lunes, 14 de abril de 2008

Capítulo Noveno

Almorzamos los tres juntos en un bar cercano al museo. Durante la comida, y ante la insistencia de Irene, Santiago nos habló un poco más sobre la naturaleza de sus facultades mentales. Mientras lo escuchábamos, tanto ella como yo, no podíamos salir de nuestro asombro, el cual manifestábamos con un silencio sepulcral. De vez en cuando cruzábamos nuestras miradas, no sé si en señal de incredulidad o de miedo, ante lo que estábamos oyendo.
Nos contó cómo era capaz de desplazarse miles de kilómetros en pocos minutos, surcando el cielo a una velocidad que ningún aparato construido por el hombre es capaz de alcanzar. Nos habló también de cómo, a través de la telequinesia, podía levantar por los aire todo lo que quisiese; nos puso el ejemplo, bastante esclarecedor, de incluso uno de los grandes portaaviones norteamericanos; nos aclaró que nunca lo había hecho, claro está, pero el sólo hecho de saber que podía hacerlo ya era estremecedor. En este punto se enrolló un poco intentando darle una explicación científica a lo que hacía. Según decía, actuaba sobre la materia cuántica, o sea, los átomos y moléculas, que habían entre él y el objeto a mover, como si fuera una cuerda o algo así atada al objeto y de la que él podía tirar o mover a su antojo; la verdad es que sonaba bastante complicado, pero parecía que sabía de lo que estaba hablando.
También nos comentó algo sobre su capacidad de controlar las mentes de los demás. Decía que podía sugestionar a cientos de individuos al mismo tiempo, controlando completamente la voluntad de todos ellos y sometiéndolas a la suya propia. Lo que no podía hacer era ordenarles a cada uno de ellos cosas distintas o complejas, pero sí que podía hacer que todos actuaran de la misma forma, por ejemplo, inmovilizándolos como pretendía hacer en la universidad de Tel Aviv.
Nos relató los pormenores de cómo había conseguido localizar a los terroristas de este país. Una historia increíble. A través de la proyección extracorporal, lo que se conoce también por el nombre de viaje astral, se infiltraba en cualquier lugar que se propusiese. Si conocía el lugar en cuestión, sólo tenía que pensar en él; si no lo conocía, podía desplazarse a gran velocidad hasta llegar donde quisiese, ¡y sin salir de su casa! Sumándole a esto la capacidad de leer el pensamiento de cualquiera, en pocos días fue capaz de localizar al primer grupo, y cada uno de ellos le llevaba al siguiente. De forma parecida dio también con Mohamed Bin Tahid y su lugarteniente; aunque para ello necesitó la colaboración, a veces involuntaria, de ciudadanos afganos y pakistaníes, sobretodo para saber por donde tenía que moverse.
Cuando Irene le comentó lo crueles que le habían parecido los asesinatos, él nos explicó que lo hizo de esa forma, precisamente, porque era la menos dolorosa para los ajusticiados. Nos aseguró que no sintieron nada, ya que les produjo un corte limpio y rápido. También nos dijo, sobretodo para tranquilizar a Irene, que antes de hacerlo comprobó de forma rigurosa que ninguno de ellos tenían alguna posibilidad de reinserción social efectiva.
Yo quise saber algo más sobre la clarividencia que nos dijo que poseía el otro día, gracias a la cual él decía que podía adivinar el futuro. Yo me la imaginaba algo así como en las películas, unas imágenes que le venían a la cabeza sobre hechos que se producirían más adelante; él me aclaró que no se trataba de nada tan sofisticado ni espectacular, más bien era como una especie de intuición que se le manifestaba de forma muy general, pero que, a lo largo de muchos años, había aprendido a interpretar correctamente, comprobando como siempre ocurría exactamente lo que él había interpretado que pasaría. Algo así como un sentido común fuera de lo normal.
También podía comunicarse telepáticamente con cualquiera, con tan sólo pensar en él o ella. Esto es algo que pude comprobar en primera persona el día que me anunció la primera reunión en el museo.
A pesar de que todo esto era increíble, lo que a mí más me maravilló fue cuando nos contó la enorme facultad que poseía para aprender. Su memoria era comparable con la de un ordenador. Había conseguido hablar hasta siete idiomas diferentes con sólo leer los diccionarios respectivos y la traducción fonética de cada palabra. Y según él, no había aprendido más porque hasta ahora no los había necesitado. También podía recitar de memoria cualquiera de los libros que se había leído, que no eran pocos.
Ni siquiera en los más famosos superhéroes de cómics que todos conocíamos se reunían tal cantidad de poderes y habilidades sorprendentes. Santiago era el mayor superhombre que la historia podía dar; y era real. Yo no podía dejar de pensar en lo que ocurriría en el mundo si algún día alguien no tan justo ni virtuoso consiguiera acaparar semejantes facultades; podría convertirse de la noche a la mañana en la peor pesadilla de toda la humanidad.
Después de todo lo que nos contó, a mí no me cabía ya la menor duda de que era muy capaz de hacer todo lo que se proponía. También Irene parecía estar más convencida después de esa conversación. De camino de vuelta al museo pude comprobar como ésta estaba más ilusionada y esperanzada que lo había estado esta mañana durante el desayuno. Parecía más alegre y entusiasmada que nunca, cosa que a mí me animaba también.
Mi único temor era si los demás podríamos estar a la altura que él nos exigía. Pronto lo averiguaríamos.

1 comentarios:

genialsiempre dijo...

Es este un capítulo necesario e inevitable para dar un barniz a los superpoderes, de forma que sean asimilables para la razón del lector. Bueno, dado que son tan super... la explicación queda algo liviana, pero un lector se deja llevar por la fantasía de la narración y no exije mucho más. Así que pasa el listón suficientemente par pooder continuar.

José María