lunes, 7 de abril de 2008

Capítulo Octavo

Cuando llegamos al museo, el conserje, que era el señor mayor que nos atendió la última vez, nos condujo hacia el despacho del director. Allí se encontraba Santiago, hablando con Luis, el director del museo.
–Vaya, me alegro de veros –nos saludó–. Ya pensaba que el otro día os asusté demasiado como para que volvierais por aquí.
–Nos hemos entretenido cambiando impresiones ahí fuera –le respondí–; pero, como ves, aquí estamos, dispuestos a lo que sea.
–Así me gusta, espíritu positivo. Bien, será mejor que empecemos cuanto antes; tenemos mucho trabajo por delante.
–Podéis quedaros aquí, en mi despacho, Santiago –dijo el director–. Yo tengo cosas que hacer por otro lado, y aquí estaréis más tranquilos. Daré orden para que nadie os moleste. No tengáis prisa.
–Gracias Luis; ya me pondré en contacto contigo cuando todo esté listo –le dijo Santiago mientras éste salía de su despacho.
»Bueno, bueno, por fin se acerca el gran momento. Sentémonos; como ya os he dicho, tenemos mucho trabajo que hacer.
–Pareces contento –añadió Irene–. Diría que te han ido bien esos detalles que tenías que ultimar.
–Pues sí, todo ha salido a pedir de boca. De momento mi plan está resultando a las mil maravillas, aunque todavía queda lo más importante por hacer. Para eso estamos aquí.
»Como ya os dije el primer día, tengo pensado hacer una presentación que no se olvidará fácilmente. Tengo que deciros que no vais a ser los primeros en conocer lo que pretendo; muchos otros que me han ayudado, ya saben lo que me propongo a hacer. Seguramente no os gustará nada la idea, pero, creedme, lo he meditado mucho y he llegado a la conclusión de que es la mejor forma de convencer a todo el mundo de una sola vez.
–Será mejor que vayas al grano –le interrumpí con impaciencia–. Te puedo asegurar que nos esperamos cualquier cosa.
–Esto que os voy a contar seguro que no –me respondió con una seriedad muy preocupante–. Ya sabéis cual es el problema más inminente con el que nos enfrentamos: la confrontación entre musulmanes y judeo-cristianos. Pues bien, mi idea es aprovechar mi presentación ante el mundo para acabar de una vez por todas con este conflicto y, al mismo, tiempo dejar bien claro cuales son mis propósitos y los medios que puedo utilizar para llevarlos a cabo.
»Me explico. Tenemos dos bandos muy bien definidos en los que, como dije el otro día, hay personas buenas, a las que no se les puede hacer daño ninguno, y otras no tan buenas, que son las que alimentan constantemente el odio de unos hacia otros. Estas personas que ejercen la manipulación hacia el resto, son las verdaderamente peligrosas, y son con las que hay que acabar de forma tajante. Pero, entre estas personas, ¿cuáles son las más influyentes? Sin duda, sus líderes.
»Por una lado tenemos al presidente Cóleman y a Ehud Shamir, el presidente del estado de Israel. Estas dos personas odian profundamente a todo el mundo islámico, como llevan demostrando durante tantos años. Entre los dos, están provocando las mayores matanzas de musulmanes de toda la historia, y además, están convenciendo al resto de Occidente de que lo hacen por la libertad y la democracia.
»En el otro bando, su líder más carismático, y peligroso al mismo tiempo, es el terrorista Mohamed Bin Tahid. Como sabéis, el responsable de los mayores ataques terroristas de los últimos tiempos, incluido el de Washington, y la persona más buscada en todo el mundo.
–Un momento –le interrumpió Irene–. No puedes comparar a estas personas. Los presidentes de Estados Unidos e Israel han sido elegidos democráticamente por sus respectivos ciudadanos; nos gusten o no, eso hay que respetarlo. Mientras que Mohamed Bin Tahid es un terrorista; no tiene patria, va por libre. Lo expulsaron incluso de Arabia, que es su país natal.
–Sí, ya sé por donde vas –continuó Santiago–. Pero te diré una cosa; si este terrorista se pudiera presentar a unas elecciones libres, y lo hiciera, hay al menos cinco países en el mundo que lo elegirían por mayoría aplastante como su líder. De muy pocas personas se puede decir algo así. Lo de que no tiene patria no es del todo cierto, ya que millones de personas lo apoyan y, aunque no conformen una frontera definida, no se puede negar que millones de personas no formen un pueblo. Y te pregunto, ¿dejaría de ser un terrorista por haber sido elegido democráticamente entre sus ciudadanos?
–Supongo que no –respondió Irene.
–Tu forma de pensar es natural en una occidental. Vemos el mundo desde la perspectiva que nos han hecho que lo veamos. Mohamed Bin Tahid es un terrorista y como tal, hay que acabar con él. Pero los otros dos no lo son menos si tenemos en cuenta estrictamente sus actos y nos olvidamos de quienes son y lo que representan.
–¿Estás diciendo entonces, que pretendes asesinar a estas tres personas? Así, sin más –esta vez fui yo el que intervine sin poder disimular mi sorpresa.
–Bueno, así sin más, no. Quiero hacerlo en público; delante de todo el mundo. Ya os dije que sería algo difícil de olvidar. Un golpe de efecto único e irrepetible.
–Santiago, espera un momento –comenzó a decir Irene un poco dubitativa–, verás..., es que no estoy muy segura de querer formar parte de algo así.
–Comprendo tus dudas, Irene; es normal; sigues pensando como una occidental. Aceptarías el que ejecutara en público a Mohamed, pero cuando se trata de personalidades más cercanas a ti, que, en teoría, están de tu parte, ya no te gusta tanto, ¿me equivoco?
–Supongo que no, pero,... ¿seguro que no hay otra forma en la que no haya que asesinar a nadie?
–Tú sabes muy bien que no. No creas que soy feliz matando gente; precisamente por eso, para evitar el tener que acabar con demasiadas vidas, es preferible empezar por los que están más arriba, que, por otro lado, son también los más culpables. Piensa en la de miles de jóvenes soldados y ciudadanos civiles que han muerto por culpa, sólo, de estas tres personas.
»Además, recuerda el golpe de efecto que pretendemos conseguir. ¿Quién puede haber tan poderoso en el mundo que sea capaz de acabar con estos hombres de una sola vez? Nadie; sólo Dios o alguien como Dios podría hacerlo. Eso es lo que hay que hacerle creer a todo el mundo, y que si soy capaz de acabar con estas personas, seré también capaz de hacerlo con cualquiera que me contradiga.
»Por supuesto que, para crear ese golpe de efecto, todo esto tendrá que ir acompañado de una puesta en escena perfecta que incluirá un mensaje muy claro, dirigido a todo el mundo. Para eso nos hemos reunido hoy los tres aquí.
–Comprendo lo que quieres hacer –apunté aprovechando la pausa de Santiago–. Es necesario ejecutar delante de todos, líderes de ambos bandos, para que así la gente vea que eres completamente neutral y puedan confiar en ti.
–Exacto. Es muy importante que la gente se de cuenta de que lo único que pretendo es acabar con la violencia en el mundo, de que mi único cometido será restablecer la paz y la justicia allá donde se necesite. Pero para eso es imprescindible llegar a todas las culturas y civilizaciones que pueblan la Tierra, para que vean que en ningún momento pondré a unas por encima de otras.
–Está bien, me habéis convencido –dijo finalmente Irene–. La verdad es que a mí tampoco se me ocurre otra forma mejor. Pero me da miedo que todo esto no consiga el efecto contrario, aumentando todavía más los conflictos y la violencia por todo el mundo. Cuando la gente está asustada, no se sabe muy bien como va a reaccionar.
–Tendremos que confiar en que no sea así. Depende en gran parte de lo que decidamos hacer aquí. Confío en que, con vuestra ayuda, conseguiremos lo que nos proponemos.
–Por cierto, Santiago, por lo que has dicho, deduzco que tienes localizado ya a Mohamed Bin Tahid –eso era evidente, pero tenía interés porque me contara como había encontrado a la persona más buscada del mundo desde hacía años.
–Pues sí; esos eran los últimos detalles a los que me refería. Lo tenía prácticamente localizado hace varias semanas, gracias a mis contactos pakistaníes, pero quería asegurarme de que no pudiera escapar, así que esta semana fui a por él. Lo tengo a buen recaudo esperando el gran día.
–¡Dios mío, es increíble! –exclamó Irene–. ¿Quieres decir que en unos cuantos días has capturado al hombre más perseguido de toda la Tierra? Y por si eso fuera poco, dices que lo tienes prisionero en algún lugar. Creo que voy a tener que empezar a tomarte más en serio.
–Eso espero –le contestó Santiago bromeando–. Y no sólo eso; ya de paso, también he capturado a su lugarteniente, el Mulah Rabbani. Como sabéis es la segunda persona más buscada en Occidente. También lo utilizaré; de esa forma igualaré el número de ejecuciones por cada bando; dos y dos.
–Seguro que ya tienes pensado dónde y cómo vas actuar, ¿no es verdad? –le interrogué.
–Claro, imagino que estaréis impacientes por saberlo. El próximo lunes, el presidente Cóleman tiene planeado visitar Tel Aviv; hay programado un acto semipúblico en la Universidad de Bar-Ilan. Ese será nuestro escenario. Allí estarán el señor Cóleman y el señor Shamir.
»Yo tenía pensado aparecer volando en mitad del acto, entre un gran estruendo, llevando a los dos terroristas conmigo; por supuesto, tendría que ir bien caracterizado para que nadie me conozca y, al mismo tiempo, parecer lo que todo el mundo espera que sea un gran Dios. Habrá periodistas y cadenas de televisión de muchos países y, entre ellos, estarán también los de tu organización, Irene. Vosotros os encargaréis de que las imágenes lleguen sin ningún contratiempo a todos las naciones del planeta.
»Será entonces cuando pronuncie el discurso que entre los dos escribiremos, Pablo, dejando bien claro quien soy y cuales serán mis intenciones. El golpe final será la ejecución delante de las cámaras de estos cuatro individuos para que todo el mundo compruebe que voy en serio.

No podía creer lo que estaba oyendo. Estábamos allí, planeando la ejecución de cuatro de las personas más importante del globo en la actualidad, como si tal cosa. Si me paraba a pensarlo, todo esto parecía sacado de una película surrealista. ¿De verdad podía ir en serio lo que este hombre estaba diciendo? Y la verdad es que, tanto Irene como yo, estábamos tan metidos en el papel que ni siquiera nos planteábamos el que todo aquello fuera posible o no. Una cosa sí estaba clara, Santiago era capaz de hacer mucho más de lo que ninguno de nosotros habíamos podido imaginar; y más nos valía que fuera así, en vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos.
Entre los cientos de dudas que me podían haber venido a la mente después de escuchar lo que había contado Santiago, se me ocurrió plantearle, creo que la más insignificante.
–¿Has pensado –le pregunté– en el enorme alboroto que se formará entre los asistentes al acto, cuando aparezcas volando? Puede que se produzca una situación totalmente incontrolable, incluso para ti.
–Lo había pensado, sí. Por eso he elegido ese acto precisamente. Aparte de los periodistas y algunas personalidades más, no habrá mucha más gente, ya que el recinto no es muy grande. No os lo había dicho, pero puedo controlar mentalmente a una gran multitud al mismo tiempo, haciendo que no se muevan del sitio donde estén, ni pestañeen.
»El auténtico problema vendrá, más bien, de la guardia de seguridad y el ejército que estén por los alrededores. En cuanto se enteren de que ocurre algo, intentarán entrar por todos los medios en la universidad, y también tendré que buscarme la forma de controlarlos. Pero no os preocupéis, tengo recursos de sobra para hacerlo.
–¿Y has dicho que eso será el próximo lunes? –preguntó Irene–. Sólo faltan cuatro días. Es muy poco tiempo.
–Bueno, como veis, lo tengo todo ya prácticamente previsto. Por lo que respecta a la emisión televisiva, no creo que tengas ningún problema en contactar con tus colegas en la zona para que estén listos. No tenéis más que tratarlo como cualquier otro acontecimiento importante de los muchos que transmitís a lo largo del año.
»En cuanto al mensaje, ahí sí que tendremos que ponernos las pilas, Pablo. Intentaremos dejarlo listo hoy mismo, así tendré tiempo suficiente para preparármelo bien. Por mi parte no tengo otra cosa que hacer hoy, y creo que vosotros tampoco, así que, si os parece bien, saldremos primero a comer algo y volveremos aquí a terminar el trabajo, ¿de acuerdo?

1 comentarios:

genialsiempre dijo...

Bueno, como esperaba, comienza ya la acción, esto prometo ser muy interesante. Lástima que aquí tengo que cortar, pero prometo continuarlo pronto.

José María