Esa misma mañana regresé a mi pueblo. Para ello alquilé un coche; conducir era algo que me relajaba mucho y, en ese momento, me apetecía. También me ayudaba mucho a pensar y reflexionar sobre todo lo que había oído y sobre lo que iba a ocurrir en los próximos días.
La charla con Santiago en la cafetería me había tranquilizado un poco con respecto a las intenciones de éste. Su filosofía estaba clara y, prácticamente, yo coincidía con él en todo lo que me expuso; supongo que por eso me eligió a mí. Todas sus pretensiones formaban parte de la lógica; cualquiera con un mínimo de sentido común y conocimiento llegaría a las mismas conclusiones.
Lo que a mí seguía preocupándome era el enorme esfuerzo que sería necesario hacer para poder llevar a la práctica todo lo que él pretendía. No estaba seguro siquiera de que viviera lo suficiente para poder ver concluido su proyecto. Y no digamos ya de escribirlo.
Al siguiente día de llegar a mi casa me puse manos a la obra. Empecé a escribir todo lo que me había ocurrido estos últimos días y las conversaciones que había tenido con Irene y Santiago; no quería que se me pasara nada. De esa forma también mataría un poco el tiempo mientras llegaba el gran momento, para lo cual sólo faltaban dos días.
No me explicaba como se podía haber enterado Santiago de lo de la visita del presidente Cóleman a Israel. En las noticias no se comentaba nada al respecto. Llegué a pensar que se había equivocado y todo lo que habíamos planeado no serviría para nada. Pero claro, también había que entender que una visita así es normal que se mantuviera en secreto hasta el último instante, teniendo en cuenta la peligrosidad de la zona en estos momentos. Si Santiago estaba en lo cierto, me volvería a demostrar que tenía que confiar en sus contactos un poco más de lo que lo hacía ahora.
Y efectivamente, así fue. El lunes me levanté muy temprano, de hecho llevaba sin dormir desde media noche, quería escuchar las primeras noticias que daban por televisión. Ni que decir tiene, lo nervioso que me encontraba en aquel momento. Por fin había llegado el gran día; el día que podría cambiar el curso de la historia de la humanidad para siempre. Y yo sería uno de los pocos privilegiados que sabría la verdad de todo (o al menos eso creía yo).
La primera de las noticias internacionales que dieron fue precisamente la visita de Larry Cóleman a su país amigo Israel. Afortunadamente aún no se había producido el acto en la Universidad de Bar-Ilan, no caí en la cuenta de que Israel nos lleva una hora de adelanto más o menos. Por lo que comentaron, estaba previsto para dentro de media hora. Por lo visto, consistía en una especie de entrega de condecoraciones a varias personalidades de este país y, como dijo Santiago, la asistencia era muy reducida; aparte de familiares y algunos altos mandatarios, sólo estarían presente varios medios de comunicación elegidos para retransmitir la ceremonia.
No le dieron mucha relevancia a la noticia y, enseguida pasaron a otros temas de supuesto interés. Tenía el tiempo justo para tomar un desayuno rápido y prepararme para presenciar el mayor acontecimiento mundial de toda la historia. Por supuesto, preparé un disco en la grabadora para poder verlo las veces que fuera necesario. Confiaba en que el equipo de Irene hiciera un buen trabajo con las imágenes.
Habían concluido ya todos los noticiarios en las principales cadenas de televisión cuando me volví a sentar, unos veinticinco minutos después. Transcurría un cuarto de hora después de la hora prevista, la cual pasé cambiando sin cesar canal tras canal, confieso que un poco desilusionado, cuando por fin ocurrió lo esperado. Se interrumpió la programación matutina para ofrecer un boletín informativo especial de última hora. Mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que tuve que ponerme a respirar profundamente para tranquilizarme un poco.
Antes de aparecer ninguna imagen por pantalla se escuchó la voz en off de un comentarista que se notaba a leguas que había sido improvisado desde los estudios centrales de la emisora:
–Interrumpimos la programación oficial para ofrecerles en directo imágenes llegadas hace unos minutos desde Israel, donde según nos informan nuestros corresponsales, están ocurriendo unos hechos insólitos durante el acto de entrega de medallas que tenía convocado el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Larry Cóleman en la ciudad de Tel Aviv.
En ese mismo momento aparecieron por pantalla las, tan esperadas imágenes, desde la Universidad de Bar-Ilan. Me había imaginado la escena decenas de veces pero ni por asomo podía haber esperado que fuese algo como lo que estaba presenciando; Santiago había superado con creces todas mis expectativas. No parecía real, era como si estuviese viendo alguna de esas espectaculares películas a que nos tiene acostumbrado la industria del cine. Mi primera impresión fue pensar que la gente no se lo creería; más bien pensarían que se trataba de un montaje televisivo, una especie de broma.
Santiago estaba irreconocible; como habíamos quedado, lucía una gran barba blanca y una peluca también canosa a la altura de los hombros. Iba vestido de forma muy sencilla, con una especie de camisa blanca al estilo oriental y pantalón blanco también; los pies los llevaba calzados con unas sandalias entrelazadas a los tobillos. Su aspecto no parecería nada grandioso si no fuera porque estaba suspendido en el aire, a unos cinco metros de altura sobre la tarima donde se encontraban las personalidades a homenajear, en un extremo de una especie de patio interior cuadrado.
En ese momento ya se encontraban a su lado los dos presidentes, también suspendidos en el aire como dos marionetas. Sus caras reflejaban perfectamente el pánico que estaban sintiendo, al igual que el resto de los presentes, al menos los pocos que se podían ver por las imágenes, ya que la cámara estaba centrada prácticamente en nuestro particular Dios y sus dos acompañantes. Sobre ellos se podía distinguir la oscuridad de la nube que nos comentó Santiago que haría aparecer para ocultar a los dos líderes terroristas.
La aparición debió ser algo espectacular; días más tarde lo pude comprobar con una grabación que me pasó Irene donde se podía ver toda la secuencia completa. Tal y como él nos dijo, apareció como un rayo con su correspondiente trueno, desde el interior de una gran nube negra que se había formado rápidamente sobre el patio de la universidad. Todo sucedió muy deprisa; apenas pudieron hacer ningún movimiento ninguno de los presentes antes de que Santiago los inmovilizara. Casi inmediatamente elevó por los aires a los dos presidentes juntos, hasta colocarlos uno a cada lado suyo. En un principio el griterío general fue ensordecedor. Como había predicho Santiago, no tardaron en aparecer por varias puertas alrededor del patio, algunos hombres pertenecientes a la guardia personal de Ehud Shamir; éstos fueron inmovilizados también inmediatamente después de que las armas que llevaban en las manos volaran por los aires perdiéndose tras la inmensa nube que cubría todo el recinto. La escena fue de lo más espectacular. También se escuchaba el sonido de varios helicópteros que sobrevolaban la zona, pero quedaban tapados por la nube, de forma que ni ellos podían ver nada ni nosotros a ellos.
Una vez que la situación parecía que estaba controlada, nuestro hombre empezó su sermón. Su voz sonaba como un gran estruendo, apagando sin remedio cualquier otro sonido que surgiese en la zona. No podía creer que yo hubiese ayudado a escribir aquel discurso que, con el tiempo, se convertiría junto con estas imágenes, en la grabación más vista y escuchada en todo el mundo.
Tengo que reconocer que me emocioné muchísimo viendo todo aquello; ahora sabía lo que sentiría un niño de ocho años viendo su primera película de Harry Potter. No me podía quitar de la cabeza qué es lo que estarían pensando los millones de personas que en este momento estuviesen presenciando estas imágenes. Sin duda habría sentimientos de todo tipo; miedo, dolor, emoción, esperanza, alegría. Seguramente aún nadie podía imaginar lo que les esperaba después de esto y, me supongo que la mayoría de la gente estaría muy asustada ante lo desconocido, sobretodo aquellas personas que, como yo, viviesen sin ningún tipo de problemas, con su vida resuelta y nada que las perturbase; hasta ahora.
El discurso me pareció rapidísimo, teniendo en cuenta las horas que tardamos en redactarlo. No le llevó más de quince minutos pronunciarlo, con toda la majestuosidad y solemnidad que la situación requería, por supuesto; aunque estoy seguro de que a los presentes se le hizo interminable, sobretodo a los dos presidentes que se encontraban flotando en el aire.
Sin duda, el momento culminante llegó al final, cuando anunció la presencia de los líderes radicales del Islam. Al momento, éstos aparecieron como de la nada desde el interior de la gran nube y se situaron uno a cada lado de sus irreconciliables enemigos. Se les veía bastante demacrados y asustados, como si presintiesen su inminente final. La sorpresa fue mayúscula para todos.
Seguidamente habló sobre la necesidad de que estos personajes, y todos aquellos que actuasen como ellos en un futuro, desapareciesen del planeta para siempre. De pronto, la nube se volatilizó como por arte de magia y el cielo quedó totalmente despejado sobre sus cabezas. En ese instante, sin mediar más palabra, los cuatro líderes fueron lanzados a una velocidad increíble hacia el espacio de manera que, en cuestión de un segundo, desaparecieron por completo de la vista.
Cuando esto ocurrió, Santiago también desapareció rápidamente por el cielo dejando tras de sí una gran humareda que se fue disipando poco a poco. Al mismo tiempo, los invitados que se encontraban presenciando el acto, así como los guardias de seguridad, empezaron a recobrar la movilidad. El pánico era generalizado, aunque la gente parecía que no sabían muy bien lo que hacer; aún no se les había pasado la sorpresa y, seguramente, no eran conscientes todavía de lo que acababan de presenciar. A los pocos segundos, la imagen se interrumpió dando paso a una serie de anuncios publicitarios. Supongo que las emisoras de televisión estarían en estos momentos tan desconcertadas que no tendrían nada preparado para la ocasión.
La mecha había sido encendida. El mensaje había sido claro y contundente, tal y como Santiago pretendía. Ya sólo restaba comprobar la reacción que había causado, y que causaría próximamente, en el resto del mundo, sobretodo en los distintos gobiernos más afectados.
Yo me encontraba mucho más tranquilo que al principio. La impresión que había causado superó con creces lo que yo había imaginado. No me cabía la menor duda de que Santiago había conseguido exactamente lo que se había propuesto. En estos momentos me alegraba más que nunca de que Santiago hubiera acudido a mí, de otro modo, ahora mismo me estaría volviendo completamente loco después de haber visto todo aquello.
martes, 6 de mayo de 2008
Capítulo Doce
Publicado por Pedro Estudillo en 10:02 a. m.
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3 comentarios:
Intenso escrito de un hombre tremendamente intenso en la vida, con la vida y él mismi
me encantó. besitos de jabón
esta super cool tus escritos... gracias por tu comentarios... cuídate ... ATTE: *PuNk3ToO*
Bueno, vuelves a la acción y a enganchar al lector...¿que va a pasar ahora?...
José María
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