lunes, 28 de abril de 2008

Capítulo Once

Después de entregarle todo el documento correctamente terminado y corregido a Santiago, nos fuimos a una pequeña cafetería cercana a charlar un poco antes de la despedida.
–Ya sé que no quieres –empezó él diciendo–, pero me hubiera encantado que estuvieras presente en Tel Aviv, conmigo. Será un día memorable para la humanidad, y debes recordar que no puedes perderte ningún detalle para poder escribirlo el día de mañana.
–Lo sé; eso no me preocupa. Tú sabes que a partir del lunes la única noticia que se escuchará en el mundo será la tuya, así que no creo que tenga ningún problema, estaré bien informado de todo lo que pase. Te prometo que no me despegaré de la televisión para nada.
–Pues no sé qué será mejor. No te fíes mucho de lo que escuches por los medios de comunicación, ya sabes que la mitad es mentira y la otra mitad, seguro que la exageran –comentó Santiago medio en broma; estaba claro que ya me había oído decir eso mismo muchas veces.
–A mí no podrán ya engañarme sabiendo lo que sé. Prefiero presenciarlo todo desde la tranquilidad de mi casa y mi pueblo; ya sabes que a mí no me gusta mucho el protagonismo. Prefiero pasar desapercibido.
–No me digas más, lo he leído cientos de veces en tus libros: “el bien más preciado del que puede disfrutar un hombre es la tranquilidad. Acostarse todas las noches con la conciencia en paz, el espíritu en calma y nada que le perturbe el sueño”. ¿No es así?
–Ya veo que te lo tienes bien aprendido –contesté sonriendo–. Aunque creo que exageras, no lo he escrito tantas veces.
–Ojalá pudiera yo también disfrutar de esa tranquilidad; no creas que no me gustaría. Y, sinceramente, espero que algún día la consiga. De todas formas, si no te importa, le diré a Irene que esté en contacto contigo y te mantenga bien informado. Quiero que sepas como va la operación en todo momento, para después poder relatarlo más fielmente.
–No habrá inconveniente; será un placer charlar con Irene de vez en cuando. Dime una cosa Santiago –le repuse algo más serio–, ¿de verdad crees que todo saldrá tal y como lo has planeado? No es que dude de ti, es que me parece todo tan utópico...
–No te preocupes, tus dudas son las mismas que tenéis todos. Sabéis que mis intenciones son buenas pero no estáis tan seguros de que sea capaz de llevarlo todo a cabo como os lo he expuesto. Es normal, no es fácil de creer.
–Tampoco es eso exactamente. Después de lo que nos contaste ayer durante el almuerzo, sé que eres muy capaz de hacer todo lo que pretendes. El problema que yo veo es la respuesta de la gente. No me imagino a todo el mundo aceptando la llegada de un nuevo Dios, así sin más. ¿Qué pasará con todas las creencias religiosas que tienen millones y millones de seres humanos y que son fruto de miles de años de tradición? No se doblegaran tan fácilmente, lucharán con los medios que tengan a su alcance para mantener sus costumbres.
–Ya cuento con eso –me contestó tranquilamente–. Tú problema y el de todos los seres humanos, es que tenéis una visión temporal muy reducida, como mucho de cien o doscientos años. Ya sé que para ti eso es una eternidad, teniendo en cuenta que tendrás suerte si vives hasta los cien años, pero yo lo veo de forma muy distinta.
»Piensa por un momento en Jesucristo y en el cristianismo, por ejemplo. Recuerda que no fue hasta el siglo IV, con Constantino I, cuando se contemporizó esta religión; hasta entonces, durante más de trescientos años, los cristianos fueron perseguidos y masacrados por el imperio romano.
»La expansión del Islam fue más rápida debido al carácter bélico de Mahoma; no podemos olvidar que, aunque los musulmanes son contrarios a imponer sus creencias religiosas por la fuerza, sus conquistas territoriales ayudaron en gran medida a este fin durante los siglos VII y VIII.
»Los budistas no fueron perseguidos de esa forma, pero también su filosofía tardó varios siglos en extenderse por Oriente.
»Yo no pretendo imponer una nueva religión, ya tenemos bastante con las que hay, aunque me temo que eso será inevitable. De cualquier forma, lo que quiero explicarte es que yo sé todos los problemas que voy a causar entre la población contemporánea. Sé que habrá muchos conflictos en todas las Iglesias del mundo que, incluso podrán desembocar en graves altercados violentos. Todo eso lo sé, pero no puede alejarme de mi misión, ya que yo voy mucho más allá. Todas esas confrontaciones producidas por mi aparición pasarán algún día, no sé cuándo, tal vez duren años, pero ten por seguro que tarde o temprano acabarán. Las nuevas generaciones mejor formadas, o al menos eso es lo que pretendo, tomarán el relevo, y me da igual que crean en la doctrina que vamos a imponer como en una nueva religión o, simplemente, como en una filosofía de vida, eso es lo de menos.
–Sí, creo que te comprendo –le respondí pensativo–. A unos les tocará sufrir para que otros puedan vivir mejor. Pero, por lo que estás diciendo, el aspecto más importante en el que debemos hacer más hincapié, será la educación de los niños. Ahí será donde radique el verdadero éxito de tu plan o su fracaso. ¿Cómo pretendes acometer eso?
–En un mundo tan diverso culturalmente hablando, no será nada fácil unificar la enseñanza de los más jóvenes, pero ese será nuestro objetivo una vez que hallamos conseguido estabilizar la situación política y económica del planeta. Quizás se necesiten varias generaciones para lograrlo, aunque estoy seguro de que al final lo conseguiremos con la ayuda de todos y, te puedo asegurar, que merecerá la pena el esfuerzo.
–¿Tienes pensado algo en concreto? –quise saber.
–Básicamente, lo mismo que a cualquier persona razonable, como tú por ejemplo, se le pudiera ocurrir. Yo no pretendo cambiar las tradiciones de nadie, ni sus costumbres; la idea sería centrar los esfuerzos en valores básicos comunes a cualquier sistema educativo o religión, como pueden ser el respeto a los demás, el sentido del deber y del esfuerzo, la solidaridad, la justicia,... En definitiva, todo aquello que el sentido común nos dice que puede ayudar a una persona a convertirse en un ser humano guiado por la justa razón o el justo medio, como diría Aristóteles.
–Pues permítame que te diga –le repuse–, pero yo no conozco ningún sistema educativo del mundo que enseñe esos valores, ni tan siquiera la mitad de ellos.
–Tienes razón, en la práctica no hay ninguno que lo haga; ese es precisamente el cambio que tenemos que intentar introducir. En la actualidad, la educación, sobre todo en los países más desarrollados, se centra casi exclusivamente en los conocimientos y en las ciencias, olvidándose por completo de la filosofía y las humanidades.
»Por supuesto que a un niño de siete u ocho años no se le puede obligar a leer a Platón o Descarte, eso sería un disparate y no es eso a lo que me refiero. Pero sí que se le puede enseñar a ser responsable o que tiene que esforzarse si quiere conseguir algo, por ejemplo; o, que además de unos derechos, también tiene unos deberes.
»Ya sé lo que estás pensando –se anticipó a mi pregunta–; ya sé que esa educación básica está en las manos de los padres y no de las escuelas. En teoría así es como debe ser, pero en la práctica está claro que no funciona, y no porque ellos no quieran, todo el mundo sabe que un padre siempre desea lo mejor para su hijo; el problema radica en que no saben cómo hacerlo, ya sea por falta de tiempo, de conocimiento o de capacidad, y, al mismo tiempo, la sociedad no ayuda para nada, a diferencia de como ocurría en otros tiempos más difíciles. Si lo piensas, es normal, no hay nadie que sepa de todo, y, si nadie les ha enseñado a hacerlo pues cada uno lo hará como pueda, experimentando, improvisando, lo que todos hacemos cuando nos obligan a acometer algo para lo que no estamos preparados. Por eso hay que echarles un cable.
»Y lo peor de todo es que, no sólo seguirá sin funcionar, sino que irá en detrimento conforme pasen de una generación a otra. Un padre sin educación es imposible que eduque bien a su hijo.
»Por eso es tan importante parar en algún momento esta rueda sin fin; y la única forma de hacerlo es en seco, dando un giro de ciento ochenta grados en todos los sistemas educativos del mundo, o al menos en los países más desarrollados, que son los más deteriorados. El principio será lo más difícil y costoso, pero una vez que se consiga una generación con estos valores bien asumidos, el mantenerlos será más sencillo.
–Tu intención sigue siendo buena, pero déjame que siga haciendo de abogado del diablo. La teoría es muy bonita pero no creo que eso que dices se pueda ejecutar por muchos años que pasen. Vale que con tus poderes puedas acabar con las guerras, la violencia y con todas las armas del mundo, pero ¿cómo vas a cambiar la mentalidad de millones de seres humanos tan inmersos en una sociedad dominada por el materialismo y por un consumismo tan desaforado?
–Hombre de poca fe. Ya te he dicho que sé que no será fácil, pero olvidas que no estoy sólo; hay miles de personas que piensan como nosotros en todos los rincones del mundo. Ellos serán los que lo consigan.
»Pero como sé que lo que estás es buscándome la lengua para que te explique mis ideas, no te haré sufrir más; escucha.
»Como tú bien has dicho, vivimos en una sociedad dominada por un consumismo exacerbado que no hace más que ir en aumento. ¿Qué sentimiento hace que a una persona se le nuble su sentido común y se lance a ciegas a consumir sin ningún miramiento?
–Sin duda, el deseo –le contesté.
–Así es. ¿Y qué es lo que hace hoy en día que este deseo sea fomentado cada vez más y más, sin límite alguno?
–Pues no sé,... ¿la publicidad, por ejemplo?
–Por ejemplo la publicidad, o las agencias de mercadotecnia. Yo lo resumiría en una palabra: manipulación.
»Si te fijas, estamos en la era de la manipulación. Estamos siendo manipulados por todos lados. Nos manipulan en las escuelas, nos manipulan los partidos políticos, nuestros líderes, nos manipulan las iglesias, nos manipulan las grandes multinacionales, nos manipulan los publicistas. Los medios de que se sirven ya los conoces, la televisión, la radio, los periódicos, los centros comerciales, los mítines, etcétera.
»En definitiva, desde que un niño tiene un mínimo de uso de razón, es manipulado desde todos los frentes y, sin unos padres o educadores que sepan acotar esta situación, el resultado es inevitable. Y con los niños aún tenemos otro problema añadido, que son los juegos, cada día más insociables y violentos. Todos sabemos que cualquier animal, y el ser humano no va a ser menos, aprende imitando la conducta que ve a su alrededor; por eso la mayoría de los animales no se separan de sus cachorros hasta que éstos no son adultos. Con las personas, sin embargo, no pasa eso. Hoy en día, pocos padres tienen tiempo para educar a sus hijos y, los que lo tienen, no saben como hacerlo. Las escuelas, por otra parte, dejan esta educación en manos de los padres y el resultado final es que nadie le enseña a ese niño unas normas básicas de comportamiento ante la sociedad.
»Ya hemos comprobado que, en una sociedad con un ritmo tan acelerado como en la que vivimos, es imposible que todos los padres eduquen a sus hijos convenientemente de la misma forma, así que por qué no implantar esta educación forzosamente en los lugares escogidos para tal fin, o sea, en las escuelas, con personas dedicadas exclusivamente a esta tarea, que adopten toda la responsabilidad que ella les exige.
»Eso por un lado; por otro, habría que intentar evitar por todos los medios posibles esa mala influencia de la que hablábamos antes que viene a través de la manipulación. Si es necesario prohibir cualquier tipo de publicidad, se hará. Si es necesario prohibir la venta y distribución de juegos violentos, se hará. Ya sé que las prohibiciones no conducen a nada bueno, a mí tampoco me gustan. Espero que, con el tiempo, estas prohibiciones dejen de ser necesarias, pero de momento, me temo que no habrá otra alternativa.
–Te recuerdo –le dije– que también las drogas están prohibidas y sin embargo circulan con total impunidad por todos lados, llegando incluso a manos de los más jóvenes.
–¿Piensas que soy capaz de acabar con todas las armas de fuego del mundo y no voy a ser capaz de acabar también con las drogas, o con unos simples videojuegos?
–O sea, que no sólo estás hablando de prohibirlos, sino que también piensa actuar en contra de ellos con todos los medios que posees.
–¿Acaso conoces otra forma? No soy tan iluso como parezco. Sé de sobra que las prohibiciones lo único que hacen es fomentar la aparición del tráfico ilegal, creando un problema aún mayor que el que había en un principio.
»Por eso, me guste o no me guste, en un principio tendré que actuar también en contra de toda esta manipulación y malas influencias que no conducen a nada bueno. Será una tarea ardua y penosa, lo sé, pero el tiempo nos dará la razón, ya lo verás.
–A mí no hace falta que me convenzas; yo estoy contigo y, supongo que tú sabrás lo que haces. Lo único que te quiero decir es que las consecuencias que traerá consigo todo eso que pretendes hacer, van a ser terribles. Vas a provocar un caos mundial tan grande que, a su lado, la caída de la bolsa de Nueva York del 29, parecerá una partida del Monopoly.
–Lo sé. Pero te lo vuelvo a repetir, yo tengo las miras puestas mucho más allá de todo eso. Estoy seguro de que una vez que pase la crisis y la población se estabilice y se habitúe a las nuevas condiciones, la vida en este planeta será mucho más apacible y la gente será más feliz. No sé el tiempo que nos llevará conseguirlo ni lo que durará, una vez que lo hayamos logrado; lo que sí sé es que mi obligación es intentarlo. Nunca antes nadie había tenido la oportunidad que tengo yo en mis manos; no puedo desaprovecharla.
–Amen. Pero hay otra cosa que me preocupa –pensé que quizás no tuviese otra oportunidad para charlar con él largo y tendido, así que decidí sincerarme–. ¿Qué pasará con todos los presidentes y líderes de cada país? No pongo en duda de que haya muchos que estén contigo, te apoyen y pongan a tu alcance todos los medios que solicites de ellos, pero tú sabes que también habrá muchos otros, me temo que la mayoría, que no estarán por la labor; verán peligrar su supremacía y te pondrán las cosas muy difíciles. Y no me digas que tienes pensado mandar a la estratosfera también a todos éstos.
–Espero que no sea necesario –me contestó, quise suponer que en broma–. Seguro que recordarás estas palabras de Sócrates: “Todo Estado en que los que deben mandar no muestran empeño por engrandecerse, necesariamente ha de ser bien gobernado y ha de reinar en él la concordia; mientras que donde quiera que se ansíe el mando no puede menos que suceder todo lo contrario... En el Estado sólo mandarán los que son verdaderamente ricos, no en oro, sino en sabiduría y en virtud... Es preciso confiar la autoridad a los que no están ansiosos por poseerla, porque en otro caso la rivalidad haría nacer disputas entre ellos.”
–¿Quieres decir que también estás dispuesto a pasar por encima de la democracia y colocar tú mismo a los líderes que juzgues necesarios?
–Bueno, sólo en los casos más extremos. Te puedo asegurar que no tendría ningún inconveniente en mandar a paseo a todo aquel que se lo merezca. Espero que con mis palabras, o amenazas, como quieras llamarlas, haga brotar la sensatez en la mayoría de ellos.
–Sí, eso espero yo también, pero no sé... tengo mis dudas. Si consigues algo ten por seguro que será más bien por temor más que por sentido común.
–Eso me da igual y, ya te digo, si alguno me obliga, tengo recursos de sobra para colocar al frente de un país a quien yo crea conveniente.
–¿Aunque éste no quiera? –le pregunté–. Ya sabes por qué te lo pregunto. Normalmente las personas más sabias y justas huyen de estos cargos públicos y de tanta responsabilidad; saben de sobra los problemas que ellos acarrean y prefieren mantenerse al margen.
–Sé por donde vas, pero te equivocas. Permíteme que siga aludiendo a Sócrates, si lo hago es porque sus palabras expresan mucho mejor que cualquiera de las que yo pueda usar la idea que quiero transmitirte:
»”Al enfermo, sea rico o pobre, es al que corresponde acudir al médico; y, en general, lo natural es que el que tiene necesidad de ser gobernado vaya en busca del que puede gobernarle, y no aquellos cuyo gobierno pueda ser útil a los demás supliquen a éstos que se pongan en sus manos.”
»Esto último es lo que ocurre normalmente en cualquier estado democrático. Vale que el pueblo dispone de alternativas a elegir, pero no siempre son buenas todas las alternativas y, aunque haya una buena, o menos mala, tendrá la necesidad de convivir y consensuar con las demás, con lo que se verá obligada a perder en parte su propia identidad.
»Eso sin contar con la facilidad de manipulación que tienen toda esta gente. Por desgracia hemos podido comprobar en demasiadas ocasiones el poco acierto que llegan a tener algunos pueblos a la hora de elegir a sus gobernantes, llevados normalmente por el engaño a que son sometidos diariamente por éstos.
»Te sorprendería conocer la cantidad de gente honesta que estarían dispuestas a ponerse al frente de una nación en las condiciones en que yo se la dejaría. Además, la responsabilidad caería siempre sobre mí, que, en teoría, seré el que pondrá las normas.
–¿Y qué condiciones serían esas? –quise saber.
–Una vez eliminada la violencia y cualquier otra conducta delictiva producida por una mala formación en las edades más tempranas; una vez que hallamos hecho desaparecer en la medida de lo posible la corrupción en las altas esferas del gobierno, tan sólo hay dos cosa más que pueden llevar a la ruina a un país: la riqueza y la pobreza. De ahí que mi pretensión sea conseguir la mayor igualdad posible entre toda la población. Recuerda lo que os dije el otro día, unos deberemos de bajar de nivel para que otros puedan subir.
»Sé que es imposible que todo el mundo tenga el mismo nivel económico, pero las diferencias que existen en la actualidad son abismales; eso es lo que no se puede consentir. Éste es un reto difícil de lograr, de momento a mí se me ocurren dos frentes por los que atacar.
»Por un lado, tenemos varios sectores de la población o gremios encargados de abastecer al resto de bienes básicos para la vida, como pueden ser las viviendas, el combustible o determinados productos alimenticios, que se están enriqueciendo cada día más a base de poner unos precios abusivos en nada acorde con los gastos que de ellos derivan. La mayoría de ellos sólo son intermediarios, que con una mínima inversión, obtienen enormes ganancias a costa de los pobres compradores que se ven obligados a pagar los elevados precios que éstos les imponen. Ya sé que existen controles legales que intentan evitar estas prácticas, pero es evidente que no funcionan, unas veces por dejadez administrativa y otras veces porque no interesa.
»Y por otro lado tenemos los productos de lujo. Algo que no les entra en la cabeza a la mayoría de la gente es que un estado necesita mucho dinero para poder administrarse correctamente y poder suministrar sin ningún problema todos los bienes necesarios para la población y que derivan del contrato social contraído con ellos, como son la educación, la asistencia médica, la seguridad, las pensiones, etcétera; pues bien, ¿qué ocurre en la actualidad? Que todo el que puede escaquearse de pagar su parte al estado lo hace, y, normalmente, éstos suelen ser los que más tienen ya que también disponen de más medios para hacerlo. Es evidente que dinero hay para todos, el problema es que no está bien repartido. Mi idea consiste en subir un porcentaje bastante alto los impuestos de todos los productos de lujo y que no sean necesarios para llevar una vida cómoda y sencilla. Por ejemplo los coches a partir de determinada cilindrada o las viviendas que sobrepasen unos determinados metros cuadrados. Quien quiera lujos, que los pague, en beneficio del resto de la población que no pueda permitírselos.
»Yo creo que si conseguimos controlar estos dos aspectos, por un lado una regularización más eficaz de los precios de los artículos primarios y por otro, que el que tenga más, también pague más, habremos conseguido atajar la mitad del problema.
–Todo eso me parece muy bien –le respondí–, pero se necesitará mucho personal para controlar el correcto cumplimiento de las normas. Como dijiste antes, casi todo está ya regularizado, el problema es que no se cumple la ley y, yo creo que en la mayoría de las ocasiones, no se hace porque no se disponen de los medios necesarios.
–Tienes razón en parte. Es verdad que a veces faltan medios, pero esto sólo es cuestión de dinero, de ahí que haya que recaudar más impuestos pero sólo a través de los artículos de lujo, como te dije antes. Te digo en parte, porque he podido comprobar que todos los países desarrollados disponen de recursos suficientes para hacer cumplir las normas establecidas; el problema son las prioridades. En todos estos países existen administraciones con exceso de personal y de presupuestos que si se gestionaran correctamente a donde de verdad se necesitan, podrían ser de mucho más provecho para el conjunto de la sociedad.
»La clave está en la organización. No te puedes hacer una idea de la de millones y millones que se destinan todos los años a subvenciones y otros asuntos triviales totalmente innecesarios. Si este dinero se encauzara en lo realmente importante como son la educación y la asistencia médica, te puedo asegurar que el conjunto de la población viviría mejor. Sólo es cuestión de mirar un poco más por el bien común y no tanto por el personal; a fin de cuentas, todos formamos parte de la sociedad y, lo que se haga en su bien, también repercutirá en el bienestar de cada uno.
–Claro, pero eso no es tan fácil de que la gente lo comprenda. Yo siempre he dicho que nos engañamos a nosotros mismos al pensar que vivimos en un país desarrollado. Para mí, esto no es más que una caricatura de país desarrollado.
»En un país desarrollado no es necesario que aquel que quiera tener una educación de calidad, se la tenga que pagar. O aquel que necesite una asistencia médica eficiente también se la tenga que pagar. En un país desarrollado no tienen por qué proliferar tantas empresas privadas de seguridad para proteger a la gente, ya que el estado no puede hacerlo. Tampoco tendríamos por qué estar pensando todos en abrirnos un plan de pensiones para asegurarnos una jubilación digna. ¿De qué nos sirve pagar tantos impuestos si al final, la mayoría de los ciudadanos tenemos que buscarnos por nuestra cuenta las necesidades básicas que se supone tiene que proporcionarnos el estado?
–Exacto. Como te digo, es en esas necesidades básicas donde hay que poner todos los recursos que sean necesarios y, una vez que estén cubiertas satisfactoriamente para toda la población, entonces dedicarnos a otros menesteres menos importantes, por muy demandados que sean también. Sólo hay que establecer las prioridades adecuadas.
–¿Y de verdad crees que serás capaz de conseguirlo? –yo continuaba con mi incredulidad al respecto–. La teoría está muy clara, pero para llevar todo eso a la práctica serán necesario tantos cambios que no sé yo si será posible.
–No lo sé. Cuento con despertar pronto el sentido común que todos tenemos, en la mayor parte de la población. Recuerda la pregunta que te hice el día que te conocí; me refiero a tus preferencias en cuanto a una democracia corrupta o a un dictador justo. Tan sólo aquellos que formen parte de esa corrupción no elegirían al dictador justo, ¿no crees?
–Claro, supongo que tienes razón. –le contesté.
–Pues de eso se trata. A mí no me importa aparecer como un gran dictador, de hecho, eso es lo que seré, ya que impondré mis propias normas. Al principio habrá mucho rechazo y confusión, pero espero, que con el tiempo, la gente se de cuenta de que todo lo que hago es por el bien común y por preservar nuestro futuro. Cuando esto ocurra, confiarán en mí y todo será más sencillo.
»Otro de los grandes problemas que tiene la democracia es el exceso de libertad y la falta de autoridad. Esto hace que, con el tiempo, acabe degenerando sin darnos cuenta, incluso en una tiranía; un tirano no tiene por qué ser una sola persona, puede ser un gobierno entero, un monopolio o cualquier tipo de asociación que controle el mercado mundial, por ejemplo, y el cual acabe esclavizándonos sin que nos percatemos de ello.
»Nos estamos acercando muy peligrosamente a ese momento de degradación completa que acabará destruyendo el modo de vida que conocemos ahora, y la única forma de evitarlo es la que yo propongo.
»En realidad, la mayoría de la gente desean tener una autoridad por encima suya que les guíe, que les imponga un criterio unificador capaz de infundirles una verdadera libertad de elección y de juicio. El sacerdote milanés Luigi Giussani escribió una vez: “Sólo una época de discípulos puede deparar una época de genios”.
»Yo no pretendo crear genios, me conformo con hacer comprender a la sociedad, sobretodo a los más jóvenes, en qué consiste la auténtica libertad para que luego puedan juzgar la realidad por ellos mismos. Sin esta autoridad a modo de guía espiritual y una libertad mal comprendida, lo único que se consigue es crear en las personas un falso concepto de la realidad llevándolas a caer fácilmente en las garras de fuerzas externas como son las modas y los placeres superfluos y banales, a los que son arrastrados inevitablemente por la inercia de la sociedad.
»En cuanto al exceso de libertad, volveré a citar nuevamente a Sócrates, que lo apuntó muy bien en su definición de lo que es un Estado democrático: “La causa de su ruina es el deseo insaciable de lo que mira como su verdadero bien: la libertad. ... Cuando un Estado democrático, devorado por una sed ardiente de libertad, está gobernado por malos escanciadores, que la derraman pura y la hacen beber hasta embriagarse, entonces, si los gobernantes no son complacientes, dándole toda la libertad que quiere, son acusados y castigados, so pretexto de que son traidores que aspiran a la oligarquía.
»... Que los padres se acostumbran a tratar a sus hijos como a sus iguales y, si cabe, a temerles; éstos a igualarse con sus padres, a no tenerles ni temor ni respeto, porque en otro caso padecería su libertad.... Y si bajamos más la mano, encontramos que los maestros, en semejante Estado, temen y contemplan a sus discípulos; éstos se burlan de sus maestros y de sus ayos. En general, los jóvenes quieren igualarse con los viejos, y pelearse con ellos ya de palabra, ya de hecho.... Es natural que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable”.
»Como ves, nada de lo que está sucediendo es nuevo. Ya ha ocurrido cientos de veces en tiempos anteriores, y los resultados son siempre igual de catastróficos. La diferencia es que en estos tiempos disponemos de unos recursos y unos medios para hacer daño, tanto a nosotros mismos como a otras especies, con los que antiguamente no contaban, y con un volumen de población muy superior que agrava aún más la situación.
–Sí, lo cierto es que todos somos conscientes de a donde nos conduce esta situación, pero nadie hace nada por evitarlo. Sinceramente, me alegro mucho de que hayas aparecido, al menos contigo tendremos un poco de esperanza. Sólo espero que salga todo como lo tienes planeado, así le podremos dar al mundo un respiro de unos cuantos años más.
No me atreví a seguir haciendo de abogado del diablo; Santiago parecía que lo tenía todo muy claro y eso era algo que me satisfacía mucho, teniendo en cuenta el proyecto que estaba dispuesto a acometer en unos días. Así que, después de unos minutos hablando de asuntos más banales, nos despedimos. Me dijo que ya me visitaría en cuanto pudiera y que no me perdiera detalle de todo lo que aconteciera a partir del lunes.

2 comentarios:

genialsiempre dijo...

Bueno, este capítulo es demasiado largo y espeso. Le sobra filosofía y le sobra sórates, de momento es lo que menos me gusta del libro. Tiene su mérito todo lo que pones y el haberse documentado tanto (¿de verdad las citas de Sócrates?), pero lamentablemente el lector quiere más agilidad, como la que llevaba hasta ahora la narración.
Ya seguiremos a ver si retorna más adelante.

José María

Anónimo dijo...

Sin ánimo de ofender a nadie, espero que cualquier desafortunado comentario ofrecido por alguien que dice no gustarle el placer de pensar, no sea tomado por ti seriamente.
Leer sin pensar... jeje, aunque cada lector piense en distintos grados según su nivel, creo que todos piensan jaja.

Salu2s!