martes, 19 de febrero de 2008

Capítulo Primero

Como cada mañana de domingo, me dispuse a leer el periódico que acababa de comprar en el quiosco de siempre, mientras me tomaba un café, sentado en la misma mesa de siempre, en la misma cafetería de siempre. Yo nunca he sido muy dado a las noticias, hace tiempo que perdí la fe en ellas, sobre todo las de carácter político y social. No comprendía como la inmensa mayoría de las personas podían dejarse manipular de una manera tan descarada y premeditada. Pero en fin, era algo a lo que estaba ya tan habituado que tampoco le daba mucha importancia; es más, en muchas ocasiones me sorprendía a mí mismo preguntándome si no sería yo el bicho raro. Quizás por eso tenían tanto éxito mis libros, a la gente le suele atraer lo estrafalario y todo lo que se sale de lo común, aunque fuera sólo para criticarlo entre las amistades.
Mi mayor interés en la prensa se centraba sobre todo en las editoriales y artículos firmados; algunos de ellos me hacían comprender que no estaba del todo solo y que habían más bichos raros como yo en el mundo (mal de muchos...). Además, ese último mes, había una noticia que copaba todos los titulares de todos los informativos del país. Una noticia que sí que era de mi interés.
Llevábamos ya demasiados años en este país sin poder vivir tranquilos; todo por culpa de los extremistas y fundamentalistas de siempre, empeñados en crear más fronteras imaginarias dentro de nuestra nación (como si no hubiera ya bastantes). Por supuesto, me refiero a los terroristas. Llevaban casi cuarenta años extorsionando a medio país; asesinatos de políticos, secuestros de empresarios u otras personalidades importantes, bombas a diestro y siniestro sin importarles el origen de las víctimas, cobro de impuestos revolucionarios... Ninguno de los gobiernos hasta la fecha habían sido capaces de ponerle freno a tanta masacre y tanta violencia; todo se quedaba en promesas y falsas esperanzas. Aunque bien mirado, la solución no era nada fácil, sobretodo en el marco de la democracia y la justicia, tal y como estaban planteados en un estado de derecho como el nuestro. Uno de tantos defectos del régimen democrático es que la maldad siempre tiene caminos para salirse con la suya; no ocurre lo mismo con las buenas intenciones, que en demasiadas ocasiones es frenada hasta llegar a desaparecer entre la intrincada maraña formada por la desesperante burocracia (ya empiezo a liarme, como les advertí).
La cuestión es que ahora se habían cambiado las tornas. Hacían exactamente veintiocho días que habían aparecido los primeros cadáveres. En esa ocasión fueron cuatro integrantes de uno de los comandos más peligrosos que se conocían. Según las noticias, estaban fichados y eran bien conocidos por la policía (cosa que nunca entenderé; si tan conocidos eran, ¿qué hacía sueltos por la calle actuando con total impunidad?). Pero lo más inquietante de todo era cómo y dónde aparecieron. Alguien les había cortado las cabezas limpiamente y había dejado los cuerpos, con la cabeza sobre el pecho de cada uno de ellos, en la misma puerta del Ministerio de Justicia de la capital. Por la mañana los encontraron los primeros y sorprendidos transeúntes que pasaron por allí.
Como lo oyen; ya se pueden imaginar la conmoción que la noticia causó en todo el país y el montón de interrogantes que trajo consigo. ¿Cómo se las habían ingeniado para llevar allí los cadáveres sin que nadie los viesen?, suponiendo que se tratara de más de uno; ¿cómo les habían podido cortar las cabezas tan limpiamente?, ya que los forenses no encontraron restos de ningún tipo de arma cortante; y sobretodo ¿quién o quiénes tenían capacidad en este país para poder hacer algo así?
Pero la cosa no quedó ahí. A los pocos días volvió a suceder. En esta ocasión fueron hasta ocho (también conocidos) miembros de la banda terrorista. El modus operandi fue prácticamente el mismo, aunque la sorpresa fue aún mayor si cabe; los cadáveres los dejaron sobre el tejado de la principal comisaría de la ciudad, junto al helipuerto de la misma.
Los titulares no se hicieron esperar; la prensa lo bautizó con el nombre de El Vengador (que poco originales). Suponían que se trataba de alguna o algunas de las víctimas de estos terroristas que habían pasado a la acción. A lo que nadie encontraba ninguna explicación todavía era a las cuestiones mencionadas antes, y eso que en este país, los medios de comunicación se caracterizan por la gran imaginación que le echan cuando desconocen algo.
La misma masacre se volvió a repetir en este último mes hasta doce veces. El número total de terroristas asesinados era de cuarenta y ocho; lo único que variaba en cada ocasión era el lugar donde aparecían los cuerpos. En una ocasión, incluso, los dejaron en el mismo piso donde, al parecer, según informó la policía, estaban preparando un inminente atentado contra un gran centro comercial del centro de la ciudad en represalia a la muerte de sus compañeros.
Ni que decir tiene que las manifestaciones de los grupos radicales por todas las ciudades eran casi diarias y, a cual, más violenta. Los antidisturbios tenían tomadas las calles de las principales ciudades donde se concentraban la mayoría de estos grupos de fundamentalistas políticos.
Bajo este clima de violencia e incertidumbre, parecía increíble cómo el debate político era el mismo de siempre, ni en circunstancias tan extremas eran capaces de conciliar las ideas. Los unos le echaban la culpa a los otros de no poder controlar la situación y los otros le increpaban a los primeros de echar más leña al fuego poniendo a la opinión pública en contra de ellos en vez de ayudar (y eso que aún faltaban más de dos años para las siguientes elecciones generales).
El ciudadano medio, mientras tanto, disfrutaba de todo esto. Por fin parecía que se hacía justicia; evidentemente, ninguno de nuestros dirigentes podía decirlo, no sería políticamente correcto, pero eso a la gente de la calle le traía sin cuidado. El caso es que ahora estaban asesinando a los malos y eso era algo que a todos nos alegraba (a todos los buenos claro está). Quién o quiénes fuera era lo de menos. Había rumores de todo tipo, grupos paramilitares fuertemente organizados, una operación secreta del ejercito, incluso salieron más de uno por los medios de comunicación otorgándose el mérito, en vista de que, el o los vengadores misteriosos, se habían convertido en héroes para la población.
Lo que sí estaba claro es que las autoridades y el Ministerio del Interior estaban hechos un lío, no tenían ni idea de por donde empezar sus investigaciones, cosa que aprovechaban todos los partidos de la oposición para humillarlos aún más. Pobrecitos, no podían ni imaginar lo que todavía les quedaba por caer encima.
Tampoco yo podía imaginarlo; no suelo ser muy dado a especulaciones, cuando alguien me preguntaba sobre el tema, le respondía todo lo que sabía: “no lo sé”; tan sencillo y tan complicado para algunos. Hasta ese día, yo sabía lo mismo que cualquier otro ciudadano que leyese la prensa o viese las noticias por televisión.
Pero todo cambió esa mañana. Aún no había probado el café ni terminado de leer los titulares de la primera página cuando lo vi aparecer a los lejos, andando por la calle muy lentamente con los ojos fijos en mí. Quizás eso fue lo que hizo que me llamara la atención, aunque por su aspecto, tampoco es que pasara muy desapercibido; era alto, muy delgado, con una melena de pelo castaño que le cubría los hombros y bigote y perilla bastante pronunciados; vestía de forma estrafalaria, parecía uno de esos hippies cuarentones que se resisten a olvidar su época dorada de juventud. Era uno de esos tipos que hacen que te des la vuelta si lo ves a lo lejos en un callejón oscuros a altas horas de la noche.
Lo extraño es que parecía que nadie reparaba en él; la calle estaba muy concurrida a esas horas. La gente se cruzaban con él sin echarle siquiera un vistazo y, sin embargo, yo no podía apartar los ojos de los suyos y él tampoco reparaba en nadie más que en mí. Era algo difícil de explicar.
Cuando llegó hasta mí, no me resultó nada extraño el hecho de que se sentara frente a mí, en la misma mesa. Era como si ya me lo esperase.
–Buenos días, Pablo –me dijo con una sonrisa en la boca y una voz muy dulce, poco apropiada para su aspecto.
–Buenos días –le respondí. De pronto parecí despertar de un sueño; con tan sólo ese saludo, mi impresión con respecto a él cambió por completo. Ahora me parecía sólo una persona amable y sencilla; una de esas personas que transmiten paz y serenidad con su sola presencia. Pensé que podría tratarse de un admirador en busca de un autógrafo; me encuentro muchos así continuamente, aunque éste era algo diferente–. ¿Qué desea, puedo ayudarle en algo?
–Pues ya que lo preguntas, sí que puedes –contestó.
Confieso que el hecho de que me tutease tan familiarmente me irritó un poco, pero teniendo en cuenta que éramos más o menos de la misma edad, lo dejé pasar por alto enseguida.
–También yo puedo ayudarte a ti si lo deseas –continuo diciendo.
–¿Y bien?, dígame en qué podría yo ayudarle o usted a mí –decidí seguirle el juego; tampoco tenía mucho que hacer hoy.
–Tranquilo, todo a su tiempo. Respóndeme a una pregunta; si no te gusta escribir, ¿por qué lo haces?
Vaya por Dios, un pesado en busca de protagonismo, pensé. A ver cómo me lo quito de encima sin resultar demasiado violento.
–Oiga, de verdad que me encantaría charlar con usted –se me ocurrió decirle–, pero no tengo mucho tiempo, me están esperando y...
–Sé que no te espera nadie y que tienes todo el tiempo del mundo para oírme –dijo esbozando una sonrisa y con el mismo tono de voz dulce y pausado–. Pero no te preocupes, te comprendo. Yo contestaré por ti; escribes porque te gusta ayudar a la gente y has encontrado una buena forma de hacerlo con tus libros.
Ahora si que había conseguido llamar mi atención; así que me dije, bueno, por qué no, continuemos a ver donde conduce todo esto.
–Como dijo Oscar Wilde –respondí–, para escribir sólo se necesitan dos cosas: tener algo que decir y decirlo. Y ahora respóndame usted a una cosa, ¿por qué ha dicho que no me gusta escribir?
–Porque así es, tú lo sabes. Lo que de verdad te gustaría hacer es subirte a un púlpito y ponerte a hablar ante todo el mundo y decirles lo que piensas. Decirles que se están equivocando, que están conduciendo a la humanidad al desastre y que es imperiosamente necesario dar marcha atrás si queremos tener un futuro que de verdad merezca la pena.
»Eso es lo que te gustaría hacer si pudieras; pero no puedes, así que intentas poner tu granito de arena con tus libros aunque te cueste la misma vida escribirlos.
Al final va a resultar que sólo se trata de un listillo aburrido. No era la primera vez que me abordaba alguien así, que por ser un lector incondicional se cree con el derecho a criticarme abiertamente. Era lo que tenía el ser un personaje público y me tenía que aguantar. El caso es, que hasta el momento, este tipo no se había equivocado en nada de lo que había dicho. Tenía razón al decir que para mí la escritura sólo era un medio para llegar a la gente, y también es verdad que se me hace un mundo el ponerme delante del portátil a escribir. Así que pensé, qué demonios, sigamos escuchándole hasta que meta la pata, podría ser interesante.
–Digamos que tiene usted razón –le dije–, ¿adonde quiere ir a parar?
–Te dije antes que yo podría ayudarte a ti, y es en eso precisamente en lo que voy a ayudarte. Dentro de muy poco, vas a creer que todo lo que has hecho en tu vida anteriormente te conducía hacia este momento. Claro que tú no crees en el destino, pero la gente cambia.
–Oiga por qué no se deja de rodeos y me dice de una vez qué es lo que quiere de mí –ya estaba empezando a perder la paciencia.
–Tienes razón, me estoy yendo por las ramas y el tiempo es demasiado valioso como para perderlo. Quiero que me ayudes a salvar el mundo.
De nuevo me volví a equivocar; sólo se trata de un lunático, y me tuvo que tocar a mí. Tendré que andarme con cuidado, estos tipos pueden ser muy peligrosos si se les lleva la contraria.
–Así que a salvar el mundo –contesté siguiéndole la corriente–. Dígame ¿de qué se supone que hay que salvar al mundo y cómo se supone que vamos a hacerlo?
–No soy ningún lunático, señor Torres, así que no me trates como tal. Y no te preocupes, puedes llevarme la contraria si así lo crees; no pienso saltar sobre ti como un poseso, tengo cosas más importantes que hacer.
Dios mío, ahora lo que había conseguido era asustarme de veras. Si no fuera porque es imposible, creería que este hombre me está leyendo el pensamiento. Esté o no esté loco, lo que sí está claro es que es un tipo muy inteligente, pensé; procuraré andarme con ojo con lo que digo no vaya a ser que se moleste.
–Cuando digo salvar el mundo me refiero lógicamente a la humanidad, como tú bien sabes –continuó diciendo–. Puedo hacerlo y no pienso quedarme de brazos cruzados; pero no puedo hacerlo solo, necesito ayuda; por eso acudo a ti.
–Verá usted...
–¡Quieres dejar de llamarme de usted de una vez por todas! –me interrumpió algo molesto.
–Pues no, no pienso dejar de llamarle de usted –contesté irritado–, porque le recuerdo que aún no se ha presentado. Usted parece saberlo todo de mí, pero resulta que yo no tengo ni idea de quién es usted. Y para colmo me viene hablando de salvar a la humanidad como si fuera Dios; ¿es que me ha tomado por estúpido, o qué?
–Tienes razón, lo siento mucho –respondió recuperando la serenidad–. Mi nombre es Santiago. Comprendo tu incredulidad, aunque seas un ser excepcional, después de todo, también eres humano. Debería haber empezado desde el principio.
»Supongo que estarás al tanto de los últimos acontecimientos del país. Me refiero a los asesinatos de los terroristas. Pues sí, no te equivocas, han sido obra mía.
De nuevo lo había vuelto a hacer; parecía que me había leído el pensamiento otra vez. Es cierto que había pensado que era eso justamente lo que me iba a decir, pero ni por un momento creía que era verdad lo que me decía.
–Así que es usted, perdón, eres tú ese vengador del que hablan los periódicos –le dije–. Y supongo que ahora me contarás los detalles de cómo lo hiciste, ¿me equivoco?
–Si lo crees necesario, no tengo ningún inconveniente en hacerlo.
–Eso ayudaría mucho a aumentar mi confianza en ti, ¿no crees? –le respondí con cierto sarcasmo.
–Comprendo. Lo más difícil fue localizarlos. Hasta que no fui capaz de dominar lo de la proyección extra corpórea no pude hacerlo. Una vez conseguido esto, lo demás fue coser y cantar. Lo mejor de todo era ver las caras que se les ponía cuando veían la cabeza de su compañero rodar por los suelos como por arte de magia. Aunque ya sé que no debería complacerme de estas cosas, pero hay veces que no puedo evitarlo, también yo soy humano.
–Un momento, un momento –le interrumpí–; esto era ya lo que me faltaba por escuchar. ¿Me estás diciendo que puedes proyectarte fuera de tu cuerpo y que de esa forma conseguiste localizar a los terroristas?
»Ahora sí que creo que he escuchado bastante. Mira Santiago, o como quiera que te llames, ha sido un placer conversar contigo pero, de verdad, tengo que marcharme –hice ademán de levantarme de la silla.
–Espera un poco –me dijo algo sorprendido–. Claro, entiendo; una cosa es que escribas sobre estos temas y otra muy distinta es que creas en ellos, ¿no es así? Lo que quiere decir que tendré que demostrártelo antes de continuar.
–No tienes por qué demostrarme nada, de veras. Como ya te he dicho, tengo que marcharme. No es que dude de lo que estás diciendo, la cuestión es que no me interesa, así que será mejor que lo dejemos aquí y sigamos cada uno nuestro camino.
Esta vez sí que estaba dispuesto a levantarme e irme, la cosa estaba llegando demasiado lejos y ya estaba empezando a hartarme. Pero, sencillamente no pude; de pronto me quedé como paralizado; quiero decir, literalmente paralizado; no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo, tan sólo la cabeza parecía estar libre de esa especie de encantamiento.
–No te preocupes –continuó diciendo el tal Santiago–, no te ocurre nada malo, pero es que no puedo permitir que te vayas así como así. Antes tendrás que escuchar toda la historia. Una vez que termine, serás libre de marcharte si es eso lo que deseas.
»Tendrás que disculparme porque he sido un iluso. Pensé que serías una persona más especial de lo que en verdad eres, pero por lo que veo eres como los demás, necesitas ver para creer. Aquí hay demasiada gente, no puedo hacer muchos alardes de mis poderes sin llamar la atención, de momento te tendrás que conformar con lo que te estoy haciendo. Después, si quieres, en privado te demostraré lo que desees.
Mi miedo inicial se había transformado en auténtico terror; pero al mismo tiempo aquella exhibición de poder mental sobre mi cuerpo había conseguido su propósito, despertar mi curiosidad a la máxima potencia, con lo que, aunque me hubiese dejado libre, no tenía ya tan claro lo de marcharme.
–Me alegro que pienses así –dijo. Ya estaba empezando a hartarme su manía de leerme el pensamiento; pero por otro lado había servido para que me liberara totalmente, cosa que me alivió enormemente.
–¡No vuelvas a hacer eso, por favor! –le increpé furioso–. Tú ganas, esta bien, te escucharé. Y para que lo sepas, sí que creo en todo lo que escribo. He conocido a personas con poderes increíbles, capaces de mover todo tipo de objetos sólo con sus mentes y, ya que lo mencionas, también tengo amigos que han experimentado proyecciones astrales. Pero de ahí a localizar terroristas...
–Esos amigos tuyos, con todos mis respetos, son sólo aficionados. Yo te mostraré a lo que puede llegar de verdad la mente de un ser humano. Escucha atentamente, y procura recordar todo lo que te voy a decir porque algún día tendrás que escribirlo.
»Nací en Katmandú, capital de Nepal, hace unos treinta y ocho años; aunque mis padres son de aquí. Ellos llevaban muchos años practicando la religión budista, así que un buen día decidieron viajar a la cuna del budismo. Ni que decir tiene que gozaban de una posición acomodada, lo que les permitía poder darse esos lujos. Gracias a ello pudieron acceder al antiguo templo de esta ciudad y confraternizar con los monjes que lo custodian, así que una simple visita se convirtió en una estancia de diez años.
»Yo nací durante el segundo año, por lo que permanecí en Nepal hasta que cumplí los nueve. Pasé mi infancia entre monjes budistas mamando toda su cultura y filosofía. A los siete años era capaz de permanecer hasta dos horas seguidas meditando; ni siquiera muchos de los monjes adultos eran capaces de hacerlo. Para mí era como un juego, llegaba a alcanzar tal poder de concentración que en muchas ocasiones mis padres creyeron que estaba enfermo.
»Creo que fue por eso por lo que decidieron que ya era hora de volver a nuestro país. Empezaron a preocuparse por mi grado de implicación con los monjes y con la cultura oriental y pensaron que cuanto más tiempo permaneciese allí, más trabajo me costaría después habituarme a la occidental.
»Y efectivamente, así fue; lo pasé muy mal los primeros años. Me costó horrores acostumbrarme a este ritmo de vida tan frenético. Y para colmo, mis padres me matricularon en un colegio. Yo hasta ahora, no había pisado ninguno, mi madre se había encargado siempre de mi educación, y lo hizo muy bien, por cierto, yo no necesitaba ningún colegio; pero ellos decían que me vendría bien relacionarme con otros niños de mi edad. Lo cierto es que nunca pude adaptarme plenamente a todo aquello; no hice ni un solo amigo en la escuela, todos los chicos, e incluso los profesores, me veían como a un bicho raro. Y no les culpo; me volví muy introvertido, no se me iba de la cabeza los años vividos en el monasterio de Katmandú.
»Mientras tanto, yo proseguía con mis prácticas budistas. Mis padres permanecían mucho tiempo fuera de casa por razones de trabajo, y me dejaban solo; ellos tenían plena confianza en mí, yo era un chico muy independiente y responsable, nunca me metía en líos, más bien, siempre andaba evitándolos, ya sabes, los niños suelen ser muy crueles con aquellos que son diferentes. La cuestión es que, al no tener amigos ni tampoco llamarme la atención ninguno de los juguetes electrónicos que tan de moda estaban entre los jóvenes, casi todo mi tiempo libre lo pasaba meditando; he llegado a permanecer hasta doce horas seguidas de profunda meditación.
»Con doce años me ocurrió algo sorprendente; me encontraba solo en mi casa, como de costumbre, en pleno éxtasis cuando de repente abrí los ojos; estaba sentado frente a una mesa pequeña que había en el salón; sobre ella había un cenicero de cristal. Fijé la vista en ese cenicero y sentí algo muy extraño, era como si tuviera atrapado el cenicero con los ojos; supe en seguida que podría hacer con él lo que quisiera y, efectivamente, así fue; lo levanté un palmo de la mesa sin ningún esfuerzo. Aquello era nuevo para mí, entonces no sabía lo que estaba pasando; reconozco que me asusté, yo nunca había oído hablar de los poderes de la mente ni nada de eso y no tenía ni idea de lo que me estaba ocurriendo.
»No le dije nada a mis padres por temor a que se enfadaran pensando que fuera algo malo. Pero yo seguí haciéndolo y, con el tiempo, llegué a tener un dominio total de este poder; cada vez levantaba objetos más pesados y con menor esfuerzo. Me cuidé mucho de que nadie se enterase de lo que era capaz de hacer, ni siquiera mis padres; bastantes problemas tenía ya con mi extraño carácter, no quería que nadie pensase que era un monstruo. Al cabo de unos años lo hacía con total naturalidad, pero siempre en privado, y prácticamente dejé de darle importancia.
»Todo cambió unos meses después de cumplir los dieciocho años. Durante un viaje de negocios, el jet privado de mis padres tuvo un accidente; murieron los dos. Esto supuso para mí un trauma terrible; a pesar de mi independencia, yo no concebía mi vida sin ellos, estaba totalmente solo. Fueron momentos muy difíciles para mí; llegué a estar al borde de la depresión, incluso pensé en el suicidio en más de una ocasión. Mi único refugio fue la meditación y creo que eso me salvó la vida. Recordé las palabras de el Buda sobre la vida y la muerte y sobre la impermanencia de las cosas y me ayudaron a salir del estado tan lamentable al que había llegado.
»No estoy del todo seguro, pero creo que este trauma ocasionó en mi mente un profundo cambio. A partir de entonces me volví mucho más sensible a todo lo que me rodeaba. Cada vez que me concentraba sentía que podía llegar mucho más allá que a mover simples objetos. Por ejemplo, si iba sentado en el autobús y miraba fijamente a alguien, casi podía leerle el pensamiento. Es más, incluso a algunas personas podía inducirles a hacer algo que yo quisiera con sólo pensarlo.
»Fue entonces cuando empecé a interesarme por los poderes paranormales de la mente y por la fisonomía del cerebro humano. No te lo he dicho, pero mi capacidad de aprendizaje es muy superior a la de cualquiera; esto me sirvió para aprender muy rápido todo lo que se sabía hasta el momento sobre la mente del hombre y todas sus posibilidades; telepatía, proyección astral, telequinesia, clarividencia, hipnosis.
–¿Quieres decir que dominas todos esos poderes? –le interrumpí, más sorprendido por momentos.
–Esos y algunos más para los que no hay nombre siquiera, supongo que porque no se conocen. Resumiendo, te diré que, prácticamente puedo hacer lo que me de la gana con sólo desearlo.
Era la historia más increíble que jamás había oído, y por alguna extraña razón, algo me decía que no me estaba mintiendo, más bien tenía la sensación de que aún me faltaban por oír muchos detalles que me sorprenderían todavía más.
–Por supuesto que no ha sido nada fácil –continuó diciendo– llegar a ser lo que soy ahora. Me ha supuesto muchas horas de duro entrenamiento; he tenido que leer mucho también para poder comprender muchas de las cosas que me ocurrían. Así fue como te descubrí, a través de tu obra; tú has supuesto una fuente de inspiración muy importante para mí. De hecho, se puede decir que eres responsable, en parte, del plan que he trazado.
–¿Te refieres al asesinato de esos terroristas? –me atreví a preguntarle.
–Eso es sólo el principio; digamos que me ha servido de entrenamiento, para comprobar de lo que era capaz y hasta donde podía llegar. No es nada fácil matar a alguien de esa manera, a sangre fría, sin que tenga opción siquiera a defenderse. Yo no sabía si sería capaz de hacerlo.
–Pues no hay duda de que fuiste muy capaz.
–Sí, fue más fácil de lo que pensaba. Pero yo cuento con una ventaja muy importante que me ayudó a hacerlo. No sólo puedo saber lo que están pensando en ese momento, también tengo la capacidad de conocer exactamente a una persona con sólo mirarla; en un segundo sé cuales son todas sus virtudes y todos sus defectos. Y créeme, cualquiera que tenga este poder y se ponga delante de uno de esos terroristas a los que asesiné, hubiera hecho lo mismo que yo sin dudarlo.
»Es increíble como puede haber personas que tengan un concepto del mal tan desvirtuado. Yo hasta ahora creía a Platón y a Aristóteles cuando decían que el mal era fruto del desconocimiento, que nadie actúa con maldad sabiendo lo que hace. Después de conocer a algunas de estas personas, si se les puede llamar así, me he dado cuenta de que no siempre es así. Es cierto que la mayoría actúan engañados, sin saber prácticamente el daño que están haciendo; y a éstos, si se les coge a tiempo, aún se les puede salvar. De hecho, lo que nadie sabe, es que también le he perdonado la vida a muchos terroristas a los que he ido a matar y no lo he hecho porque he podido comprobar que aún tenían salvación, sólo fue necesario abrirles un poco los ojos para que ellos mismos se dieran cuenta de lo que estaban haciendo y rectificaran. Por desgracia también hay muchos para los que no hay salvación posible; la mayoría de los que he asesinado no habían matado a nadie directamente, habían hecho algo mucho peor, inducir a otros a hacerlo engañándolos con falsas promesas e ideologías retrógradas y fundamentalistas que en muchas ocasiones ni siquiera ellos creen; porque además de unos fanáticos, son tan cobardes que necesitan a otros para que aprieten el gatillo por ellos. Estos son los verdaderamente peligrosos y a los que yo busco.
–Y dime una cosa, ¿cómo puedes estar tan seguro de no equivocarte? ¿y si matas a algún inocente? –le pregunté–. ¿No sería mejor llevarlos ante la justicia y que sea ésta la que decida?
–Por favor Pablo, no me hagas reír –me contestó con una sonrisa burlona–. Ya te he dicho que es imposible que me equivoque. El engaño sólo funciona cuando son las palabras y los actos los que intervienen; conmigo eso no vale, nadie puede borrar su mente así sin más, eliminar sus recuerdos, sus pensamientos o sus propósitos en la vida.
»Y no entiendo por qué me hablas de la justicia. Tú sabes que en la mayoría de los caso no funciona. Casi todos estos terroristas eran personas conocidas y, en muchos casos, respetadas; incluso alguno había sido dirigente de algún partido político. Todo el mundo conocía sus tendencias asesinas y manipuladoras, habían sido procesados por la justicia en muchas ocasiones, y sin embargo, por los motivos que fuere, ahí seguían, engañando, extorsionando, manipulando y asesinando.
»Te puedo asegurar que para esta gente no existe la reinserción; sería una pérdida de tiempo y un gasto innecesario para la sociedad, encerrarlos en una cárcel. Contra estos tipos sólo hay una ley que funciona, la del Talión. Un estado democrático y de derecho como en el que vivimos no puede permitirse este tipo de actuación, aunque muchos lo estén deseando, pero yo sí que puedo.
Aproveché la pausa para terminarme el café, ya frío. No sabía qué decir. Por un lado, yo sabía que tenía razón; me había alegrado, al igual que la mayoría de la población, al conocer la muerte de todos esos canallas que sólo saben hacer daño a los inocentes para conseguir sus intereses particulares. Pero por otro lado, me inquietaba el hecho de que un solo hombre se pudiera convertir en juez y jurado de toda una población.
Sí, es cierto que parecía una persona muy honesta que sólo buscaba hacer justicia. De momento creo que sabe bien lo que se hace, pero ¿y si no siempre es así?; ¿hasta donde sería capaz de controlar ese enorme poder que decía tener? Al fin y al cabo es sólo un hombre y, nadie es perfecto; también se podría equivocar en sus juicios y, con semejantes poderes, las consecuencias podrían ser terribles.
–¿Y bien?; dime qué opinas hasta el momento –me dijo.
–No sé para qué me lo preguntas, lo sabes perfectamente. Tengo que reconocer que me das un poco de miedo. Estás jugando a un juego muy peligroso y temo preguntarte hasta dónde pretendes llegar.
–Quiero llegar hasta el final. Te haré la pregunta del millón, la misma pregunta que le he hecho a otros antes que a ti. ¿Por quién preferirías ser gobernado? Por un dictador impuesto por la fuerza, que se ha auto erigido como jefe supremo, pero que al mismo tiempo es una persona justa, que lo único que busca es la paz y la igualdad entre todos los seres humanos; o preferirías mejor a un gobierno democrático, elegido por mayoría entre toda la población, pero que fuera corrupto y estuviera totalmente dominado por el capitalismo.
»No hace falta que contestes, ya sé la respuesta. Es la misma que me han dado todos a los que se la he planteado.
»Tienes razón al pensar que soy humano, y como tal, me puedo equivocar. Por eso no puedo hacerlo solo, necesito tu ayuda y la de gente como tú. Afortunadamente en el mundo hay muchas personas de una virtud intachable, preocupadas por sus semejantes y muy comprometidas con su causa, que es la misma que la mía, y la tuya dicho sea de paso. No soy el único que pretende hacer justicia en el mundo; ha habido muchos antes que yo, y sigue habiéndolos; tú por ejemplo. La diferencia es que yo poseo unas facultades que me facilitan la labor. Sólo pretendo convertirme en un medio, una herramienta vuestra para que hagáis lo que siempre habéis deseado hacer, que no es ni más ni menos que evitar que sigan muriendo miles de personas todos los días injustamente, víctimas de abandono, enfermedades, guerras, que se podrían evitar. Tú y otros como tú, sabéis como hacerlo, solo que nunca habéis tenido los medios adecuados para poder llevarlo a la práctica. Yo os proporcionaré esos medios.
–Todo eso suena muy bien, pero ¿no crees que pides demasiado? Una cosa es matar unos cuantos terroristas y otra muy distinta acabar con todas las penalidades y miserias que viene sufriendo el mundo desde que es mundo. Siempre ha habido guerras, injusticias, pobres y ricos. ¿Cómo pretendes acabar con todo eso de un plumazo, así, sin más?
–Yo no he dicho que fuera fácil, y mucho menos, que lo fuera a hacer de un plumazo. Será una labor de años en la que muchos tendrán que sufrir, e incluso morir todo aquel que se lo merezca. Ya te he dicho que cuento con muchas personas comprometidas, de todos los campos que te puedas imaginar. Además, dime una cosa, ¿se te ocurre otro proyecto mejor en el que derrochar el resto de los días de tu vida?
–Bueno, dicho así... Espero que tengas un buen plan porque lo que es yo no sabría ni por donde empezar. Sigo pensando que pretendes abarcar demasiado.
–Piensas así porque aún no conoces mi proyecto. Ni siquiera sabes de todo lo que soy capaz, ni tampoco conoces al resto de personas implicadas que nos ayudaran. De hecho, ahí está la clave del proyecto, en el equipo. Con un buen equipo se puede conseguir cualquier cosa, y te puedo asegurar que yo cuento con los mejores en cada materia.
–Supongo que tendré que confiar en ti –le contesté resignado–. ¿Y se puede saber quiénes son esos superhombres con los que cuentas? Porque como sean todos como yo vamos listos.
–Todo a su tiempo, ya los conocerás. Y deja ya esa falsa modestia, no te va nada –me respondió burlonamente–. Tú sabes de sobra que eres muy bueno en lo que haces; y de eso se trata, precisamente, de que cada uno hagamos el trabajo que sabemos hacer, para el que estamos preparados. No pienso pedirle a nadie que haga algo para lo que no está capacitado, o no quiera hacer.
–¿Cuándo se supone que me vas a contar ese plan tan maravilloso que tienes para salvar al mundo? –reconozco que estaba bastante impaciente por saberlo; todavía albergaba mis dudas–. Tengo ganas de saber cual será mi papel en semejante proyecto.
–Vaya, me alegro de haberte convencido tan pronto; no te puedes hacer ni una idea de la cantidad de ridículas demostraciones que he tenido que hacer para convencer a los demás.
»No te preocupes por el plan ahora, lo sabrás en su momento. Respecto a tu papel, ya te lo he dicho; cada uno hará, simplemente, lo que sabe hacer, lo que lleva haciendo toda su vida. En tu caso es escribir. Quiero que seas testigo de todo lo que va a ocurrir a partir de ahora en el mundo, para que, cuando todo haya acabado, lo escribas con la idea de que la humanidad conozca de primera mano la verdad.
»Eso sí, no podrás hacerlo hasta que yo te lo diga. Mientras tanto no deberás decirle nada a nadie. Esto es muy importante. No hace falta que te diga que cuando comience, correremos un peligro enorme si todo esto llega a oídos de quien no debe, sobre todo yo. En poco tiempo me convertiré en la persona más buscada y perseguida del mundo, tanto por los buenos como por los malos. Debemos de tener todos mucho cuidado y ser muy prudentes de lo contrario podríamos echar a perder todo el proyecto.
–Seré una tumba. De todas formas nadie me iba a creer...
Dicho esto, se despidió de mí dejándome con un montón de preguntas en la cabeza. Me dijo que tuviera paciencia (qué fácil decir eso), que pronto se pondría en contacto conmigo.

4 comentarios:

caselo dijo...

Vaya Mesías el que piensa salvar a la humanidad. Hasta ahora en este primer capítulo hay un dilema que-precisamente-es el que afecta al mundo: a qué precio lograr justicia, paz e igualdad. No sé, me da la impresión de que el Mesías tiene un discurso bastante radical, pero al ismo tiempo reflexiona sobre aspectos que pasan desapercibidos para los demás. Seguiré la lectura, buena narración, eso sí,
Un abrazo

Carlos Eduardo

Raquelilla dijo...

Como se nota que nos dura todavía el prototipo de Mesías hippie, lo que me extraña es que no sea moreno de piel viniendo del Nepal. Como ha comentado Cárlos es bastante radical, y yo diría que más humano de lo que él mismo cree que es, mostrando orgullo y sarcasmo en sus formas, hasta un poco sádico diría yo.

Mar dijo...

Bueno pues a mi ya me tienes enganchada a la lectura, me encanta la narración.

Besitosssssss

genialsiempre dijo...

Bueno Pedro, he tardado pero finalmente he releido el prólogo y este primer capítulo. Ten go que decir que "engancha", pues uno no debe en una lectura de ficción plantearse cuestiones filosóficas sobre el bien y el mal, sino dejarse llevar por los acontecimientos, y ésto es lo que has logrado en este primer capítulo.
Seguiré adelante, prometido.

José María