miércoles, 9 de julio de 2008

Capítulo Veintiuno

Si esta historia terminase aquí, sería algo decepcionante, ¿no creen? Qué pensarían todos esos miles, o millones, de personas creyentes cuando leyesen que ese ser supremo y omnipotente al que adoran como su único Dios resulta que es un simple mortal (lo de «simple» lo dirán ellos, claro).
Al principio les conté que hacía unos veinte años que no tenía noticias de Santiago. La última visita que me hizo fue precisamente cinco años después, aproximadamente, del comienzo de todo esto. En ese momento, el mundo ya había dado el vuelco de ciento ochenta grados que pretendía él con su plan. Por aquel entonces, su presencia en los distintos noticiarios se había reducido considerablemente; apenas hacía un par o tres de apariciones al mes, y casi siempre resolviendo conflictos con grupos armados que todavía existían en algunos lugares remotos del mundo.
Así fue hasta cierto día, cuando desapareció sin dejar rastro alguno. Según me comentó Irene, ninguno de sus colaboradores habituales fueron capaces de localizarlo por los medios que solían hacerlo. Todos estábamos muy preocupados ya que su presencia aún resultaba imprescindible para el mantenimiento de esta nueva organización mundial.
Un buen día, sin previo aviso, llamó a mi puerta. Ya se pueden imaginar la sorpresa que me llevé. Venía sólo, y en un principio, apenas le reconocí; después de tanto tiempo, la imagen que yo tenía de él era la misma que tenía todo el mundo, o sea, la que aparecía por televisión. En cuanto le vi sonreír me vino a la mente los momentos que habíamos pasado juntos hacía casi cinco años, escribiendo discursos y discutiendo sobre el devenir del ser humano en la historia del mundo. Me supuso una inmensa alegría el volver a verlo.
Por un momento pensé que vendría para decirme que ya podía empezar a escribir el libro que me comentó el primer día que nos conocimos. Pero no fue ese el motivo. Muy al contrario, me advirtió que lo del libro tendría que esperar unos años (aunque nunca creí que tantos).
El auténtico motivo de su visita fue lo más sorprendente e inesperado que nadie podía imaginar.
–¿Qué tal te encuentras Pablo? –me preguntó cuando nos sentamos.
–Pues ya lo sabes –le contesté–; muy preocupado por ti, al igual que todos. ¿Cómo se te ocurre desaparecer de esa manera en un momento tan crítico como éste, sin avisar a nadie? Muchos ya temían lo peor, que no volverías.
–Siento mucho haberos causado tanta alarma –dijo con mucha calma–; necesitaba un período de reflexión.
–Comprendo que puedas estar cansado, pero deberías habernos comentado algo. Todavía eres demasiado valioso como para que podamos prescindir de ti. Tu plan está resultando demasiado bien como para echarlo todo a perder ahora; sería una lástima.
–Lo sé, pero créeme, el momento no lo he elegido yo; lo han hecho por mí.
Inmediatamente presentí que algo nuevo había ocurrido. Cuando me pude fijar bien, comprobé que Santiago no era el mismo que yo recordaba. Algo había cambiado en él; no podía decir exactamente el qué. Su aspecto y su voz parecían a simple vista igual que siempre, pero no su mirada ni su carácter; se encontraba como más ensimismado, más serio de lo que en él era habitual.
No tenía ni idea de lo que podía ser, pero tengo que reconocer que en ese momento me sentí inquieto y, por qué no decirlo, también un poco temeroso de lo que ello pudiera suponer.
–¿De qué se trata? –acerté a preguntarle–. ¿Algo grave?
–Tranquilo, no es nada que deba preocuparnos –respondió intentando disimular su estado de ánimo–. Todo va a continuar tal y como lo teníamos dispuesto.
–Me alegro de escuchar eso; por un momento temí que hubiera ocurrido algo grave. Espero que tú estés bien.
–Estoy bien, pero ya te contaré; todo a su tiempo. Primero cuéntame tú a mí lo que opinas sobre lo que está ocurriendo en el mundo. Reconozco que últimamente ando un poco perdido.
–Pues a mi parecer, estamos viviendo un momento de cambio muy delicado, en lo que respecta al plan que trazaste. Las reformas que impusiste en los distintos gobiernos están empezando ahora a dar sus frutos, pero pienso que todavía es un poco pronto como para hacer balances concienzudos.
»Hay resultados que sí que saltan a la vista, como por ejemplo la seguridad, sobretodo en aquellos países que antes eran más conflictivos e inseguros. También en los países pobres se están notando considerablemente los cambios, para mejor, por supuesto. Básicamente, esas eran las primeras pretensiones de tu proyecto, así que considero que podemos darnos por satisfechos.
»En lo que respecta a los países más ricos, los de Europa y Norteamérica sobretodo, ya sabes que la situación está un poco más revuelta, pero creo que es cuestión de tiempo el que se normalice. De momento ya se han implantado casi por completo los distintos sistemas educativos que propusiste; supongo que habrá que esperar para ver los resultados.
–Y qué me dices de la gente, ¿tú crees que están por la labor? A veces me pregunto si no me habré excedido un poco en mi papel.
–No creo que tengas por qué preocuparte –le contesté–, la mayoría de la gente está encantada; me refiero a la gente sencilla, trabajadora, que, al fin y al cabo, son las únicas que deben preocuparnos. Además, has conseguido convencer a casi todo el mundo de que en verdad eres un auténtico enviado de Dios, por no decir Dios mismo; reconozco que eso es mucho más de lo que yo esperaba. Ya sabes que yo al principio dudaba de que fueras capaz de conseguir ni la mitad de lo que has conseguido ya; y esto es sólo el principio.
–Sí, lo cierto es que ni yo mismo pude imaginar que saliera todo tan bien como está saliendo. Espero que la población sea capaz de realizar el esfuerzo y el sacrificio necesario como para estabilizar y mantener la situación al menos durante unas cuantas décadas más.
»Estoy seguro de que estarás ansioso por conocer el motivo de mi visita, ¿verdad? –me preguntó de repente–. Ya has intuido que me ha ocurrido algo.
–Pues ya que lo dices, sí –respondí con toda la seriedad que me fue posible–. La verdad es que me tienes muy intrigado.
–Y tienes motivos para estarlo. He venido para relatarte lo que seguramente será el último capítulo del libro que te pedí que escribieras. Escucha con atención porque lo que me ocurrió hace ahora unos dos meses no es fácil de creer ni siquiera para mí.
–Soy todo oídos –le dije nervioso. No podía ni imaginar de qué se trataba.
–Como te he dicho, fue hace un par de meses; justo antes de que desapareciese. Era de noche; me encontraba descansando en un pequeño hotel a las afueras de Grozni en Chechenia; algunas horas antes había desarticulado el que, espero que fuera el último comando insurgente chechenio que surgieron en busca de venganza por los años de represión sufridos.
»No sabría decirte si estaba dormido o no; el caso es que al poco tiempo de acostarme algo me sobresaltó de repente. Fue como un estallido en el interior de mi cabeza; al mismo tiempo, la minúscula habitación se iluminó por completo con una luz cegadora que no se sabía de donde provenía. Nunca antes me había sentido tan asustado. Yo estoy acostumbrado a controlar todas las situaciones que se me presentan, pero aquello se escapaba a mi control; no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Además, estaba como paralizado, apenas podía moverme. Pensé en la cantidad de personas a las que yo les había hecho eso mismo, y comprobé lo que se sentía. Reconozco que no me gustó nada, me sentí frágil, dominado, a merced de lo que quisieran hacer conmigo; una situación bastante incomoda y humillante.
»Cuando todavía no había salido de mi asombro, oí su voz. Era una voz sin una procedencia determinada; sonaba en mi mente pero, al mismo tiempo, también en toda la habitación. Me rodeaba, me envolvía, igual que la luz, inundaba todo el espacio como si fuera el propio aire. Sonaba grave pero sin ser estridente ni molesta, más bien todo lo contrario, era armoniosa y reflejaba serenidad. Me dijo lo siguiente:
»–Santiago, ¿de qué te sorprendes? No tienes nada que temer. Ya sabes quien soy, me conoces y me esperabas.
»–No te conozco, ¿quién eres? –me atreví a preguntarle muy asustado.
»–Ya lo sabes, soy la respuesta a todas tus preguntas. Yo soy tu luz, el que guía tus pasos. Mi misión es tu misión. Tu vida es mi razón de ser. Sin ti, yo no existiría, al igual que tú sin mí. No soy el objeto de tu búsqueda, pero sí el camino. Nuestros destinos están unidos; ambos se escribieron hace muchos eones, antes de que se crease el día y la noche. No pertenecemos a este mundo, pero este mundo sí que nos pertenece a nosotros.
»–Y yo, ¿quién soy yo? –volví a preguntarle.
»–Tú eres la respuesta a todas las preguntas que siempre se ha hecho la humanidad, en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las circunstancias. Desde que el hombre tiene uso de razón hemos estado con él, acompañándolo. Ha llegado la hora de abandonar esa compañía para convertirnos en su guía; ese será nuestro cometido a partir de ahora.
»–¿Acaso eres Dios y yo tu profeta? –insistí, intentando que fuera algo más concreto.
»–Somos el Creador –fue su respuesta.
»–Y si esta es tu creación, ¿por qué permites que haya tanto sufrimiento? –decidí seguirle el juego. Aún no tenía muy claro lo que me estaba sucediendo.
»–Crear no significa destinar –me respondió–. ¿Acaso puede saber un carpintero que la silla que está construyendo será utilizada algún día por un suicida para quitarse la vida, o por un marido para golpear a su mujer?
»–¿Quieres decir que creaste a la humanidad pero que no puedes dirigir sus designios?
»–No he dicho que no pueda, pero si lo hiciera, dejaría de ser humanidad. Además, tampoco lo están haciendo tan mal ellos solos. Se han multiplicado hasta casi el límite, han progresado, gobiernan sobre todas las criaturas, su poder de creación es casi ilimitado, se han convertido en seres extraordinarios,...
»–Capaces de hacer mucho mal también –le interrumpí–. ¿Olvidas eso?
»–Si no existiera el mal, no podría existir el bien. Si esto te tranquiliza, te diré que tarde o temprano, todo el mundo paga el mal que hace, o bien es premiado por sus buenas acciones.
»–¿Te refieres a una vez que han muerto? –quise saber; reconozco que le estaba cogiendo el gusto a la conversación. No sabía lo que podía durar, así que quería aprovechar al máximo el momento. Si de verdad era quien decía ser, no podía dejar escapar esta ocasión.
»–No tiene por qué –me respondió en el mismo tono enigmático–. El sufrimiento no es un sentimiento propiedad exclusiva de las personas con buen corazón, sin embargo, la felicidad eterna sí que lo es. Y no te hablo de una vez que han terminado sus días, precisamente.
»–O sea, que según tú, todo el mundo paga en vida por sus actos, ¿no es así? Y los malvados nunca llegan a ser felices. Pues lo cierto es que no siempre lo parece –intenté provocarlo a ver por dónde salía.
»–Piénsalo un poco y me darás la razón. Tú has escrutado la mente de miles de personas durante tu vida. Dime una sola de ellas que fuera egoísta, o violenta, o irrespetuosa, o simplemente maleducada y al mismo tiempo hubiera descubierto el camino de la auténtica felicidad.
»Después de pensarlo durante un momento, no tuve por más que estar de acuerdo con lo que estaba diciendo. Nunca antes me había percatado de ello, pero era verdad, este Creador, o quien quiera que fuese, tenía razón. Pero aún había algo que no me convencía, así que volví a la carga.
»–De acuerdo, está bien –le dije–; los malos pagan con sus culpas, pero ¿por qué tienen que pagar también los inocentes por ellos?, ¿cuándo se supone que cobran su recompensa tantas víctimas inocentes que sufren sin haber hecho nada malo? No es cierto que todos tenemos lo que nos buscamos.
»–Yo no pongo las normas –como ya suponía, tampoco en esta ocasión me respondió claramente; más bien se salió por la tangente–. Nuestra visión del mundo debe ser global, nunca particular. Recuerda que también tú has provocado el sufrimiento de mucha gente inocente con algunas de las medidas que has adoptado.
»Ahí me había pillado. Al final iba a resultar que tenía razón también en esto.
»–Quieres decir que es necesario el sufrimiento de muchos para conseguir el bienestar de la mayoría –en esta ocasión no pregunté, afirmé.
»–Eso parece; como ya te he dicho, yo no dicto las reglas; éstas las ponéis vosotros, o mejor dicho, ellos. Recuerda que el error, junto con la experiencia y el conocimiento, son las herramientas necesarias para alcanzar la sabiduría.
»–¿Y cuánto tiempo más ha de pasar para que el hombre alcance esa sabiduría?, ¿cuánta gente debe morir sin necesidad antes de que eso ocurra? –ya estaba empezando a desesperarme tanta ambigüedad.
»–Tiempo dices, ¿a qué le llamas tiempo? Tres mil años quizás, o diez mil, o tal vez cincuenta mil años. Eso tan sólo supone un pestañeo en nuestra existencia. ¿Cuánta gente debe morir preguntas?, ¿y cuánta debe nacer?
»–Está bien, está bien –me di por vencido–. Ya veo que intentar razonar contigo es tarea inútil. Al menos aclárame una cosa; ¿por qué ahora?, ¿y por qué yo?
»–Una vez que el rebaño conoce bien el camino que va desde el corral hacia la dehesa, pueden ocurrir dos cosas: que el pastor descubra mejores pastos a donde conducirlo, y por tanto tenga que enseñarle un nuevo camino, o bien que éste, por algún extraño y desconocido motivo, algún día confunda su camino y tenga que intervenir de nuevo el pastor para reconducirlo por el camino correcto.
»–¿En cual de los dos casos nos encontramos? –pregunté.
»–¿Qué más da?, elige el que quieras –fue su concisa respuesta–. Preguntabas también por qué tú. ¿Y por qué no? ¿Conoces a alguien mejor?
»–Sí, a ti –le respondí con contundencia–. ¿Por qué no te presentas ante el mundo entero como lo estás haciendo ahora conmigo y les demuestras que eres el auténtico Dios?
»–¿Qué Dios? El tuyo, el de los cristianos, el Dios de los judíos, uno de los dioses romanos o griegos. ¿Cuál es el auténtico Dios?
»–¡Simplemente Tú! –exclamé exasperado–. ¿Tan difícil es eso?
»–Ya lo has hecho tú por mí, lo cual te agradezco –respondió.
»–Entonces, soy como soy porque tú me has hecho así. Me estás utilizando como harías en su día con Jesucristo y tantos otros, ¿no es cierto?
»–Yo no he tenido que crearte; como te dije al principio, tú siempre has existido. Simplemente has hecho aparición cuando ha llegado el momento.
»–No entiendo nada, y no parece que estés dispuesto a aclararme mucho –terminé por decirle–. Tan sólo te preguntaré una cosa más y, te pido por favor que me respondas claramente. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?
»–Eso es fácil de responder. Continúa con lo que estás haciendo; sigue tu instinto. Tú conoces donde están los mejores pastos, conduce hasta allí a tu rebaño. Y no olvides una cosa: nada dura eternamente, ni siquiera nosotros.
»Y eso es todo –concluyó Santiago–. Dicho esto, desapareció la luz, la habitación volvió a ser la misma que era, y yo me quedé con más dudas que al principio. Sé lo que estás pensado: que pudo haber sido un sueño; un sueño de esos que parecen reales o algo así. Puedes creer lo que quieras, pero yo te aseguro que aquello no fue un sueño, fue tan real como que ahora mismo estamos hablando tú y yo en tu casa.
Santiago tenía razón, había llegado a pensar lo del sueño. Lo cierto es que no sabía qué decirle; me había quedado en blanco. De todas las cosas que me podía haber imaginado que me contara, esta sería la última, con toda seguridad.
No es que dudara de él, a estas alturas yo tenía una fe ciega en Santiago, le seguiría hasta el infierno si me lo pidiese; pero esto... era tan increíble. Yo siempre he manifestado abiertamente mi falta de fe en cualquier religión o creencia divina. No me entraba en la cabeza nada que no pudiera explicar con un razonamiento lógico basado en hechos concretos y empíricos. La existencia de un Dios creador y omnipotente no concordaba, precisamente, con esta definición. ¿Qué se supone que tenía que hacer ahora? ¿Cambiar radicalmente la filosofía que tenía de la vida? Si lo pensaba bien, esto era lo que siempre había deseado, al igual que muchas otras personas, que alguien nos demostrase a ciencia cierta la existencia o no existencia de Dios. Viéndolo desde esta perspectiva, me podía considerar afortunado.
–Te creo, sí –terminé por decirle sin estar muy convencido del todo–. Sólo que no termino de aclararme con lo que me has contado. Explícamelo, por favor. ¿Esa voz era la de Dios?, ¿entonces tú eres un Mesías auténtico?
–Si me haces ese tipo de preguntas –me contestó con una sonrisa– te tendré que responder de la misma manera que lo hizo él, y no creo que eso te aclare mucho.
»Te lo he contado tal y como pasó; lo has grabado, así que podrás escucharlo todas las veces que quieras. Tendrás que sacar tus propias conclusiones. Siento no poder ayudarte mucho más.
–Está bien, al menos dime una cosa –no podía quedarme así, yo no tengo tanta imaginación como se supone–; me dijiste que has estado estos dos meses reflexionando. Supongo que sí podrás decirme a qué conclusiones has llegado tú.
–Sí, es cierto –me dijo pensativo–. Igual que Jesucristo necesitó retirarse cuarenta días al desierto para conocer su destino, también yo me sentí forzado a estar solo durante un tiempo para aclarar las ideas.
»Una cosa sí que te puedo revelar, y es que con total seguridad, no soy la misma persona de hace dos meses, antes de la visita de esa voz. Este tiempo de meditación me ha servido para darme cuenta de que algo ha cambiado en mí. Siento que mi poder es infinito, que puedo hacer lo que me de la gana, no tengo límites. Siento que tengo en mis manos el destino del mundo, el de toda la humanidad.
–Creía que eso ya lo tenías antes –le interrumpí.
–No es lo mismo. Antes no estaba del todo seguro de lo que hacía, era como si en todo momento estuviera arriesgando; sin vosotros, mis colaboradores, me sentía perdido. No me malinterpretes, no es que ya no os necesite, al contrario, vuestra ayuda ahora es más indispensable que nunca. La diferencia estriba en que ahora estoy completamente seguro de lo que tenemos que hacer.
–¿Y bien? –le animé a que continuara, ansioso porque me lo dijera.
–Comprendo tu impaciencia –respondió sonriendo de nuevo, lo cual hizo que me imaginara su respuesta–. Me temo que voy a volver a desilusionarte. Tú sabes ya lo que tienes que hacer; contar todo lo que sabes y todo lo que yo te estoy diciendo para que el mundo entero sea testigo en el futuro de lo que en estos tiempos ha ocurrido. Con respecto a los demás, también sabrán lo que tienen que hacer cada uno en su momento. Es lo único que puedo decirte, pero no pongas esa cara, no me guardo ningún secreto, es que no hay más que decir.
–La verdad es que no me has aclarado mucho, pero supongo que así es como debe ser –dije con resignación–. Aunque hay algo que no se me va de la cabeza: las últimas palabras que te dijo; lo de que nada era eterno, ni siquiera vosotros.
–También yo he pensado largo y tendido sobre esas palabras. Mi conclusión es que no hay que darle más vueltas al asunto de las necesarias. Como dijo el Creador, la historia del hombre en la Tierra supone tan sólo un pestañeo. Aún deben de pasar muchos años, siglos o milenios, quién sabe, para que éste complete su ciclo. Absolutamente nadie, ni siquiera Él, conoce lo que nos depara el futuro, lo único seguro es que éste depende directamente de lo que hagamos en el presente.
»Ahora sabemos algo que no sabíamos antes; algo muy importante, por cierto, y es que no estamos solos. Hay Algo o Alguien que nos acompaña en nuestro camino y que, cuando lo necesitemos, allí estará, velando para que su rebaño siempre tenga buenos pastos donde alimentarse.
–¿Y no crees que este conocimiento puede ser negativo para el hombre? –le pregunté–. Si sabe que hay un Dios velando por él, se confiará nuevamente y volverá a cometer los mismos errores del pasado.
–Aún no lo has entendido del todo. El hombre siempre cometerá los mismos errores; eso se da por hecho. El imperio mundial que construyamos ahora, por muy bueno y estable que nos parezca, terminará sucumbiendo algún día. Surgirán otros nuevos donde muchos recordarán de donde provienen y creerán, pero otros muchos, con el tiempo, la mayoría, no creerán lo que tú vas a contar, pensarán que son sólo leyendas del pasado sin sentido, y con toda seguridad, se volverán a cometer los mismos errores u otros peores. Eso sin contar con que surgirán muchas otras versiones de todo lo que está aconteciendo ahora en el mundo, además de la tuya. Que sean ciertas o no es lo de menos; cada cual creerá lo que más interés le reporte, o lo que otros más espabilados les enseñen, sin cuestionarse para nada su autenticidad. Tu relato será simplemente uno más entre tantos otros. Como sabes, la palabra escrita no es ni mucho menos la panacea del conocimiento; también puede convertirse en la más peligrosa herramienta de la manipulación y el engaño. Con el tiempo, la verdad se perderá irremediablemente, quedando enterrada junto con los cadáveres de los pocos privilegiados que la conocieron, como siempre ha venido ocurriendo.
»Pero la historia continuará; vendrán catástrofes, naturales o provocadas, que arrasen con todo y obliguen a empezar de nuevo; surgirán nuevas enfermedades, epidemias, cambios climáticos, se inventarán nuevos artilugios que nos complicarán aún más la vida, o nos la harán más cómoda.
»En definitiva, el mundo está en continuo cambio, y así es como debe seguir. Mi presencia en este periodo concreto de la historia debe interpretarse como una simple puesta a punto, necesaria para poder continuar el camino y no quedarnos en la cuneta.

2 comentarios:

MRB dijo...

Estoy impactada por tu relato. ¿Es real? Me gustó tanto el anterior, que retrocedí.
Shanty

genialsiempre dijo...

Nos podíamos tirar horas debatiendo sobre teología y la existencia o no de Dios, pero este no sería el foro adecuado ni yo el mejor interlocutor.

Veamos como concluye antes de emitir una opinión final.