martes, 4 de marzo de 2008

Capítulo Tercero

Afortunadamente no tuve que esperar mucho tiempo para tener noticias de Santiago, si no me hubiera vuelto loco de impaciencia.
Después de casi dos semanas de nuestra conversación en la cafetería, por fin se puso en contacto conmigo. Podía haberme llamado por teléfono o escrito un correo electrónico, pero no, él tenía sus propios medios (más económicos, dicho sea de paso).
Era por la mañana temprano, estaba preparándome el desayuno, cuando de repente oí su voz, tan fuerte y clara como si lo tuviera a un metro de mí. Ya se pueden imaginar el susto que me llevé. Miré sobresaltado por todos lados buscándolo, antes de percatarme de que la voz sólo estaba en mi cabeza. Fue como una intromisión a los más íntimo que posee una persona, su mente; pero supongo que esa sería su forma de actuar y tendría que acostumbrarme.
El mensaje fue breve y conciso. Quería que estuviera dentro de dos días, a primera hora de la mañana, en el Museo de las Ciencias y Tecnología de la capital.
Esta forma de comunicación tenía sus inconvenientes; no pude preguntarle cuánto tiempo tendría que permanecer allí, ni si después podría volver a mi casa o iríamos a otro lado, ni nada por el estilo. Puede que estas cosas le parezcan tonterías, dado la situación, pero para mí no lo son. Cuando viajo me gusta tenerlo todo muy organizado; saber el tiempo que voy a estar fuera, donde me voy a alojar exactamente, etcétera.
Algo me decía que tendría que ir acostumbrándome a este tipo de situaciones imprevistas. En fin, todo sea por la causa. Pensé que lo mejor sería viajar con poco equipaje y mucho dinero y, simplemente, dejar que los acontecimientos transcurriesen por sí solos.
Lo principal era que por fin iba a conocer a las personas con las que se supone iba a trabajar. Y también esperaba que se me despejaran todas las dudas que albergaba con respecto al famoso plan de Santiago. Tendría que estar preparado para cualquier cosa; quién sabe, igual me llevaba una desilusión y todo esta historia se quedaba en nada.
Pero no, no podía ser; no podía olvidar lo que había hecho con todos esos terroristas. Aquello no era una simple anécdota; era mucho más. Ocurriese lo que ocurriese, estaba seguro de que sería algo trascendental para el mundo, y yo estaría allí, en primera fila, para contarlo todo. No podía defraudar ni a Santiago ni al resto de la humanidad.
Si en esta última semana lo había pasado mal esperando noticias de Santiago, estos dos días antes del encuentro en la capital fueron aún peores; se me hicieron eternos, apenas pude dormir nada. Ensayaba mentalmente una y otra vez la presentación que haría a mis futuros compañeros; quería estar a la altura de todos ellos, aunque no tenía ni idea de quienes podían ser. Yo quería pensar que se trataría de importantes personalidades de todo el mundo, muy bien preparadas para el colosal proyecto que nos esperaba.
Había sido una suerte que en este momento me encontrara libre, aunque no se puede decir que sin compromiso, ya que sí que estaba saliendo con una chica, si es que a lo nuestro se le podía llamar salir. Nos veíamos prácticamente unos tres meses al año, como mucho. Se llamaba Amanda, y era reportera gráfica del National Geographic. Casi todo el año se lo pasaba en el extranjero, fotografiando la fauna de algún país exótico; en la actualidad se encontraba en no sé qué isla del Pacífico haciéndole fotos a no sé qué bicho que sólo habitaba allí.
Tengo que reconocer que aquella relación me venía como anillo al dedo. Se podía decir que no estaba sólo, o sea, que tenía a alguien que se preocupaba por mí (se supone), aunque fuera en la distancia. Y al mismo tiempo gozaba de mi tan necesitada intimidad e independencia. Para mí, era el noviazgo perfecto, podía hacer lo que me diera la gana sin tener que rendir cuentas a nadie, incluso echar alguna canilla al aire si me apetecía (claro que ella también podía hacer lo mismo). La cuestión es que Amanda también parecía encontrarse a gusto con esta situación, así que, para qué cambiarla, a los dos nos venía muy bien.
Nos hablábamos cada dos o tres días por teléfono; por supuesto no le conté nada de todo aquello. Le dije que tenía que ir a la capital por motivos de la promoción de uno de mis libros; pensé que ya iría improvisando sobre la marcha según se presentasen los acontecimientos. Al fin y al cabo, ella tampoco se metía mucho con lo que yo hacía en mi tiempo libre, así que no tendría que inventarme muchas mentiras para darle explicaciones de lo que estaba haciendo. Además, no tenía previsto volver al menos durante dos meses más, lo que quería decir que, de momento, podía estar tranquilo.

Inmediatamente después de recibir el mensaje de Santiago, hice la reserva del vuelo para la ciudad. Saldría al día siguiente, alojándome en un hotel que conocía de otras veces y que, además, se encontraba bastante cerca del museo, así podría estar bien temprano en el lugar de la cita. Tenía que empezar con buen pie, todos sabemos lo importante que es la primera impresión.

1 comentarios:

Mar dijo...

Cada vez me tiene mas enganchada, sigo...

Besitosssssss