martes, 26 de febrero de 2008

Capítulo Segundo

Ya se pueden imaginar cómo transcurrieron para mí los siguientes días. No pude escribir ni una sola línea más del libro que tenía entre manos en ese momento; de hecho, creo que ni siquiera lo intenté; era incapaz de retener nada en la memoria que no tuviese relación con el tal Santiago. Estaba demasiado nervioso e impaciente como para sentarme a pensar en otra cosa que no fuera la conversación que había tenido en la cafetería con ese extraño hombre.
Si es que se había producido en realidad, ya que, pasados unos días, empecé a tener mis dudas. Cuanto más pensaba en todo lo que me había dicho ese tipo, más increíble y extraño me parecía todo aquello. Era imposible que existiese alguien así; y de ser cierto, aún me resultaba más difícil de creer que me eligiera a mí, una persona tan normal y sencilla como yo, metida en semejante lío.
De todas formas, como siempre he sido muy prudente y precavido, después de varios días, se me ocurrió escribir la conversación que tuve con Santiago, por si acaso. Pensé que, terminase como terminase todo aquello, algún día lo tendría que escribir, así que sería mejor empezar ya, antes de que el tiempo hiciera que se me olvidaran los detalles (ya ven, no es que tenga tan buena memoria).
No hacía más que preguntarme quiénes serían las otras personas a las que había acudido Santiago en busca de ayuda. Quería suponer que era gente como yo, normales y corrientes, y que estarían tan sorprendidas y nerviosas como lo estaba yo en aquel momento. La verdad es que no me imaginaba formando parte de un selecto grupo de personas de la élite mundial con el propósito de salvar a la humanidad de sí misma. No sé por qué me suponía que serían todos ellos científicos brillantes, premios noveles y cosas así. ¿Qué podría yo aportar en un equipo semejante?, seguramente me moriría de vergüenza; yo no encajaba para nada con gente así, tan importante y, además, tampoco se puede decir que me apeteciera mucho la idea.
A mí siempre me había gustado permanecer al margen de debates públicos y polémicas sociales. Es cierto que los denunciaba en mis libros, pero precisamente por eso lo hacía en la intimidad de mi portátil, porque yo era incapaz de defender mis ideas abiertamente en público; era algo que me causaba pánico. Yo nunca había sido un orador muy hábil, no concedía entrevistas ni acudía a programas televisivos por lo mismo, a pesar de que continuamente me estaban requiriendo en todos los medios de comunicación; siempre me buscaba alguna excusa para no asistir (para consternación de mis editores).
Yo sabía exactamente cual era mi problema: el miedo a hacer el ridículo en público. Seguramente sería un miedo injustificado, ya que mis amigos me tienen por una persona muy elocuente, aunque yo creo que lo dirán, más que nada, porque me paso todo el tiempo escuchándoles, y siempre es agradable encontrar a alguien que te escuche, para variar. Pero con ellos es distinto, hay una confianza, aunque meta la pata no pasa nada; pero con desconocidos la cosa cambiaba mucho, nunca se me ocurría qué decir y cuando lo hacía ya era demasiado tarde. Siempre me había pasado lo mismo y por eso trataba por todos los medios de evitar situaciones comprometedoras.
Era curioso que viéndome involucrado en un proyecto tan descomunal y apasionante como el de salvar el mundo, mi mayor preocupación se centrara en mi miedo a enfrentarme a los demás miembros del equipo. Supongo que sería porque no terminaba de creerme mucho lo que pretendía hacer este hombre. Acabar con las guerras, con el hambre, con las injusticias; ¡Qué locura! Ni el mismo Dios sería capaz de semejante hazaña.
Pero tengo que confesar que en aquel momento sentía mucha curiosidad por ver donde terminaba todo aquello. Quién sabe, igual me sale una historia estupenda para escribir, pensaba. Tenía muchas ganas de escuchar ese plan tan magnífico que tenía pensado el todopoderoso Santiago. A pesar de mi incredulidad, en el fondo albergaba alguna remota esperanza de que tuviera algo de razón aquel tipo; con tal de que fuera capaz de hacer siquiera una tercera parte de lo que pretendía, ya sería increíble y maravilloso.
Después de todo, ya había hecho algo extraordinario e inverosímil en este país; había conseguido encontrar y acabar con muchos fanáticos que tenían aterrorizados a media nación. Eso merecía que se le diera al menos un voto de confianza.
La verdad es que, ahora que sabía de quien se trataba y lo que se proponía, veía las noticias desde otra perspectiva. Me divertía escuchar los comentarios y especulaciones de todo el mundo, ajenos a lo que les esperaba dentro de poco.

2 comentarios:

Raquelilla dijo...

Un capítulo muy bien apartado y estructurado separando las cavilaciones personales del protagonista, pero se me antoja que falta una pequeña mención sobre los poderes naturales de los que fue testigo directo.

genialsiempre dijo...

Este es un capítulo puente, que como dice Raquelilla es necesario en la narración de la historia. Yo no creo necesario indagar en los poderes naturales porque se corre el riesgo de ponerlo demasiado vistoso y luego no estar a la altura.

Como ves, continúo, hoy que tengo tiempo voy a ver si llego al tercero.

José María