martes, 25 de marzo de 2008

Capítulo Sexto

Decidí acabar la semana en la capital. Después de todo lo que había oído, prefería mantenerme alejado de mi rutina diaria y de todos mis conocidos; quería evitar cualquier tipo de distracción y, al mismo tiempo, dispondría de más tiempo para pensar tranquilamente en todo aquello, sin ninguna obligación que me apartara de ese cometido.
Tan sólo reflexionar. Precisamente ese es uno de los mayores problemas que tiene esta sociedad tan frenética, la gente no sabe pensar. Muy pocas personas son capaces de sentarse simplemente a pensar, a escucharse a sí mismas; supongo que será porque saben que no les va a gustar lo que van escuchar. Para la mayoría de la gente, el estar sentado o paseando sin hacer nada, aparte de pensar claro, lo consideran una pérdida de tiempo; creen que hay que estar haciendo algo físicamente por fuerza para ser útiles, o mejor dicho, sentirse útiles. Más de una discusión (pacífica por supuesto) he tenido con mis amistades a cuenta de esto; como ellos ven que suelo pasar mucho tiempo “sin hacer nada”, me suelen echar en cara que malgasto mi tiempo, y me dicen que ya les gustaría a ellos tener tanto tiempo libre como yo. Lo curioso es que la mayoría de ellos suelen utilizar ese tiempo libre que tanto me envidian en ver deportes por televisión (en vez de practicarlos), o escuchar las mismas noticias una y otra vez, o se pasan tardes enteras en las grandes superficies comerciales de tienda en tienda (la mayoría de la veces sin comprar nada, o al menos, nada útil), y cosas así.
Yo no les reprocho el que gasten su tiempo de esa manera, aunque para mí todo eso sea una pérdida de tiempo, si se divierten así, allá ellos. Sólo que me gustaría que ellos comprendieran que para mí, la reflexión personal supone mi fuente de inspiración más importante, teniendo en cuenta mi profesión, eso sin contar que es la actividad que más me distrae y mejor hace que me sienta; supongo que será defecto profesional, después de tantos años escribiendo en soledad.
Como ya he dicho antes, mi única tarea de esa semana sería reflexionar sobre todo lo que nos había contado Santiago. Tal y como lo había explicado, parecía un plan muy bien calculado y pensando, e incluso sencillo, dentro de lo que cabe. A mi parecer, el éxito de toda la operación dependía sola y exclusivamente de los poderes que él decía tener y el uso que estuviera dispuesto a hacer de ellos; lo cierto es que la demostración que llevó a cabo en la sala fue algo increíble. Yo no tenía ni idea de hasta donde podía llegar, pero la verdad es que tenía confianza en él (que remedio me quedaba), y me alegraba el hecho de formar parte de todo aquello. No estaba muy seguro del completo éxito de Santiago, tal y como él pretendía, pero sí que estaba seguro de que algo bueno saldría de todo esto y, como poco, al menos, sacaría una buena historia que escribir.
No dejaba de pensar en la presentación que quería hacer ante todo el mundo y en las palabras que había mencionado: “presentación apoteósica”. Me suponía que ya tenía algo en mente, además, comentó que tenía que ultimar algunos detalles. Por más que pensaba no se me ocurría de qué se podía tratar. Tengo que reconocer que me daba un poco de miedo; pretender convencer al mundo entero de que se es Dios, no es tarea fácil, y tampoco podía olvidar las veces que mencionó lo de utilizar el miedo al castigo. Algo me decía que no me iba a gustar mucho lo que se le había ocurrido, y para colmo, era yo el que tenía que escribirle lo que iba a decir ante el mundo entero.
Lo que sí que tengo que confesar que me gustaba, era la idea de trabajar tan estrechamente con Irene. A parte de ser una mujer muy atractiva, era una persona encantadora y muy sensata; tenía razón Santiago cuando dijo que teníamos muchas cosas en común (lo digo por lo de sensata, no por lo de encantador). Ella albergaba las mismas dudas que yo sobre el plan de Santiago, pero estaba dispuesta a colaborar en todo lo que éste le pidiera; también ella había decidido poner su confianza en ese hombre, a ver hasta donde podía llegar.
La actitud del mismo Santiago también ayudaba mucho a concebir esperanzas. Jamás había conocido una persona así; y no lo digo por los poderes que tiene, eso es obvio, lo digo porque era un hombre que basaba todas sus acciones en la justa razón, parecía una persona de una virtud intachable, aunque muchos no opinarían lo mismo después de saber lo que hizo con esos terroristas; y al mismo tiempo, era una persona enérgica y decidida; inspiraba mucha confianza. Cualquier persona con la suma de estas cualidades es capaz de acometer con éxito todo aquello que se proponga, ya que alguien así suele tener los pies muy bien puestos en el suelo, y nunca sería capaz de intentar emprender algo para lo que sabe que no está capacitado, arriesgando con ello la integridad de otras personas, como era el caso.
Y por si todo esto fuera poco, también había que tener en cuenta las personas que había buscado para desarrollar su plan. Había implicado a muchas personas importantes. Personas que, sin duda, nunca arriesgarían su carrera ni su trayectoria profesional embarcándose en un proyecto tan descomunal como éste y tan peligroso, con los ojos cerrados. Además, también era gente muy ocupada, que no estarían dispuestas a perder el tiempo así como así. Claro que, si Santiago en verdad poseía el poder de conocer perfectamente a una persona con sólo mirarla, esto le habría facilitado mucho la labor; iba sobre seguro, y esto era algo que daba mucha confianza, la verdad.
Durante esos días estuve también muy pendiente a las noticias, quería estar bien informado de la marcha de los acontecimiento en el mundo; quizás lo necesitase para redactar el discurso de Santiago, que era algo que no me podía quitar de la cabeza.
El caso es que comprobé que la noticia principal seguía siendo, como no podía ser de otra forma, la aparición de los cadáveres de los terroristas asesinados por Santiago, a pesar de que hacía ya casi dos semanas que no aparecía ninguno. Resultaba bastante irónico el observar las distintas interpretaciones que le daban a los hechos cada medio de comunicación, dependiendo de su ideología política, así como los mismos políticos, dependiendo de si estaban en el gobierno o en la oposición. Todos intentaban sacar tajada de lo ocurrido, como siempre, manipulando descaradamente la opinión de los ciudadanos de a pie. Sería divertido ver sus reacciones cuando hiciese acto de presencia nuestro particular Dios; algunos correrían a esconderse en algún recóndito agujero.
Y para colmo, al cuarto día de la reunión en el museo, ocurrió algo que muchos ya esperábamos. El grupo terrorista difundió un comunicado anunciando una tregua permanente. Yo me preguntaba qué significaba la palabra ´permanente´ en boca de unos criminales, supongo que hasta que ellos creyeran conveniente, teniendo en cuenta que, ni entregaron armas, ni entregaron a los fugitivos buscados por la justicia, ni tan siquiera, renunciaron a sus ideales independentistas; esos ideales por los que llevaban más de cuarenta años matando, atentando y extorsionando a los ciudadanos de este país.
Estaba claro que Santiago había conseguido asustarlos de verdad. No comprendo como se puede ser tan hipócrita; venir ahora con lo de “tregua permanente”, cuando todo el mundo sabe que están completamente derrotados y sin posibilidad ninguna de conseguir nada de lo que se habían propuesto. Y el caso es que aún seguían exigiendo al gobierno y a la nación un acuerdo entre todos los partidos políticos, donde se tuvieran en cuenta sus demandas; era increíble lo que había que escuchar.
Pero lo más grave de todo era que, tanto el gobierno, como la oposición, como la prensa y los medios de comunicación, les seguían el juego. El mismo día que salió el comunicado se armó un revuelo increíble en todo el país; todo el mundo estaba expectante a ver cual sería la reacción de cada líder político; empezaron todos a reunirse, a hablar de acuerdos, de hojas de rutas,... Yo no podía salir de mi asombro; o sea, hace sólo unos días no se podía ni oír hablar de negociaciones con terroristas y, sin embargo ahora, ya sí que se podía negociar con ellos, ya no eran terroristas, ya no importaba el que llevaran cuarenta años sembrando el terror en todo el país. Ahora lo único importante era salir en la foto de lo que habían llamado “Proceso de Paz”; qué ilusos, “proceso de paz”, como si alguna vez hubiera habido una guerra. Escuchando a algunos de nuestros representantes parlamentarios, daba la impresión de que teníamos que estar agradecidos a los criminales por perdonarnos la vida. Al final iban a conseguir lo que querían, entrar con sus ideales de independentistas radicales en el proceso político democrático del país con todas las de la ley.
Sinceramente, yo no entendía nada; no comprendía como se podía estar tan ciego. Nadie parecía acordarse ya de los más de mil muertos en estos últimos cuarenta años, ni de la cantidad de explosivos que habían robado últimamente, ni de las armas que se sabía que habían adquirido ilegalmente en la antigua Yugoslavia, ni de la cantidad de individuos pertenecientes a esta banda que se encontraban en busca y captura por la justicia, ni de la enorme cantidad de dinero que habían conseguido recaudar en los últimos meses a través de la extorsión a empresarios.
De nuevo me volvía a sentir como un bicho raro. A mi humilde entender, los únicos que tenían algo que hablar con esta banda de matones eran los jueces y fiscales, y sin embargo, allí estaban todos nuestros representantes políticos hablando de acuerdos y de posibles actuaciones futuras con estos criminales.
Nadie parecía entender que precisamente era ahora, cuando estaban derrotados, cuando tenía que actuar la justicia más duramente contra ellos. Con un simple comunicado habían conseguido darle la vuelta a la tortilla por completo. El único que podría decir que el terrorismo había llegado a su fin en este país era el tiempo, y parece ser que nadie estaba dispuesto a dejarle hablar; por el contrario, todos los medios de comunicación competían entre ellos con una incesante lluvia de especulaciones y valoraciones de todo tipo. Incluso una de las principales cadenas de televisión se puso en contacto conmigo a través de mi editor (a parte de mis amigos y familiares, era el único que conocía mi número de teléfono personal) para que participara en uno de sus programas de debate sobre el fin del terrorismo. Por supuesto, contesté que no.
No era la primera vez que intentaban reclutarme para alguna de estas pantomimas televisivas (como yo las llamaba) que tan de moda se habían puesto últimamente. Siempre era lo mismo; un grupo de personas en un bando y otro grupo en el bando contrario. Cada uno llevaba ya su idea preconcebida e intentaba por todos los medios convencer al resto de que su punto de vista era el correcto. Por supuesto que nunca nadie convencía a nadie, entre otras cosas, porque normalmente nadie se preocupaba por escuchar a los demás, sólo se limitaban a defender su idea. En alguna ocasión incluso, se da el caso de que se ponen a discutir acaloradamente dos de los contertulios, cuando los dos están diciendo lo mismo prácticamente, sólo que utilizan palabras diferentes, cambiando en sus respectivos argumentos algún matiz sin importancia. Cosa que prueba lo que decía antes de que no se suele escuchar a los demás, sólo lo que nos conviene, y que nuestro único afán es convencer a todo el mundo de que yo llevo razón y los demás están equivocados.
Tanto habían proliferado este tipo de programas que yo solía decir que se había creado una nueva profesión: la de debatista. Refiriéndome a toda esa multitud de profesionales, desconocidos hasta hace poco, que se dedicaban a ir de debate en debate, en cualquier canal de televisión y sin importar de qué se tratase el tema a debatir. Era penoso comprobar en qué se había convertido el derecho de libertad de expresión por el que tanto se había luchado hasta hace bien poco; muchos incluso tuvieron que dar la vida para que ahora pudiéramos disfrutar de él (si levantasen la cabeza...).
En fin, el lado positivo era que todo esto me serviría para motivarme aún más en nuestra lucha particular de la mano de Santiago. Pronto comenzaría la auténtica batalla por la paz y todo esto pasaría a un segundo plano. Ese era mi consuelo en este momento; Santiago sabría poner en su sitio a cada persona. Cuando todo comience no habrá lugar para las hipocresías ni para lo políticamente correcto; a cada cosa se la llamará por su nombre, y al que le guste bien y al que no que corra a esconderse. Estaba seguro de que disfrutaría con todo lo que iba a pasar.
Así transcurrió la semana, entre revuelos políticos, valoraciones de todo tipo por parte de la prensa, cavilaciones por mi parte, paseos al amanecer y al atardecer, almuerzos en el restaurante de la esquina, y poco más.

1 comentarios:

genialsiempre dijo...

Bueno, he aquí un capítulo sin diálogo, lo cual propicia que sea denso, pero no obstante, se hace ameno. Prosigamos.

José María