto humanos como económicos, para la ayuda humanitaria en países del tercer mundo. Al parecer, él había cumplido su parte del trato y había demostrado de sobra que era capaz él solito de encargarse de la seguridad mundial.<br />Ahora les tocaba a ellos, a los poderosos ¿serían capaces de cumplir las exigencias de Santiago? Y en caso contrario ¿actuaría éste tal y como lo había hecho con los insurgentes radicales?<br />Por lo que me había contado Irene, hasta ahora no habían hecho mucho que digamos. Tan sólo algunos países en donde esta industria no era muy influyente para su economía, habían cumplido en parte su compromiso, pero la mayoría, los más poderosos por cierto, apenas habían cerrado unas pocas fábricas sin importancia. De nuevo Santiago volvió a dar muestra de su contundencia atacando allí donde más afectaría.<br />El primer país que visitó fue el más poderoso de todos, los Estados Unidos de Norteamérica. En esta ocasión, sus actuaciones eran más discretas pero igual de efectivas. Se presentaba de noche en la fábrica, cuando menos personal se encuentra trabajando en ella; primero les hace salir a todos y, cuando se asegura de que el recinto está vacío, hace que el edificio se venga abajo por completo, no dejando ni un solo ladrillo en pie.<br />Primero comenzó con todos aquellos que estuvieran relacionados con la construcción de armas nucleares. Tan sólo en una noche acabó con más de veinte complejos completos dedicados a este tipo de armamento. En uno de ellos se permitió el lujo de mandar un mensaje a través de las cámaras a todas las naciones del mundo. En él les advirtió que si no colaboraban en la desmantelación y destrucción de fábricas, no tendría ninguna compasión con los responsables políticos y administrativos de las mismas. Supongo que lo que pretendía era que le ahorraran un poco de trabajo ya que la lista que tenía de estas instalaciones era interminable.<br />El mensaje hizo efecto enseguida. Estaba claro que la vía de la amenaza era la más efectiva. A la gente le preocupa más su integridad física que su bolsillo, así que no tardaron en comenzar a cerrarse y demolerse fábricas por todo el planeta.<br />Aún así, Santiago no tenía descanso. Existían muchas instalaciones clandestinas, algunas de ellas con el beneplácito y consentimiento de los gobiernos, así que nuestro héroe seguía recorriéndose el mundo entero en su particular lucha contra todo lo que representaba un peligro para la humanidad. En uno de estos ataques, después de quince largos días demoliendo edificios, lanzó otro mensaje a los líderes mundiales; les recordó el desarme de los ejércitos. Avisó de que no tendría piedad con ningún soldado o ciudadano que portase algún arma de fuego y que si no colaboraban también en la destrucción de todo tipo de arma, que no fuera antidisturbios, actuaría igual que con las fábricas.<br />Tampoco en esta ocasión estaban dispuestos a ponerles las cosas fáciles a nuestro hombre algunos gobiernos. En la mayoría, sí que dio resultado el aviso, procediendo a la destrucción de todo tipo de armamento militar y civil.<br />El estado más rebelde resultó ser Israel. Los judíos se negaban a aceptar a Santiago como su nuevo Dios; para ellos sólo era una amenaza a la que tenían que combatir. A pesar de haber comprobado como sus irreconciliables enemigos, los palestinos y demás países musulmanes que les apoyaban, se habían desarmado y abandonado la violencia, seguían siendo incapaces de reconocer que la lucha armada había terminado y ya no tenía razón de ser. No podían concebir cómo su Dios podía ser el mismo que el de sus enemigos, demostrando con esto una total incomprensión de la Biblia y de sus escrituras sagradas. Ni que decir tiene que tampoco estaban dispuestos a retirarse de los territorios que tenían que devolver a sus vecinos. No sólo no abandonaban las armas sino que tampoco ningún habitante se movería de su casa sin luchar antes.<br />Esta gente consideraban una derrota el abandonar los territorios ganados por la fuerza. Según ellos, estas tierras les pertenece por derecho propio ya que su Dios se las entregó a ellos hace miles de años y, después de tanto tiempo, aún seguían considerándose el pueblo elegido por el único Dios. ¿Elegido para qué? les preguntaría yo.<br />La cuestión es que fue aquí, en Israel, donde Santiago tuvo que entregarse con más fuerza y contundencia haciendo de tripas corazón en muchas ocasiones debido al fanatismo de la mayoría de hebreos, que no se rendían ni siquiera ante la evidencia de la superioridad de Santiago ni ante las amenazas de éste. Necesitó hasta tres días para recorrer todo el país desarmando a todo su ejército, destruyendo arsenales, acabando con la vida de muchos de ellos más radicales; incluso le llegaron a disparar con misiles antiaéreos, obligando a Santiago a mostrar sus poderes en toda su magnitud. En mi vida había visto a ninguna nación luchar con tanto ímpetu y tanta obstinación contra un enemigo al que sabían de sobra que no podrían vencer.<br />Tanta era la ofuscación de esta gente, que Santiago tuvo que darles un ultimátum muy duro. Se presentó ante el gobierno y les dio tres meses de plazo para abandonar por completo y pacíficamente todas las tierras que no les pertenecían, de lo contrario, él mismo lo haría por la fuerza, acabando con todos aquellos que se encontrasen en ellas para después eliminar también a los responsables del gobierno que no hubiesen querido acatar sus órdenes.<br />No fue nada fácil, pero al final consiguió su objetivo. Él sabía que esta era una parte muy importante de su plan de paz y no estaba dispuesto a que se lo echaran a perder cuatro fanáticos religiosos.<br />Esta lucha particular también sirvió de ejemplo y de aviso para otros países más reticentes. Santiago demostró con creces de lo que era capaz y de hasta donde podía llegar si le desobedecían.<br />Después de esto, los países que más resistencia opusieron fueron China y los Estados Unidos, en donde nuestro hombre tuvo que volver a mostrarse implacable. En esta ocasión no eran los ciudadanos de a pie los que se oponían sino sólo aquellos que ostentaban el poder, por consiguiente, en ambas naciones se vio obligado a eliminar a varios integrantes del gobierno y colocar en sus puestos a personas elegidas por él mismo.<br />En el resto del mundo todos se rindieron ante el poder y la imparcialidad de Santiago, algunos por miedo y otros con total devoción ante el que consideraban el único y auténtico Dios de todos los hombres. A fin de cuentas, antes de su aparición, millones de personas creían ya en su existencia sin haberlo visto jamás, tan sólo conociéndolo por antiguos escritos de dudosa procedencia o basándose en indemostrables revelaciones de otros seres humanos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es cierto que aún seguían existiendo mucha gente incrédula que no podían comprender nada de lo que estaba sucediendo, pero, ante la evidencia, no encontraban argumentos coherentes que les pudieran explicar todo lo que estaba pasando, así que terminaban rindiéndose ante la realidad que les había tocado vivir proponiéndose, simplemente, no hacer preguntas que no pudiesen contestar.<br />Yo mismo, me supuse, que sería uno de estos últimos si no llega a ser porque Santiago me eligió para ser su biógrafo, de lo cual me alegro enormemente. Gracias a esto, no sólo me he ahorrado muchos calentamientos de cabeza inútiles, sino que además me ha permitido disfrutar con locura de todos estos acontecimientos que estoy viviendo.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-15760605583719223752008-05-12T11:42:00.002+02:002008-05-12T11:42:39.484+02:00Capítulo Trece<div align="justify">Como era de suponer, las distintas reacciones no tardaron en producirse. Toda la diversidad de canales informativos estuvieron todo el día dando partes informativos desde la zona. Nadie se atrevía a posicionarse claramente sobre lo que había pasado; aún era muy pronto y, la primera fase de sorpresa aún estaba latente en la totalidad de la población.<br />Prácticamente, los informativos consistían en repetir una y otra vez las mismas imágenes y en ofrecer entrevistas con los distintos protagonistas que estuvieron presente en el acto. Todos decían lo mismo, que se quedaron totalmente inmóviles en cuanto apareció el supuesto Dios, y que sintieron mucho miedo, de hecho, a algunos tuvieron que llevárselos en ambulancia después de haber sufrido un ataque de nervios.<br />A la tarde, salí un rato a la calle; quería comprobar el ambiente que se respiraba. El temor a lo desconocido era palpable en la inmensa mayoría de la gente de a pie. Nadie podía, o más bien quería, creer lo que parecía más evidente, que Dios existía y había vuelto a la Tierra para hacer justicia entre todos los hombres. Aún era pronto para comprender el alcance que tendría todo aquello; lo que sí estaba claro era que la conmoción había sido generalizada. Habría que esperar todavía algún tiempo para obtener algunas respuestas.<br />Y éstas no tardaron en producirse. Si alguien tenía alguna duda sobre el mensaje de Santiago, éste no tardó en disiparlas. Ocurrió al día siguiente, muy temprano; bueno, en realidad los hechos se produjeron durante la noche, pero no fue hasta por la mañana cuando llegaron las noticias a todas las televisiones del mundo.<br />Las imágenes habían sido tomadas en Afganistán y eran bastante claras; hay que tener en cuenta que cuando se tomaron, allí había ya amanecido debido a la diferencia horaria que tenían con respecto a nosotros. Hay que reconocer que los reporteros compañeros de Irene habían hecho un trabajo formidable, supongo que ayudados por Santiago.<br />En primer lugar se podía ver lo que parecía una especie de campamento o campo de entrenamiento de algún grupo paramilitar, que después se supo, estaban asociados con la organización terrorista de Mohamed Bin Tahid. Se veían muchos hombre armados corriendo de aquí para allá con total tranquilidad. De pronto apareció nuestro hombre en mitad del campamento, a una altura de unos veinte o treinta metros, precedido de un gran estruendo al igual que ocurrió en Tel Aviv.<br />Todo ocurrió muy rápido, apenas tuvieron tiempo para reaccionar las personas que allí se encontraban. Al instante siguiente empezaron a volar por los aires decenas o cientos, no sabría decir, de todo tipo de armas que se perdían para siempre en la inmensidad del cielo, incluido carros de combate y demás armamento pesado. Al mismo tiempo, las cámaras recogieron perfectamente como muchos de los hombres que allí se encontraban cayeron fulminados al suelo mientras el resto corrían en busca de refugio sin saber que es lo que estaba ocurriendo exactamente.<br />La voz de Santiago tronó por encima del griterío general diciendo en el idioma local: “¡No habrá perdón para los que no respeten la ley de Dios!”. O al menos así es como lo tradujeron. Seguidamente volvió a desaparecer tal y como vino, dejando a los supervivientes sumidos en un caos total.<br />Minutos después, el informativo conectó en directo con la zona donde había ocurrido todo. Hasta allí habían llegado las autoridades locales y miembros del ejército norteamericano de ocupación. Pudieron comprobar como, efectivamente, se trataba de un campo de adiestramiento de insurgentes radicales. Hallaron hasta setenta y ocho cuerpos sin vida y capturaron otros ciento veintidós que encontraron repartidos por todo el campamento, desolados por la muerte de sus compañeros y sin saber exactamente qué hacer después de lo que habían visto. A la mayoría los encontraron inmóviles, con la mirada perdida en el vacío; otros muchos vagaban por el desierto sin rumbo fijo dominados por el pánico. Con respecto a los cadáveres, lo único que anunciaron fue que la causa de las muertes había sido un paro cardíaco, simplemente; no pudieron o no quisieron concretar más. Ninguna de las autoridades se atrevían todavía a intentar explicar lo que había sucedido.<br />No se encontró ningún tipo de armamento en todo el campamento. Los reporteros se encargaron de filmar absolutamente todo lo que pudieron de manera que no hubiera lugar a dudas de lo que allí había ocurrido. También se ocuparon de que las imágenes llegaran a cualquier rincón del globo.<br />El plan de Santiago estaba en marcha y, de momento, parecía que todo iba tal y como él lo había proyectado. Tan sólo había transcurrido un día de su aparición oficial y ya se hablaba en muchos círculos importantes del Mensaje de Dios. Para mí, aquello era todo un triunfo.<br />Los siguientes días fueron igual de emocionantes. El mismo episodio de Afganistán se repitió en dos campamentos más de Pakistán y otro de Irak. En todos ellos ocurría lo mismo; aparte de deshacerse de todas las armas, siempre morían algunos y dejaba con vida a otros. Santiago estaba siendo fiel a su compromiso de no matar a nadie que realmente no se lo mereciese o que pudiera rehabilitarse en un futuro.<br />Pero lo más inesperado ocurrió al cuarto día. Esta vez el escenario fue otro muy diferente: los mismísimos Estados Unidos de Norteamérica; más concretamente, en el estado de Texas. Allí cogió por sorpresa a un grupo bastante numeroso de paramilitares de ideas fascistas que se hacían llamar “Los Libertadores de América”. Se ocultaban en una gran finca, en un bosque cercano a la capital del estado, desde donde organizaban atentados contra ciudadanos de otras etnias, como musulmanes o afro americanos.<br />El modus operandi fue prácticamente igual que con los anteriores grupos. Primero se deshizo de todas sus armas y después eliminó a casi todos ellos, dejando con vida tan sólo a unos pocos, la mayoría, chicos y chicas jóvenes.<br />Este ataque fue muy inteligente por parte de Santiago. Con él, quiso demostrar al mundo que nadie estaba a salvo y que iba totalmente en serio. Con esta simple muestra de imparcialidad, Santiago logró un efecto sorprendente; en los países de mayoría musulmana, incluido los más conflictivos, no tardaron en producirse numerosas manifestaciones por parte de toda la población a favor de la paz. En ellas, los ciudadanos destruían sus armas voluntariamente y declaraban públicamente su más absoluta devoción a su único Dios, proclamando a Santiago como el Mahdí, tan esperado por la mayoría de musulmanes.<br />El ejemplo de esta gente se extendió rápidamente a otros países con distintas creencias religiosas. Parecía increíble. En unos cuantos días, Santiago había logrado convencer a una parte muy importante de la población mundial.<br />Por supuesto que aún había mucho trabajo por hacer; no podía ser todo tan sencillo. Lo único que se había conseguido hasta ahora era convencer al pueblo llano, o sea, a la gente más humilde que tenían poco que perder y sí mucho que ganar con las reformas que pretendía hacer Santiago. Faltaba lo más difícil e importante, convencer también a aquellos que ostentaban el poder y que se resistían a obedecer los mandatos que les había impuesto Santiago en el mensaje de Tel Aviv; como por ejemplo la destrucción de toda la industria armamentística.<br />Claro que esta presión producida por las masas en sus manifestaciones era muy beneficiosa para la causa; una vez que transcurriera el mes que se les había dado de plazo, Santiago tendría que actuar con contundencia en contra de muchos gobiernos afectando negativamente también a muchos ciudadanos inocentes. Llegado este momento sería muy importante contar con el apoyo de una gran parte de la población. A fin de cuenta, la idea de todo esto era beneficiar a la gente más desfavorecida y con menos recursos.<br />Dos días después ocurrió otro hecho también trascendental. Esta vez, Santiago fue todavía más lejos. Se trasladó a Moscú, entró de forma espectacular en el Kremlin desarmando a todos los guardias y soldados que se ponían en su camino y raptó literalmente al presidente ruso. Horas más tarde apareció con éste en la República de Chechenia, en la ciudad de Grozni, después de haberle dado una vuelta por el aire por casi la totalidad del territorio chechenio. El objetivo era mostrarle toda la miseria y las penalidades que los habitantes de dicha región estaban sufriendo a causa de la guerra y del continuo asedio por parte de las tropas rusas. Le hizo una seria advertencia para que cambiara de actitud con esa gente, dándoles toda la libertad y los derechos que cualquier ciudadano debe tener. Seguidamente se marchó tal como vino, dejando al presidente ruso en dicha ciudad, en medio de la población a la que tanto había despreciado durante todo su mandato.<br />Con esto, Santiago quiso dar un aviso a todos los gobernantes del mundo para que lo tomaran más en serio y tuvieran muy en cuenta sus advertencias.<br />Según me informó Irene, con la que tenía contacto casi diario a través del correo electrónico, el aviso surtió efecto en algunos países, los cuales empezaron a desmantelar, al menos en apariencia, muchas de sus importantes fábricas de armamento. Tras el cierre de éstas, vino lo que ya se preveía; numerosas manifestaciones de trabajadores que se habían quedado sin trabajo, salieron a la calle en protesta por lo que ellos consideraban una injusticia. Cuando una persona se queda sin su sustento diario no se para a pensar que está haciendo un bien social para el futuro, ni nada de eso. Todos y cada uno de nosotros lo único que queremos es que nos solucionen nuestro propio problema y nada más.<br />Lo cierto es que muchos gobiernos tendrían que hacer juegos de malabares para poder hacer las reformas que pretendía Santiago y a la vez perjudicar al menor número posible de ciudadanos. Pero, como dijo el mismo Santiago, ya se las arreglaran, y si no, será el tiempo el que se encargue de terminar con estos problemas secundarios.<br />Después de Rusia, nuestro particular Dios, visitó el continente africano. En Sudán acabó con varios grupos paramilitares liderados por los llamados señores de la guerra, que tenían atemorizados a gran parte de la población con sus constantes asedios. De esta forma consiguió dos objetivos al mismo tiempo; por un lado acababa con grupos violentos y muy peligrosos y por otro permitía la llegada de ayuda humanitaria con total seguridad, cosa que, hasta ahora, era imposible.<br />También actuó en la República Democrática del Congo, Somalia, en Uganda y en Chad. Con estas actuaciones se aseguró la inmediata rendición de la gran mayoría de grupos armados que actuaban en este continente.<br />No había lugar a dudas de que había infravalorado a Santiago. Después de una semana en acción me había dejado bien claro, a mí y al resto del mundo, que era muy capaz de hacer todo lo que anunció en su mensaje. La velocidad con que actuaba era increíble; en una de sus comunicaciones, Irene me comentó que les resultaba imposible presenciar todas sus actuaciones, y que éstas eran mucho más numerosas de lo que se veía en los noticiarios, los cuales habían creado una sección especial dedicada exclusivamente a nuestro Dios. Aún así, el trabajo que estaban realizando los reporteros era formidable. No había una sola nación en todo el mundo donde no llegaran puntualmente las imágenes tomadas por estos profesionales, dando testimonio directo de lo que les podría suceder a todos aquellos que actuasen en contra de los derechos humanos.<br />En todos los países donde existían conflictos armados se sucedían las rendiciones incondicionales de grupos de insurgentes, los cuales, después de entregar las armas, se disolvían rápidamente temiendo la llegada inesperada del implacable enemigo que les había surgido.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-233376705055090522008-05-06T10:02:00.001+02:002008-05-06T10:03:31.398+02:00Capítulo Doce<p align="justify">Esa misma mañana regresé a mi pueblo. Para ello alquilé un coche; conducir era algo que me relajaba mucho y, en ese momento, me apetecía. También me ayudaba mucho a pensar y reflexionar sobre todo lo que había oído y sobre lo que iba a ocurrir en los próximos días.<br />La charla con Santiago en la cafetería me había tranquilizado un poco con respecto a las intenciones de éste. Su filosofía estaba clara y, prácticamente, yo coincidía con él en todo lo que me expuso; supongo que por eso me eligió a mí. Todas sus pretensiones formaban parte de la lógica; cualquiera con un mínimo de sentido común y conocimiento llegaría a las mismas conclusiones.<br />Lo que a mí seguía preocupándome era el enorme esfuerzo que sería necesario hacer para poder llevar a la práctica todo lo que él pretendía. No estaba seguro siquiera de que viviera lo suficiente para poder ver concluido su proyecto. Y no digamos ya de escribirlo.<br />Al siguiente día de llegar a mi casa me puse manos a la obra. Empecé a escribir todo lo que me había ocurrido estos últimos días y las conversaciones que había tenido con Irene y Santiago; no quería que se me pasara nada. De esa forma también mataría un poco el tiempo mientras llegaba el gran momento, para lo cual sólo faltaban dos días.<br />No me explicaba como se podía haber enterado Santiago de lo de la visita del presidente Cóleman a Israel. En las noticias no se comentaba nada al respecto. Llegué a pensar que se había equivocado y todo lo que habíamos planeado no serviría para nada. Pero claro, también había que entender que una visita así es normal que se mantuviera en secreto hasta el último instante, teniendo en cuenta la peligrosidad de la zona en estos momentos. Si Santiago estaba en lo cierto, me volvería a demostrar que tenía que confiar en sus contactos un poco más de lo que lo hacía ahora.<br />Y efectivamente, así fue. El lunes me levanté muy temprano, de hecho llevaba sin dormir desde media noche, quería escuchar las primeras noticias que daban por televisión. Ni que decir tiene, lo nervioso que me encontraba en aquel momento. Por fin había llegado el gran día; el día que podría cambiar el curso de la historia de la humanidad para siempre. Y yo sería uno de los pocos privilegiados que sabría la verdad de todo (o al menos eso creía yo).<br />La primera de las noticias internacionales que dieron fue precisamente la visita de Larry Cóleman a su país amigo Israel. Afortunadamente aún no se había producido el acto en la Universidad de Bar-Ilan, no caí en la cuenta de que Israel nos lleva una hora de adelanto más o menos. Por lo que comentaron, estaba previsto para dentro de media hora. Por lo visto, consistía en una especie de entrega de condecoraciones a varias personalidades de este país y, como dijo Santiago, la asistencia era muy reducida; aparte de familiares y algunos altos mandatarios, sólo estarían presente varios medios de comunicación elegidos para retransmitir la ceremonia.<br />No le dieron mucha relevancia a la noticia y, enseguida pasaron a otros temas de supuesto interés. Tenía el tiempo justo para tomar un desayuno rápido y prepararme para presenciar el mayor acontecimiento mundial de toda la historia. Por supuesto, preparé un disco en la grabadora para poder verlo las veces que fuera necesario. Confiaba en que el equipo de Irene hiciera un buen trabajo con las imágenes.<br />Habían concluido ya todos los noticiarios en las principales cadenas de televisión cuando me volví a sentar, unos veinticinco minutos después. Transcurría un cuarto de hora después de la hora prevista, la cual pasé cambiando sin cesar canal tras canal, confieso que un poco desilusionado, cuando por fin ocurrió lo esperado. Se interrumpió la programación matutina para ofrecer un boletín informativo especial de última hora. Mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que tuve que ponerme a respirar profundamente para tranquilizarme un poco.<br />Antes de aparecer ninguna imagen por pantalla se escuchó la voz en off de un comentarista que se notaba a leguas que había sido improvisado desde los estudios centrales de la emisora:<br />–Interrumpimos la programación oficial para ofrecerles en directo imágenes llegadas hace unos minutos desde Israel, donde según nos informan nuestros corresponsales, están ocurriendo unos hechos insólitos durante el acto de entrega de medallas que tenía convocado el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Larry Cóleman en la ciudad de Tel Aviv.<br />En ese mismo momento aparecieron por pantalla las, tan esperadas imágenes, desde la Universidad de Bar-Ilan. Me había imaginado la escena decenas de veces pero ni por asomo podía haber esperado que fuese algo como lo que estaba presenciando; Santiago había superado con creces todas mis expectativas. No parecía real, era como si estuviese viendo alguna de esas espectaculares películas a que nos tiene acostumbrado la industria del cine. Mi primera impresión fue pensar que la gente no se lo creería; más bien pensarían que se trataba de un montaje televisivo, una especie de broma.<br />Santiago estaba irreconocible; como habíamos quedado, lucía una gran barba blanca y una peluca también canosa a la altura de los hombros. Iba vestido de forma muy sencilla, con una especie de camisa blanca al estilo oriental y pantalón blanco también; los pies los llevaba calzados con unas sandalias entrelazadas a los tobillos. Su aspecto no parecería nada grandioso si no fuera porque estaba suspendido en el aire, a unos cinco metros de altura sobre la tarima donde se encontraban las personalidades a homenajear, en un extremo de una especie de patio interior cuadrado.<br />En ese momento ya se encontraban a su lado los dos presidentes, también suspendidos en el aire como dos marionetas. Sus caras reflejaban perfectamente el pánico que estaban sintiendo, al igual que el resto de los presentes, al menos los pocos que se podían ver por las imágenes, ya que la cámara estaba centrada prácticamente en nuestro particular Dios y sus dos acompañantes. Sobre ellos se podía distinguir la oscuridad de la nube que nos comentó Santiago que haría aparecer para ocultar a los dos líderes terroristas.<br />La aparición debió ser algo espectacular; días más tarde lo pude comprobar con una grabación que me pasó Irene donde se podía ver toda la secuencia completa. Tal y como él nos dijo, apareció como un rayo con su correspondiente trueno, desde el interior de una gran nube negra que se había formado rápidamente sobre el patio de la universidad. Todo sucedió muy deprisa; apenas pudieron hacer ningún movimiento ninguno de los presentes antes de que Santiago los inmovilizara. Casi inmediatamente elevó por los aires a los dos presidentes juntos, hasta colocarlos uno a cada lado suyo. En un principio el griterío general fue ensordecedor. Como había predicho Santiago, no tardaron en aparecer por varias puertas alrededor del patio, algunos hombres pertenecientes a la guardia personal de Ehud Shamir; éstos fueron inmovilizados también inmediatamente después de que las armas que llevaban en las manos volaran por los aires perdiéndose tras la inmensa nube que cubría todo el recinto. La escena fue de lo más espectacular. También se escuchaba el sonido de varios helicópteros que sobrevolaban la zona, pero quedaban tapados por la nube, de forma que ni ellos podían ver nada ni nosotros a ellos.<br />Una vez que la situación parecía que estaba controlada, nuestro hombre empezó su sermón. Su voz sonaba como un gran estruendo, apagando sin remedio cualquier otro sonido que surgiese en la zona. No podía creer que yo hubiese ayudado a escribir aquel discurso que, con el tiempo, se convertiría junto con estas imágenes, en la grabación más vista y escuchada en todo el mundo.<br />Tengo que reconocer que me emocioné muchísimo viendo todo aquello; ahora sabía lo que sentiría un niño de ocho años viendo su primera película de Harry Potter. No me podía quitar de la cabeza qué es lo que estarían pensando los millones de personas que en este momento estuviesen presenciando estas imágenes. Sin duda habría sentimientos de todo tipo; miedo, dolor, emoción, esperanza, alegría. Seguramente aún nadie podía imaginar lo que les esperaba después de esto y, me supongo que la mayoría de la gente estaría muy asustada ante lo desconocido, sobretodo aquellas personas que, como yo, viviesen sin ningún tipo de problemas, con su vida resuelta y nada que las perturbase; hasta ahora.<br />El discurso me pareció rapidísimo, teniendo en cuenta las horas que tardamos en redactarlo. No le llevó más de quince minutos pronunciarlo, con toda la majestuosidad y solemnidad que la situación requería, por supuesto; aunque estoy seguro de que a los presentes se le hizo interminable, sobretodo a los dos presidentes que se encontraban flotando en el aire.<br />Sin duda, el momento culminante llegó al final, cuando anunció la presencia de los líderes radicales del Islam. Al momento, éstos aparecieron como de la nada desde el interior de la gran nube y se situaron uno a cada lado de sus irreconciliables enemigos. Se les veía bastante demacrados y asustados, como si presintiesen su inminente final. La sorpresa fue mayúscula para todos.<br />Seguidamente habló sobre la necesidad de que estos personajes, y todos aquellos que actuasen como ellos en un futuro, desapareciesen del planeta para siempre. De pronto, la nube se volatilizó como por arte de magia y el cielo quedó totalmente despejado sobre sus cabezas. En ese instante, sin mediar más palabra, los cuatro líderes fueron lanzados a una velocidad increíble hacia el espacio de manera que, en cuestión de un segundo, desaparecieron por completo de la vista.<br />Cuando esto ocurrió, Santiago también desapareció rápidamente por el cielo dejando tras de sí una gran humareda que se fue disipando poco a poco. Al mismo tiempo, los invitados que se encontraban presenciando el acto, así como los guardias de seguridad, empezaron a recobrar la movilidad. El pánico era generalizado, aunque la gente parecía que no sabían muy bien lo que hacer; aún no se les había pasado la sorpresa y, seguramente, no eran conscientes todavía de lo que acababan de presenciar. A los pocos segundos, la imagen se interrumpió dando paso a una serie de anuncios publicitarios. Supongo que las emisoras de televisión estarían en estos momentos tan desconcertadas que no tendrían nada preparado para la ocasión.<br /><br />La mecha había sido encendida. El mensaje había sido claro y contundente, tal y como Santiago pretendía. Ya sólo restaba comprobar la reacción que había causado, y que causaría próximamente, en el resto del mundo, sobretodo en los distintos gobiernos más afectados.<br />Yo me encontraba mucho más tranquilo que al principio. La impresión que había causado superó con creces lo que yo había imaginado. No me cabía la menor duda de que Santiago había conseguido exactamente lo que se había propuesto. En estos momentos me alegraba más que nunca de que Santiago hubiera acudido a mí, de otro modo, ahora mismo me estaría volviendo completamente loco después de haber visto todo aquello.</p>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-27080940705564455812008-04-28T12:30:00.002+02:002008-04-28T12:31:19.042+02:00Capítulo Once<div align="justify">Después de entregarle todo el documento correctamente terminado y corregido a Santiago, nos fuimos a una pequeña cafetería cercana a charlar un poco antes de la despedida.<br />–Ya sé que no quieres –empezó él diciendo–, pero me hubiera encantado que estuvieras presente en Tel Aviv, conmigo. Será un día memorable para la humanidad, y debes recordar que no puedes perderte ningún detalle para poder escribirlo el día de mañana.<br />–Lo sé; eso no me preocupa. Tú sabes que a partir del lunes la única noticia que se escuchará en el mundo será la tuya, así que no creo que tenga ningún problema, estaré bien informado de todo lo que pase. Te prometo que no me despegaré de la televisión para nada.<br />–Pues no sé qué será mejor. No te fíes mucho de lo que escuches por los medios de comunicación, ya sabes que la mitad es mentira y la otra mitad, seguro que la exageran –comentó Santiago medio en broma; estaba claro que ya me había oído decir eso mismo muchas veces.<br />–A mí no podrán ya engañarme sabiendo lo que sé. Prefiero presenciarlo todo desde la tranquilidad de mi casa y mi pueblo; ya sabes que a mí no me gusta mucho el protagonismo. Prefiero pasar desapercibido.<br />–No me digas más, lo he leído cientos de veces en tus libros: “el bien más preciado del que puede disfrutar un hombre es la tranquilidad. Acostarse todas las noches con la conciencia en paz, el espíritu en calma y nada que le perturbe el sueño”. ¿No es así?<br />–Ya veo que te lo tienes bien aprendido –contesté sonriendo–. Aunque creo que exageras, no lo he escrito tantas veces.<br />–Ojalá pudiera yo también disfrutar de esa tranquilidad; no creas que no me gustaría. Y, sinceramente, espero que algún día la consiga. De todas formas, si no te importa, le diré a Irene que esté en contacto contigo y te mantenga bien informado. Quiero que sepas como va la operación en todo momento, para después poder relatarlo más fielmente.<br />–No habrá inconveniente; será un placer charlar con Irene de vez en cuando. Dime una cosa Santiago –le repuse algo más serio–, ¿de verdad crees que todo saldrá tal y como lo has planeado? No es que dude de ti, es que me parece todo tan utópico...<br />–No te preocupes, tus dudas son las mismas que tenéis todos. Sabéis que mis intenciones son buenas pero no estáis tan seguros de que sea capaz de llevarlo todo a cabo como os lo he expuesto. Es normal, no es fácil de creer.<br />–Tampoco es eso exactamente. Después de lo que nos contaste ayer durante el almuerzo, sé que eres muy capaz de hacer todo lo que pretendes. El problema que yo veo es la respuesta de la gente. No me imagino a todo el mundo aceptando la llegada de un nuevo Dios, así sin más. ¿Qué pasará con todas las creencias religiosas que tienen millones y millones de seres humanos y que son fruto de miles de años de tradición? No se doblegaran tan fácilmente, lucharán con los medios que tengan a su alcance para mantener sus costumbres.<br />–Ya cuento con eso –me contestó tranquilamente–. Tú problema y el de todos los seres humanos, es que tenéis una visión temporal muy reducida, como mucho de cien o doscientos años. Ya sé que para ti eso es una eternidad, teniendo en cuenta que tendrás suerte si vives hasta los cien años, pero yo lo veo de forma muy distinta.<br />»Piensa por un momento en Jesucristo y en el cristianismo, por ejemplo. Recuerda que no fue hasta el siglo IV, con Constantino I, cuando se contemporizó esta religión; hasta entonces, durante más de trescientos años, los cristianos fueron perseguidos y masacrados por el imperio romano.<br />»La expansión del Islam fue más rápida debido al carácter bélico de Mahoma; no podemos olvidar que, aunque los musulmanes son contrarios a imponer sus creencias religiosas por la fuerza, sus conquistas territoriales ayudaron en gran medida a este fin durante los siglos VII y VIII.<br />»Los budistas no fueron perseguidos de esa forma, pero también su filosofía tardó varios siglos en extenderse por Oriente.<br />»Yo no pretendo imponer una nueva religión, ya tenemos bastante con las que hay, aunque me temo que eso será inevitable. De cualquier forma, lo que quiero explicarte es que yo sé todos los problemas que voy a causar entre la población contemporánea. Sé que habrá muchos conflictos en todas las Iglesias del mundo que, incluso podrán desembocar en graves altercados violentos. Todo eso lo sé, pero no puede alejarme de mi misión, ya que yo voy mucho más allá. Todas esas confrontaciones producidas por mi aparición pasarán algún día, no sé cuándo, tal vez duren años, pero ten por seguro que tarde o temprano acabarán. Las nuevas generaciones mejor formadas, o al menos eso es lo que pretendo, tomarán el relevo, y me da igual que crean en la doctrina que vamos a imponer como en una nueva religión o, simplemente, como en una filosofía de vida, eso es lo de menos.<br />–Sí, creo que te comprendo –le respondí pensativo–. A unos les tocará sufrir para que otros puedan vivir mejor. Pero, por lo que estás diciendo, el aspecto más importante en el que debemos hacer más hincapié, será la educación de los niños. Ahí será donde radique el verdadero éxito de tu plan o su fracaso. ¿Cómo pretendes acometer eso?<br />–En un mundo tan diverso culturalmente hablando, no será nada fácil unificar la enseñanza de los más jóvenes, pero ese será nuestro objetivo una vez que hallamos conseguido estabilizar la situación política y económica del planeta. Quizás se necesiten varias generaciones para lograrlo, aunque estoy seguro de que al final lo conseguiremos con la ayuda de todos y, te puedo asegurar, que merecerá la pena el esfuerzo.<br />–¿Tienes pensado algo en concreto? –quise saber.<br />–Básicamente, lo mismo que a cualquier persona razonable, como tú por ejemplo, se le pudiera ocurrir. Yo no pretendo cambiar las tradiciones de nadie, ni sus costumbres; la idea sería centrar los esfuerzos en valores básicos comunes a cualquier sistema educativo o religión, como pueden ser el respeto a los demás, el sentido del deber y del esfuerzo, la solidaridad, la justicia,... En definitiva, todo aquello que el sentido común nos dice que puede ayudar a una persona a convertirse en un ser humano guiado por la justa razón o el justo medio, como diría Aristóteles.<br />–Pues permítame que te diga –le repuse–, pero yo no conozco ningún sistema educativo del mundo que enseñe esos valores, ni tan siquiera la mitad de ellos.<br />–Tienes razón, en la práctica no hay ninguno que lo haga; ese es precisamente el cambio que tenemos que intentar introducir. En la actualidad, la educación, sobre todo en los países más desarrollados, se centra casi exclusivamente en los conocimientos y en las ciencias, olvidándose por completo de la filosofía y las humanidades.<br />»Por supuesto que a un niño de siete u ocho años no se le puede obligar a leer a Platón o Descarte, eso sería un disparate y no es eso a lo que me refiero. Pero sí que se le puede enseñar a ser responsable o que tiene que esforzarse si quiere conseguir algo, por ejemplo; o, que además de unos derechos, también tiene unos deberes.<br />»Ya sé lo que estás pensando –se anticipó a mi pregunta–; ya sé que esa educación básica está en las manos de los padres y no de las escuelas. En teoría así es como debe ser, pero en la práctica está claro que no funciona, y no porque ellos no quieran, todo el mundo sabe que un padre siempre desea lo mejor para su hijo; el problema radica en que no saben cómo hacerlo, ya sea por falta de tiempo, de conocimiento o de capacidad, y, al mismo tiempo, la sociedad no ayuda para nada, a diferencia de como ocurría en otros tiempos más difíciles. Si lo piensas, es normal, no hay nadie que sepa de todo, y, si nadie les ha enseñado a hacerlo pues cada uno lo hará como pueda, experimentando, improvisando, lo que todos hacemos cuando nos obligan a acometer algo para lo que no estamos preparados. Por eso hay que echarles un cable.<br />»Y lo peor de todo es que, no sólo seguirá sin funcionar, sino que irá en detrimento conforme pasen de una generación a otra. Un padre sin educación es imposible que eduque bien a su hijo.<br />»Por eso es tan importante parar en algún momento esta rueda sin fin; y la única forma de hacerlo es en seco, dando un giro de ciento ochenta grados en todos los sistemas educativos del mundo, o al menos en los países más desarrollados, que son los más deteriorados. El principio será lo más difícil y costoso, pero una vez que se consiga una generación con estos valores bien asumidos, el mantenerlos será más sencillo.<br />–Tu intención sigue siendo buena, pero déjame que siga haciendo de abogado del diablo. La teoría es muy bonita pero no creo que eso que dices se pueda ejecutar por muchos años que pasen. Vale que con tus poderes puedas acabar con las guerras, la violencia y con todas las armas del mundo, pero ¿cómo vas a cambiar la mentalidad de millones de seres humanos tan inmersos en una sociedad dominada por el materialismo y por un consumismo tan desaforado?<br />–Hombre de poca fe. Ya te he dicho que sé que no será fácil, pero olvidas que no estoy sólo; hay miles de personas que piensan como nosotros en todos los rincones del mundo. Ellos serán los que lo consigan.<br />»Pero como sé que lo que estás es buscándome la lengua para que te explique mis ideas, no te haré sufrir más; escucha.<br />»Como tú bien has dicho, vivimos en una sociedad dominada por un consumismo exacerbado que no hace más que ir en aumento. ¿Qué sentimiento hace que a una persona se le nuble su sentido común y se lance a ciegas a consumir sin ningún miramiento?<br />–Sin duda, el deseo –le contesté.<br />–Así es. ¿Y qué es lo que hace hoy en día que este deseo sea fomentado cada vez más y más, sin límite alguno?<br />–Pues no sé,... ¿la publicidad, por ejemplo?<br />–Por ejemplo la publicidad, o las agencias de mercadotecnia. Yo lo resumiría en una palabra: manipulación.<br />»Si te fijas, estamos en la era de la manipulación. Estamos siendo manipulados por todos lados. Nos manipulan en las escuelas, nos manipulan los partidos políticos, nuestros líderes, nos manipulan las iglesias, nos manipulan las grandes multinacionales, nos manipulan los publicistas. Los medios de que se sirven ya los conoces, la televisión, la radio, los periódicos, los centros comerciales, los mítines, etcétera.<br />»En definitiva, desde que un niño tiene un mínimo de uso de razón, es manipulado desde todos los frentes y, sin unos padres o educadores que sepan acotar esta situación, el resultado es inevitable. Y con los niños aún tenemos otro problema añadido, que son los juegos, cada día más insociables y violentos. Todos sabemos que cualquier animal, y el ser humano no va a ser menos, aprende imitando la conducta que ve a su alrededor; por eso la mayoría de los animales no se separan de sus cachorros hasta que éstos no son adultos. Con las personas, sin embargo, no pasa eso. Hoy en día, pocos padres tienen tiempo para educar a sus hijos y, los que lo tienen, no saben como hacerlo. Las escuelas, por otra parte, dejan esta educación en manos de los padres y el resultado final es que nadie le enseña a ese niño unas normas básicas de comportamiento ante la sociedad.<br />»Ya hemos comprobado que, en una sociedad con un ritmo tan acelerado como en la que vivimos, es imposible que todos los padres eduquen a sus hijos convenientemente de la misma forma, así que por qué no implantar esta educación forzosamente en los lugares escogidos para tal fin, o sea, en las escuelas, con personas dedicadas exclusivamente a esta tarea, que adopten toda la responsabilidad que ella les exige.<br />»Eso por un lado; por otro, habría que intentar evitar por todos los medios posibles esa mala influencia de la que hablábamos antes que viene a través de la manipulación. Si es necesario prohibir cualquier tipo de publicidad, se hará. Si es necesario prohibir la venta y distribución de juegos violentos, se hará. Ya sé que las prohibiciones no conducen a nada bueno, a mí tampoco me gustan. Espero que, con el tiempo, estas prohibiciones dejen de ser necesarias, pero de momento, me temo que no habrá otra alternativa.<br />–Te recuerdo –le dije– que también las drogas están prohibidas y sin embargo circulan con total impunidad por todos lados, llegando incluso a manos de los más jóvenes.<br />–¿Piensas que soy capaz de acabar con todas las armas de fuego del mundo y no voy a ser capaz de acabar también con las drogas, o con unos simples videojuegos?<br />–O sea, que no sólo estás hablando de prohibirlos, sino que también piensa actuar en contra de ellos con todos los medios que posees.<br />–¿Acaso conoces otra forma? No soy tan iluso como parezco. Sé de sobra que las prohibiciones lo único que hacen es fomentar la aparición del tráfico ilegal, creando un problema aún mayor que el que había en un principio.<br />»Por eso, me guste o no me guste, en un principio tendré que actuar también en contra de toda esta manipulación y malas influencias que no conducen a nada bueno. Será una tarea ardua y penosa, lo sé, pero el tiempo nos dará la razón, ya lo verás.<br />–A mí no hace falta que me convenzas; yo estoy contigo y, supongo que tú sabrás lo que haces. Lo único que te quiero decir es que las consecuencias que traerá consigo todo eso que pretendes hacer, van a ser terribles. Vas a provocar un caos mundial tan grande que, a su lado, la caída de la bolsa de Nueva York del 29, parecerá una partida del Monopoly.<br />–Lo sé. Pero te lo vuelvo a repetir, yo tengo las miras puestas mucho más allá de todo eso. Estoy seguro de que una vez que pase la crisis y la población se estabilice y se habitúe a las nuevas condiciones, la vida en este planeta será mucho más apacible y la gente será más feliz. No sé el tiempo que nos llevará conseguirlo ni lo que durará, una vez que lo hayamos logrado; lo que sí sé es que mi obligación es intentarlo. Nunca antes nadie había tenido la oportunidad que tengo yo en mis manos; no puedo desaprovecharla.<br />–Amen. Pero hay otra cosa que me preocupa –pensé que quizás no tuviese otra oportunidad para charlar con él largo y tendido, así que decidí sincerarme–. ¿Qué pasará con todos los presidentes y líderes de cada país? No pongo en duda de que haya muchos que estén contigo, te apoyen y pongan a tu alcance todos los medios que solicites de ellos, pero tú sabes que también habrá muchos otros, me temo que la mayoría, que no estarán por la labor; verán peligrar su supremacía y te pondrán las cosas muy difíciles. Y no me digas que tienes pensado mandar a la estratosfera también a todos éstos.<br />–Espero que no sea necesario –me contestó, quise suponer que en broma–. Seguro que recordarás estas palabras de Sócrates: “Todo Estado en que los que deben mandar no muestran empeño por engrandecerse, necesariamente ha de ser bien gobernado y ha de reinar en él la concordia; mientras que donde quiera que se ansíe el mando no puede menos que suceder todo lo contrario... En el Estado sólo mandarán los que son verdaderamente ricos, no en oro, sino en sabiduría y en virtud... Es preciso confiar la autoridad a los que no están ansiosos por poseerla, porque en otro caso la rivalidad haría nacer disputas entre ellos.”<br />–¿Quieres decir que también estás dispuesto a pasar por encima de la democracia y colocar tú mismo a los líderes que juzgues necesarios?<br />–Bueno, sólo en los casos más extremos. Te puedo asegurar que no tendría ningún inconveniente en mandar a paseo a todo aquel que se lo merezca. Espero que con mis palabras, o amenazas, como quieras llamarlas, haga brotar la sensatez en la mayoría de ellos.<br />–Sí, eso espero yo también, pero no sé... tengo mis dudas. Si consigues algo ten por seguro que será más bien por temor más que por sentido común.<br />–Eso me da igual y, ya te digo, si alguno me obliga, tengo recursos de sobra para colocar al frente de un país a quien yo crea conveniente.<br />–¿Aunque éste no quiera? –le pregunté–. Ya sabes por qué te lo pregunto. Normalmente las personas más sabias y justas huyen de estos cargos públicos y de tanta responsabilidad; saben de sobra los problemas que ellos acarrean y prefieren mantenerse al margen.<br />–Sé por donde vas, pero te equivocas. Permíteme que siga aludiendo a Sócrates, si lo hago es porque sus palabras expresan mucho mejor que cualquiera de las que yo pueda usar la idea que quiero transmitirte:<br />»”Al enfermo, sea rico o pobre, es al que corresponde acudir al médico; y, en general, lo natural es que el que tiene necesidad de ser gobernado vaya en busca del que puede gobernarle, y no aquellos cuyo gobierno pueda ser útil a los demás supliquen a éstos que se pongan en sus manos.”<br />»Esto último es lo que ocurre normalmente en cualquier estado democrático. Vale que el pueblo dispone de alternativas a elegir, pero no siempre son buenas todas las alternativas y, aunque haya una buena, o menos mala, tendrá la necesidad de convivir y consensuar con las demás, con lo que se verá obligada a perder en parte su propia identidad.<br />»Eso sin contar con la facilidad de manipulación que tienen toda esta gente. Por desgracia hemos podido comprobar en demasiadas ocasiones el poco acierto que llegan a tener algunos pueblos a la hora de elegir a sus gobernantes, llevados normalmente por el engaño a que son sometidos diariamente por éstos.<br />»Te sorprendería conocer la cantidad de gente honesta que estarían dispuestas a ponerse al frente de una nación en las condiciones en que yo se la dejaría. Además, la responsabilidad caería siempre sobre mí, que, en teoría, seré el que pondrá las normas.<br />–¿Y qué condiciones serían esas? –quise saber.<br />–Una vez eliminada la violencia y cualquier otra conducta delictiva producida por una mala formación en las edades más tempranas; una vez que hallamos hecho desaparecer en la medida de lo posible la corrupción en las altas esferas del gobierno, tan sólo hay dos cosa más que pueden llevar a la ruina a un país: la riqueza y la pobreza. De ahí que mi pretensión sea conseguir la mayor igualdad posible entre toda la población. Recuerda lo que os dije el otro día, unos deberemos de bajar de nivel para que otros puedan subir.<br />»Sé que es imposible que todo el mundo tenga el mismo nivel económico, pero las diferencias que existen en la actualidad son abismales; eso es lo que no se puede consentir. Éste es un reto difícil de lograr, de momento a mí se me ocurren dos frentes por los que atacar.<br />»Por un lado, tenemos varios sectores de la población o gremios encargados de abastecer al resto de bienes básicos para la vida, como pueden ser las viviendas, el combustible o determinados productos alimenticios, que se están enriqueciendo cada día más a base de poner unos precios abusivos en nada acorde con los gastos que de ellos derivan. La mayoría de ellos sólo son intermediarios, que con una mínima inversión, obtienen enormes ganancias a costa de los pobres compradores que se ven obligados a pagar los elevados precios que éstos les imponen. Ya sé que existen controles legales que intentan evitar estas prácticas, pero es evidente que no funcionan, unas veces por dejadez administrativa y otras veces porque no interesa.<br />»Y por otro lado tenemos los productos de lujo. Algo que no les entra en la cabeza a la mayoría de la gente es que un estado necesita mucho dinero para poder administrarse correctamente y poder suministrar sin ningún problema todos los bienes necesarios para la población y que derivan del contrato social contraído con ellos, como son la educación, la asistencia médica, la seguridad, las pensiones, etcétera; pues bien, ¿qué ocurre en la actualidad? Que todo el que puede escaquearse de pagar su parte al estado lo hace, y, normalmente, éstos suelen ser los que más tienen ya que también disponen de más medios para hacerlo. Es evidente que dinero hay para todos, el problema es que no está bien repartido. Mi idea consiste en subir un porcentaje bastante alto los impuestos de todos los productos de lujo y que no sean necesarios para llevar una vida cómoda y sencilla. Por ejemplo los coches a partir de determinada cilindrada o las viviendas que sobrepasen unos determinados metros cuadrados. Quien quiera lujos, que los pague, en beneficio del resto de la población que no pueda permitírselos.<br />»Yo creo que si conseguimos controlar estos dos aspectos, por un lado una regularización más eficaz de los precios de los artículos primarios y por otro, que el que tenga más, también pague más, habremos conseguido atajar la mitad del problema.<br />–Todo eso me parece muy bien –le respondí–, pero se necesitará mucho personal para controlar el correcto cumplimiento de las normas. Como dijiste antes, casi todo está ya regularizado, el problema es que no se cumple la ley y, yo creo que en la mayoría de las ocasiones, no se hace porque no se disponen de los medios necesarios.<br />–Tienes razón en parte. Es verdad que a veces faltan medios, pero esto sólo es cuestión de dinero, de ahí que haya que recaudar más impuestos pero sólo a través de los artículos de lujo, como te dije antes. Te digo en parte, porque he podido comprobar que todos los países desarrollados disponen de recursos suficientes para hacer cumplir las normas establecidas; el problema son las prioridades. En todos estos países existen administraciones con exceso de personal y de presupuestos que si se gestionaran correctamente a donde de verdad se necesitan, podrían ser de mucho más provecho para el conjunto de la sociedad.<br />»La clave está en la organización. No te puedes hacer una idea de la de millones y millones que se destinan todos los años a subvenciones y otros asuntos triviales totalmente innecesarios. Si este dinero se encauzara en lo realmente importante como son la educación y la asistencia médica, te puedo asegurar que el conjunto de la población viviría mejor. Sólo es cuestión de mirar un poco más por el bien común y no tanto por el personal; a fin de cuentas, todos formamos parte de la sociedad y, lo que se haga en su bien, también repercutirá en el bienestar de cada uno.<br />–Claro, pero eso no es tan fácil de que la gente lo comprenda. Yo siempre he dicho que nos engañamos a nosotros mismos al pensar que vivimos en un país desarrollado. Para mí, esto no es más que una caricatura de país desarrollado.<br />»En un país desarrollado no es necesario que aquel que quiera tener una educación de calidad, se la tenga que pagar. O aquel que necesite una asistencia médica eficiente también se la tenga que pagar. En un país desarrollado no tienen por qué proliferar tantas empresas privadas de seguridad para proteger a la gente, ya que el estado no puede hacerlo. Tampoco tendríamos por qué estar pensando todos en abrirnos un plan de pensiones para asegurarnos una jubilación digna. ¿De qué nos sirve pagar tantos impuestos si al final, la mayoría de los ciudadanos tenemos que buscarnos por nuestra cuenta las necesidades básicas que se supone tiene que proporcionarnos el estado?<br />–Exacto. Como te digo, es en esas necesidades básicas donde hay que poner todos los recursos que sean necesarios y, una vez que estén cubiertas satisfactoriamente para toda la población, entonces dedicarnos a otros menesteres menos importantes, por muy demandados que sean también. Sólo hay que establecer las prioridades adecuadas.<br />–¿Y de verdad crees que serás capaz de conseguirlo? –yo continuaba con mi incredulidad al respecto–. La teoría está muy clara, pero para llevar todo eso a la práctica serán necesario tantos cambios que no sé yo si será posible.<br />–No lo sé. Cuento con despertar pronto el sentido común que todos tenemos, en la mayor parte de la población. Recuerda la pregunta que te hice el día que te conocí; me refiero a tus preferencias en cuanto a una democracia corrupta o a un dictador justo. Tan sólo aquellos que formen parte de esa corrupción no elegirían al dictador justo, ¿no crees?<br />–Claro, supongo que tienes razón. –le contesté.<br />–Pues de eso se trata. A mí no me importa aparecer como un gran dictador, de hecho, eso es lo que seré, ya que impondré mis propias normas. Al principio habrá mucho rechazo y confusión, pero espero, que con el tiempo, la gente se de cuenta de que todo lo que hago es por el bien común y por preservar nuestro futuro. Cuando esto ocurra, confiarán en mí y todo será más sencillo.<br />»Otro de los grandes problemas que tiene la democracia es el exceso de libertad y la falta de autoridad. Esto hace que, con el tiempo, acabe degenerando sin darnos cuenta, incluso en una tiranía; un tirano no tiene por qué ser una sola persona, puede ser un gobierno entero, un monopolio o cualquier tipo de asociación que controle el mercado mundial, por ejemplo, y el cual acabe esclavizándonos sin que nos percatemos de ello.<br />»Nos estamos acercando muy peligrosamente a ese momento de degradación completa que acabará destruyendo el modo de vida que conocemos ahora, y la única forma de evitarlo es la que yo propongo.<br />»En realidad, la mayoría de la gente desean tener una autoridad por encima suya que les guíe, que les imponga un criterio unificador capaz de infundirles una verdadera libertad de elección y de juicio. El sacerdote milanés Luigi Giussani escribió una vez: “Sólo una época de discípulos puede deparar una época de genios”.<br />»Yo no pretendo crear genios, me conformo con hacer comprender a la sociedad, sobretodo a los más jóvenes, en qué consiste la auténtica libertad para que luego puedan juzgar la realidad por ellos mismos. Sin esta autoridad a modo de guía espiritual y una libertad mal comprendida, lo único que se consigue es crear en las personas un falso concepto de la realidad llevándolas a caer fácilmente en las garras de fuerzas externas como son las modas y los placeres superfluos y banales, a los que son arrastrados inevitablemente por la inercia de la sociedad.<br />»En cuanto al exceso de libertad, volveré a citar nuevamente a Sócrates, que lo apuntó muy bien en su definición de lo que es un Estado democrático: “La causa de su ruina es el deseo insaciable de lo que mira como su verdadero bien: la libertad. ... Cuando un Estado democrático, devorado por una sed ardiente de libertad, está gobernado por malos escanciadores, que la derraman pura y la hacen beber hasta embriagarse, entonces, si los gobernantes no son complacientes, dándole toda la libertad que quiere, son acusados y castigados, so pretexto de que son traidores que aspiran a la oligarquía.<br />»... Que los padres se acostumbran a tratar a sus hijos como a sus iguales y, si cabe, a temerles; éstos a igualarse con sus padres, a no tenerles ni temor ni respeto, porque en otro caso padecería su libertad.... Y si bajamos más la mano, encontramos que los maestros, en semejante Estado, temen y contemplan a sus discípulos; éstos se burlan de sus maestros y de sus ayos. En general, los jóvenes quieren igualarse con los viejos, y pelearse con ellos ya de palabra, ya de hecho.... Es natural que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable”.<br />»Como ves, nada de lo que está sucediendo es nuevo. Ya ha ocurrido cientos de veces en tiempos anteriores, y los resultados son siempre igual de catastróficos. La diferencia es que en estos tiempos disponemos de unos recursos y unos medios para hacer daño, tanto a nosotros mismos como a otras especies, con los que antiguamente no contaban, y con un volumen de población muy superior que agrava aún más la situación.<br />–Sí, lo cierto es que todos somos conscientes de a donde nos conduce esta situación, pero nadie hace nada por evitarlo. Sinceramente, me alegro mucho de que hayas aparecido, al menos contigo tendremos un poco de esperanza. Sólo espero que salga todo como lo tienes planeado, así le podremos dar al mundo un respiro de unos cuantos años más.<br /> No me atreví a seguir haciendo de abogado del diablo; Santiago parecía que lo tenía todo muy claro y eso era algo que me satisfacía mucho, teniendo en cuenta el proyecto que estaba dispuesto a acometer en unos días. Así que, después de unos minutos hablando de asuntos más banales, nos despedimos. Me dijo que ya me visitaría en cuanto pudiera y que no me perdiera detalle de todo lo que aconteciera a partir del lunes.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-33212050430597869322008-04-21T09:48:00.002+02:002008-04-21T09:48:58.031+02:00Capítulo Décimo<div align="justify">Una vez que llegamos al museo, nos pusimos inmediatamente a la tarea. No sólo teníamos que escribir el mensaje que Santiago diría al mundo ese día, también quería que dejásemos definida completamente lo que sería la puesta en escena que llevaría a cabo.<br />Eso fue lo primero que hicimos. El acto se celebraba en una especie de patio que había en el interior del recinto. El hecho de que estuvieran al aire libre, facilitaba mucho la entrada en acción de Santiago. Éste haría aparición, como él dijo, por el cielo; provocaría una gran nube y una especie de trueno ensordecedor; con esto se aseguraría la atención inmediata de todos los presentes. Después de esto, aparecería en medio de la gran nube vestido todo de blanco con una gran melena y barba blanca, dándole aspecto de anciano venerable.<br />De inmediato tendría que actuar sobre toda la gente que se encontrase allí para que no se desmadrasen. Acordamos también que, en principio, sería mejor que apareciese sólo, dejando a los dos terroristas ocultos detrás de la nube, cosa que, según él, no tendría ningún inconveniente en hacer, por más que Irene y yo nos negásemos a comprender cómo.<br />A partir de aquí convenimos en que podrían surgir montones de imprevistos molestos, como por ejemplo, la aparición de helicópteros del ejército israelí, o la entrada en acción de innumerables soldados y guardias de seguridad. Santiago tendría que improvisar según se desarrollasen los acontecimientos. Pensamos que no habría peligro de disparos ni ataques de ningún tipo ya que él se situaría entre los dos presidentes, a los cuales atraería hacia sí nada más bajar. De todas formas nos aseguró que, aunque así fuera, el no correría ningún peligro, así como ninguno de los asistentes.<br />También se nos ocurrió que, para aumentar la espectacularidad y la credibilidad en su papel, sería mejor que se mantuviese en el aire todo el tiempo mientras pronunciaba el mensaje, con cada uno de los dos presidentes a su lado, también levitando. Santiago tenía la ventaja de que no necesitaba ningún tipo de micrófono para hablar, ya que podía elevar su tono de voz tanto como quisiera sin ningún esfuerzo; eso le daría todavía más realce a la comedia. Nos reímos mucho imaginándonos las caras que pondrían todos los presentes, y sobretodo los dos líderes, con todo aquello que les iba a caer encima y que jamás nadie podía esperar.<br />Mientras tanto, la organización de Irene se encargaría de retransmitir las imágenes en directo a todo el mundo. Con los contactos que tenían en las agencias informativas, se aseguraría la emisión de todo el espectáculo en los principales informativos de cada país del planeta. La conmoción mundial estaba garantizada.<br />Tan sólo quedaba por precisar lo más complicado y delicado, el discurso de Santiago a todas las naciones del mundo. En éste tenía que quedar muy claro quién era y qué pretendía. O sea, que él era Dios, y que se había materializado haciendo acto de presencia en el planeta para terminar con todas las injusticias sociales, con todas las guerras y demás muestras de violencia; que estaba dispuesto a no marcharse hasta que no viera cumplidos todos los derechos humanos en cada uno de los individuos que habitasen en la Tierra. Y que para ello estaba dispuesto a utilizar toda la contundencia a la que se viese obligado.<br />También tenía que demostrar, sin que quedase lugar a ninguna duda, que su poder era ilimitado, tal y como se le puede suponer a cualquier Dios que se precie, y que lo ejercería sin contemplaciones sobre cualquiera que no se atenga a las normas establecidas, que no serán otras que las impuestas en la carta de derechos humanos promulgada por la ONU (aunque más bien habría que llamarla de deberes humanos), y que él mismo se encargaría personalmente de comprobar su cumplimiento estricto por parte de todos los gobiernos del mundo.<br />Otro asunto importante sería el establecer una especie de programa a seguir por todas las naciones, donde el primer punto fuese el desarme total y absoluto tal y como él nos explicó en la reunión, o sea, empezando por destruir por completo cualquier edificio o dependencia cuyo uso fuese la construcción de algún tipo de armamento, ya sea militar o civil. Quedamos en que se les daría un plazo máximo de ejecución de un mes.<br />Avisaría también que, a partir de ese mismo día, recorrería todo el mundo acabando con la vida de todo aquél que portase un arma y no perteneciese a ningún ejército regular; no se andaría con contemplaciones en este punto. Les aseguraría además, un castigo ejemplar para toda la eternidad a aquellos que atentasen contra la integridad de cualquier otro ser humano; no tendría piedad con nadie. Por supuesto tenía que exagerar un poco si quería que la gente le tomasen en serio. Nos dejó muy claro que antes de matar a nadie comprobaría que realmente se lo merece.<br />Durante este período, Santiago se encargaría de supervisar a través de sus contactos por todo el mundo, que, efectivamente, los gobiernos obedecen en cuanto al desmantelamiento de la industria armamentística. Él contaba con que no fuera así; estaba seguro de que no se lo pondrían nada fácil. Pero quedamos en que respetaría ese mes de plazo antes de actuar por su cuenta.<br />Una vez transcurrido un mes y, después de comprobar que no quedan grupos insurgentes armados a los que temer, el siguiente paso consistiría en la destrucción de todo el armamento militar y civil disponible; cazas de combate, tanques, bombarderos, misiles, etcétera; y, por supuesto, todas las armas ligeras, pistolas, fusiles, ametralladoras, explosivos; en definitiva, todo aquello capaz de acabar con la vida de una persona a distancia.<br />A partir de aquí, él tendría vía libre para actuar en consecuencia con cualquiera que encontrase armado desde ese momento. Tendría que asegurar a todas las naciones del mundo que él podía hacerse cargo de la seguridad de todo el planeta y que, sólo él, tendría el permiso de acabar con la vida de un ser humano.<br />Era consciente de que le esperaba mucho trabajo después del próximo lunes; y no sólo a él, la organización a la que pertenecía Irene, Reporteros del Mundo, serían a partir de entonces sus ojos y sus oídos por cualquier rincón del planeta. Ellos tenían contacto directo con Santiago y le avisarían inmediatamente en cuanto vieran alguna situación irregular en donde tuviera que actuar. Estaban repartidos por todo el mundo, sobretodo en aquellos países donde hubiese algún tipo de conflicto armado y, según me dijo Irene, ya habían sido bien informados de lo que tenían que hacer.<br />Por supuesto, en el mensaje, no se diría nada de esto. Santiago no mencionaría a nadie, ni a ninguna de las organizaciones que colaboraban con él. La confidencialidad de toda esta operación era muy importante. Si se filtraba algo a alguien indebido podía resultar peligroso para cualquiera de nosotros. Santiago nos tranquilizaba diciéndonos que conocía perfectamente a cada persona involucrada en su proyecto y no había nada que temer.<br />Mencionaría también su pretensión de fortalecer la Organización de las Naciones Unidas con la idea de que ésta actuase a modo de gobierno a nivel mundial aumentando su poder todo lo que fuese necesario, sobretodo los órganos del Consejo de Seguridad y el Tribunal Internacional de Justicia que serían los encargados de mantener la paz y la confraternidad entre las distintas naciones. En realidad lo único que pretendía era que se llevara a cabo lo que ya estaba escrito en la Carta fundacional de las Naciones Unidas en vigor desde el 24 de octubre de 1945, con la diferencia de que, a partir de ahora, sus resoluciones sí serían vinculantes en el orden legal, al contrario de lo que venía sucediendo hasta ahora.<br />En su mensaje también diría que se encargaría de que todas las naciones desarrolladas colaborasen muy activamente con aquellas otras más desfavorecidas. Para ello tendrían que hacer un gran sacrificio. La misión de los ejércitos sería básicamente humanitaria y todos los presupuestos anteriormente destinados a armamento, ahora se destinarían a crear infraestructuras en los países del tercer mundo y a asegurar que todo el mundo tuviese acceso a las necesidades primaria, como son el agua potable o las medicinas.<br />Otro de los asuntos importantes en que había que hacer hincapié era el de la expansión demográfica que actualmente estaba tan descontrolada. Para empezar habría que proporcionar, en los países menos desarrollados sobretodo, métodos eficaces de planificación familiar y mentalizar a la población de su uso. De esto se encargaría sin problemas la ONG Hospitales sin Frontera, una vez que tuvieran los medios.<br />Además había que facilitar la adopción de todos los miles de niños que actualmente se encontraban sin hogar, en casas de adopción. Las parejas que acogiesen a algunos de estos niños serían recompensadas generosamente, por supuesto, después de comprobar sus buenas intenciones con su futuro hijo. Con esta medida pretendía acabar con el enorme negocio que tenían montado algunos países y empresas particulares a cuenta del tráfico de seres humanos, ya sea legalizado o sin legalizar. Y al mismo tiempo también disminuiría considerablemente el número de criaturas que en la actualidad se encontraban sin hogar y sin posibilidad de recibir una educación adecuada.<br />Santiago también quiso incluir en su discurso un aviso a todas las grandes multinacionales que operaban en países pocos desarrollados o del tercer mundo, explotando, no sólo a su población indígena, sino también los recursos con que este país dispone para su desarrollo y prosperidad. Les diría que se aseguraría de que se cumpliese al cien por cien la legalidad para que las riquezas de cada país se quedaran en éste.<br />Otro tema que no quería dejar de abordar era el del medioambiente. El protocolo de Kioto debería ser aprobado por todas las naciones del mundo obligatoriamente, teniendo un mayor control en aquellas más desarrolladas. Quería dejar muy claro que daba igual el precio que esto costase o el sacrificio que tuviera que hacer la mayoría de la población. Intentaría hacerles comprender que sus hijos le agradecerían ese sacrificio, ya que repercutiría directamente en el bienestar futuro de toda la humanidad a corto plazo, afectándonos también a todos los habitantes del planeta en la actualidad.<br />Sabíamos que esto sería más difícil de cumplir y de controlar; Santiago aún no tenía pensado nada efectivo para supervisar este asunto, de momento se limitaría a intentar concienciar a todos los gobiernos, aunque fuese por medio de la amenaza.<br />En definitiva, el discurso se centraría en su disposición a que las fronteras cada vez fuesen menos fronteras, e incluso tendiesen a desaparecer en la medida de lo posible, sobretodo en lo concerniente a los aspectos legales, que se intentarían unificar, siendo regidos y controlados por la ONU como único órgano gestor.<br />Además se les recordaría a todas las naciones del mundo el motivo por el cual se creó esta organización, basada en la igualdad soberana de sus miembros. Según su Carta fundacional, la ONU fue establecida para “mantener la paz y seguridad internacionales”, “desarrollar relaciones de amistad entre las naciones”, “alcanzar una cooperación internacional fundada sobre las relaciones de amistad entre las naciones”, “alcanzar una cooperación internacional en la solución de problemas económicos, sociales, culturales o humanitarios” y “fomentar el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Sus miembros, o sea, todos los países del mundo, deben comprometerse a cumplir las obligaciones que han asumido, a resolver disputas internacionales a través de medios pacíficos, a no utilizar la amenaza o el uso de la fuerza, a participar en acciones organizadas en concordancia con la Carta y a no ayudar a un país contra el que la ONU haya dirigido estas acciones, y a actuar de acuerdo con los principios de la Carta.<br />En resumen, éste sería el contenido de su mensaje al mundo. La prueba de que iba en serio sería la ejecución delante de todo el planeta de las cuatro personas que, en la actualidad, habían provocado más destrucción y muertes a lo largo de sus vidas. En ese momento haría aparecer a los dos líderes terroristas que mantenía ocultos hasta entonces.<br />Tuvimos algunas diferencias en cuanto al método de ejecución elegido. Ni Irene ni yo queríamos que pareciese algo demasiado cruel ni impactante, para no herir demasiado la sensibilidad de la gente. Al final, Santiago decidió que lo mejor sería mandarlos a la estratosfera, de manera que jamás volvieran a aparecer. De esa forma recibirían una muerte brutal, acorde a los males que habían provocado a la humanidad y, al mismo tiempo, nadie los vería morir. También, dicho sea de paso, sería bastante espectacular.<br />Este golpe final tendría que servir como demostración de lo que estaba dispuesto a hacer con todo aquel que no respetase las normas establecidas. Era importante recalcar que estas normas no eran impuestas por él, sino que habían sido escritas hace mucho tiempo por otros líderes elegidos democráticamente por sus respectivos pueblos. Él sólo se encargaría de su estricto cumplimiento.<br />Por supuesto que Santiago tenía pensado establecer algunos cambios en estas leyes e implantar algunas otras que él creía necesario, pero eso se encargaría de hacerlo más adelante, en una presentación que se proponía hacer ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Antes dejaría transcurrir un tiempo prudencial para comprobar la reacción y el comportamiento de todos los estados después de su mensaje.<br /><br />No fue hasta pasadas las once de la noche cuando acabamos de redactar el último punto del discurso. Estábamos agotados, así que quedamos a la mañana siguiente para pasarlo a limpio. Irene comentó que ella se marcharía temprano, ya que tenía mucho trabajo que hacer con la organización y coordinación de todo el evento; tenía poco tiempo y no podía permitirse el lujo de perderlo. Así que de nuevo me quedé con las ganas de vernos a solas durante estos días, mientras esperábamos el gran acontecimiento del lunes.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-78805688893708521042008-04-14T10:14:00.000+02:002008-04-14T10:15:12.861+02:00Capítulo Noveno<div align="justify">Almorzamos los tres juntos en un bar cercano al museo. Durante la comida, y ante la insistencia de Irene, Santiago nos habló un poco más sobre la naturaleza de sus facultades mentales. Mientras lo escuchábamos, tanto ella como yo, no podíamos salir de nuestro asombro, el cual manifestábamos con un silencio sepulcral. De vez en cuando cruzábamos nuestras miradas, no sé si en señal de incredulidad o de miedo, ante lo que estábamos oyendo.<br />Nos contó cómo era capaz de desplazarse miles de kilómetros en pocos minutos, surcando el cielo a una velocidad que ningún aparato construido por el hombre es capaz de alcanzar. Nos habló también de cómo, a través de la telequinesia, podía levantar por los aire todo lo que quisiese; nos puso el ejemplo, bastante esclarecedor, de incluso uno de los grandes portaaviones norteamericanos; nos aclaró que nunca lo había hecho, claro está, pero el sólo hecho de saber que podía hacerlo ya era estremecedor. En este punto se enrolló un poco intentando darle una explicación científica a lo que hacía. Según decía, actuaba sobre la materia cuántica, o sea, los átomos y moléculas, que habían entre él y el objeto a mover, como si fuera una cuerda o algo así atada al objeto y de la que él podía tirar o mover a su antojo; la verdad es que sonaba bastante complicado, pero parecía que sabía de lo que estaba hablando.<br />También nos comentó algo sobre su capacidad de controlar las mentes de los demás. Decía que podía sugestionar a cientos de individuos al mismo tiempo, controlando completamente la voluntad de todos ellos y sometiéndolas a la suya propia. Lo que no podía hacer era ordenarles a cada uno de ellos cosas distintas o complejas, pero sí que podía hacer que todos actuaran de la misma forma, por ejemplo, inmovilizándolos como pretendía hacer en la universidad de Tel Aviv.<br />Nos relató los pormenores de cómo había conseguido localizar a los terroristas de este país. Una historia increíble. A través de la proyección extracorporal, lo que se conoce también por el nombre de viaje astral, se infiltraba en cualquier lugar que se propusiese. Si conocía el lugar en cuestión, sólo tenía que pensar en él; si no lo conocía, podía desplazarse a gran velocidad hasta llegar donde quisiese, ¡y sin salir de su casa! Sumándole a esto la capacidad de leer el pensamiento de cualquiera, en pocos días fue capaz de localizar al primer grupo, y cada uno de ellos le llevaba al siguiente. De forma parecida dio también con Mohamed Bin Tahid y su lugarteniente; aunque para ello necesitó la colaboración, a veces involuntaria, de ciudadanos afganos y pakistaníes, sobretodo para saber por donde tenía que moverse.<br />Cuando Irene le comentó lo crueles que le habían parecido los asesinatos, él nos explicó que lo hizo de esa forma, precisamente, porque era la menos dolorosa para los ajusticiados. Nos aseguró que no sintieron nada, ya que les produjo un corte limpio y rápido. También nos dijo, sobretodo para tranquilizar a Irene, que antes de hacerlo comprobó de forma rigurosa que ninguno de ellos tenían alguna posibilidad de reinserción social efectiva.<br />Yo quise saber algo más sobre la clarividencia que nos dijo que poseía el otro día, gracias a la cual él decía que podía adivinar el futuro. Yo me la imaginaba algo así como en las películas, unas imágenes que le venían a la cabeza sobre hechos que se producirían más adelante; él me aclaró que no se trataba de nada tan sofisticado ni espectacular, más bien era como una especie de intuición que se le manifestaba de forma muy general, pero que, a lo largo de muchos años, había aprendido a interpretar correctamente, comprobando como siempre ocurría exactamente lo que él había interpretado que pasaría. Algo así como un sentido común fuera de lo normal.<br />También podía comunicarse telepáticamente con cualquiera, con tan sólo pensar en él o ella. Esto es algo que pude comprobar en primera persona el día que me anunció la primera reunión en el museo.<br />A pesar de que todo esto era increíble, lo que a mí más me maravilló fue cuando nos contó la enorme facultad que poseía para aprender. Su memoria era comparable con la de un ordenador. Había conseguido hablar hasta siete idiomas diferentes con sólo leer los diccionarios respectivos y la traducción fonética de cada palabra. Y según él, no había aprendido más porque hasta ahora no los había necesitado. También podía recitar de memoria cualquiera de los libros que se había leído, que no eran pocos.<br />Ni siquiera en los más famosos superhéroes de cómics que todos conocíamos se reunían tal cantidad de poderes y habilidades sorprendentes. Santiago era el mayor superhombre que la historia podía dar; y era real. Yo no podía dejar de pensar en lo que ocurriría en el mundo si algún día alguien no tan justo ni virtuoso consiguiera acaparar semejantes facultades; podría convertirse de la noche a la mañana en la peor pesadilla de toda la humanidad.<br />Después de todo lo que nos contó, a mí no me cabía ya la menor duda de que era muy capaz de hacer todo lo que se proponía. También Irene parecía estar más convencida después de esa conversación. De camino de vuelta al museo pude comprobar como ésta estaba más ilusionada y esperanzada que lo había estado esta mañana durante el desayuno. Parecía más alegre y entusiasmada que nunca, cosa que a mí me animaba también.<br />Mi único temor era si los demás podríamos estar a la altura que él nos exigía. Pronto lo averiguaríamos.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-10314395767412147752008-04-07T12:11:00.001+02:002008-04-07T12:12:23.013+02:00Capítulo Octavo<div align="justify">Cuando llegamos al museo, el conserje, que era el señor mayor que nos atendió la última vez, nos condujo hacia el despacho del director. Allí se encontraba Santiago, hablando con Luis, el director del museo.<br />–Vaya, me alegro de veros –nos saludó–. Ya pensaba que el otro día os asusté demasiado como para que volvierais por aquí.<br />–Nos hemos entretenido cambiando impresiones ahí fuera –le respondí–; pero, como ves, aquí estamos, dispuestos a lo que sea.<br />–Así me gusta, espíritu positivo. Bien, será mejor que empecemos cuanto antes; tenemos mucho trabajo por delante.<br />–Podéis quedaros aquí, en mi despacho, Santiago –dijo el director–. Yo tengo cosas que hacer por otro lado, y aquí estaréis más tranquilos. Daré orden para que nadie os moleste. No tengáis prisa.<br />–Gracias Luis; ya me pondré en contacto contigo cuando todo esté listo –le dijo Santiago mientras éste salía de su despacho.<br />»Bueno, bueno, por fin se acerca el gran momento. Sentémonos; como ya os he dicho, tenemos mucho trabajo que hacer.<br />–Pareces contento –añadió Irene–. Diría que te han ido bien esos detalles que tenías que ultimar.<br />–Pues sí, todo ha salido a pedir de boca. De momento mi plan está resultando a las mil maravillas, aunque todavía queda lo más importante por hacer. Para eso estamos aquí.<br />»Como ya os dije el primer día, tengo pensado hacer una presentación que no se olvidará fácilmente. Tengo que deciros que no vais a ser los primeros en conocer lo que pretendo; muchos otros que me han ayudado, ya saben lo que me propongo a hacer. Seguramente no os gustará nada la idea, pero, creedme, lo he meditado mucho y he llegado a la conclusión de que es la mejor forma de convencer a todo el mundo de una sola vez.<br />–Será mejor que vayas al grano –le interrumpí con impaciencia–. Te puedo asegurar que nos esperamos cualquier cosa.<br />–Esto que os voy a contar seguro que no –me respondió con una seriedad muy preocupante–. Ya sabéis cual es el problema más inminente con el que nos enfrentamos: la confrontación entre musulmanes y judeo-cristianos. Pues bien, mi idea es aprovechar mi presentación ante el mundo para acabar de una vez por todas con este conflicto y, al mismo, tiempo dejar bien claro cuales son mis propósitos y los medios que puedo utilizar para llevarlos a cabo.<br />»Me explico. Tenemos dos bandos muy bien definidos en los que, como dije el otro día, hay personas buenas, a las que no se les puede hacer daño ninguno, y otras no tan buenas, que son las que alimentan constantemente el odio de unos hacia otros. Estas personas que ejercen la manipulación hacia el resto, son las verdaderamente peligrosas, y son con las que hay que acabar de forma tajante. Pero, entre estas personas, ¿cuáles son las más influyentes? Sin duda, sus líderes.<br />»Por una lado tenemos al presidente Cóleman y a Ehud Shamir, el presidente del estado de Israel. Estas dos personas odian profundamente a todo el mundo islámico, como llevan demostrando durante tantos años. Entre los dos, están provocando las mayores matanzas de musulmanes de toda la historia, y además, están convenciendo al resto de Occidente de que lo hacen por la libertad y la democracia.<br />»En el otro bando, su líder más carismático, y peligroso al mismo tiempo, es el terrorista Mohamed Bin Tahid. Como sabéis, el responsable de los mayores ataques terroristas de los últimos tiempos, incluido el de Washington, y la persona más buscada en todo el mundo.<br />–Un momento –le interrumpió Irene–. No puedes comparar a estas personas. Los presidentes de Estados Unidos e Israel han sido elegidos democráticamente por sus respectivos ciudadanos; nos gusten o no, eso hay que respetarlo. Mientras que Mohamed Bin Tahid es un terrorista; no tiene patria, va por libre. Lo expulsaron incluso de Arabia, que es su país natal.<br />–Sí, ya sé por donde vas –continuó Santiago–. Pero te diré una cosa; si este terrorista se pudiera presentar a unas elecciones libres, y lo hiciera, hay al menos cinco países en el mundo que lo elegirían por mayoría aplastante como su líder. De muy pocas personas se puede decir algo así. Lo de que no tiene patria no es del todo cierto, ya que millones de personas lo apoyan y, aunque no conformen una frontera definida, no se puede negar que millones de personas no formen un pueblo. Y te pregunto, ¿dejaría de ser un terrorista por haber sido elegido democráticamente entre sus ciudadanos?<br />–Supongo que no –respondió Irene.<br />–Tu forma de pensar es natural en una occidental. Vemos el mundo desde la perspectiva que nos han hecho que lo veamos. Mohamed Bin Tahid es un terrorista y como tal, hay que acabar con él. Pero los otros dos no lo son menos si tenemos en cuenta estrictamente sus actos y nos olvidamos de quienes son y lo que representan.<br />–¿Estás diciendo entonces, que pretendes asesinar a estas tres personas? Así, sin más –esta vez fui yo el que intervine sin poder disimular mi sorpresa.<br />–Bueno, así sin más, no. Quiero hacerlo en público; delante de todo el mundo. Ya os dije que sería algo difícil de olvidar. Un golpe de efecto único e irrepetible.<br />–Santiago, espera un momento –comenzó a decir Irene un poco dubitativa–, verás..., es que no estoy muy segura de querer formar parte de algo así.<br />–Comprendo tus dudas, Irene; es normal; sigues pensando como una occidental. Aceptarías el que ejecutara en público a Mohamed, pero cuando se trata de personalidades más cercanas a ti, que, en teoría, están de tu parte, ya no te gusta tanto, ¿me equivoco?<br />–Supongo que no, pero,... ¿seguro que no hay otra forma en la que no haya que asesinar a nadie?<br />–Tú sabes muy bien que no. No creas que soy feliz matando gente; precisamente por eso, para evitar el tener que acabar con demasiadas vidas, es preferible empezar por los que están más arriba, que, por otro lado, son también los más culpables. Piensa en la de miles de jóvenes soldados y ciudadanos civiles que han muerto por culpa, sólo, de estas tres personas.<br />»Además, recuerda el golpe de efecto que pretendemos conseguir. ¿Quién puede haber tan poderoso en el mundo que sea capaz de acabar con estos hombres de una sola vez? Nadie; sólo Dios o alguien como Dios podría hacerlo. Eso es lo que hay que hacerle creer a todo el mundo, y que si soy capaz de acabar con estas personas, seré también capaz de hacerlo con cualquiera que me contradiga.<br />»Por supuesto que, para crear ese golpe de efecto, todo esto tendrá que ir acompañado de una puesta en escena perfecta que incluirá un mensaje muy claro, dirigido a todo el mundo. Para eso nos hemos reunido hoy los tres aquí.<br />–Comprendo lo que quieres hacer –apunté aprovechando la pausa de Santiago–. Es necesario ejecutar delante de todos, líderes de ambos bandos, para que así la gente vea que eres completamente neutral y puedan confiar en ti.<br />–Exacto. Es muy importante que la gente se de cuenta de que lo único que pretendo es acabar con la violencia en el mundo, de que mi único cometido será restablecer la paz y la justicia allá donde se necesite. Pero para eso es imprescindible llegar a todas las culturas y civilizaciones que pueblan la Tierra, para que vean que en ningún momento pondré a unas por encima de otras.<br />–Está bien, me habéis convencido –dijo finalmente Irene–. La verdad es que a mí tampoco se me ocurre otra forma mejor. Pero me da miedo que todo esto no consiga el efecto contrario, aumentando todavía más los conflictos y la violencia por todo el mundo. Cuando la gente está asustada, no se sabe muy bien como va a reaccionar.<br />–Tendremos que confiar en que no sea así. Depende en gran parte de lo que decidamos hacer aquí. Confío en que, con vuestra ayuda, conseguiremos lo que nos proponemos.<br />–Por cierto, Santiago, por lo que has dicho, deduzco que tienes localizado ya a Mohamed Bin Tahid –eso era evidente, pero tenía interés porque me contara como había encontrado a la persona más buscada del mundo desde hacía años.<br />–Pues sí; esos eran los últimos detalles a los que me refería. Lo tenía prácticamente localizado hace varias semanas, gracias a mis contactos pakistaníes, pero quería asegurarme de que no pudiera escapar, así que esta semana fui a por él. Lo tengo a buen recaudo esperando el gran día.<br />–¡Dios mío, es increíble! –exclamó Irene–. ¿Quieres decir que en unos cuantos días has capturado al hombre más perseguido de toda la Tierra? Y por si eso fuera poco, dices que lo tienes prisionero en algún lugar. Creo que voy a tener que empezar a tomarte más en serio.<br />–Eso espero –le contestó Santiago bromeando–. Y no sólo eso; ya de paso, también he capturado a su lugarteniente, el Mulah Rabbani. Como sabéis es la segunda persona más buscada en Occidente. También lo utilizaré; de esa forma igualaré el número de ejecuciones por cada bando; dos y dos.<br />–Seguro que ya tienes pensado dónde y cómo vas actuar, ¿no es verdad? –le interrogué.<br />–Claro, imagino que estaréis impacientes por saberlo. El próximo lunes, el presidente Cóleman tiene planeado visitar Tel Aviv; hay programado un acto semipúblico en la Universidad de Bar-Ilan. Ese será nuestro escenario. Allí estarán el señor Cóleman y el señor Shamir.<br />»Yo tenía pensado aparecer volando en mitad del acto, entre un gran estruendo, llevando a los dos terroristas conmigo; por supuesto, tendría que ir bien caracterizado para que nadie me conozca y, al mismo tiempo, parecer lo que todo el mundo espera que sea un gran Dios. Habrá periodistas y cadenas de televisión de muchos países y, entre ellos, estarán también los de tu organización, Irene. Vosotros os encargaréis de que las imágenes lleguen sin ningún contratiempo a todos las naciones del planeta.<br />»Será entonces cuando pronuncie el discurso que entre los dos escribiremos, Pablo, dejando bien claro quien soy y cuales serán mis intenciones. El golpe final será la ejecución delante de las cámaras de estos cuatro individuos para que todo el mundo compruebe que voy en serio.<br /><br />No podía creer lo que estaba oyendo. Estábamos allí, planeando la ejecución de cuatro de las personas más importante del globo en la actualidad, como si tal cosa. Si me paraba a pensarlo, todo esto parecía sacado de una película surrealista. ¿De verdad podía ir en serio lo que este hombre estaba diciendo? Y la verdad es que, tanto Irene como yo, estábamos tan metidos en el papel que ni siquiera nos planteábamos el que todo aquello fuera posible o no. Una cosa sí estaba clara, Santiago era capaz de hacer mucho más de lo que ninguno de nosotros habíamos podido imaginar; y más nos valía que fuera así, en vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos.<br />Entre los cientos de dudas que me podían haber venido a la mente después de escuchar lo que había contado Santiago, se me ocurrió plantearle, creo que la más insignificante.<br />–¿Has pensado –le pregunté– en el enorme alboroto que se formará entre los asistentes al acto, cuando aparezcas volando? Puede que se produzca una situación totalmente incontrolable, incluso para ti.<br />–Lo había pensado, sí. Por eso he elegido ese acto precisamente. Aparte de los periodistas y algunas personalidades más, no habrá mucha más gente, ya que el recinto no es muy grande. No os lo había dicho, pero puedo controlar mentalmente a una gran multitud al mismo tiempo, haciendo que no se muevan del sitio donde estén, ni pestañeen.<br />»El auténtico problema vendrá, más bien, de la guardia de seguridad y el ejército que estén por los alrededores. En cuanto se enteren de que ocurre algo, intentarán entrar por todos los medios en la universidad, y también tendré que buscarme la forma de controlarlos. Pero no os preocupéis, tengo recursos de sobra para hacerlo.<br />–¿Y has dicho que eso será el próximo lunes? –preguntó Irene–. Sólo faltan cuatro días. Es muy poco tiempo.<br />–Bueno, como veis, lo tengo todo ya prácticamente previsto. Por lo que respecta a la emisión televisiva, no creo que tengas ningún problema en contactar con tus colegas en la zona para que estén listos. No tenéis más que tratarlo como cualquier otro acontecimiento importante de los muchos que transmitís a lo largo del año.<br />»En cuanto al mensaje, ahí sí que tendremos que ponernos las pilas, Pablo. Intentaremos dejarlo listo hoy mismo, así tendré tiempo suficiente para preparármelo bien. Por mi parte no tengo otra cosa que hacer hoy, y creo que vosotros tampoco, así que, si os parece bien, saldremos primero a comer algo y volveremos aquí a terminar el trabajo, ¿de acuerdo?</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-62012043777434012812008-03-31T12:05:00.001+02:002008-03-31T12:06:15.080+02:00Capítulo Séptimo<div align="justify">Tengo que reconocer que si estaba deseando que llegara este día, no era sólo por conocer el plan de Santiago para su presentación, sino también porque había quedado con Irene a primera hora en una cafetería, para cambiar impresiones antes de acudir a nuestra cita en el museo con Santiago.<br />Yo había intentado que nos viéramos durante estos días con la excusa de hablar sobre todo aquello pero, para mi decepción, me dijo que iba a estar fuera, muy ocupada; tenía que resolver algunos asuntos profesionales antes de poder dedicarse al cien por cien en la tarea que nos aguardaba. Así que tuve que contentarme con hacer volar mi imaginación sobre nuestra futura relación mientras llegaba este día.<br />Como no me gusta hacer esperar a nadie, y menos a una mujer atractiva, me presenté muy temprano en la cafetería. De nuevo volvió a sorprenderme, ya que ella se encontraba allí esperándome, dando al traste con la impresión que yo pretendía conseguir de hombre madrugador y preocupado. Estaba haciendo algunas anotaciones en una libreta cuando me vio aparecer.<br />–Vaya, buenos días –me dijo con una hermosa sonrisa–. Un día precioso para empezar a salvar el mundo ¿no crees?<br />–Hola Irene –contesté un poco cortado por su naturalidad–. Sí, ni que lo digas; llevo una semana que no duermo esperando que llegase el día de hoy.<br />–Yo también he estado pensando mucho sobre todo esto –me dijo después de pedir un café para cada uno y un par de tostadas–. Tenía muchas ganas de hablar contigo. Me gustaría saber cual es tu opinión sincera sobre Santiago y todo su proyecto.<br />–Pues verás –empecé a responderle intentando parecer lo más sincero posible–, yo no estoy muy seguro de que sea capaz de hacer todo lo que dice, pero su intención es muy buena y, además, él parece que sí que está convencido de que todo irá tal y como lo ha planeado, y eso es bueno. Si ha sido capaz de convencer a tanta gente importante, por algo será.<br />–Hay que reconocer que sus poderes son bastante persuasivos. Supongo que todos pensaremos más o menos lo mismo, que merece la pena intentarlo. Yo no dejo de imaginármelo; sería como una utopía. Un mundo sin violencia, sin armas, sin tantas desigualdades entre seres humanos, sin que miles de personas tengan que morirse de hambre todos los días. Es como un sueño, demasiado hermoso como para que se haga realidad.<br />–Yo me conformaría con que fuera capaz de hacer sólo la mitad de lo que has dicho. Pero tienes razón, merecerá la pena intentarlo. Debemos ser tan positivos como lo es él.<br />–¿Cómo te explicas tú que una persona pueda llegar a tener tanto poder? –preguntó Irene–. A mí no me entra en la cabeza, parece cosa de magia.<br />–Desde hace tiempo se sabe que el cerebro humano está muy infrautilizado; es decir, que tiene capacidad para hacer mucho más de lo que hace por término medio. Por lo que se ve, Santiago ha conseguido sacarle más partido a esa zona del cerebro que los demás tenemos inservible.<br />–O sea, que podría ser como una especie de hombre del futuro, ¿no? Porque se supone que nuestro cerebro seguirá evolucionando y, puede que algún día, todo el mundo desarrolle esas mismas capacidades. Sinceramente, no me gustaría vivir en un mundo así; sería todavía más peligroso que éste.<br />–No creo que tengas por qué preocuparte. Es cierto que nuestro cerebro seguirá evolucionando, pero me parece que no precisamente hacia ese estado. Lo que Santiago ha conseguido desarrollar de forma tan espectacular es su cerebro primitivo y, por lo que yo sé, la parte del cerebro que está en evolución no es esa, más bien todo lo contrario; el cerebro primitivo del hombre cada vez está más deteriorado en favor de lo que llaman el cerebro frontal, que es donde está localizado todo el conocimiento y nuestra memoria. Así que no creo que el ser humano llegue nunca a conseguir los poderes de Santiago por medio de la evolución.<br />–Pues es un alivio. No me haría ninguna gracia saber que hay montones de personas como él, por ahí, andando libremente por el mundo, con sabe Dios qué ideas.<br />»Lo que yo no consigo quitarme de la cabeza tampoco –continuo diciendo Irene con preocupación– es lo que hizo con todos esos terroristas. No es que sienta pena por ellos ni mucho menos, él ya me explicó el primer día que nos vimos los motivos de por qué tuvo que hacerlo, y lo comprendí; pero lo que no deja de sorprenderme es cómo una persona que parece tan sensible, tan humana, tan comprensiva, es capaz de ejecutar semejante atrocidad. Me pregunto hasta dónde será capaz de llegar. Cuántas barbaridades más tendremos que ver para que su plan tenga éxito.<br />–Sí, yo también me lo he preguntado más de una vez. Y me temo que, tal y como está el mundo, aún nos quedarán por ver muchas más salvajadas como ésas. Por desgracia, esa parece que es la única forma de tratar con algunos, y me alegro de que Santiago sea capaz de hacerlo, por muy cruel que parezca.<br />»Además, él dejó muy claro que ante de hacer nada más, avisará a todo el mundo de las consecuencias que tendrán las malas acciones que se cometan y, ya lo dice el refrán, el que avisa no es traidor.<br />–Claro, tienes razón; de todas formas yo sería incapaz de hacer nada semejante a nadie, pero, me supongo que no habrá otra forma. Esperemos que Santiago sepa bien lo que se hace y a quien se lo hace; no me gustaría nada convertirme en servidor de un tirano cruel y sin compasión.<br />–Te comprendo, pero no debes preocuparte –le contesté intentando animarla un poco–. Ya verás como todo sale bien; para eso estamos nosotros, ¿no?<br />–Es verdad, como dijiste antes, hay que ser positivos. Y recuerda lo que dijo Santiago, lo problemas graves sólo se pueden arreglar con soluciones drásticas. Todos somos en parte responsables de haber llegado al estado tan lamentable al que hemos llegado, así que ahora tendremos que acarrear con las consecuencias.<br />»Por cierto –continuó Irene en un tono un poco más alegre–, ¿tienes ya preparado algo del discurso para Santiago?<br />–Pues no, ni siquiera lo he empezado. No tengo ni idea de lo que pretende hacer este hombre, así que no quise perder el tiempo hasta que no supiese con certeza de qué se trata. Sea lo que sea, tendrá que ser un golpe de efecto brutal si de verdad quiere causar la impresión que dijo.<br />–Podemos esperarnos cualquier cosa; hay que reconocer que imaginación no le falta; ¡hacerse pasar por Dios! A mí nunca se me hubiera ocurrido semejante locura.<br />–¿Tú te has parado a pensar en las repercusiones que tendrá eso en el mundo si consigue que la gente se lo crea? –la interrogué–. Se podría lograr algo totalmente impensable hasta ahora, unificar todas las religiones de la Tierra. Si Santiago es medianamente inteligente, y no me cabe duda de que lo es, aprovechará la ocasión para hacer que la gente deje de creer en tanta monserga y tantas idioteces como en las que creen ahora.<br />–Sí, es cierto, yo no lo había pensado. Ya que la gente tenemos la necesidad de creer en algo, debería intentar enfocar esta creencia más hacia la propia persona que hacia lo sobrenatural, como hacemos ahora. Así se podrían evitar muchos problemas en un futuro.<br />»Aunque a mí me cuesta mucho creer que renuncien tan fácilmente a sus convicciones todos los religiosos del mundo, sobre todo, los más fanáticos y extremistas que, no podemos olvidar, existen en todas las religiones.<br />–Ya dijo Santiago que esto es algo que llevará muchos años. Más que en nosotros, tenemos que pensar en las nuevas generaciones. Como tú bien has dicho, es muy difícil hacer cambiar de parecer a una persona adulta, que ha sido educada de cierta manera; por eso tendremos que centrar nuestros esfuerzos en los niños y en los más jóvenes; ellos son los que tienen la llave del futuro. Si conseguimos influir en la educación de todos los jóvenes del mundo de forma positiva, habremos logrado nuestro propósito, te lo aseguro.<br />–Claro, esa es la clave; una especie de borrón y cuenta nueva, ¿no es así?<br />–Exacto, pero sin olvidar el pasado –le respondí–. No se puede ni se debe borrar la memoria histórica, sobretodo la de los acontecimientos desgraciados de la humanidad, para que les sirva de lección a las futuras generaciones. Yo siempre he dicho que la mejor educadora es la historia. Por suerte o por desgracia, la humanidad ha pasado ya por toda clase de vicisitudes, tanto buenas como malas; si nos propusiésemos un poco más aprender de ellas, nos evitaríamos muchas complicaciones presentes.<br />»Ya lo decía el historiador tunecino Ibn Jaldún en el siglo XIV: “El futuro y el pasado se parecen como dos gotas de agua. La historia se distingue por la nobleza de su objetivo, su utilidad y la importancia de sus resultados”. Este hombre intentó hacer de la historia una ciencia útil que permitiese extraer enseñanzas del pasado. Mientras otros autores creían que son los individuos quienes van creando la historia, él sostenía que es la sociedad la que crea el futuro, y que los individuos no son más que frutos de esa sociedad. Por tanto, a su juicio, el historiador debía conocer “los principios de la política, del arte de gobernar, la naturaleza de las entidades, el carácter de los acontecimientos y las diversidades que ofrecen las naciones”, porque ésos son los factores que marcan el desarrollo de los acontecimientos y permiten responder a los retos del presente.<br />–Estoy de acuerdo. Y precisamente, es todo lo contrario lo que está ocurriendo; en las escuelas cada vez se enseña menos historia y menos humanidades en general, que deberían de ser el pilar de cualquier civilización.<br />–Sí, sobretodo la filosofía. Nunca he entendido como se pueden olvidar todos los sistemas educativos de algo tan esencial como es enseñar a pensar a los jóvenes por sí mismos y a dudar de las cosas. Supongo que será porque eso no interesa a nadie. Es más conveniente para nuestros líderes y para el sistema, decirles lo que tienen que opinar y cómo tienen que hacerlo, así se evitan conflictos.<br />–En teoría así debe ser –respondió Irene–, pero en la práctica no es que funcione mucho que digamos. A la vista está que es muy raro el país desarrollado que no tenga problemas de violencia y falta de interés por parte de los más jóvenes.<br />–Claro, porque eso funciona, siempre y cuando haya unos líderes que sepan lo que hacen, aunque estén en un error, y sepan conducir a su pueblo con una coherencia y unidad a la que ninguno estamos acostumbrados. Ese es el inconveniente que tiene la democracia, que la diversidad de opiniones de toda índole que campan a sus anchas por todo el país, terminan por hacer que se pierdan muchos de los valores positivos que tienen cada una de ellas. Todo porque hay que contentar a todo el mundo buscando un término medio, cosa que es imposible de conseguir, por otro lado.<br />–Y supongo que eso será lo que pretende hacer Santiago, unificar los criterios de todo el mundo en base a una justa razón. ¿Y de verdad crees tú que eso será posible con la diversidad de culturas y formas de pensar tan distintas que existen en el mundo? Yo lo veo muy complicado, por no decir imposible.<br />–Es verdad que es complicado –le respondí–. El secreto está, como dijimos antes, en centrar los esfuerzos en la educación de las nuevas generaciones. De todas formas, no se trata de cambiar las costumbres ni la cultura de nadie. Precisamente eso es lo que no se debe de hacer nunca; hay que respetar las tradiciones de todos los pueblos, siempre y cuando, éstas estén dentro de una lógica y no atenten contra la integridad de nadie ni de nada.<br />»Yo siempre he defendido la idea de que para controlar a un pueblo no es necesario imponerles muchas normas. Por el contrario, éstas deben ser las menos posibles y muy básicas, pero, eso sí, su cumplimiento debe ser estricto. Es igual que cuando educas a un niño; si le prohíbes muchas cosas, terminará haciéndose un lío y, al mismo tiempo, a ti también te costará más vigilar que las cumpla todas. Si te limitas a enseñarle sólo dos o tres normas básicas, imprescindibles para una convivencia pacífica y una buena educación, todo será mucho más fácil para los dos.<br />»Por ejemplo, si todos hemos sido educados en el respeto y la consideración a los demás, y esa educación funciona, se podrían evitar montones de leyes que atentan contra esto que hemos dicho, como el conducir a más velocidad de la permitida, hacer demasiado ruido que pueda molestar a los demás, prohibir fumar en determinados espacios, etcétera.<br />–Ya entiendo; es como si cogiéramos los diez mandamientos de los católicos; si todo el mundo cumpliera a rajatabla el primero, “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, el resto de mandamientos no serían necesarios. Eso es lo que quieres decir, ¿verdad?<br />–Exacto. Como ves no debería de ser tan difícil y, sin embargo, resulta increíble hasta qué punto somos capaces de complicarlo todo.<br />–Eso debe ser por la tendencia que tenemos a tergiversarlo todo en nuestro propio beneficio, sin contar con el bien común, que, a la larga, es el que nos reporta mayores satisfacciones.<br />–Sí, supongo que será por algo de eso. La mayoría de la gente sólo escuchan lo que les interesa escuchar, y nada más –repuse yo.<br />–Seguro que lo dices por lo que te ocurrió hace un par de años con esa asociación feminista que te demandó por lo que escribiste en uno de tus libros. Yo lo leí, y tienes toda la razón, algunas personas sólo entienden lo que les interesa. Yo para nada me sentí ofendida con lo que dijiste; al contrario, me sentí más bien halagada. No comprendo como esas personas pudieron ser tan estrechas de miras.<br />–Eso es porque tú lo leíste bien, sin la necesidad de buscar el protagonismo que proporcionan algunos medios de comunicación aprovechándose de la audiencia que les da el morbo y el escándalo gratuito, que con tanta avidez buscan miles de telespectadores incultos y de mentes vacías –había tocado mi fibra sensible, y una vez que me lanzo no hay quien me pare.<br />»Pues claro que te sentiste halagada, eso era precisamente lo que yo pretendía cuando dije lo que dije, y te puedo asegurar que es así como lo siento. Cuando digo que los hombres y las mujeres somos diferentes, no me refiero a que nosotros seamos superiores sino todo lo contrario; siempre he considerado a las mujeres mucho más inteligentes que los hombres; para mí, ese sexto sentido que decís tener, no es más que el sentido común, sólo que sabéis utilizarlo mucho mejor que nosotros. Y cuando digo que estáis mejor preparadas que los hombres para cuidar de nuestros hijos, lo digo con envidia, por las cualidades de que os ha dotado la naturaleza para tan complicada tarea, como son una mayor sensibilidad, comprensión, espíritu de sacrificio y capacidad para dar amor sin esperar nada a cambio, entre otras. Y sigo pensando que es una pena que esas cualidades se desperdicien inútilmente detrás de un mostrador, en un aburrido despacho o en una cadena de montaje aguantando a un encargado machista.<br />»Esta gente nunca comprenderán que la violencia de genero, como ellas la llaman, no tiene nada que ver con el machismo, sino con la educación. A mi, como a todos los de mi generación, nos educaron en el machismo. En mi casa éramos siete hermanos, cuatro hembras y tres varones, y a mi madre nunca se le ocurrió mandarme a mi o a mis hermanos a fregar los platos o limpiar el suelo; eso lo hacían mis hermanas. Sin embargo, los varones, cuando llegamos a una edad, nos íbamos a trabajar a la carpintería que tenía mi padre. Era lo normal, nadie se quejaba ni llamaba machista a nadie. Y ya ves, nunca se me ocurriría levantarle la mano a una mujer. Las mujeres debéis entender que, mientras falle la causa raíz que es la educación, habrá violencia, de género o como se la quiera llamar, ya que la violencia siempre se ejerce desde el más fuerte hacia el más débil, que normalmente soléis ser vosotras las mujeres.<br />»Con lo que la conclusión es que seguirá habiendo más y más violencia en un futuro, ya que se está dejando en un segundo o tercer plano lo más importante, que es la educación de nuestros hijos, y lo peor es que lo hacemos a cambio de tener más lujos y más comodidades.<br />–No es necesario que te justifiques conmigo –me tranquilizó Irene; creo que un poco sorprendida por mi innecesario discurso–. Yo te comprendo perfectamente. Además, en tu libro lo explicas muy bien, sólo que hay que saberlo leer, como tú dices. Por cierto, ¿cómo acabó todo aquello?<br />–Al final no me demandaron, no se atrevieron, la gente suele hablar mucho pero a la hora de la verdad se quedan en nada; no deberías creer todo lo que oyes por televisión, la mitad es mentira y la otra mitad, seguro que exagera. Cuando llevas un tiempo siendo un personaje público, acabas por acostumbrarte.<br />»Entonces va a ser verdad que has leído mis libros –quise cambiar un poco el tono de la conversación–. Y dime, ¿cuál de ellos ha sido el que te ha gustado más?<br />–Sin duda, Reflexiones de una cigüeña. Me pareció impresionante la capacidad que tuviste de reflejar las enormes diferencias que existen entre el tercer mundo y nosotros desde la perspectiva de un animal completamente irracional como es una cigüeña. Supongo que te debió de costar mucho trabajo escribirlo. ¿Cómo se te ocurrió una idea tan original?<br />–La verdad es que me costó bastante, sí. Se me ocurrió como todo, de repente, al mirar a una cigüeña en mi pueblo. Pensé que, pasando la mitad del año en África y la otra mitad en Europa, si pudieran hablar, seguramente tendrían muchas cosas que contar; así que me dije ¿por qué no ponerle yo la voz?<br />–Vaya, dicho así, parece muy fácil. Siempre he admirado mucho el trabajo de un escritor. A mi me cuesta un mundo hasta escribirle una carta a mis padres. Tiene que ser muy bonito disponer de esa facilidad que tenéis para contar cosas; eso sin contar el bien que le hacéis a la sociedad denunciando las injusticias sin importaros las consecuencias; y encima os ganáis la vida así, vaya chollo.<br />–Pues para que veas, yo también he admirado siempre lo que vosotros hacéis; y no lo digo por cumplir, te lo digo con toda sinceridad. ¿Qué merito tiene el ponerle voz a las injusticias del mundo desde la seguridad de tu casa? Lo vuestro sí que tiene verdadero mérito. Le ponéis las imágenes a esas mismas injusticias in situ, arriesgando vuestras vidas en ello. Eso es auténtica vocación y lo demás son tonterías. Además , para mí, esto es un negocio muy lucrativo, sin embargo vosotros, estoy seguro de que ninguno os haréis ricos con vuestro trabajo, a pesar de ser mucho más sacrificado y complicado.<br />–Bueno vale, está bien; lo dejaremos en tablas. Ya nos hemos engordado lo suficiente mutuamente. Ahora será mejor que nos vayamos; Santiago debe de estar ya esperándonos.<br /> </div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-34449575589663357172008-03-25T19:54:00.002+01:002008-03-25T19:55:00.904+01:00Capítulo Sexto<div align="justify">Decidí acabar la semana en la capital. Después de todo lo que había oído, prefería mantenerme alejado de mi rutina diaria y de todos mis conocidos; quería evitar cualquier tipo de distracción y, al mismo tiempo, dispondría de más tiempo para pensar tranquilamente en todo aquello, sin ninguna obligación que me apartara de ese cometido.<br />Tan sólo reflexionar. Precisamente ese es uno de los mayores problemas que tiene esta sociedad tan frenética, la gente no sabe pensar. Muy pocas personas son capaces de sentarse simplemente a pensar, a escucharse a sí mismas; supongo que será porque saben que no les va a gustar lo que van escuchar. Para la mayoría de la gente, el estar sentado o paseando sin hacer nada, aparte de pensar claro, lo consideran una pérdida de tiempo; creen que hay que estar haciendo algo físicamente por fuerza para ser útiles, o mejor dicho, sentirse útiles. Más de una discusión (pacífica por supuesto) he tenido con mis amistades a cuenta de esto; como ellos ven que suelo pasar mucho tiempo “sin hacer nada”, me suelen echar en cara que malgasto mi tiempo, y me dicen que ya les gustaría a ellos tener tanto tiempo libre como yo. Lo curioso es que la mayoría de ellos suelen utilizar ese tiempo libre que tanto me envidian en ver deportes por televisión (en vez de practicarlos), o escuchar las mismas noticias una y otra vez, o se pasan tardes enteras en las grandes superficies comerciales de tienda en tienda (la mayoría de la veces sin comprar nada, o al menos, nada útil), y cosas así.<br />Yo no les reprocho el que gasten su tiempo de esa manera, aunque para mí todo eso sea una pérdida de tiempo, si se divierten así, allá ellos. Sólo que me gustaría que ellos comprendieran que para mí, la reflexión personal supone mi fuente de inspiración más importante, teniendo en cuenta mi profesión, eso sin contar que es la actividad que más me distrae y mejor hace que me sienta; supongo que será defecto profesional, después de tantos años escribiendo en soledad.<br />Como ya he dicho antes, mi única tarea de esa semana sería reflexionar sobre todo lo que nos había contado Santiago. Tal y como lo había explicado, parecía un plan muy bien calculado y pensando, e incluso sencillo, dentro de lo que cabe. A mi parecer, el éxito de toda la operación dependía sola y exclusivamente de los poderes que él decía tener y el uso que estuviera dispuesto a hacer de ellos; lo cierto es que la demostración que llevó a cabo en la sala fue algo increíble. Yo no tenía ni idea de hasta donde podía llegar, pero la verdad es que tenía confianza en él (que remedio me quedaba), y me alegraba el hecho de formar parte de todo aquello. No estaba muy seguro del completo éxito de Santiago, tal y como él pretendía, pero sí que estaba seguro de que algo bueno saldría de todo esto y, como poco, al menos, sacaría una buena historia que escribir.<br />No dejaba de pensar en la presentación que quería hacer ante todo el mundo y en las palabras que había mencionado: “presentación apoteósica”. Me suponía que ya tenía algo en mente, además, comentó que tenía que ultimar algunos detalles. Por más que pensaba no se me ocurría de qué se podía tratar. Tengo que reconocer que me daba un poco de miedo; pretender convencer al mundo entero de que se es Dios, no es tarea fácil, y tampoco podía olvidar las veces que mencionó lo de utilizar el miedo al castigo. Algo me decía que no me iba a gustar mucho lo que se le había ocurrido, y para colmo, era yo el que tenía que escribirle lo que iba a decir ante el mundo entero.<br />Lo que sí que tengo que confesar que me gustaba, era la idea de trabajar tan estrechamente con Irene. A parte de ser una mujer muy atractiva, era una persona encantadora y muy sensata; tenía razón Santiago cuando dijo que teníamos muchas cosas en común (lo digo por lo de sensata, no por lo de encantador). Ella albergaba las mismas dudas que yo sobre el plan de Santiago, pero estaba dispuesta a colaborar en todo lo que éste le pidiera; también ella había decidido poner su confianza en ese hombre, a ver hasta donde podía llegar.<br />La actitud del mismo Santiago también ayudaba mucho a concebir esperanzas. Jamás había conocido una persona así; y no lo digo por los poderes que tiene, eso es obvio, lo digo porque era un hombre que basaba todas sus acciones en la justa razón, parecía una persona de una virtud intachable, aunque muchos no opinarían lo mismo después de saber lo que hizo con esos terroristas; y al mismo tiempo, era una persona enérgica y decidida; inspiraba mucha confianza. Cualquier persona con la suma de estas cualidades es capaz de acometer con éxito todo aquello que se proponga, ya que alguien así suele tener los pies muy bien puestos en el suelo, y nunca sería capaz de intentar emprender algo para lo que sabe que no está capacitado, arriesgando con ello la integridad de otras personas, como era el caso.<br />Y por si todo esto fuera poco, también había que tener en cuenta las personas que había buscado para desarrollar su plan. Había implicado a muchas personas importantes. Personas que, sin duda, nunca arriesgarían su carrera ni su trayectoria profesional embarcándose en un proyecto tan descomunal como éste y tan peligroso, con los ojos cerrados. Además, también era gente muy ocupada, que no estarían dispuestas a perder el tiempo así como así. Claro que, si Santiago en verdad poseía el poder de conocer perfectamente a una persona con sólo mirarla, esto le habría facilitado mucho la labor; iba sobre seguro, y esto era algo que daba mucha confianza, la verdad.<br />Durante esos días estuve también muy pendiente a las noticias, quería estar bien informado de la marcha de los acontecimiento en el mundo; quizás lo necesitase para redactar el discurso de Santiago, que era algo que no me podía quitar de la cabeza.<br />El caso es que comprobé que la noticia principal seguía siendo, como no podía ser de otra forma, la aparición de los cadáveres de los terroristas asesinados por Santiago, a pesar de que hacía ya casi dos semanas que no aparecía ninguno. Resultaba bastante irónico el observar las distintas interpretaciones que le daban a los hechos cada medio de comunicación, dependiendo de su ideología política, así como los mismos políticos, dependiendo de si estaban en el gobierno o en la oposición. Todos intentaban sacar tajada de lo ocurrido, como siempre, manipulando descaradamente la opinión de los ciudadanos de a pie. Sería divertido ver sus reacciones cuando hiciese acto de presencia nuestro particular Dios; algunos correrían a esconderse en algún recóndito agujero.<br />Y para colmo, al cuarto día de la reunión en el museo, ocurrió algo que muchos ya esperábamos. El grupo terrorista difundió un comunicado anunciando una tregua permanente. Yo me preguntaba qué significaba la palabra ´permanente´ en boca de unos criminales, supongo que hasta que ellos creyeran conveniente, teniendo en cuenta que, ni entregaron armas, ni entregaron a los fugitivos buscados por la justicia, ni tan siquiera, renunciaron a sus ideales independentistas; esos ideales por los que llevaban más de cuarenta años matando, atentando y extorsionando a los ciudadanos de este país.<br />Estaba claro que Santiago había conseguido asustarlos de verdad. No comprendo como se puede ser tan hipócrita; venir ahora con lo de “tregua permanente”, cuando todo el mundo sabe que están completamente derrotados y sin posibilidad ninguna de conseguir nada de lo que se habían propuesto. Y el caso es que aún seguían exigiendo al gobierno y a la nación un acuerdo entre todos los partidos políticos, donde se tuvieran en cuenta sus demandas; era increíble lo que había que escuchar.<br />Pero lo más grave de todo era que, tanto el gobierno, como la oposición, como la prensa y los medios de comunicación, les seguían el juego. El mismo día que salió el comunicado se armó un revuelo increíble en todo el país; todo el mundo estaba expectante a ver cual sería la reacción de cada líder político; empezaron todos a reunirse, a hablar de acuerdos, de hojas de rutas,... Yo no podía salir de mi asombro; o sea, hace sólo unos días no se podía ni oír hablar de negociaciones con terroristas y, sin embargo ahora, ya sí que se podía negociar con ellos, ya no eran terroristas, ya no importaba el que llevaran cuarenta años sembrando el terror en todo el país. Ahora lo único importante era salir en la foto de lo que habían llamado “Proceso de Paz”; qué ilusos, “proceso de paz”, como si alguna vez hubiera habido una guerra. Escuchando a algunos de nuestros representantes parlamentarios, daba la impresión de que teníamos que estar agradecidos a los criminales por perdonarnos la vida. Al final iban a conseguir lo que querían, entrar con sus ideales de independentistas radicales en el proceso político democrático del país con todas las de la ley.<br />Sinceramente, yo no entendía nada; no comprendía como se podía estar tan ciego. Nadie parecía acordarse ya de los más de mil muertos en estos últimos cuarenta años, ni de la cantidad de explosivos que habían robado últimamente, ni de las armas que se sabía que habían adquirido ilegalmente en la antigua Yugoslavia, ni de la cantidad de individuos pertenecientes a esta banda que se encontraban en busca y captura por la justicia, ni de la enorme cantidad de dinero que habían conseguido recaudar en los últimos meses a través de la extorsión a empresarios.<br />De nuevo me volvía a sentir como un bicho raro. A mi humilde entender, los únicos que tenían algo que hablar con esta banda de matones eran los jueces y fiscales, y sin embargo, allí estaban todos nuestros representantes políticos hablando de acuerdos y de posibles actuaciones futuras con estos criminales.<br />Nadie parecía entender que precisamente era ahora, cuando estaban derrotados, cuando tenía que actuar la justicia más duramente contra ellos. Con un simple comunicado habían conseguido darle la vuelta a la tortilla por completo. El único que podría decir que el terrorismo había llegado a su fin en este país era el tiempo, y parece ser que nadie estaba dispuesto a dejarle hablar; por el contrario, todos los medios de comunicación competían entre ellos con una incesante lluvia de especulaciones y valoraciones de todo tipo. Incluso una de las principales cadenas de televisión se puso en contacto conmigo a través de mi editor (a parte de mis amigos y familiares, era el único que conocía mi número de teléfono personal) para que participara en uno de sus programas de debate sobre el fin del terrorismo. Por supuesto, contesté que no.<br />No era la primera vez que intentaban reclutarme para alguna de estas pantomimas televisivas (como yo las llamaba) que tan de moda se habían puesto últimamente. Siempre era lo mismo; un grupo de personas en un bando y otro grupo en el bando contrario. Cada uno llevaba ya su idea preconcebida e intentaba por todos los medios convencer al resto de que su punto de vista era el correcto. Por supuesto que nunca nadie convencía a nadie, entre otras cosas, porque normalmente nadie se preocupaba por escuchar a los demás, sólo se limitaban a defender su idea. En alguna ocasión incluso, se da el caso de que se ponen a discutir acaloradamente dos de los contertulios, cuando los dos están diciendo lo mismo prácticamente, sólo que utilizan palabras diferentes, cambiando en sus respectivos argumentos algún matiz sin importancia. Cosa que prueba lo que decía antes de que no se suele escuchar a los demás, sólo lo que nos conviene, y que nuestro único afán es convencer a todo el mundo de que yo llevo razón y los demás están equivocados.<br />Tanto habían proliferado este tipo de programas que yo solía decir que se había creado una nueva profesión: la de debatista. Refiriéndome a toda esa multitud de profesionales, desconocidos hasta hace poco, que se dedicaban a ir de debate en debate, en cualquier canal de televisión y sin importar de qué se tratase el tema a debatir. Era penoso comprobar en qué se había convertido el derecho de libertad de expresión por el que tanto se había luchado hasta hace bien poco; muchos incluso tuvieron que dar la vida para que ahora pudiéramos disfrutar de él (si levantasen la cabeza...).<br />En fin, el lado positivo era que todo esto me serviría para motivarme aún más en nuestra lucha particular de la mano de Santiago. Pronto comenzaría la auténtica batalla por la paz y todo esto pasaría a un segundo plano. Ese era mi consuelo en este momento; Santiago sabría poner en su sitio a cada persona. Cuando todo comience no habrá lugar para las hipocresías ni para lo políticamente correcto; a cada cosa se la llamará por su nombre, y al que le guste bien y al que no que corra a esconderse. Estaba seguro de que disfrutaría con todo lo que iba a pasar.<br />Así transcurrió la semana, entre revuelos políticos, valoraciones de todo tipo por parte de la prensa, cavilaciones por mi parte, paseos al amanecer y al atardecer, almuerzos en el restaurante de la esquina, y poco más.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-55260116142990886902008-03-17T12:51:00.004+01:002008-03-17T12:57:45.954+01:00Capítulo Quinto<p align="justify">–Buenos días a todos –comenzó diciendo Santiago una vez que nos sentamos–. Me alegro de que hayan podido venir. Siento haberles hecho esperar... Bueno, para qué voy a engañarles; lo he hecho apropósito para que fueran conociéndose un poco, aunque ya sé que muchos de vosotros ya os conocíais de hace tiempo.<br />»Para vuestra tranquilidad os diré que cuento con muchas más personas de las que hay aquí, sólo que no era necesario que vinieran y, además, la mayoría se encuentran muy lejos.<br />Después de echar un vistazo general a los presentes mientras escuchaba a Santiago, reconocí a un par de personas más. Uno de ellos no me sorprendió nada verlo aquí, ya que se trataba del director del museo. Había leído varios artículos suyos muy interesantes de divulgación científica; además también solía aparecer con frecuencia en programas de televisión, sobretodo en debates o programas de entrevistas; era un personaje muy conocido y respetado en todo el país. Tengo que reconocer que a mí también me caía bien, me parecía una persona muy sincera, que sabía de lo que hablaba y que no se cortaba un pelo a la hora de criticar y denunciar a nuestros dirigentes políticos por su falta de interés en temas relacionados con el medio ambiente o la salud pública. Él mismo, a través del museo, estaba involucrado en un importante proyecto de educación científica y medioambiental enfocado a los más jóvenes.<br />La otra persona a la que reconocí, sí que me sorprendió un poco más. También era una persona muy conocida e importante, de hecho, creo que en una ocasión oí que era la persona más protegida de todo el país y, sin embargo, aquí se encontraba, entre nosotros, como uno más. Se trataba del juez del Tribunal Supremo Alejandro Marcos. De todos los jueces, éste era el más comprometido en la lucha antiterrorista; sin duda era el que más delincuentes de esta calaña había encerrado, de ahí que estuviera tan protegido, por lo visto, recibía amenazas de muerte un día sí y otro no. Lo curioso, pensé, es que, si conoce a Santiago, también sabrá que es él el autor de los asesinatos recientes de terroristas; no creí yo que un juez de su reputación y probada ética permitiera semejantes actos por parte de un ciudadano, por muchos poderes que éste tuviera. Supongo que también estaba harto de tanta lucha inútil y casi sin resultado.<br />–Antes que nada –continuó diciendo Santiago– tengo que agradecerle a mi amigo Luis que nos haya prestado las instalaciones de su museo para esta reunión. Supongo que todos conoceréis a Luis; él es el director de este museo y se ha prestado muy amablemente a ser nuestro anfitrión.<br />»Bien, no voy a perder el tiempo haciendo presentaciones, ya irán surgiendo éstas a medida que hablamos; además, ya tendréis tiempo para ir conociéndoos más adelante. Ahora no me gustaría aburriros, tenemos mucho de que hablar y poco tiempo para hacerlo.<br />»Imagino que estaréis ansiosos por saber lo que pretendo hacer con vosotros. Poco más o menos, todos os hacéis ya una idea de lo que se trata, la pregunta es cómo vamos a hacerlo. Pues bien, intentaré ir al grano, mi plan es muy sencillo; quiero presentarme ante el mundo como si fuera Dios.<br />Hizo una breve pausa, supongo que para comprobar la reacción de los presentes. Nadie decía nada pero me daba la impresión de que todos pensábamos lo mismo, o sea, que a este tipo se le había ido un poco la olla, se le había subido el poder demasiado a la cabeza.<br />–No se preocupen –dijo sonriendo–, comprendo su reacción. Pero escuchen primero todo lo que tengo que decir y después juzguen por ustedes mismos. Verán como no estoy tan loco como ahora creen.<br />Había olvidado que es capaz de leernos el pensamiento. En fin, al menos ya sabía que no era el único que pensaba lo mismo. Lo mejor sería seguir escuchado, esto prometía ser interesante.<br />–Empezaré por el principio. Supongo que todos recordaréis la pregunta que os hice, la de si preferíais un dictador impuesto por la fuerza pero que fuera justo y buscase la igualdad entre todos, o un gobierno democrático corrompido por el poder y dominado por el capitalismo. Todos disteis la misma respuesta por supuesto, la misma que daría cualquier persona razonable y con sentido común y la misma que di yo cuando me la formulé por primera vez, hace ahora unos ocho años.<br />»Fue entonces cuando empezó a fraguarse mi plan. Me di cuenta de que yo podía hacer algo, no podía quedarme impasible, de brazos cruzados, ante tanta barbarie y tanta injusticia; así que me puse a pensar. En un principio se me ocurrió la idea de dar una especie de golpe de estado a nivel mundial, por supuesto después de reclutar a un grupo de seguidores incondicionales lo más numeroso posible, que me apoyasen. Yo me encargaría de la fuerza y ellos de la logística, algo así como lo que vais a hacer vosotros ahora.<br />»Recordad las palabras de Aristóteles, con las que yo estoy completamente de acuerdo: “El mejor de todos los tipos de gobiernos es el reinado, donde el rey sólo se fija en el interés de sus súbditos; no es verdadero rey si no es perfectamente independiente y superior al resto de los ciudadanos en toda clase de bienes y cualidades. Ahora bien, un hombre colocado en tan elevadas condiciones no tiene necesidad de nada, no puede pensar nunca en su utilidad particular, y sí sólo en la de los súbditos que gobierna.”<br />–También Aristóteles dijo que cuando un reinado se corrompe se convierte en tiranía, porque la tiranía no es más que la perversión del reinado, y el rey se convierte en tirano –me atreví a decir, para mi sorpresa y la del resto de asistentes.<br />–Exacto Pablo –exclamó sonriendo–. Ha habido muy pocos reyes a lo largo de la historia que hayan sido capaces de mantener durante todo su reinado esa justa razón y virtud tan alta de la que habla Aristóteles. Supongo que será cierto lo de que el poder corrompe. Además, aunque no fuese así, no se le puede imponer a todo un pueblo de la noche a la mañana una forma de vivir distinta a la que están acostumbrados, aunque ésta fuese mejor que la que gozan en la actualidad. Lo ideal sería proponer en vez de imponer, pero eso ya lo lleváis haciendo vosotros y muchos otros durante mucho tiempo con escaso resultado.<br />»En fin, la cuestión es que por estos motivos no podía simplemente limitarme a imponerme por la fuerza sobre tantos países y gobiernos elegidos democráticamente, así sin más. Acabaría siendo peor el remedio que la enfermedad; la mayoría de la gente no lo aceptaría, aunque les hiciese ver que lo hago por su bien, o mejor dicho, por el bien de sus hijos y el futuro de la especie humana. Porque de eso es de lo que se trata, del futuro.<br />»No crean que pretendo ser alarmista, ni que hablo por hablar. Teniendo en cuenta las circunstancias actuales del planeta, es fácil prever que nos espera un futuro muy negro e incierto; todos vosotros lo pensáis así, y se escucha continuamente por todos lo medios; problemas medioambientales, crecimiento excesivo de la población, epidemias, inmigración incontrolada, finalización de recursos imprescindibles en la actualidad como el petróleo, extinción de miles de especies animales y vegetales de las que nos servimos para sobrevivir, etcétera.<br />»Sí, ya sé que el hombre ha sobrevivido en el pasado a muchas adversidades similares, e incluso les ha servido para mejorar y aprender. Pero, créanme, en esta ocasión es diferente. Como les dije antes, no hablo por hablar; no se trata de una simple previsión, se trata de algo más. El poder de clarividencia que poseo me hace ver el futuro con total claridad, y éste no es nada bueno. Si no actuamos ahora mismo y cambiamos el rumbo del planeta por completo, a la humanidad y a la gran mayoría de especies que pueblan el planeta, no les quedará más de cien años de vida.<br />»No les estoy hablado de quinientos ni de mil años, sinceramente, me importa muy poco lo que ocurra de aquí a entonces; soy consciente de que nada dura eternamente y, tarde o temprano, tendremos que extinguirnos para dar paso a otras especies, espero que más inteligentes. Les estoy hablando de que dentro de algunos años, treinta o cuarenta como mucho, en los que la mayoría de nosotros aún seguiremos vivos, y nuestros hijos estarán en la plenitud de sus vidas, la situación en el planeta será insostenible. En el que ahora conocemos por primer mundo, la violencia será desmesurada, lo que ahora se conoce por inmigración ilegal, pasará a ser una auténtica invasión imposible de controlar convirtiendo las calles en auténticos campos de batalla. Cuando la gente se mueve por hambre, no hay ejército, océano ni frontera que las pare. Sufriremos las consecuencias, de hecho, las estamos sufriendo ya, de lo que llevamos sembrando durante tantos siglos.<br />»Por si esto fuera poco, también la guerra entre las culturas judeo-cristiana y musulmana terminará estallando muy pronto y no habrá lugar en el mundo donde se esté seguro. Los pocos países verdaderamente desarrollados que existen en el mundo, me refiero a aquellos que han sabido mantenerse al margen de la corrupción y globalización tan brutal del resto, como son los países nórdicos por ejemplo, tarde o temprano, también terminaran sufriendo las inevitables avalanchas de inmigrantes y refugiados en busca de prosperidad y seguridad, provocando las mismas consecuencias que en el resto de países.<br />»A todo esto hay que sumarle la decadencia medioambiental, que traerá terribles consecuencias también para el ser humano, como son el aumento de desastres naturales producidos por el calentamiento global del planeta. Esto acarreará la huída de miles de personas hacia otras zonas más tranquilas y seguras, con lo que los problemas de que os hablaba antes se multiplicaran irremediablemente.<br />»En fin, podría seguir todo el día hablándoos del futuro que nos espera, pero creo que es suficiente con lo que os he dicho. Yo no sé vosotros, pero a mí no me gustaría para nada vivir en un mundo así.<br />–Todos conocemos las consecuencias que pueden tener en un futuro las acciones que estamos llevando acabo en el presente –apuntó el director del museo pensativo–; pero lo cierto es que como nos lo has pintado, es para ponerle a cualquiera los pelos de punta.<br />–¿Hasta qué punto es fiable ese poder de clarividencia que dices que posees? –preguntó un señor que estaba a mi lado– ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no ocurrirán otros acontecimientos que cambien el rumbo del planeta hacia mejores perspectivas? Me refiero a que actualmente, por ejemplo, existen muchos adelantos con respecto a la obtención de energías limpias y renovables, también se están llevando a cabo muchos proyectos de limpieza medioambiental en la mayoría de los países, en general, la gente está más concienciada de que tenemos que cuidar el planeta, ya que es el único que tenemos.<br />–Sí, tienes razón –continuó Santiago–. Pero no tienes en cuenta que todos esos proyectos y concienciación de que hablas, sólo se llevan a cabo en algunos países desarrollados, y el verdadero problema viene del resto de países, aquellos que están en vías de desarrollo o que pertenecen al tercer mundo, que dicho sea de paso, son la gran mayoría y, para colmo de males, no paran de crecer demográficamente debido al escaso o nulo control de la natalidad que tienen.<br />»También la guerra entre culturas empeorará esta situación enormemente, ya que los países desarrollados tendrán que dedicar casi todos sus recursos económicos y humanos para combatirla. Esto provocará un descenso brutal en el desarrollo de todo aquello que no tenga que ver con la guerra. Créeme, cuando ésta estalle, ningún gobierno pensará en el medioambiente ni en energías renovables. Además, se abandonarán aún más a su suerte a los países subdesarrollados y en vías de desarrollo agravando todavía más la situación.<br />»Por cierto, a la pregunta que me hacías sobre mi poder de clarividencia, por suerte o por desgracia, es bastante fiable. Yo no me quedaría sentado esperando a comprobarlo.<br />–Si estamos aquí es porque aún estamos a tiempo de solucionarlo, ¿no es así? –inquirió una mujer de mediana edad con acento extranjero; más tarde me enteré de que trabajaba en la ONU, para el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo.<br />–Claro –contestó Santiago–, pero me temo que tendremos que darnos prisa; el conflicto entre Oriente y Occidente se va a recrudecer en este mismo año si no actuamos antes, dando pie a la guerra de la que os he hablado.<br />–¿Piensas actuar contra los integristas islámicos como lo has hecho con los terroristas de nuestro país? –preguntó otro de los asistentes, compañero de Yolanda en Hospitales sin Fronteras.<br />–No, no, no, antes que nada tengo que dejar clara una cosa –contestó Santiago con rotundidad–. En esta batalla entre culturas en la que estamos inmersos, no existen dos bandos; no existe un bando bueno y otro malo. Lo que existen son personas buenas y personas malas; en todas las culturas y religiones hay canallas y depravados que sólo buscan su interés personal y que están deseando que se presente cualquier excusa para liarse a tiros con su vecino y así poder ampliar sus fronteras de dominio y poder<br />»Esto fue lo que ocurrió cuando atentaron en Estados Unidos contra la Casa Blanca y el Capitolio hace ahora cuatro años. Todos conocemos ya las ansias de poder y de imperialismo de su presidente republicano Larry Cóleman; después del atentado, aprovechado el afán de venganza de su pueblo, trazó con su gabinete el plan colonizador que tantas ganas tenían de llevar a cabo. Este plan constaba de cinco fases esenciales para controlar la zona del mundo que, hasta ahora, se les había resistido, precisamente los países donde se concentran las mayores reservas de petróleo que tanto necesitan.<br />»Empezaron con Afganistán, continuaron con Irak, y los siguientes en la lista son Irán, Siria y Arabia Saudí. La inesperada resistencia iraquí les ha supuesto un grave contratiempo, pero no les frenará; una vez que han puesto en marcha el proyecto, no hay marcha atrás. De hecho, ya han empezado con la propaganda anti-iraní, tal y como hicieron con Irak antes de la invasión.<br />»No es la primera vez que ocurre en el mundo algo así, ni será la última, seguramente. Están siguiendo los mismos patrones que han seguido anteriormente otros grandes imperios como el romano, el francés, el español o el británico; la diferencia es, que en esta ocasión, la invasión no es territorial como en los anteriores, sino económica. Se están asegurando puestos de privilegio en todo el mundo donde poder integrar sus productos y, al mismo tiempo, tomar lo que necesiten con un mínimo coste. Llevan haciéndolo así desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tal y como predijo el presidente Eisenhower en su discurso de despedida en 1961, previniendo al mundo de los peligros del poder no autorizado bajo la forma de complejo industrial militar. Estas fueron sus palabras:<br />»“ Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentística permanente de inmensas dimensiones; estos establecimientos dedicados a la defensa han contratado de forma directa a tres millones y medio de hombres y mujeres; la influencia sobre la economía, la política e incluso el terreno espiritual se puede llegar a sentir en cada ciudad, en cada cámara legislativa, en cada despacho del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperante por la que se produjo este desarrollo, pero no debemos dejar de entender sus graves consecuencias. En los consejos de gobierno debemos protegernos de la adquisición de influencias injustificadas, ya sean buscadas o no por parte del complejo industrial militar. La posibilidad de un aumento de poder desastroso e inapropiado existe y persistirá.<br />»Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro los procesos democráticos y nuestra libertad. Si no controlamos al complejo industrial militar seremos testigos de la subida al poder de las personas inadecuadas, veremos a gente en la política que no tienen ningún tipo de responsabilidad con el votante.”<br />»Esta es una de las afirmaciones mas profundas que ha hecho un presidente de los Estados Unidos. También George Washington dijo que para proteger y mantener un imperio así, se necesita un ejercito permanente, pudiendo éste destruir la estructura del gobierno, que es el que trata de crear nuestra constitución que a su vez nos protege de la creación de una presidencia imperial.<br />–Quieres decir –interrumpió el juez del Tribunal Supremo– que el peligro más grave no viene precisamente de los grupos fundamentalista islámicos como todos pensamos, ¿no es así?<br />–Exactamente. No cabe duda de que estos grupos son muy peligrosos y hay que acabar con ellos. Para terminar con un grupo terrorista, no basta sólo con matar o encarcelar terroristas, ya que por cada uno que muera, aparecerán cien más. Ese es el error que cometen todos los gobiernos. Para acabar con los grupos radicales hay que atacar a la causa raíz; la razón por la que se levantan en armas despreciando sus propias vidas y la de los demás.<br />»En algunos casos, este motivo no está tan claro, pero en el levantamiento de los musulmanes sí que existe una causa muy clara: la expansión colonial de Occidente, y más concretamente, de Estados Unidos. La creación del estado de Israel y la posterior permisividad por parte de la Unión Europea a su ilegal expansión, ocupando territorios pertenecientes a países islámicos, ha sido el mayor error que ha cometido el mundo civilizado en toda su historia, y ahora lo estamos pagando.<br />»Y lo peor de todo es que nos estamos dejando llevar sola y exclusivamente por decisiones económicas. Los famosos comités de expertos estadounidenses, por ejemplo, están formados por personas directamente integradas en el complejo industrial militar del que nos prevenía Eisenhower; y esas son las personas que están dirigiendo todas las decisiones que se toman en ese país y, en consecuencia, en el resto del mundo.<br />–Una de esas decisiones fue la de darle, por parte de las dos cámaras del congreso, el poder al presidente Cóleman para iniciar a su antojo cualquier conflicto armado que creyera conveniente, incluyendo la utilización de armas nucleares si fuera preciso –comentó un militar que se encontraba también en la sala. Por su atuendo, se veía que era de alta graduación, pero mi ignorancia en temas militares me impedía saber exactamente de qué se trataba–. Tardó sólo seis meses en utilizarlo iniciando la invasión de Afganistán.<br />–Por lo que estás diciendo, Santiago –comenzó diciendo la atractiva reportera que conocí en la antesala–, pretendes luchar contra todo el poder económico de Occidente, prácticamente. Estamos hablando de algo mucho más grave que matar terroristas. Podemos provocar una crisis mundial de consecuencias catastróficas.<br />–Eso dalo por hecho –le contestó Santiago–; me refiero a lo de la crisis mundial. Pero aún no habéis escuchado mi plan, no saquéis conclusiones precipitadas. Si os digo todo esto antes de explicaros en que consiste mi proyecto, es para que comprendáis la gravedad de los problemas a los que nos enfrentamos. Tened una cosa muy presente, ante problemas graves, sólo caben soluciones drásticas. Este tipo de soluciones siempre perjudican a alguien, es inevitable, en este caso, y sin que sirva de precedente, el fin sí justifica los medios.<br />»Si queremos que haya más igualdad en el mundo, los que estamos más arriba, debemos irremediablemente bajar un poco, para que los que están más abajo puedan subir. Ya sé que a nadie le gusta bajar de escalafón, y se crearán muchas tensiones y situaciones violentas, pero habrá que hacer un esfuerzo sobrehumano, tarde o temprano, la gente comprenderá que tener menos cosas materiales no significa perder calidad de vida, más bien, todo lo contrario. Llevará tiempo, y muchas personas sufrirán mucho, e incluso tendrán que morir otras muchas, pero si mi plan funciona tal y como predigo, en cuestión de diez o quince años como mucho, o incluso antes, el mundo será un lugar donde de gusto vivir, mucho más tranquilo y seguro. Ese será nuestro objetivo.<br />–Bueno Santiago –dijo el director del museo aprovechando una pausa–, ¿a qué estás esperando para contarnos tu plan? Te puedo asegurar que nos tienes a todos intrigadísimos.<br />–Está bien –contestó éste sonriendo–, ya veo que estáis todos expectantes. Como os dije al principio, primero pensé en derrocar por la fuerza a aquellos gobiernos corruptos y dominados por el capitalismo que tanto mal están haciendo al mundo. Pero después comprendí que esta no podía ser la solución; la gente me vería como otra amenaza más, no podrían entender que un ser humano como ellos tuviese tanto poder, y me temerían, provocaría demasiadas inquietudes y situaciones imprevisibles e inseguras. Al mismo tiempo, verían a mis seguidores, o sea, a ustedes, como usurpadores. No tardarían en levantarse contra ustedes, sería muy difícil mantener la paz en tantos países al mismo tiempo en esas condiciones y, al final, habría que utilizar la fuerza en demasiadas ocasiones. No habríamos conseguido nada, la gente viviría asustada y con un sentimiento de inseguridad que no tardaría en explotar. Y tampoco me gusta mucho la idea de colocaros en una posición tan peligrosa; nunca me perdonaría el que os ocurriera algo malo por mi causa.<br />»En fin, después de pensarlo mucho, me vino la idea a la cabeza. Han sido muchos, y de hecho siguen siendo muchos, los que utilizan las creencias religiosas de la gente para fines determinados y, lo cierto es que, a pesar de los tiempos en que vivimos, sigue funcionando. Los musulmanes son capaces de morir por su Dios; lo judíos siguen pensando que son el pueblo elegido por Dios, y que éste fue el que les concedió las tierras que ahora poseen. Los católicos, por lo general, son los más difíciles de convencer, la mayoría han perdido la fe gracias a la expansión de la cultura y el conocimiento y, gracias también, por qué no decirlo, a una Iglesia estrecha de miras que no ha sabido adecuarse a los tiempos; pero cuento con el dicho de `ver para creer`, supongo que también funcionará con ellos.<br />–O sea, que iba en serio lo de hacerte pasar por Dios –apuntó uno de los presentes sin disimular su sorpresa.<br /><br />No me gusta parecer presuntuoso, pero tengo que admitir que a mí no me sorprendió nada; ya me había imaginado que ese sería su plan, sencillamente porque yo haría lo mismo en su lugar, si tuviera los poderes que él posee. Además, en cuanto vi las personas con las que contaba, supe que no podía ser de otra forma. Aunque, también reconozco, que todavía no tenía ni idea de cómo pretendía llevarlo a la práctica, teniendo en cuenta que, normalmente, la gente sólo cree en lo que les conviene, no basta con abrirles lo ojos aunque sea engañándolas hábilmente, es necesario además proporcionarles algo tangible, que les interese para vivir mejor, sobretodo en las culturas más modernas y desarrolladas que tan inmersos nos hallamos en el mundo del consumismo y lo material.<br />No lo tendría nada fácil para hacerles creer en algo que no les interesa creer. Y si ya era difícil de convencer a los más incrédulos, con la Iglesia lo tendría aún más difícil todavía. La alta jerarquía eclesiástica, o sea, el Vaticano, sería la mayor perjudicada con la aparición de un Dios real, como pretendía hacer Santiago. En cuanto viesen peligrar su tan privilegiada posición de supremacía en el mundo, lucharían encarnizadamente por mantenerla y se podían convertir en nuestros peores enemigos. Santiago tendría que ser muy astuto y hábil para mantener la situación bajo control.<br /><br />–Sí, ese es el plan exactamente, hacerme pasar por Dios –continuó diciendo Santiago, respondiendo al tipo que le interrumpió–. Ya sé que no será fácil, necesitaré usar todo mi potencial para convencer al mundo y espero que todo salga como lo tengo pensado.<br />»La idea se me ocurrió al leer La Biblia; el Dios que en ella aparece es un Dios cruel, un genocida casi. No tiene escrúpulos ninguno a la hora de asesinar a pueblos enteros, incluido mujeres, niños y ancianos; pasarlos a cuchillo lo llaman ellos. Fue así como consiguió que el pueblo de Israel dominara en unas tierras que no le pertenecían, exterminando sin ningún tipo de consideración a todo aquel que se le oponía, aunque fuese sólo en defensa de su territorio. Incluso estuvo a punto de aniquilar a su propio pueblo en varias ocasiones por motivos insignificantes; también mataba a sus propios sacerdotes por cosas como hacer sacrificios fuera de su tabernáculo y otras por el estilo. En definitiva, controlaba a sus seguidores induciéndoles el miedo al castigo.<br />»No es que yo crea en nada de esto, pero la cuestión es que la gente cree y adora a un Dios así. Afortunadamente después vino Jesucristo a poner las cosas un poco en su sitio, pero, aún así, los judíos, musulmanes y, en menor medida, los cristianos, siguen rezando a ese Dios tiránico de La Biblia.<br />»No os preocupéis, yo no pienso comportarme de esa misma manera. No tengo la intención de exterminar ni aniquilar a nadie que no se lo merezca realmente. Pero, si es necesario, sí que pienso utilizar ese miedo para hacer ver a los desalmados que sólo tendrán cabida en este mundo si cambian de actitud y se comportan de forma más justa y razonable. Haré ver a la gente que sólo tendrán motivos para temerme aquellos que sólo busquen su bien personal movidos por la avaricia y la codicia, aquellos que no sean capaces de respetar a sus hermanos, aquellos que no comprendan que todos los seres humanos somos iguales y tenemos los mismos derechos. No descansaré hasta que no compruebe que no hay ni una sola persona en este mundo empuñando un arma o pasando hambre. Ese es mi cometido, y el vuestro será mantener esa situación así durante el mayor tiempo posible, evitando que se vuelvan a cometer situaciones de injusticia.<br />–Supongo que serás consciente del plan tan ambicioso que quieres acometer –repuso de nuevo el director del museo. Parecía que se conocían desde hace mucho tiempo, a juzgar por la confianza con que se trataban–. Yo no sabría ni por donde empezar.<br />–Para empezar he desarrollado una especie de programa que pretendo seguir con vuestra ayuda –continuó diciendo Santiago–. A ver qué os parece.<br />»Grosso modo, consta de tres etapas bien diferenciadas e indispensables. La primera, y más difícil, sería la eliminación total de cualquier tipo de arma de fuego sobre la faz de la Tierra; por supuesto, esto es cosa mía, e incluye la completa desmantelación de toda la industria armamentística de todos los países, así como acabar con todos los conflictos armados del mundo. Después entraremos en detalles.<br />»La segunda etapa iría encaminada a la reconducción de todos los recursos económicos y humanos obtenidos por la primera etapa, para la erradicación del hambre y demás necesidades vitales en los países del tercer mundo. Para ello cuento con vosotros, Yolanda, y vuestra organización como principal valuarte. Sólo tendréis que hacer lo mismo que lleváis haciendo durante tantos años, con la diferencia de que ahora contaréis con todos los recursos necesarios, tanto económicos como personales, y la colaboración de todos los países. Para quien no conozca bien la ONG que dirige Yolanda, le diré que tiene la gran ventaja, y por eso los he elegido, de disponer de una perfecta estructura a nivel mundial, siendo capaces de proporcionar ayuda médica en cualquier rincón del planeta donde se necesite en un tiempo impensable para cualquier otra organización.<br />»En esta fase también se acometería la necesidad de que cada país explote sus recursos naturales, acabando con el expolio al que están siendo sometidas muchas naciones por parte de grandes multinacionales extranjeras, quitándoles el poco sustento de que disponen.<br />»Con la tercera y última etapa lo que pretendo es hacer simplemente que se cumpla la ley. Me explico; hay muchos países que tienen pendiente resoluciones establecidas por las Naciones Unidas. Hay que obligar a estos países a que las cumplan. También quiero reforzar a este organismo, al que todos lo países deben acogerse, para que siga siendo el que vele por la seguridad del planeta. Todos sabemos la teoría, lo único que tenemos que hacer es llevarla a la práctica. Me estoy refiriendo a la Declaración Universal de Derechos Humanos<span style="font-size:85%;">(1)</span> promulgada por la ONU en diciembre de 1948; sencillamente tenemos que obligar a todos los gobiernos del mundo a cumplirla estrictamente, castigando duramente al que no lo haga.<br />»¿Y bien? –preguntó Santiago después de hacer una breve pausa en espera de que alguien comentara algo–. Os habéis quedado muy callados; ¿no os gusta mi plan? Si tenéis algo que decir, ahora es el momento.<br />Yo sí que tenía muchas cosas que decir, sobretodo muchas dudas. Todo aquello sonaba muy bonito, muy idílico, pero yo seguía pensando que imposible de realizar. Se necesitaría algo más que un milagro para dar a la humanidad semejante vuelco de ciento ochenta grados. Esperaba sinceramente que Santiago tuviera algún as debajo de la manga que aún no hubiera mostrado. De todas formas, actué con la prudencia que me caracteriza y esperé a ver la reacción de los demás. Quería creer que todos pensarían como yo.<br />El primero que se atrevió a hablar fue el militar.<br />–Bueno, parece que lo tienes todo muy calculado y, francamente, espero que así sea porque yo sigo sin verlo muy claro. En primer lugar, cómo pretendes que se ejerza la seguridad si quieres acabar con toda la industria armamentística. Y, por otro lado, si dejamos que halla un ejército armado para protegernos, será cuestión de tiempo el que estas armas lleguen a manos indebidas. Yo veo esto muy complicado.<br />–Comprendo tus recelos; ya dije antes que tendría que entrar en detalles, pero ya que me lo preguntas, intentaré responder a eso ahora.<br />»No cabe la menor duda de que esta primera etapa de desarme general es la más complicada de todas, y llevará su tiempo llevarla a cabo por completo. Cuando he dicho que quiero acabar con todas las armas de fuego del mundo, es eso precisamente lo que quiero hacer; no quiero dejar ni una sola, ni la posibilidad de que se puedan fabricar. Si no existen grupos armados contra los que luchar, tampoco será necesario un ejercito armado que nos defienda de ellos.<br />»Por supuesto que no podemos dejar desarmados de repente a todo los ejércitos del mundo, esto sería un desastre. Habrá que llevarlo a cabo por etapas, empezando primero por las fábricas. Ya hay personas en varios países encargadas de darme una lista con todas las instalaciones dedicadas a la construcción de cualquier tipo de armamento; no pienso dejar ni una en pie.<br />»En segundo lugar me encargaré de desarmar, y si es necesario, aniquilar, a todos aquellos grupos insurgentes o ejércitos ilegales que actualmente campan a sus anchas por el planeta. Para ello cuento con la organización de Irene, Reporteros del Mundo. Esta organización está compuesta por cientos de corresponsales repartidos por todo el mundo. Allá donde hay un conflicto armado, hay un periodista de esta ONG; ellos serán mis ojos, me mantendrán informados de donde debo actuar, y estoy seguro de que me darán mucho trabajo.<br />»Por último, una vez conseguidos estos dos objetivos, llegará el momento de desarmar también a los ejércitos. Mi intención es dejarles provistos sólo de armamento antidisturbios; si todo sale bien, tendrán más que suficiente con eso.<br />–Santiago, ¿qué ocurrirá con las miles y miles de familias que viven de la industria armamentística? –quiso saber una señora que se encontraba sentada justo enfrente de mí–. Me refiero a los trabajadores de las fábricas; ¿de qué vivirán entonces?<br />–Pues no lo sé –respondió éste para sorpresa de todos–. Pero sinceramente, no creo que mueran de hambre; eso es algo que tendrán que solucionar los distintos gobiernos. Como ya he dicho, éste será un proceso muy costoso y doloroso para muchos; todos tendremos que hacer sacrificios, unos más y otros menos. Lo único importante es el objetivo final; con el tiempo, todas estas adversidades que irán surgiendo se solucionarán, no me cabe duda.<br />»Ya sabemos que vendrán malos tiempo. Seguramente la economía sufrirá la mayor crisis de toda su historia, habrá motines y manifestaciones en todas las grandes ciudades, los grupos violentos aprovecharán estas circunstancias para actuar impunemente, y más consecuencias que habrá que ahora mismo no se me ocurren. Ya cuento con todo eso, pero, para mí, no son más que males menores que se solucionarán con el paso del tiempo y con la colaboración de todos. Puede que nos lleve años, pero finalmente conseguiremos lo que nos proponemos: librar a la humanidad de las injusticias y del inminente final que les espera.<br />–También los soldados nos quedaremos sin trabajo –apuntó de nuevo el señor vestido de militar.<br />–Por eso no te preocupes –le respondió Santiago–, se necesitará mucha mano de obra para ayuda humanitaria. Hay muchos países que reconstruir; los ejércitos tienen un papel muy importante que cumplir en este proyecto, ya lo comprobarás.<br />–Has mencionado los conflictos armados –intervino esta vez Yolanda Ramos–, pero en el mundo hay otros muchos problemas que merecen la pena resolver también, ya que causan mucho daño a la sociedad. Por ejemplo el narcotráfico, o el mercado con seres humanos, por no hablar de la explotación infantil. Supongo que también los tendrás en cuenta.<br />–Por supuesto –contestó Santiago–, pero todo a su tiempo. Tenemos que establecer unas prioridades y, creo que las que he propuesto son las más sensatas. Además, si se cumple este programa, lo demás caerá por su propio peso, ya lo verás. Con la red de informadores que tengo repartidos por todo el planeta, no habrá malhechor que se escape de mis garras, te lo puedo asegurar.<br />Nadie parecía caer en lo que para mí eran las principales dudas del plan de Santiago, así que, muy a mi pesar, decidí intervenir.<br />–Yo tengo dos preguntas que hacer. La primera es si tienes pensado avisar de alguna forma al mundo de lo que piensas hacer antes de actuar. Y la segunda, ¿qué pasará si te ocurre algo? Por mucho Dios que digas ser, tú sabes que te vas a convertir en el principal objetivo a abatir por parte de todos los bandos. Cuando nos conocimos me dijiste que sólo eras un ser humano como los demás, por tanto, mortal.<br />»Si te ocurriera algo malo, Dios no lo quiera, dejarías al mundo en un estado lamentable, y sin ti, nada de esto se puede llevar a cabo, serás imprescindible.<br />–Sí, esperaba esas dos preguntas –contestó pensativo–. Bueno, vayamos por partes. Por supuesto que tengo pensado avisar a todo el mundo antes de empezar. Como todos sabéis, la primera impresión es muy importante, así que tenía en mente hacer una presentación apoteósica; algo que no se olvide fácilmente y que no deje lugar a dudas de lo que pretendo, y cómo pretendo hacerlo. Mi intención es que todo el mundo piense que verdaderamente soy Dios o Alá o Jesucristo o como quieran llamarme, y que no pienso tener ninguna compasión con aquel que incumpla mis leyes, que no serán otras que las promulgadas en la carta de Derechos Humanos.<br />»Después del aviso y de haber dado un tiempo razonable, mi actuación será contundente. Os advierto de que no tendré piedad ninguna contra aquellos que infrinjan algunos de los mandatos, sobretodo con todo aquel que pretenda utilizar algún arma de fuego contra otro. Por desgracia, el miedo es el único sentimiento que puede hacer cambiar a la mayoría de la gente su forma de actuar; también Aristóteles habló de ello mejor que lo pueda hacer yo, en uno de sus tratados éticos diciendo: “Con relación a la multitud, los preceptos son absolutamente impotentes para dirigirla hacia el bien. Jamás obedece por respeto, sino por temor, no se abstiene del mal por un sentimiento de pundonor, sino por el terror de los castigos. Como sólo vive para las pasiones, sólo va en pos de los placeres que le son propios y de los medios que proporcionan estos placeres, apresurándose a evitar las penas contrarias. Pero en cuanto a lo bello y al verdadero placer, no tiene de ellos ni una simple idea, porque jamás los ha gustado. Y pregunto, ¿qué discursos, qué razonamientos pueden corregir estas naturalezas groseras? No es posible, o por lo menos no es fácil, mudar por el simple poder de la palabra hábitos de muy atrás sancionados por las pasiones.”<br />»Para la susodicha presentación tengo que ultimar todavía algunos detalles. Ya os informaré cuando llegue el momento.<br />»Con respecto a la otra pregunta que me hacía Pablo, es verdad que soy un ser humano y que por tanto puedo morir, o me pueden matar. Ese será un riesgo que tenemos que asumir. Para vuestra tranquilidad, os diré que no es nada fácil que me maten. Os pondré un ejemplo; si alguien me disparara con una pistola por la espalda desde unos cuatro o cinco metros de distancia, antes de que la bala me alcanzase, yo habría sentido el disparo, me daría la vuelta, atraparía la bala y se la metería entre ceja y ceja al tipo que me disparó; éste moriría sin darse cuenta siquiera de lo que le había pasado. El secreto está en que yo me puedo mover en un espacio temporal distinto al del resto de los mortales.<br />En ese mismo instante ocurrió algo increíble; Santiago desapareció de repente de nuestra vista y, cuando aún no habíamos terminado nuestras respectivas exclamaciones de sorpresa, al instante siguiente, entró como si tal cosa por la puerta que tenía detrás suya. Ya se pueden imaginar la reacción de la mayoría de los presentes, algunos incluso se levantaron de sus asientos sin comprender qué es lo que estaba pasando.<br />–Tranquilos, vuelvan a sus asientos –empezó a decir como si no hubiera ocurrido nada–. Sólo quería demostraros lo que os acabo de decir. Para vosotros, yo he desaparecido y he vuelto a aparecer en otra habitación; pero no es así, mi poder no llega a tanto. Lo que he hecho es, simplemente, levantarme y salir por esa puerta para volver a entrar seguidamente, lo que ocurre, es que lo he hecho a una velocidad que vosotros sois incapaces de apreciar. Y esto es sólo una pequeña demostración; no me atrevería a decir que soy intocable, pero sí que os puedo asegurar que no seré un hueso fácil de roer para quien quiera intentarlo.<br />–¿Qué clase de poder mental es ese? –exclamó uno de los tipos que se habían levantado–. En mi vida había oído hablar de nada parecido.<br />–No sabría como explicarlo –intentó responderle Santiago–. Es algo que puedo hacer, simplemente. Supongo que cuando termine todo esto me tendré que poner en manos de algún físico teórico; seguro que ellos encontrarán alguna explicación sensata de todo lo que hago, auque, sinceramente, tampoco es que me importe mucho la explicación científica que puedan tener estas cosas.<br />»En fin, no quiero robarles más tiempo; ya es tarde y estoy seguro de que tendrán mucho trabajo que hacer. Dentro de una semana me reuniré aquí mismo con Pablo e Irene. Entre los tres prepararemos lo que será mi presentación ante el mundo. Necesitaré un buen discurso que se encargará de escribir Pablo y una buena cobertura mediática, eso es cosa tuya, Irene. Al resto ya les reclamaré cuando proceda; mientras tanto sigan ocupándose de sus asuntos como si tal cosa; no es necesario que os recuerde lo importante que es la prudencia.</p><p align="right"><br /><span style="font-size:85%;">(1) Reproducida íntegramente al final del libro.</span></p>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-88325886937747498922008-03-11T11:11:00.002+01:002008-03-11T11:21:30.642+01:00Capítulo Cuarto<div align="justify">Eran las ocho de la mañana cuando me presenté en la entrada del museo. Como todos los lunes, el museo estaba cerrado al público; supongo que por eso habían escogido ese día. Esperaba encontrarme a más gente por allí con cara de despistadas como yo, pero por el contrario, la calle mostraba el aspecto que se podía esperar de ella un lunes a esta hora; nadie con apariencia de científico superdotado rondaba por allí cerca. Confieso que me llevé una desilusión, por un momento llegué a pensar que todo había sido una estúpida broma y que alguien me la había jugado; me sentía ridículo en aquella situación.<br />Gracias a Dios pronto aparecieron varias personas más, en concreto, dos mujeres y un hombre, todos de mediana edad, más o menos como yo. Casi al mismo tiempo se abrió una pequeña puerta de servicio que se encontraba a unos metros de la entrada principal. Salió un señor mayor, de unos sesenta años, que después de saludarnos muy afectivamente nos invitó a pasar y nos condujo hacia una sala de espera. Nos dijo que permaneciésemos allí mientras llegaba el resto de invitados.<br />Para mi alivio, en esa sala había más personas esperando, yo calculé unas veinte, aproximadamente. También habían tenido el detalle de prepararnos una mesa al fondo de la sala con todo tipo de bebidas y bollería como para completar un buen desayuno mientras esperábamos.<br />Allí había gente de lo más variopinta; me fijé que la edad de la mayoría rondaba entre los treinta y los sesenta. Había varios grupitos de personas charlando animadamente que, al parecer, ya se conocían. Otros sólo se hacían comentarios de compromiso; y el resto, entre los que me incluía yo, permanecíamos aislados, observando y esperando en silencio a que alguien se nos acercase para preguntarnos algo.<br />La primera impresión no fue precisamente como la esperada. No conocía a nadie de los que estaban allí; ni siquiera me sonaba la cara de ninguno de ellos; no parecían grandes personalidades, ni premios nóbeles ni nada parecido. En principio no sabía si alegrarme por encontrarme entre gente sencilla, como yo, o por el contrario, debería preocuparme, ya que esta gente, se suponía, que tenían que salvar al mundo. Seguramente ellos pensarían lo mismo al verme a mí; a pesar de ser uno de los escritores más leídos del mundo (o por lo menos, con más libros vendidos), no se puede decir que yo fuera un personaje muy conocido. Eso era debido a mi poca afición a los medios de comunicación, de la que ya he hablado antes; en toda mi carrera tan sólo había concedido dos entrevistas en diferentes publicaciones, hacía ya algunos años, y jamás había salido por televisión, no obstante debo decir que han sido muchas las ocasiones en que me han invitado (creo que esto ya lo he repetido alguna vez).<br />En contra de lo que le gustaría a mi editor, tengo que reconocer que me encanta el anonimato, es más, una de las cosas que más valoro en esta vida es precisamente la intimidad; la necesito, y estoy dispuesto a hacer lo que sea por conservarla, aunque para ello tenga que vender la mitad de libros de los que pudiera.<br />Sin embargo, aún así y todo, por donde quiera que voy siempre hay alguien que me conoce; normalmente lectores que se han fijado en la foto mía que aparece en la contraportada de mis libros. Si no se ponen muy pesados, no suele importarme, a veces, incluso, es agradable que te pidan un autógrafo por la calle o me feliciten por mi último libro, que es lo más habitual que me suele ocurrir.<br />También en esta ocasión me encontré con una de mis incondicionales lectoras. Se me acercó una chica de unos treinta y pocos años de aspecto atlético y muy atractiva. Casualmente me había fijado en ella nada más entrar.<br />–¿Pablo Torres? –me preguntó–. Es usted Pablo Torres, el escritor, ¿no es así?<br />–Lo confieso; sí, soy Pablo Torres –contesté intentando parecer sociable.<br />–Vaya, no sabe cuanto me alegro de encontrarle aquí; me he leído todos sus libros. Me encantan. Y dígame una cosa señor Torres, ¿conoce usted bien a nuestro anfitrión? Porque a mí me tiene intrigadísima.<br />Aunque un poco charlatana, a primera vista parecía una muchacha muy simpática y educada y, si le sumamos a eso su físico, seguramente en este momento yo sería la persona más envidiada de la sala. Pensé que sería mejor no defraudarla. Había oído decir demasiadas veces a otras personas que, después de conocer cara a cara a personas a las que habían considerado como ídolos suyos, se habían sentido defraudadas porque no eran lo que esperaban. A mí también me había ocurrido eso en alguna ocasión, y con los escritores suele ser muy habitual, ya que los lectores sólo nos conocen por lo que escribimos, y en demasiadas ocasiones no suele corresponderse con lo que somos. A mi me aterraba que alguno de mis lectores pensara eso de mí, por eso cada vez que me encontraba con uno procuraba ser lo más prudente posible e intentaba no enrollarme demasiado.<br />–Pues si quiere que le diga la verdad, no –le contesté amablemente–. Sólo nos hemos visto en una ocasión, hace algo más de dos semanas. ¿Hace mucho que habló con usted?, señorita...<br />–Oh, perdone, no me he presentado; me llamo Irene –me dijo, estrechándome la mano demasiado enérgicamente para ser mujer–. Soy coordinadora en este país de Reporteros del Mundo, ya sabe, la ONG; supongo que habrá oído hablar de nosotros.<br />Lo cierto es que ni siquiera sabía que existía semejante ONG, pero asentí educadamente, no quería parecer un analfabeto desinformado.<br />–También yo he visto a Santiago tan sólo una vez –continuó diciendo–. Hace ya casi un mes. Todo un personaje ¿no cree? No sé lo que habrá hablado con usted, pero a mí me tiene muy intrigada con todo eso que pretende hacer. Me muero de impaciencia por conocer su plan.<br />–Ya veo que a usted también...<br />–Por favor tutéeme –me interrumpió–; si vamos a trabajar juntos creo que será lo mejor.<br />–De acuerdo –me gustaba eso de trabajar juntos–, nos tutearemos mutuamente. Como iba diciendo, a ti también te ha hablado de su plan, por lo que veo. A mí me ocurre lo mismo, también estoy impaciente por saber de qué se trata.<br />–Por cierto, ¿cómo logro convencerte de quién era? Porque yo reconozco que se lo puse algo difícil. Imagínate, pensé que me estaban gastando una de esas bromas con cámara oculta. No podía creer que eso me estuviera ocurriendo a mí. Incluso después de que se levantara por el aire hasta el techo de mi despacho, no podía creerlo; tuvo que coger y levantarme a mí también con él. Me llevé un susto de muerte. Si no me impide gritar, se hubiera enterado todo el edificio, qué vergüenza pasé.<br />Ahora entendía lo de las ridículas demostraciones que me comentó Santiago cuando nos vimos. Empecé a explicarle a Irene que conmigo lo había tenido mucho más fácil pero en ese momento se me acercó nuestro anfitrión que, con la charla no nos habíamos percatado de que había entrado en la sala.<br />Parecía otro, casi no lo conocí. Iba bien vestido y con el pelo recogido en una coleta. A su lado le acompañaba una mujer de entre cuarenta y cincuenta años de edad, aunque su forma de vestir informal la hacía parecer más joven a primera vista.<br />–Me alegro que hayas venido, Pablo –me dijo estrechándome la mano cordialmente.<br />–No podía perdérmelo –le respondí en el mismo tono.<br />–Ya veo que os conocéis –dijo dirigiéndose también a Irene–. Eso es bueno, seguramente vais a pasar mucho tiempo juntos. Os gustará, los dos tenéis muchas cosas en común.<br />Por un momento se me vino a la mente Amanda. No creo que le gustase mucho aquella situación; aunque, qué demonios, ojos que no ven...<br />Santiago me presentó a su acompañante. Me llevé una grata sorpresa; se trataba de Yolanda Ramos. Yo había oído hablar de ella en alguna ocasión, ya que era la directora general en esta país de Hospitales sin Frontera, una de las ONG`s más influyentes en el mundo y, de la cual yo era socio hacía muchos años.<br />Aquello iba teniendo ya mejor pinta; las dos personas a las que había conocido pertenecían a dos ONG`s distintas. Eso me gustaba. Siempre me habían causado mucha admiración este tipo de organizaciones y las personas que trabajan en ellas. Es cierto que algunas tenían mala fama por su falta de transparencia y por su vinculación con los políticos, y que muchas personas se escudaban en esto para explicar su falta de solidaridad hacia los más necesitados. Pero me parecía despreciable por parte de estas personas el hecho de meter a todas en el mismo saco.<br />En una ocasión tuve que escribir sobre estas organizaciones, y me informé bien sobre el trabajo que hacen, sobretodo Hospitales sin Frontera, que era la que mejor conocía. Me pareció increíble el espíritu de sacrificio que poseen todas estas personas. Yo sería incapaz de vivir así, apenas tienen vida privada. Muchos de ellos tienen que estar disponibles las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. En cualquier momento puede surgir una crisis o una catástrofe natural en cualquier parte del mundo, y allí estarán ellos, prestando su ayuda totalmente desinteresada; sin contar con las innumerables misiones que tienen repartidas por todo el planeta, en condiciones infrahumanas, poniendo en peligro sus vidas a cada instante y, en la mayoría de los casos, sin poder contar con la colaboración de los gobiernos ni ejércitos.<br />No cabía duda de que si alguien tenía que salvar el planeta, aquellos eran los mejores. Poco a poco, mi confianza en Santiago se iba afianzando. Me sentía optimista cuando, después de una breve charla con otros de los asistentes, Santiago nos hizo pasar a todos a una especie de salón de juntas con una gran mesa ovalada donde nos podíamos sentar todos viéndonos las caras.<br /> </div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-30187866348422061542008-03-04T12:58:00.002+01:002008-03-04T13:02:17.988+01:00Capítulo Tercero<div align="justify">Afortunadamente no tuve que esperar mucho tiempo para tener noticias de Santiago, si no me hubiera vuelto loco de impaciencia.<br />Después de casi dos semanas de nuestra conversación en la cafetería, por fin se puso en contacto conmigo. Podía haberme llamado por teléfono o escrito un correo electrónico, pero no, él tenía sus propios medios (más económicos, dicho sea de paso).<br />Era por la mañana temprano, estaba preparándome el desayuno, cuando de repente oí su voz, tan fuerte y clara como si lo tuviera a un metro de mí. Ya se pueden imaginar el susto que me llevé. Miré sobresaltado por todos lados buscándolo, antes de percatarme de que la voz sólo estaba en mi cabeza. Fue como una intromisión a los más íntimo que posee una persona, su mente; pero supongo que esa sería su forma de actuar y tendría que acostumbrarme.<br />El mensaje fue breve y conciso. Quería que estuviera dentro de dos días, a primera hora de la mañana, en el Museo de las Ciencias y Tecnología de la capital.<br />Esta forma de comunicación tenía sus inconvenientes; no pude preguntarle cuánto tiempo tendría que permanecer allí, ni si después podría volver a mi casa o iríamos a otro lado, ni nada por el estilo. Puede que estas cosas le parezcan tonterías, dado la situación, pero para mí no lo son. Cuando viajo me gusta tenerlo todo muy organizado; saber el tiempo que voy a estar fuera, donde me voy a alojar exactamente, etcétera.<br />Algo me decía que tendría que ir acostumbrándome a este tipo de situaciones imprevistas. En fin, todo sea por la causa. Pensé que lo mejor sería viajar con poco equipaje y mucho dinero y, simplemente, dejar que los acontecimientos transcurriesen por sí solos.<br />Lo principal era que por fin iba a conocer a las personas con las que se supone iba a trabajar. Y también esperaba que se me despejaran todas las dudas que albergaba con respecto al famoso plan de Santiago. Tendría que estar preparado para cualquier cosa; quién sabe, igual me llevaba una desilusión y todo esta historia se quedaba en nada.<br />Pero no, no podía ser; no podía olvidar lo que había hecho con todos esos terroristas. Aquello no era una simple anécdota; era mucho más. Ocurriese lo que ocurriese, estaba seguro de que sería algo trascendental para el mundo, y yo estaría allí, en primera fila, para contarlo todo. No podía defraudar ni a Santiago ni al resto de la humanidad.<br />Si en esta última semana lo había pasado mal esperando noticias de Santiago, estos dos días antes del encuentro en la capital fueron aún peores; se me hicieron eternos, apenas pude dormir nada. Ensayaba mentalmente una y otra vez la presentación que haría a mis futuros compañeros; quería estar a la altura de todos ellos, aunque no tenía ni idea de quienes podían ser. Yo quería pensar que se trataría de importantes personalidades de todo el mundo, muy bien preparadas para el colosal proyecto que nos esperaba.<br />Había sido una suerte que en este momento me encontrara libre, aunque no se puede decir que sin compromiso, ya que sí que estaba saliendo con una chica, si es que a lo nuestro se le podía llamar salir. Nos veíamos prácticamente unos tres meses al año, como mucho. Se llamaba Amanda, y era reportera gráfica del National Geographic. Casi todo el año se lo pasaba en el extranjero, fotografiando la fauna de algún país exótico; en la actualidad se encontraba en no sé qué isla del Pacífico haciéndole fotos a no sé qué bicho que sólo habitaba allí.<br />Tengo que reconocer que aquella relación me venía como anillo al dedo. Se podía decir que no estaba sólo, o sea, que tenía a alguien que se preocupaba por mí (se supone), aunque fuera en la distancia. Y al mismo tiempo gozaba de mi tan necesitada intimidad e independencia. Para mí, era el noviazgo perfecto, podía hacer lo que me diera la gana sin tener que rendir cuentas a nadie, incluso echar alguna canilla al aire si me apetecía (claro que ella también podía hacer lo mismo). La cuestión es que Amanda también parecía encontrarse a gusto con esta situación, así que, para qué cambiarla, a los dos nos venía muy bien.<br />Nos hablábamos cada dos o tres días por teléfono; por supuesto no le conté nada de todo aquello. Le dije que tenía que ir a la capital por motivos de la promoción de uno de mis libros; pensé que ya iría improvisando sobre la marcha según se presentasen los acontecimientos. Al fin y al cabo, ella tampoco se metía mucho con lo que yo hacía en mi tiempo libre, así que no tendría que inventarme muchas mentiras para darle explicaciones de lo que estaba haciendo. Además, no tenía previsto volver al menos durante dos meses más, lo que quería decir que, de momento, podía estar tranquilo.<br /><br />Inmediatamente después de recibir el mensaje de Santiago, hice la reserva del vuelo para la ciudad. Saldría al día siguiente, alojándome en un hotel que conocía de otras veces y que, además, se encontraba bastante cerca del museo, así podría estar bien temprano en el lugar de la cita. Tenía que empezar con buen pie, todos sabemos lo importante que es la primera impresión.<br /> </div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-13389114734582071272008-02-26T14:00:00.001+01:002008-02-26T14:00:58.216+01:00Capítulo Segundo<div align="justify">Ya se pueden imaginar cómo transcurrieron para mí los siguientes días. No pude escribir ni una sola línea más del libro que tenía entre manos en ese momento; de hecho, creo que ni siquiera lo intenté; era incapaz de retener nada en la memoria que no tuviese relación con el tal Santiago. Estaba demasiado nervioso e impaciente como para sentarme a pensar en otra cosa que no fuera la conversación que había tenido en la cafetería con ese extraño hombre.<br />Si es que se había producido en realidad, ya que, pasados unos días, empecé a tener mis dudas. Cuanto más pensaba en todo lo que me había dicho ese tipo, más increíble y extraño me parecía todo aquello. Era imposible que existiese alguien así; y de ser cierto, aún me resultaba más difícil de creer que me eligiera a mí, una persona tan normal y sencilla como yo, metida en semejante lío.<br />De todas formas, como siempre he sido muy prudente y precavido, después de varios días, se me ocurrió escribir la conversación que tuve con Santiago, por si acaso. Pensé que, terminase como terminase todo aquello, algún día lo tendría que escribir, así que sería mejor empezar ya, antes de que el tiempo hiciera que se me olvidaran los detalles (ya ven, no es que tenga tan buena memoria).<br />No hacía más que preguntarme quiénes serían las otras personas a las que había acudido Santiago en busca de ayuda. Quería suponer que era gente como yo, normales y corrientes, y que estarían tan sorprendidas y nerviosas como lo estaba yo en aquel momento. La verdad es que no me imaginaba formando parte de un selecto grupo de personas de la élite mundial con el propósito de salvar a la humanidad de sí misma. No sé por qué me suponía que serían todos ellos científicos brillantes, premios noveles y cosas así. ¿Qué podría yo aportar en un equipo semejante?, seguramente me moriría de vergüenza; yo no encajaba para nada con gente así, tan importante y, además, tampoco se puede decir que me apeteciera mucho la idea.<br />A mí siempre me había gustado permanecer al margen de debates públicos y polémicas sociales. Es cierto que los denunciaba en mis libros, pero precisamente por eso lo hacía en la intimidad de mi portátil, porque yo era incapaz de defender mis ideas abiertamente en público; era algo que me causaba pánico. Yo nunca había sido un orador muy hábil, no concedía entrevistas ni acudía a programas televisivos por lo mismo, a pesar de que continuamente me estaban requiriendo en todos los medios de comunicación; siempre me buscaba alguna excusa para no asistir (para consternación de mis editores).<br />Yo sabía exactamente cual era mi problema: el miedo a hacer el ridículo en público. Seguramente sería un miedo injustificado, ya que mis amigos me tienen por una persona muy elocuente, aunque yo creo que lo dirán, más que nada, porque me paso todo el tiempo escuchándoles, y siempre es agradable encontrar a alguien que te escuche, para variar. Pero con ellos es distinto, hay una confianza, aunque meta la pata no pasa nada; pero con desconocidos la cosa cambiaba mucho, nunca se me ocurría qué decir y cuando lo hacía ya era demasiado tarde. Siempre me había pasado lo mismo y por eso trataba por todos los medios de evitar situaciones comprometedoras.<br />Era curioso que viéndome involucrado en un proyecto tan descomunal y apasionante como el de salvar el mundo, mi mayor preocupación se centrara en mi miedo a enfrentarme a los demás miembros del equipo. Supongo que sería porque no terminaba de creerme mucho lo que pretendía hacer este hombre. Acabar con las guerras, con el hambre, con las injusticias; ¡Qué locura! Ni el mismo Dios sería capaz de semejante hazaña.<br />Pero tengo que confesar que en aquel momento sentía mucha curiosidad por ver donde terminaba todo aquello. Quién sabe, igual me sale una historia estupenda para escribir, pensaba. Tenía muchas ganas de escuchar ese plan tan magnífico que tenía pensado el todopoderoso Santiago. A pesar de mi incredulidad, en el fondo albergaba alguna remota esperanza de que tuviera algo de razón aquel tipo; con tal de que fuera capaz de hacer siquiera una tercera parte de lo que pretendía, ya sería increíble y maravilloso.<br />Después de todo, ya había hecho algo extraordinario e inverosímil en este país; había conseguido encontrar y acabar con muchos fanáticos que tenían aterrorizados a media nación. Eso merecía que se le diera al menos un voto de confianza.<br />La verdad es que, ahora que sabía de quien se trataba y lo que se proponía, veía las noticias desde otra perspectiva. Me divertía escuchar los comentarios y especulaciones de todo el mundo, ajenos a lo que les esperaba dentro de poco.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-52109339238957675752008-02-19T11:18:00.000+01:002008-02-19T11:19:26.307+01:00Capítulo Primero<div align="justify">Como cada mañana de domingo, me dispuse a leer el periódico que acababa de comprar en el quiosco de siempre, mientras me tomaba un café, sentado en la misma mesa de siempre, en la misma cafetería de siempre. Yo nunca he sido muy dado a las noticias, hace tiempo que perdí la fe en ellas, sobre todo las de carácter político y social. No comprendía como la inmensa mayoría de las personas podían dejarse manipular de una manera tan descarada y premeditada. Pero en fin, era algo a lo que estaba ya tan habituado que tampoco le daba mucha importancia; es más, en muchas ocasiones me sorprendía a mí mismo preguntándome si no sería yo el bicho raro. Quizás por eso tenían tanto éxito mis libros, a la gente le suele atraer lo estrafalario y todo lo que se sale de lo común, aunque fuera sólo para criticarlo entre las amistades.<br />Mi mayor interés en la prensa se centraba sobre todo en las editoriales y artículos firmados; algunos de ellos me hacían comprender que no estaba del todo solo y que habían más bichos raros como yo en el mundo (mal de muchos...). Además, ese último mes, había una noticia que copaba todos los titulares de todos los informativos del país. Una noticia que sí que era de mi interés.<br />Llevábamos ya demasiados años en este país sin poder vivir tranquilos; todo por culpa de los extremistas y fundamentalistas de siempre, empeñados en crear más fronteras imaginarias dentro de nuestra nación (como si no hubiera ya bastantes). Por supuesto, me refiero a los terroristas. Llevaban casi cuarenta años extorsionando a medio país; asesinatos de políticos, secuestros de empresarios u otras personalidades importantes, bombas a diestro y siniestro sin importarles el origen de las víctimas, cobro de impuestos revolucionarios... Ninguno de los gobiernos hasta la fecha habían sido capaces de ponerle freno a tanta masacre y tanta violencia; todo se quedaba en promesas y falsas esperanzas. Aunque bien mirado, la solución no era nada fácil, sobretodo en el marco de la democracia y la justicia, tal y como estaban planteados en un estado de derecho como el nuestro. Uno de tantos defectos del régimen democrático es que la maldad siempre tiene caminos para salirse con la suya; no ocurre lo mismo con las buenas intenciones, que en demasiadas ocasiones es frenada hasta llegar a desaparecer entre la intrincada maraña formada por la desesperante burocracia (ya empiezo a liarme, como les advertí).<br />La cuestión es que ahora se habían cambiado las tornas. Hacían exactamente veintiocho días que habían aparecido los primeros cadáveres. En esa ocasión fueron cuatro integrantes de uno de los comandos más peligrosos que se conocían. Según las noticias, estaban fichados y eran bien conocidos por la policía (cosa que nunca entenderé; si tan conocidos eran, ¿qué hacía sueltos por la calle actuando con total impunidad?). Pero lo más inquietante de todo era cómo y dónde aparecieron. Alguien les había cortado las cabezas limpiamente y había dejado los cuerpos, con la cabeza sobre el pecho de cada uno de ellos, en la misma puerta del Ministerio de Justicia de la capital. Por la mañana los encontraron los primeros y sorprendidos transeúntes que pasaron por allí.<br />Como lo oyen; ya se pueden imaginar la conmoción que la noticia causó en todo el país y el montón de interrogantes que trajo consigo. ¿Cómo se las habían ingeniado para llevar allí los cadáveres sin que nadie los viesen?, suponiendo que se tratara de más de uno; ¿cómo les habían podido cortar las cabezas tan limpiamente?, ya que los forenses no encontraron restos de ningún tipo de arma cortante; y sobretodo ¿quién o quiénes tenían capacidad en este país para poder hacer algo así?<br />Pero la cosa no quedó ahí. A los pocos días volvió a suceder. En esta ocasión fueron hasta ocho (también conocidos) miembros de la banda terrorista. El modus operandi fue prácticamente el mismo, aunque la sorpresa fue aún mayor si cabe; los cadáveres los dejaron sobre el tejado de la principal comisaría de la ciudad, junto al helipuerto de la misma.<br />Los titulares no se hicieron esperar; la prensa lo bautizó con el nombre de El Vengador (que poco originales). Suponían que se trataba de alguna o algunas de las víctimas de estos terroristas que habían pasado a la acción. A lo que nadie encontraba ninguna explicación todavía era a las cuestiones mencionadas antes, y eso que en este país, los medios de comunicación se caracterizan por la gran imaginación que le echan cuando desconocen algo.<br />La misma masacre se volvió a repetir en este último mes hasta doce veces. El número total de terroristas asesinados era de cuarenta y ocho; lo único que variaba en cada ocasión era el lugar donde aparecían los cuerpos. En una ocasión, incluso, los dejaron en el mismo piso donde, al parecer, según informó la policía, estaban preparando un inminente atentado contra un gran centro comercial del centro de la ciudad en represalia a la muerte de sus compañeros.<br />Ni que decir tiene que las manifestaciones de los grupos radicales por todas las ciudades eran casi diarias y, a cual, más violenta. Los antidisturbios tenían tomadas las calles de las principales ciudades donde se concentraban la mayoría de estos grupos de fundamentalistas políticos.<br />Bajo este clima de violencia e incertidumbre, parecía increíble cómo el debate político era el mismo de siempre, ni en circunstancias tan extremas eran capaces de conciliar las ideas. Los unos le echaban la culpa a los otros de no poder controlar la situación y los otros le increpaban a los primeros de echar más leña al fuego poniendo a la opinión pública en contra de ellos en vez de ayudar (y eso que aún faltaban más de dos años para las siguientes elecciones generales).<br />El ciudadano medio, mientras tanto, disfrutaba de todo esto. Por fin parecía que se hacía justicia; evidentemente, ninguno de nuestros dirigentes podía decirlo, no sería políticamente correcto, pero eso a la gente de la calle le traía sin cuidado. El caso es que ahora estaban asesinando a los malos y eso era algo que a todos nos alegraba (a todos los buenos claro está). Quién o quiénes fuera era lo de menos. Había rumores de todo tipo, grupos paramilitares fuertemente organizados, una operación secreta del ejercito, incluso salieron más de uno por los medios de comunicación otorgándose el mérito, en vista de que, el o los vengadores misteriosos, se habían convertido en héroes para la población.<br />Lo que sí estaba claro es que las autoridades y el Ministerio del Interior estaban hechos un lío, no tenían ni idea de por donde empezar sus investigaciones, cosa que aprovechaban todos los partidos de la oposición para humillarlos aún más. Pobrecitos, no podían ni imaginar lo que todavía les quedaba por caer encima.<br />Tampoco yo podía imaginarlo; no suelo ser muy dado a especulaciones, cuando alguien me preguntaba sobre el tema, le respondía todo lo que sabía: “no lo sé”; tan sencillo y tan complicado para algunos. Hasta ese día, yo sabía lo mismo que cualquier otro ciudadano que leyese la prensa o viese las noticias por televisión.<br />Pero todo cambió esa mañana. Aún no había probado el café ni terminado de leer los titulares de la primera página cuando lo vi aparecer a los lejos, andando por la calle muy lentamente con los ojos fijos en mí. Quizás eso fue lo que hizo que me llamara la atención, aunque por su aspecto, tampoco es que pasara muy desapercibido; era alto, muy delgado, con una melena de pelo castaño que le cubría los hombros y bigote y perilla bastante pronunciados; vestía de forma estrafalaria, parecía uno de esos hippies cuarentones que se resisten a olvidar su época dorada de juventud. Era uno de esos tipos que hacen que te des la vuelta si lo ves a lo lejos en un callejón oscuros a altas horas de la noche.<br />Lo extraño es que parecía que nadie reparaba en él; la calle estaba muy concurrida a esas horas. La gente se cruzaban con él sin echarle siquiera un vistazo y, sin embargo, yo no podía apartar los ojos de los suyos y él tampoco reparaba en nadie más que en mí. Era algo difícil de explicar.<br />Cuando llegó hasta mí, no me resultó nada extraño el hecho de que se sentara frente a mí, en la misma mesa. Era como si ya me lo esperase.<br />–Buenos días, Pablo –me dijo con una sonrisa en la boca y una voz muy dulce, poco apropiada para su aspecto.<br />–Buenos días –le respondí. De pronto parecí despertar de un sueño; con tan sólo ese saludo, mi impresión con respecto a él cambió por completo. Ahora me parecía sólo una persona amable y sencilla; una de esas personas que transmiten paz y serenidad con su sola presencia. Pensé que podría tratarse de un admirador en busca de un autógrafo; me encuentro muchos así continuamente, aunque éste era algo diferente–. ¿Qué desea, puedo ayudarle en algo?<br />–Pues ya que lo preguntas, sí que puedes –contestó.<br />Confieso que el hecho de que me tutease tan familiarmente me irritó un poco, pero teniendo en cuenta que éramos más o menos de la misma edad, lo dejé pasar por alto enseguida.<br />–También yo puedo ayudarte a ti si lo deseas –continuo diciendo.<br />–¿Y bien?, dígame en qué podría yo ayudarle o usted a mí –decidí seguirle el juego; tampoco tenía mucho que hacer hoy.<br />–Tranquilo, todo a su tiempo. Respóndeme a una pregunta; si no te gusta escribir, ¿por qué lo haces?<br />Vaya por Dios, un pesado en busca de protagonismo, pensé. A ver cómo me lo quito de encima sin resultar demasiado violento.<br />–Oiga, de verdad que me encantaría charlar con usted –se me ocurrió decirle–, pero no tengo mucho tiempo, me están esperando y...<br />–Sé que no te espera nadie y que tienes todo el tiempo del mundo para oírme –dijo esbozando una sonrisa y con el mismo tono de voz dulce y pausado–. Pero no te preocupes, te comprendo. Yo contestaré por ti; escribes porque te gusta ayudar a la gente y has encontrado una buena forma de hacerlo con tus libros.<br />Ahora si que había conseguido llamar mi atención; así que me dije, bueno, por qué no, continuemos a ver donde conduce todo esto.<br />–Como dijo Oscar Wilde –respondí–, para escribir sólo se necesitan dos cosas: tener algo que decir y decirlo. Y ahora respóndame usted a una cosa, ¿por qué ha dicho que no me gusta escribir?<br />–Porque así es, tú lo sabes. Lo que de verdad te gustaría hacer es subirte a un púlpito y ponerte a hablar ante todo el mundo y decirles lo que piensas. Decirles que se están equivocando, que están conduciendo a la humanidad al desastre y que es imperiosamente necesario dar marcha atrás si queremos tener un futuro que de verdad merezca la pena.<br />»Eso es lo que te gustaría hacer si pudieras; pero no puedes, así que intentas poner tu granito de arena con tus libros aunque te cueste la misma vida escribirlos.<br />Al final va a resultar que sólo se trata de un listillo aburrido. No era la primera vez que me abordaba alguien así, que por ser un lector incondicional se cree con el derecho a criticarme abiertamente. Era lo que tenía el ser un personaje público y me tenía que aguantar. El caso es, que hasta el momento, este tipo no se había equivocado en nada de lo que había dicho. Tenía razón al decir que para mí la escritura sólo era un medio para llegar a la gente, y también es verdad que se me hace un mundo el ponerme delante del portátil a escribir. Así que pensé, qué demonios, sigamos escuchándole hasta que meta la pata, podría ser interesante.<br />–Digamos que tiene usted razón –le dije–, ¿adonde quiere ir a parar?<br />–Te dije antes que yo podría ayudarte a ti, y es en eso precisamente en lo que voy a ayudarte. Dentro de muy poco, vas a creer que todo lo que has hecho en tu vida anteriormente te conducía hacia este momento. Claro que tú no crees en el destino, pero la gente cambia.<br />–Oiga por qué no se deja de rodeos y me dice de una vez qué es lo que quiere de mí –ya estaba empezando a perder la paciencia.<br />–Tienes razón, me estoy yendo por las ramas y el tiempo es demasiado valioso como para perderlo. Quiero que me ayudes a salvar el mundo.<br />De nuevo me volví a equivocar; sólo se trata de un lunático, y me tuvo que tocar a mí. Tendré que andarme con cuidado, estos tipos pueden ser muy peligrosos si se les lleva la contraria.<br />–Así que a salvar el mundo –contesté siguiéndole la corriente–. Dígame ¿de qué se supone que hay que salvar al mundo y cómo se supone que vamos a hacerlo?<br />–No soy ningún lunático, señor Torres, así que no me trates como tal. Y no te preocupes, puedes llevarme la contraria si así lo crees; no pienso saltar sobre ti como un poseso, tengo cosas más importantes que hacer.<br /> Dios mío, ahora lo que había conseguido era asustarme de veras. Si no fuera porque es imposible, creería que este hombre me está leyendo el pensamiento. Esté o no esté loco, lo que sí está claro es que es un tipo muy inteligente, pensé; procuraré andarme con ojo con lo que digo no vaya a ser que se moleste.<br /> –Cuando digo salvar el mundo me refiero lógicamente a la humanidad, como tú bien sabes –continuó diciendo–. Puedo hacerlo y no pienso quedarme de brazos cruzados; pero no puedo hacerlo solo, necesito ayuda; por eso acudo a ti.<br /> –Verá usted...<br /> –¡Quieres dejar de llamarme de usted de una vez por todas! –me interrumpió algo molesto.<br /> –Pues no, no pienso dejar de llamarle de usted –contesté irritado–, porque le recuerdo que aún no se ha presentado. Usted parece saberlo todo de mí, pero resulta que yo no tengo ni idea de quién es usted. Y para colmo me viene hablando de salvar a la humanidad como si fuera Dios; ¿es que me ha tomado por estúpido, o qué?<br /> –Tienes razón, lo siento mucho –respondió recuperando la serenidad–. Mi nombre es Santiago. Comprendo tu incredulidad, aunque seas un ser excepcional, después de todo, también eres humano. Debería haber empezado desde el principio.<br /> »Supongo que estarás al tanto de los últimos acontecimientos del país. Me refiero a los asesinatos de los terroristas. Pues sí, no te equivocas, han sido obra mía.<br /> De nuevo lo había vuelto a hacer; parecía que me había leído el pensamiento otra vez. Es cierto que había pensado que era eso justamente lo que me iba a decir, pero ni por un momento creía que era verdad lo que me decía.<br /> –Así que es usted, perdón, eres tú ese vengador del que hablan los periódicos –le dije–. Y supongo que ahora me contarás los detalles de cómo lo hiciste, ¿me equivoco?<br /> –Si lo crees necesario, no tengo ningún inconveniente en hacerlo.<br /> –Eso ayudaría mucho a aumentar mi confianza en ti, ¿no crees? –le respondí con cierto sarcasmo.<br /> –Comprendo. Lo más difícil fue localizarlos. Hasta que no fui capaz de dominar lo de la proyección extra corpórea no pude hacerlo. Una vez conseguido esto, lo demás fue coser y cantar. Lo mejor de todo era ver las caras que se les ponía cuando veían la cabeza de su compañero rodar por los suelos como por arte de magia. Aunque ya sé que no debería complacerme de estas cosas, pero hay veces que no puedo evitarlo, también yo soy humano.<br /> –Un momento, un momento –le interrumpí–; esto era ya lo que me faltaba por escuchar. ¿Me estás diciendo que puedes proyectarte fuera de tu cuerpo y que de esa forma conseguiste localizar a los terroristas?<br /> »Ahora sí que creo que he escuchado bastante. Mira Santiago, o como quiera que te llames, ha sido un placer conversar contigo pero, de verdad, tengo que marcharme –hice ademán de levantarme de la silla.<br /> –Espera un poco –me dijo algo sorprendido–. Claro, entiendo; una cosa es que escribas sobre estos temas y otra muy distinta es que creas en ellos, ¿no es así? Lo que quiere decir que tendré que demostrártelo antes de continuar.<br /> –No tienes por qué demostrarme nada, de veras. Como ya te he dicho, tengo que marcharme. No es que dude de lo que estás diciendo, la cuestión es que no me interesa, así que será mejor que lo dejemos aquí y sigamos cada uno nuestro camino.<br /> Esta vez sí que estaba dispuesto a levantarme e irme, la cosa estaba llegando demasiado lejos y ya estaba empezando a hartarme. Pero, sencillamente no pude; de pronto me quedé como paralizado; quiero decir, literalmente paralizado; no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo, tan sólo la cabeza parecía estar libre de esa especie de encantamiento.<br /> –No te preocupes –continuó diciendo el tal Santiago–, no te ocurre nada malo, pero es que no puedo permitir que te vayas así como así. Antes tendrás que escuchar toda la historia. Una vez que termine, serás libre de marcharte si es eso lo que deseas.<br /> »Tendrás que disculparme porque he sido un iluso. Pensé que serías una persona más especial de lo que en verdad eres, pero por lo que veo eres como los demás, necesitas ver para creer. Aquí hay demasiada gente, no puedo hacer muchos alardes de mis poderes sin llamar la atención, de momento te tendrás que conformar con lo que te estoy haciendo. Después, si quieres, en privado te demostraré lo que desees.<br /> Mi miedo inicial se había transformado en auténtico terror; pero al mismo tiempo aquella exhibición de poder mental sobre mi cuerpo había conseguido su propósito, despertar mi curiosidad a la máxima potencia, con lo que, aunque me hubiese dejado libre, no tenía ya tan claro lo de marcharme.<br /> –Me alegro que pienses así –dijo. Ya estaba empezando a hartarme su manía de leerme el pensamiento; pero por otro lado había servido para que me liberara totalmente, cosa que me alivió enormemente.<br /> –¡No vuelvas a hacer eso, por favor! –le increpé furioso–. Tú ganas, esta bien, te escucharé. Y para que lo sepas, sí que creo en todo lo que escribo. He conocido a personas con poderes increíbles, capaces de mover todo tipo de objetos sólo con sus mentes y, ya que lo mencionas, también tengo amigos que han experimentado proyecciones astrales. Pero de ahí a localizar terroristas...<br /> –Esos amigos tuyos, con todos mis respetos, son sólo aficionados. Yo te mostraré a lo que puede llegar de verdad la mente de un ser humano. Escucha atentamente, y procura recordar todo lo que te voy a decir porque algún día tendrás que escribirlo.<br /> »Nací en Katmandú, capital de Nepal, hace unos treinta y ocho años; aunque mis padres son de aquí. Ellos llevaban muchos años practicando la religión budista, así que un buen día decidieron viajar a la cuna del budismo. Ni que decir tiene que gozaban de una posición acomodada, lo que les permitía poder darse esos lujos. Gracias a ello pudieron acceder al antiguo templo de esta ciudad y confraternizar con los monjes que lo custodian, así que una simple visita se convirtió en una estancia de diez años.<br /> »Yo nací durante el segundo año, por lo que permanecí en Nepal hasta que cumplí los nueve. Pasé mi infancia entre monjes budistas mamando toda su cultura y filosofía. A los siete años era capaz de permanecer hasta dos horas seguidas meditando; ni siquiera muchos de los monjes adultos eran capaces de hacerlo. Para mí era como un juego, llegaba a alcanzar tal poder de concentración que en muchas ocasiones mis padres creyeron que estaba enfermo.<br /> »Creo que fue por eso por lo que decidieron que ya era hora de volver a nuestro país. Empezaron a preocuparse por mi grado de implicación con los monjes y con la cultura oriental y pensaron que cuanto más tiempo permaneciese allí, más trabajo me costaría después habituarme a la occidental.<br /> »Y efectivamente, así fue; lo pasé muy mal los primeros años. Me costó horrores acostumbrarme a este ritmo de vida tan frenético. Y para colmo, mis padres me matricularon en un colegio. Yo hasta ahora, no había pisado ninguno, mi madre se había encargado siempre de mi educación, y lo hizo muy bien, por cierto, yo no necesitaba ningún colegio; pero ellos decían que me vendría bien relacionarme con otros niños de mi edad. Lo cierto es que nunca pude adaptarme plenamente a todo aquello; no hice ni un solo amigo en la escuela, todos los chicos, e incluso los profesores, me veían como a un bicho raro. Y no les culpo; me volví muy introvertido, no se me iba de la cabeza los años vividos en el monasterio de Katmandú.<br /> »Mientras tanto, yo proseguía con mis prácticas budistas. Mis padres permanecían mucho tiempo fuera de casa por razones de trabajo, y me dejaban solo; ellos tenían plena confianza en mí, yo era un chico muy independiente y responsable, nunca me metía en líos, más bien, siempre andaba evitándolos, ya sabes, los niños suelen ser muy crueles con aquellos que son diferentes. La cuestión es que, al no tener amigos ni tampoco llamarme la atención ninguno de los juguetes electrónicos que tan de moda estaban entre los jóvenes, casi todo mi tiempo libre lo pasaba meditando; he llegado a permanecer hasta doce horas seguidas de profunda meditación.<br /> »Con doce años me ocurrió algo sorprendente; me encontraba solo en mi casa, como de costumbre, en pleno éxtasis cuando de repente abrí los ojos; estaba sentado frente a una mesa pequeña que había en el salón; sobre ella había un cenicero de cristal. Fijé la vista en ese cenicero y sentí algo muy extraño, era como si tuviera atrapado el cenicero con los ojos; supe en seguida que podría hacer con él lo que quisiera y, efectivamente, así fue; lo levanté un palmo de la mesa sin ningún esfuerzo. Aquello era nuevo para mí, entonces no sabía lo que estaba pasando; reconozco que me asusté, yo nunca había oído hablar de los poderes de la mente ni nada de eso y no tenía ni idea de lo que me estaba ocurriendo.<br /> »No le dije nada a mis padres por temor a que se enfadaran pensando que fuera algo malo. Pero yo seguí haciéndolo y, con el tiempo, llegué a tener un dominio total de este poder; cada vez levantaba objetos más pesados y con menor esfuerzo. Me cuidé mucho de que nadie se enterase de lo que era capaz de hacer, ni siquiera mis padres; bastantes problemas tenía ya con mi extraño carácter, no quería que nadie pensase que era un monstruo. Al cabo de unos años lo hacía con total naturalidad, pero siempre en privado, y prácticamente dejé de darle importancia.<br /> »Todo cambió unos meses después de cumplir los dieciocho años. Durante un viaje de negocios, el jet privado de mis padres tuvo un accidente; murieron los dos. Esto supuso para mí un trauma terrible; a pesar de mi independencia, yo no concebía mi vida sin ellos, estaba totalmente solo. Fueron momentos muy difíciles para mí; llegué a estar al borde de la depresión, incluso pensé en el suicidio en más de una ocasión. Mi único refugio fue la meditación y creo que eso me salvó la vida. Recordé las palabras de el Buda sobre la vida y la muerte y sobre la impermanencia de las cosas y me ayudaron a salir del estado tan lamentable al que había llegado.<br /> »No estoy del todo seguro, pero creo que este trauma ocasionó en mi mente un profundo cambio. A partir de entonces me volví mucho más sensible a todo lo que me rodeaba. Cada vez que me concentraba sentía que podía llegar mucho más allá que a mover simples objetos. Por ejemplo, si iba sentado en el autobús y miraba fijamente a alguien, casi podía leerle el pensamiento. Es más, incluso a algunas personas podía inducirles a hacer algo que yo quisiera con sólo pensarlo.<br /> »Fue entonces cuando empecé a interesarme por los poderes paranormales de la mente y por la fisonomía del cerebro humano. No te lo he dicho, pero mi capacidad de aprendizaje es muy superior a la de cualquiera; esto me sirvió para aprender muy rápido todo lo que se sabía hasta el momento sobre la mente del hombre y todas sus posibilidades; telepatía, proyección astral, telequinesia, clarividencia, hipnosis.<br /> –¿Quieres decir que dominas todos esos poderes? –le interrumpí, más sorprendido por momentos.<br /> –Esos y algunos más para los que no hay nombre siquiera, supongo que porque no se conocen. Resumiendo, te diré que, prácticamente puedo hacer lo que me de la gana con sólo desearlo.<br /> Era la historia más increíble que jamás había oído, y por alguna extraña razón, algo me decía que no me estaba mintiendo, más bien tenía la sensación de que aún me faltaban por oír muchos detalles que me sorprenderían todavía más.<br /> –Por supuesto que no ha sido nada fácil –continuó diciendo– llegar a ser lo que soy ahora. Me ha supuesto muchas horas de duro entrenamiento; he tenido que leer mucho también para poder comprender muchas de las cosas que me ocurrían. Así fue como te descubrí, a través de tu obra; tú has supuesto una fuente de inspiración muy importante para mí. De hecho, se puede decir que eres responsable, en parte, del plan que he trazado.<br /> –¿Te refieres al asesinato de esos terroristas? –me atreví a preguntarle.<br /> –Eso es sólo el principio; digamos que me ha servido de entrenamiento, para comprobar de lo que era capaz y hasta donde podía llegar. No es nada fácil matar a alguien de esa manera, a sangre fría, sin que tenga opción siquiera a defenderse. Yo no sabía si sería capaz de hacerlo.<br /> –Pues no hay duda de que fuiste muy capaz.<br /> –Sí, fue más fácil de lo que pensaba. Pero yo cuento con una ventaja muy importante que me ayudó a hacerlo. No sólo puedo saber lo que están pensando en ese momento, también tengo la capacidad de conocer exactamente a una persona con sólo mirarla; en un segundo sé cuales son todas sus virtudes y todos sus defectos. Y créeme, cualquiera que tenga este poder y se ponga delante de uno de esos terroristas a los que asesiné, hubiera hecho lo mismo que yo sin dudarlo.<br /> »Es increíble como puede haber personas que tengan un concepto del mal tan desvirtuado. Yo hasta ahora creía a Platón y a Aristóteles cuando decían que el mal era fruto del desconocimiento, que nadie actúa con maldad sabiendo lo que hace. Después de conocer a algunas de estas personas, si se les puede llamar así, me he dado cuenta de que no siempre es así. Es cierto que la mayoría actúan engañados, sin saber prácticamente el daño que están haciendo; y a éstos, si se les coge a tiempo, aún se les puede salvar. De hecho, lo que nadie sabe, es que también le he perdonado la vida a muchos terroristas a los que he ido a matar y no lo he hecho porque he podido comprobar que aún tenían salvación, sólo fue necesario abrirles un poco los ojos para que ellos mismos se dieran cuenta de lo que estaban haciendo y rectificaran. Por desgracia también hay muchos para los que no hay salvación posible; la mayoría de los que he asesinado no habían matado a nadie directamente, habían hecho algo mucho peor, inducir a otros a hacerlo engañándolos con falsas promesas e ideologías retrógradas y fundamentalistas que en muchas ocasiones ni siquiera ellos creen; porque además de unos fanáticos, son tan cobardes que necesitan a otros para que aprieten el gatillo por ellos. Estos son los verdaderamente peligrosos y a los que yo busco.<br /> –Y dime una cosa, ¿cómo puedes estar tan seguro de no equivocarte? ¿y si matas a algún inocente? –le pregunté–. ¿No sería mejor llevarlos ante la justicia y que sea ésta la que decida?<br /> –Por favor Pablo, no me hagas reír –me contestó con una sonrisa burlona–. Ya te he dicho que es imposible que me equivoque. El engaño sólo funciona cuando son las palabras y los actos los que intervienen; conmigo eso no vale, nadie puede borrar su mente así sin más, eliminar sus recuerdos, sus pensamientos o sus propósitos en la vida.<br /> »Y no entiendo por qué me hablas de la justicia. Tú sabes que en la mayoría de los caso no funciona. Casi todos estos terroristas eran personas conocidas y, en muchos casos, respetadas; incluso alguno había sido dirigente de algún partido político. Todo el mundo conocía sus tendencias asesinas y manipuladoras, habían sido procesados por la justicia en muchas ocasiones, y sin embargo, por los motivos que fuere, ahí seguían, engañando, extorsionando, manipulando y asesinando.<br /> »Te puedo asegurar que para esta gente no existe la reinserción; sería una pérdida de tiempo y un gasto innecesario para la sociedad, encerrarlos en una cárcel. Contra estos tipos sólo hay una ley que funciona, la del Talión. Un estado democrático y de derecho como en el que vivimos no puede permitirse este tipo de actuación, aunque muchos lo estén deseando, pero yo sí que puedo.<br /> Aproveché la pausa para terminarme el café, ya frío. No sabía qué decir. Por un lado, yo sabía que tenía razón; me había alegrado, al igual que la mayoría de la población, al conocer la muerte de todos esos canallas que sólo saben hacer daño a los inocentes para conseguir sus intereses particulares. Pero por otro lado, me inquietaba el hecho de que un solo hombre se pudiera convertir en juez y jurado de toda una población.<br /> Sí, es cierto que parecía una persona muy honesta que sólo buscaba hacer justicia. De momento creo que sabe bien lo que se hace, pero ¿y si no siempre es así?; ¿hasta donde sería capaz de controlar ese enorme poder que decía tener? Al fin y al cabo es sólo un hombre y, nadie es perfecto; también se podría equivocar en sus juicios y, con semejantes poderes, las consecuencias podrían ser terribles.<br /> –¿Y bien?; dime qué opinas hasta el momento –me dijo.<br /> –No sé para qué me lo preguntas, lo sabes perfectamente. Tengo que reconocer que me das un poco de miedo. Estás jugando a un juego muy peligroso y temo preguntarte hasta dónde pretendes llegar.<br /> –Quiero llegar hasta el final. Te haré la pregunta del millón, la misma pregunta que le he hecho a otros antes que a ti. ¿Por quién preferirías ser gobernado? Por un dictador impuesto por la fuerza, que se ha auto erigido como jefe supremo, pero que al mismo tiempo es una persona justa, que lo único que busca es la paz y la igualdad entre todos los seres humanos; o preferirías mejor a un gobierno democrático, elegido por mayoría entre toda la población, pero que fuera corrupto y estuviera totalmente dominado por el capitalismo.<br /> »No hace falta que contestes, ya sé la respuesta. Es la misma que me han dado todos a los que se la he planteado.<br />»Tienes razón al pensar que soy humano, y como tal, me puedo equivocar. Por eso no puedo hacerlo solo, necesito tu ayuda y la de gente como tú. Afortunadamente en el mundo hay muchas personas de una virtud intachable, preocupadas por sus semejantes y muy comprometidas con su causa, que es la misma que la mía, y la tuya dicho sea de paso. No soy el único que pretende hacer justicia en el mundo; ha habido muchos antes que yo, y sigue habiéndolos; tú por ejemplo. La diferencia es que yo poseo unas facultades que me facilitan la labor. Sólo pretendo convertirme en un medio, una herramienta vuestra para que hagáis lo que siempre habéis deseado hacer, que no es ni más ni menos que evitar que sigan muriendo miles de personas todos los días injustamente, víctimas de abandono, enfermedades, guerras, que se podrían evitar. Tú y otros como tú, sabéis como hacerlo, solo que nunca habéis tenido los medios adecuados para poder llevarlo a la práctica. Yo os proporcionaré esos medios.<br />–Todo eso suena muy bien, pero ¿no crees que pides demasiado? Una cosa es matar unos cuantos terroristas y otra muy distinta acabar con todas las penalidades y miserias que viene sufriendo el mundo desde que es mundo. Siempre ha habido guerras, injusticias, pobres y ricos. ¿Cómo pretendes acabar con todo eso de un plumazo, así, sin más?<br />–Yo no he dicho que fuera fácil, y mucho menos, que lo fuera a hacer de un plumazo. Será una labor de años en la que muchos tendrán que sufrir, e incluso morir todo aquel que se lo merezca. Ya te he dicho que cuento con muchas personas comprometidas, de todos los campos que te puedas imaginar. Además, dime una cosa, ¿se te ocurre otro proyecto mejor en el que derrochar el resto de los días de tu vida?<br />–Bueno, dicho así... Espero que tengas un buen plan porque lo que es yo no sabría ni por donde empezar. Sigo pensando que pretendes abarcar demasiado.<br />–Piensas así porque aún no conoces mi proyecto. Ni siquiera sabes de todo lo que soy capaz, ni tampoco conoces al resto de personas implicadas que nos ayudaran. De hecho, ahí está la clave del proyecto, en el equipo. Con un buen equipo se puede conseguir cualquier cosa, y te puedo asegurar que yo cuento con los mejores en cada materia.<br />–Supongo que tendré que confiar en ti –le contesté resignado–. ¿Y se puede saber quiénes son esos superhombres con los que cuentas? Porque como sean todos como yo vamos listos.<br />–Todo a su tiempo, ya los conocerás. Y deja ya esa falsa modestia, no te va nada –me respondió burlonamente–. Tú sabes de sobra que eres muy bueno en lo que haces; y de eso se trata, precisamente, de que cada uno hagamos el trabajo que sabemos hacer, para el que estamos preparados. No pienso pedirle a nadie que haga algo para lo que no está capacitado, o no quiera hacer.<br />–¿Cuándo se supone que me vas a contar ese plan tan maravilloso que tienes para salvar al mundo? –reconozco que estaba bastante impaciente por saberlo; todavía albergaba mis dudas–. Tengo ganas de saber cual será mi papel en semejante proyecto.<br />–Vaya, me alegro de haberte convencido tan pronto; no te puedes hacer ni una idea de la cantidad de ridículas demostraciones que he tenido que hacer para convencer a los demás.<br />»No te preocupes por el plan ahora, lo sabrás en su momento. Respecto a tu papel, ya te lo he dicho; cada uno hará, simplemente, lo que sabe hacer, lo que lleva haciendo toda su vida. En tu caso es escribir. Quiero que seas testigo de todo lo que va a ocurrir a partir de ahora en el mundo, para que, cuando todo haya acabado, lo escribas con la idea de que la humanidad conozca de primera mano la verdad.<br />»Eso sí, no podrás hacerlo hasta que yo te lo diga. Mientras tanto no deberás decirle nada a nadie. Esto es muy importante. No hace falta que te diga que cuando comience, correremos un peligro enorme si todo esto llega a oídos de quien no debe, sobre todo yo. En poco tiempo me convertiré en la persona más buscada y perseguida del mundo, tanto por los buenos como por los malos. Debemos de tener todos mucho cuidado y ser muy prudentes de lo contrario podríamos echar a perder todo el proyecto.<br />–Seré una tumba. De todas formas nadie me iba a creer...<br />Dicho esto, se despidió de mí dejándome con un montón de preguntas en la cabeza. Me dijo que tuviera paciencia (qué fácil decir eso), que pronto se pondría en contacto conmigo.<br /> </div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7646509384475985088.post-14434812833046789112008-02-12T19:04:00.000+01:002008-02-12T19:05:15.378+01:00Prólogo<div align="justify"> Han sido muchos los libros que he escrito a lo largo de mi vida, pero ningún otro como éste que acabo de comenzar a mis sesenta y ocho años. La principal diferencia estriba en que este libro relata unos acontecimientos reales, en oposición a los habituales relatos de ficción a que tengo acostumbrados a mis incondicionales lectores. Acontecimientos que ocurrieron en nuestro planeta hace ahora algunos años y que cambiaron el futuro de la humanidad para siempre (cómo si éste se pudiese cambiar sólo temporalmente). Con lo que bien podría decirse que se trata de un libro de historia, con la particularidad de que se trata de una historia inédita hasta el momento, ya que, aunque no soy el único que conoce la verdad de los hechos, sí que soy el primero en relatarlos, por la sencilla razón de que fui elegido para hacerlo.<br /> Y ahí precisamente radica la otra gran diferencia de este libro con respecto a los otros que he escrito. Su protagonista vino a mí con la sola y única idea de que fuera testigo de todo lo que estaba por acontecer próximamente en el mundo, conociendo la verdad de primera mano, ya que, justamente, iba a ser él el artífice de la gran revolución mundial que se avecinaba, cambiando radicalmente el desarrollo que hasta ahora había tenido la política, y en definitiva, la vida, en cada país de la Tierra.<br />Su idea era que algún día yo contase toda la verdad al resto del mundo; y es lo que me dispongo a hacer. Tan sólo me puso una condición: tendría que esperar para hacerlo el momento oportuno. O sea, que tendría que esperar a que él mismo me diera permiso para poder contarlo. Después de veinte años sin tener ni una sola noticia de mi protagonista, por fin hace dos días recibí un mensaje suyo, escueto y conciso, como siempre había sido él. “PUEDES COMENZAR” decía. Sin duda se trataba de él, yo no conozco a nadie más que pueda hablarme mentalmente.<br />Sin más dilación me he puesto a la tarea; el mundo ya ha esperado bastante, antes de conocer la realidad de los hechos de su más reciente e intrigante historia. Tendrán que perdonar mi estilo indirecto y mi recurrente manía a la reflexión personal; defecto profesional. Posiblemente tampoco seré todo lo suficientemente objetivo que debería, pero no me culpen a mí, yo no elegí hacerlo, como ya he dicho, y, a mi edad, no pretenderán que cambie ahora mi forma de proceder y de escribir.<br />Antes de comenzar, deberían saber que muchos otros antes que yo han relatado precipitadamente su versión de los hechos con más o menos acierto (más bien menos), aportando cada cual su particular interpretación de lo acontecido. Soy consciente, entre otros motivos porque ya me lo predijo nuestro protagonista, de que mi historia sólo será una más entre tantas otras salidas al mercado. En la conciencia de cada uno está el pensar lo que se quiera; aunque, mi consejo es que no piensen demasiado sobre acontecimientos ya pasados, simplemente déjense llevar por el transcurrir de la vida y, de cada escrito que les llegue a sus manos, tomen sólo aquello que les ayude a vivir más feliz, cómoda y plácidamente.<br /><br />Antes de nada empezaré por presentarme; mi nombre es Pablo Torres; mi profesión, como ya habrán imaginado, escritor. Aunque no me gusta alardear de mis éxitos, la ocasión lo exige (ya sé que esto suena de lo más hipócrita); he conseguido colocar la mayoría de mis libros entre los más vendidos en medio mundo; han sido traducidos hasta en ciento cincuenta idiomas y suelen estar presentes en casi todas las Universidades como libros de consulta. Supongo que éste será el motivo por el que los críticos la toman conmigo cada vez que saco un libro nuevo; ellos me tachan de ser un escritor bastante mediocre y de tener muy escasos recursos literarios, lo cual es del todo cierto (lo de reconocerlo aún les irrita más); pero la cuestión es que al público en general le gusta mi estilo mediocre y sin recursos.<br />Yo pienso que el secreto está en que he sabido, por pura casualidad, agrupar a dos tipos de lectores muy dispares entre ellos y que entre los dos engloban a la gran mayoría de lectores del mundo. Me explico; por un lado tenemos a aquellas personas que buscan una lectura de evasión, o sea, que no quieren que les calienten la cabeza con temas transcendentales que les hagan pensar demasiado. Estos lectores suelen opinar que bastantes problemas tienen ya en sus vidas como para que vengan otros contándoles historias.<br />Al segundo grupo de lectores que me refiero pertenecen aquellos que buscan algo más. Aquellos que tienen muy claro que el fin primordial de toda vida es alcanzar la felicidad, y ponen todos los medios que tienen a su alcance para conseguirla. De hecho, son estos lectores los que de verdad me interesan y a los que intento ayudar con mi experiencia y mis humildes consejos. Al mismo tiempo, intento reclutar para este segundo grupo a los que puedo del primer grupo, que, por desgracia, son la gran mayoría.<br />Cómo lo hago, es bien sencillo. Cuando empecé a escribir, hace ahora unos cuarenta años aproximadamente, mi idea era hacer llegar a las máximas personas posibles, tantísimos tratados que se han hecho sobre la búsqueda de la felicidad en la vida, desde los clásicos griegos como Platón y Aristóteles, hasta filósofos más contemporáneos como Descartes, Kant u Ortega y Gasset; sin olvidar mis favoritos, las publicaciones hechas por maestros budistas sobre la filosofía de esta religión, incluyendo muchos de ellos, diálogos de estos maestros con sus discípulos.<br />No tardé mucho en comprender que ya se han escrito muchos libros sobre ese tema, y muy buenos por cierto, escritos por auténticos profesionales. También comprendí otra cosa, que ninguno de ellos llegaba a bestseller precisamente, sólo a una minoría le interesa este tipo de lectura, lo cual era muy decepcionante; y para colmo, estas personas suelen ser las que menos necesitan conocer esta filosofía de la vida, ya que, por norma general, suelen llevar una existencia sana y plena en todos los sentidos, sin que nadie les venga diciendo como deben de reconducir sus vidas. Como habrán adivinado, me estoy refiriendo a las personas del segundo grupo.<br />Así que llegué a la siguiente conclusión, podía inventar historias de esas que tanto les gustan a los lectores del primer grupo que antes mencionaba, como libros de ciencia ficción o de intrigas políticas o religiosas y cosas así, y , al mismo tiempo, incluir en ellos todas mis reflexiones sobre la filosofía de la vida y el camino de en medio que tan olvidados están en estos tiempos.<br />De esa forma nació mi estilo de escritura que tantos éxitos me ha dado, aunque dicho sea de paso, no he sido el primero en hacerlo; muchos otros lo han hecho antes que yo y siguen haciéndolo, también con mucha aceptación por parte de los lectores.<br />¿Y por qué les cuento todo esto?, se preguntaran ustedes. Pues porque todo esto lo tuvo muy presente el protagonista de la historia que les voy a contar para seleccionarme a mí, entre tantos escritores como hay en el mundo. Seguramente no seré el más adecuado, a mí se me ocurren muchos otros que estoy seguro lo hubieran hecho mejor que yo, pero la cuestión es que por las razones que sea, él me eligió a mí, y yo tengo el deber y la obligación de relatarles todos lo hechos de que fui testigo hace unos veinticinco años. Procuraré hacerlo de la manera más objetiva posible, teniendo en cuenta que, posiblemente, se convertirá en un importante legado para la humanidad. Como ya he dicho, espero que sepan perdonarme si en alguna ocasión me voy por las ramas con mis cavilaciones filosóficas, compréndanme, es defecto profesional (creo que esto lo he dicho ya). Reconozco que un documento de tan renombrada importancia merecería ser escrito en un tono algo más sublime y evangélico, pero, ¿qué quieren que les diga?, a estas alturas de la vida, me da pereza cambiar de estilo.<br />Pues bien, dicho todo esto, será mejor que comience sin más dilaciones la sorprendente historia de un hombre que supo cambiar, con la ayuda de unos pocos, el desastroso curso de la humanidad. Gracias a él, el ser humano tiene en estos momentos un futuro mucho más prometedor (o más bien habría que decir, que tiene un futuro, a secas); veremos por cuánto tiempo.</div>Pedro Estudillohttp://www.blogger.com/profile/03736176563229260780noreply@blogger.com12