lunes, 19 de mayo de 2008

Capítulo Catorce

Durante este mes, Santiago se pasó por todos los continentes del globo. Acabó con decenas de contiendas que llevaban muchos años sin solución. Hizo desaparecer por los aires toneladas de armamento de todo tipo. Mató a cientos o miles de personas que no quisieron enterarse que con la violencia ya no podrían conseguir nada. También les dio una segunda oportunidad a otros muchos que estaba seguro sabrían aprovechar. En general, había mucha gente asustada y, otras muchas, esperanzadas.
La mayoría de países se encontraban sumidos en una crisis económica sin precedentes. Todas las bolsas del mundo habían caído en picado. En estos momentos de incertidumbre, nadie se atrevía a invertir en nada, temiendo lo peor; muy al contrario, todo el mundo se preocupaba nada más que de acumular lo máximo posible en espera de tiempos duros.
En parte, tenían razón, ya que lo peor estaba aún por llegar. Había concluido el plazo de tiempo que Santiago dio a todas las naciones del mundo para deshacerse de toda la industria armamentística y destinar recursos, tanto humanos como económicos, para la ayuda humanitaria en países del tercer mundo. Al parecer, él había cumplido su parte del trato y había demostrado de sobra que era capaz él solito de encargarse de la seguridad mundial.
Ahora les tocaba a ellos, a los poderosos ¿serían capaces de cumplir las exigencias de Santiago? Y en caso contrario ¿actuaría éste tal y como lo había hecho con los insurgentes radicales?
Por lo que me había contado Irene, hasta ahora no habían hecho mucho que digamos. Tan sólo algunos países en donde esta industria no era muy influyente para su economía, habían cumplido en parte su compromiso, pero la mayoría, los más poderosos por cierto, apenas habían cerrado unas pocas fábricas sin importancia. De nuevo Santiago volvió a dar muestra de su contundencia atacando allí donde más afectaría.
El primer país que visitó fue el más poderoso de todos, los Estados Unidos de Norteamérica. En esta ocasión, sus actuaciones eran más discretas pero igual de efectivas. Se presentaba de noche en la fábrica, cuando menos personal se encuentra trabajando en ella; primero les hace salir a todos y, cuando se asegura de que el recinto está vacío, hace que el edificio se venga abajo por completo, no dejando ni un solo ladrillo en pie.
Primero comenzó con todos aquellos que estuvieran relacionados con la construcción de armas nucleares. Tan sólo en una noche acabó con más de veinte complejos completos dedicados a este tipo de armamento. En uno de ellos se permitió el lujo de mandar un mensaje a través de las cámaras a todas las naciones del mundo. En él les advirtió que si no colaboraban en la desmantelación y destrucción de fábricas, no tendría ninguna compasión con los responsables políticos y administrativos de las mismas. Supongo que lo que pretendía era que le ahorraran un poco de trabajo ya que la lista que tenía de estas instalaciones era interminable.
El mensaje hizo efecto enseguida. Estaba claro que la vía de la amenaza era la más efectiva. A la gente le preocupa más su integridad física que su bolsillo, así que no tardaron en comenzar a cerrarse y demolerse fábricas por todo el planeta.
Aún así, Santiago no tenía descanso. Existían muchas instalaciones clandestinas, algunas de ellas con el beneplácito y consentimiento de los gobiernos, así que nuestro héroe seguía recorriéndose el mundo entero en su particular lucha contra todo lo que representaba un peligro para la humanidad. En uno de estos ataques, después de quince largos días demoliendo edificios, lanzó otro mensaje a los líderes mundiales; les recordó el desarme de los ejércitos. Avisó de que no tendría piedad con ningún soldado o ciudadano que portase algún arma de fuego y que si no colaboraban también en la destrucción de todo tipo de arma, que no fuera antidisturbios, actuaría igual que con las fábricas.
Tampoco en esta ocasión estaban dispuestos a ponerles las cosas fáciles a nuestro hombre algunos gobiernos. En la mayoría, sí que dio resultado el aviso, procediendo a la destrucción de todo tipo de armamento militar y civil.
El estado más rebelde resultó ser Israel. Los judíos se negaban a aceptar a Santiago como su nuevo Dios; para ellos sólo era una amenaza a la que tenían que combatir. A pesar de haber comprobado como sus irreconciliables enemigos, los palestinos y demás países musulmanes que les apoyaban, se habían desarmado y abandonado la violencia, seguían siendo incapaces de reconocer que la lucha armada había terminado y ya no tenía razón de ser. No podían concebir cómo su Dios podía ser el mismo que el de sus enemigos, demostrando con esto una total incomprensión de la Biblia y de sus escrituras sagradas. Ni que decir tiene que tampoco estaban dispuestos a retirarse de los territorios que tenían que devolver a sus vecinos. No sólo no abandonaban las armas sino que tampoco ningún habitante se movería de su casa sin luchar antes.
Esta gente consideraban una derrota el abandonar los territorios ganados por la fuerza. Según ellos, estas tierras les pertenece por derecho propio ya que su Dios se las entregó a ellos hace miles de años y, después de tanto tiempo, aún seguían considerándose el pueblo elegido por el único Dios. ¿Elegido para qué? les preguntaría yo.
La cuestión es que fue aquí, en Israel, donde Santiago tuvo que entregarse con más fuerza y contundencia haciendo de tripas corazón en muchas ocasiones debido al fanatismo de la mayoría de hebreos, que no se rendían ni siquiera ante la evidencia de la superioridad de Santiago ni ante las amenazas de éste. Necesitó hasta tres días para recorrer todo el país desarmando a todo su ejército, destruyendo arsenales, acabando con la vida de muchos de ellos más radicales; incluso le llegaron a disparar con misiles antiaéreos, obligando a Santiago a mostrar sus poderes en toda su magnitud. En mi vida había visto a ninguna nación luchar con tanto ímpetu y tanta obstinación contra un enemigo al que sabían de sobra que no podrían vencer.
Tanta era la ofuscación de esta gente, que Santiago tuvo que darles un ultimátum muy duro. Se presentó ante el gobierno y les dio tres meses de plazo para abandonar por completo y pacíficamente todas las tierras que no les pertenecían, de lo contrario, él mismo lo haría por la fuerza, acabando con todos aquellos que se encontrasen en ellas para después eliminar también a los responsables del gobierno que no hubiesen querido acatar sus órdenes.
No fue nada fácil, pero al final consiguió su objetivo. Él sabía que esta era una parte muy importante de su plan de paz y no estaba dispuesto a que se lo echaran a perder cuatro fanáticos religiosos.
Esta lucha particular también sirvió de ejemplo y de aviso para otros países más reticentes. Santiago demostró con creces de lo que era capaz y de hasta donde podía llegar si le desobedecían.
Después de esto, los países que más resistencia opusieron fueron China y los Estados Unidos, en donde nuestro hombre tuvo que volver a mostrarse implacable. En esta ocasión no eran los ciudadanos de a pie los que se oponían sino sólo aquellos que ostentaban el poder, por consiguiente, en ambas naciones se vio obligado a eliminar a varios integrantes del gobierno y colocar en sus puestos a personas elegidas por él mismo.
En el resto del mundo todos se rindieron ante el poder y la imparcialidad de Santiago, algunos por miedo y otros con total devoción ante el que consideraban el único y auténtico Dios de todos los hombres. A fin de cuentas, antes de su aparición, millones de personas creían ya en su existencia sin haberlo visto jamás, tan sólo conociéndolo por antiguos escritos de dudosa procedencia o basándose en indemostrables revelaciones de otros seres humanos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es cierto que aún seguían existiendo mucha gente incrédula que no podían comprender nada de lo que estaba sucediendo, pero, ante la evidencia, no encontraban argumentos coherentes que les pudieran explicar todo lo que estaba pasando, así que terminaban rindiéndose ante la realidad que les había tocado vivir proponiéndose, simplemente, no hacer preguntas que no pudiesen contestar.
Yo mismo, me supuse, que sería uno de estos últimos si no llega a ser porque Santiago me eligió para ser su biógrafo, de lo cual me alegro enormemente. Gracias a esto, no sólo me he ahorrado muchos calentamientos de cabeza inútiles, sino que además me ha permitido disfrutar con locura de todos estos acontecimientos que estoy viviendo.

2 comentarios:

el escríba dijo...

Buenas reflexiones!

genialsiempre dijo...

Bueno, hasta aquí podría ser en sí un manifiesto pro alianza de civilizaciones, pero supongo que todavía resta alguna sorpresa. Continuaremos